Invitados a la vida: Cuidado de sí, de los otros y del planeta

marzo 3, 2025
David - La muerte de Sócrates
David - La muerte de Sócrates

Durante el juicio le preguntaron a Sócrates si era el más sabio de los atenienses, a lo que respondió con su característica ironía: «Sólo sé que no sé nada». Conviene distinguir entre la ignorancia, uno de los principales orígenes del mal, y el reconocimiento de la ignorancia, que es el espíritu filosófico que nos impulsa hacia la búsqueda sin fin del conocimiento y que desemboca en el horizonte interminable de las ciencias. Frente al frontispicio del oráculo de Delfos, Sócrates se encontró con aquellas misteriosas palabras que marcaron el rumbo de su existencia: «Conócete a ti mismo».

¿Por qué a lo largo de la historia de la filosofía, al menos hasta Kant, ha primado la epistemología sobre la ética y la política, pongamos por caso? Porque dependiendo de los límites de nuestro conocimiento podemos cuidar mejor o peor de nosotros. De este modo el «conócete a ti mismo» (que depende de la antropología y la epistemología) es inseparable del cuidado de sí (ética), de la misma manera que el cuidado de sí se encuentra íntimamente vinculado con el cuidado de los otros (ética-política), no sólo porque vivir es convivir con los otros, sino también porque no hay yo sin los otros, sin nosotros. Desagradecidos, olvidamos que venimos al mundo de la vida gracias a los otros, y que nuestra adaptación depende a menudo de los otros. Y no sólo entre cachorros humanos el calor y el afecto es vital para la supervivencia, también en otras especies de animales.

¿Qué significa «cuidar»? Según el Diccionario de la RAE: «poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo». El origen etimológico proviene del antiguo «coidar», y este del latín «cogitare», que quiere decir «pensar». Evidentemente, para cuidar de nosotros no nos queda otra que pensar. ¿Quién puede «andarse con cuidado» sin pensar? Pensar bien equivale a cuidarnos, a ser prudentes, a prevenir, a predecir y anticipar la incertidumbre, como hace el conocimiento científico, a ejercer la libertad y la responsabilidad adecuadamente. Cuidar de sí es cultivarse, y de la misma manera que una tierra cultivada produce sus mejores frutos, una persona puede dar lo mejor de sí cultivándose. En su misma órbita gira la palabra «cultura», sin la cual es inconcebible la historia de la humanidad. Somos naturaleza y cultura: ¿acaso no es esta última la que modela y moldea nuestra biología?

Sorprende, pues, que Kant separara conocimiento y ética, a pesar de que señaló que «la libertad constituye la ratio essendi de la ley moral (…) y la ley moral supone la ratio cognoscendi de la libertad». En palabras de Michel Foucault, «la libertad es la condición ontológica de la ética. Pero la ética es la forma reflexiva que adopta la libertad”. Aceptando el pluralismo axiológico, si la ética amplía nuestros márgenes de libertad, tanto desde una perspectiva individual como social, ¿cómo es posible que no implique conocimiento?

Me atrevería a defender que no hay vida humana ni cultura sin ejercicios ascéticos, lo que en cierto modo equivale a decir cuidados. El prejuicio que pesa sobre ellos es que se entienden como una renuncia, cuando es más bien una preparación ante lo incierto del destino. Los ejercicios espirituales de Pierre Hadot, que han permitido reinterpretar la historia de la filosofía desde un punto de vista más práctico, son formas de cuidado de sí y cuidado de los otros. Inspirándose en el anterior y en Heidegger, Michel Foucault escribió sobre la cura sui y las tecnologías del yo.

Sin embargo, es una praxis que se remonta a los orígenes de la filosofía occidental: platonismo, aristotelismo, epicureísmo, estoicismo… y que alcanza la modernidad: Montaigne, Descartes, Spinoza, Nietzsche, Wittgenstein… Un ejemplo: tras haber tomado la cicuta, mientras esperan la despedida irrevocable, le pregunta un amigo a Sócrates: «¿qué es lo que nos encargas a éstos o a mí, bien con respecto a tus hijos o con respecto a cualquier otra cosa?» A lo que responde el filósofo: «Lo que siempre estoy diciendo, Critón, nada nuevo. Si os cuidáis de vosotros mismos, cualquier cosa que hagáis será de mi agrado, sino también del agrado de los míos y del vuestro propio».

Otro de esos ejercicios filosóficos, según Hadot, es mirar a lo alto. Por medio de la imaginación y de la inteligencia se trata de volver a situar al ser humano ante la inmensidad del universo, haciéndonos tomar conciencia de lo que es y, en consecuencia, adoptar una perspectiva universal adecuada (¿cuántas cosas nos parecen en principio de una importancia capital y luego nos resultan ridículas?). Pues bien, desde la revolución científica (Copérnico, Galileo, Descartes, Newton) a nuestros días la ciencia ha avanzado con frecuencia distanciándonos de una visión antropocéntrica que coloca al ser humano en el centro del cosmos: sin ir más lejos, pensemos en el paso del geocentrismo al heliocentrismo; en la teoría de la selección natural de los seres vivos, de Darwin; en que no es la conciencia ni la razón las que gobiernan nuestra existencia, sino lo inconsciente, según Freud.

No es casual, pues, que el imperativo categórico de Kant, que sitúa al hombre en el centro de la Tierra, fuera reformulado más recientemente por Hans Jonas de la siguiente forma: «Actúa de modo que no pongas en peligro las condiciones para la subsistencia indefinida de la humanidad en la tierra». Es un cambio de paradigma: nuestra relación de deber, de responsabilidad, ya no es sólo con nuestros semejantes, sino también con los demás animales, con las plantas y, en suma, con el planeta. Quizá el cambio climático es el tema de nuestro tiempo. Probablemente no haya otro que posea similares ramificaciones, implicaciones y consecuencias que van desde la ecología a la biología y la economía, desde la ética a la política. En otras palabras, no hay otro asunto que pueda afectar tanto, y de forma irreversible, a la subsistencia del planeta Tierra, del que dependemos todos los seres vivos. Con todo, también en ello soy pluralista y no debemos perder de vista otros problemas fundamentales: las guerras, el hambre, la pobreza, la inmigración, la lucha por la igualdad, la erosión de las democracias, que son las formas de gobierno que defienden conjuntos de valores más cercanos a los Derechos Humanos…

La Final de la XII Olimpiada Filosófica de Andalucía se celebrará por tercer año consecutivo en la Biblioteca Pública Antonio Garrido Moraga, de Alhaurín de la Torre (Málaga), el sábado 8 de marzo de 2025, bajo el tema de «los cuidados» en las modalidades de disertación, fotografía y vídeo filosófico. Aunque es una suerte dedicarse a la enseñanza, en contacto con los niños y jóvenes que nos sucederán, la transmisión educativa está acompañada a menudo de expectativas que no se cumplen, incomunicación, sin sabores y soledad. Sin embargo, en la final de estas Olimpiadas Filosóficas brilla la excelencia de un alumnado que lo mismo defiende con arte y rigor lógico una argumentación que interpretan una imagen o una canción, celebran la amistad o la propia vida. Es posible que los cuidados, que son nuestras responsabilidades y antes se llamaron virtudes, concepto que prefiero de todos ellos, se podrían sintetizar con una metáfora ontológica formulada por George Steiner: invitados a la vida. Es la persona que agradece el espacio que se le ofrece para vivir. Acepta las leyes y costumbres de sus anfitriones, pero conversa para tratar de ampliarlas. Aprende los símbolos y la lengua de los que los acogen, pero los practica a fin de mejorarlos. En cualquier caso, cuando llegue la hora de abandonar la casa procurará dejarla al menos tal como estaba cuando llegó a ella. Sabe valorar justamente la herencia recibida, pues se esfuerza por elevarla a la altura de la historia, y dejarla más cuidada, limpia y bella de como la recibió. En esto consiste acaso nuestra gratitud y nuestra dignidad como invitados a la vida, en abandonar la casa habiendo aumentado su valor durante nuestra residencia en ella.


Este artículo fue publicado en Athene Blog. Para leer el original siga el enlace.

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