Luis Fernando Alguacil Merino, Universidad CEU San Pablo
Si desmenuzar los enfermos y las enfermedades en sus dimensiones y componentes para abordarlos en detalle parece inteligente, ¿no lo será también aplicar el punto de vista opuesto? Esto es, ¿pensar en el enfermo y la enfermedad como un todo? Y si esto es lo que saben hacer tan bien los filósofos, ¿no será una buena idea meter filósofos en los hospitales para vislumbrar formas novedosas de actuar?
Esto es lo que planteé en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el pasado 21 de noviembre, en el marco de la interesante Jornada sobre Filosofía, Evolución y Salud. Con ella, un activo grupo de prestigiosos profesionales sanitarios retomaba y ampliaba su ya larga trayectoria alrededor de la llamada medicina evolucionista. La enfermedad y su naturaleza poliédrica estuvieron, como siempre, en el centro de la reunión.
No hay enfermedades, sino enfermos
Los muchísimos autores que han abordado este tema asumen en general la máxima atribuida a Hipócrates, retomada por Gregorio Marañón, según la cual no existen las enfermedades, sino los enfermos. Resume con eficacia una visión que obliga a considerar cada individuo y cada entorno en particular.
Esa orientación personalizada y multifactorial se ha ido instaurando en todos los ámbitos de la salud… al menos, teóricamente. Es cierto que modelos integradores como el biopsicosocial, compatibles con esta filosofía, han impuesto una perspectiva amplia que ha llevado a la creación de equipos multidisciplinares para estudiar, prevenir y combatir determinadas enfermedades, como las adicciones.
No podía ser de otra manera, después de que las aproximaciones terapéuticas más tradicionales estuvieran llenas de fracasos en ese campo. Y como solemos fracasar mal –parafraseando al filósofo Valerio Rocco, uno de los ponentes de la jornada–, se había progresado demasiado lentamente. Para otras situaciones patológicas en que la influencia de la diversidad biológica y la contribución del ambiente no saltan a la vista de forma tan evidente, los enfoques diversificados llevan aún más retraso.
Mi propia experiencia profesional me ha llevado a apreciar las ventajas de compartir distintos tipos de conocimiento en un mismo contexto de investigación sanitaria. Y, de paso, me ha permitido constatar que los entornos complejos de trabajo son sumamente enriquecedores.
Una sopa con múltiples perfiles científicos
El creciente impulso de la llamada investigación traslacional supuso la entrada de investigadores básicos (por ejemplo, biólogos moleculares) en los hospitales. Su convivencia con los especialistas clínicos conllevó avances significativos para el diagnóstico, pronóstico y tratamiento individualizado de los enfermos.
De la misma forma, la contribución de otros perfiles, como el de los matemáticos o los físicos, se ha ido sumando a esta sopa. En la actualidad, especialmente tras la emergencia de la inteligencia artificial, ya no se puede dudar de que la medicina moderna es cosa de mucha gente diversa (y de mucha máquina). ¿Y por qué no también filósofos, como apuntaba al principio del artículo?
¡Filósofos a los hospitales!
En la jornada del Círculo, mi propuesta no pareció sonar tan rara: la filósofa Laura Nuño, otra de las ponentes, confirmó que ya existen experiencias en este sentido. Es el caso del Instituto para la Filosofía en Biología y Medicina PhilInBiomed, de la Universidad de Burdeos, que tiene como objetivo promover la estancia de filósofos en los equipos biomédicos (y viceversa). Además, actúa como impulsor de una red internacional de institutos interdisciplinares con los mismos fines.
Algunos autores han identificado al menos cuatro formas en las que la aplicación de los métodos filosóficos puede contribuir a la ciencia en general y a la medicina en particular: la clarificación de conceptos, la formulación de nuevos conceptos, la evaluación crítica de los métodos aplicados en la práctica clínica y el fomento del diálogo entre diferentes disciplinas científicas y entre los científicos y la sociedad. La investigación del cáncer, por ejemplo, se está beneficiando ya en la práctica de esta sinergia.
En mi modesta opinión, estos progresos son aún incipientes. Estoy seguro de que la reflexión antropológica sobre el ser humano en el contexto real de la enfermedad, tal y como puede vivirse en un hospital, puede ayudar a definir mejor el marco en el que se desarrollen estrategias terapéuticas originales. Pero parece que este camino se ha andado poco.
No crea el lector que todas las mentes están abiertas a este tipo de concepciones amplias e integradoras, ni siquiera en los entornos intelectuales más selectos. Un caso muy ilustrativo es el de la iniciativa del ilustre matemático y humanista Ernesto García Camarero, quien impulsó junto con un grupo de compañeros la creación de una agrupación para el estudio de los retos del futuro en el Ateneo de Madrid.
Su atrevida propuesta se basaba en la adopción de un enfoque lo más multidisciplinar posible para encarar a su vez los más variados desafíos, como los relacionados con la salud. Ernesto desapareció hace un año y no vivió para ver que su oferta se echaba por tierra; entre otras razones, porque resultaba demasiado abierta e incompatible “con la concreción y precisión exigibles”.
Lejos de esta miopía, y a tenor de los argumentos anteriormente expuestos, me decido a reivindicar: ¡filósofos a los hospitales!
Luis Fernando Alguacil Merino, Catedrático de Farmacología. Director del Instituto de Estudios de las Adicciones IEA-CEU, Universidad CEU San Pablo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.