Se ha acusado a menudo al marxismo de “reduccionismo economicista”, y hay que decir que en la mayoría de los casos es cierto. Pero es cierto, como digo, para el marxismo entendido como escuela de filosofía, desarrollo teórico y activismo político, no para la recta comprensión del legado escrito del propio Marx[1]. Más bien al contrario, Marx justamente lo que denunciaba era el extremo economicismo del modo de producción capitalista, para lo cual precisamente la revolución comunista vendría a ponerle fin.
Sea cual fuere la configuración ética –en el sentido de la “eticidad” de Hegel- y política del mundo post-capitalista, que Marx no pudo o no quiso concretar (yo me lo explico así), lo que está claro es que no se trataría de un estado de los modos de organización humanos en los que la economía desempeñe un papel ni un ápice por encima de subordinado. En la era capitalista no, para el capitalismo el flujo económico es, en efecto, la infraestructura del sistema productivo, a partir de la cual se determina de modo absoluto la superestructura del estilo social determinado sobre el que ejerce su acción, pero este sencillo esquema (demasiado sencillo, realmente, y de ahí las modificaciones introducidas por Antonio Gramsci) no es la filosofía marxiana -o sea, del puño y letra del propio Karl Marx-, acerca de la esencia humana en general, algo así como su propuesta de análisis de toda agrupación humana posible, sino únicamente el modo de proceder característico del capitalismo en particular.
Creo que la tradición marxista ha errado gravemente la interpretación del fundador al insistir machaconamente en el poder de la instancia económica (“en última instancia”, como tanto subrayaba Althusser) en el modo de vida de una comunidad determinada. Haciendo un paralelismo con el mito -o alegoría, o símil- de la caverna de Platón, me parece que es confundir las cosas entender que Marx pensó algo así como que la infraestructura económica son los esclavos que en la alegoría operan tras el muro, mientras que la superestructura serían los pobres diablos encadenados que se tragan las sombras proyectadas sobre el fondo de la caverna (el exterior platónico, en este planteamiento, sería, claro, la crítica comunista misma).
Esto quizá sea marxista pero en mi opinión no es marxiano. A la inversa, lo marxiano consiste en pensar que si la infraestructura económica ha sido el sujeto de la representación capitalista, justamente por ello la condición para el paso a una etapa más racional de la existencia humana sería convertir la actividad económica en objeto de la consideración social. Es decir, que superar el capitalismo es hacer saltar a la economía del lado de los esclavos que atizan la hoguera del muro platónico al lado oscuro, en el que flotan las sombras de la representación. Dicho en términos de Agustín García Calvo: modificar drásticamente el capitalismo no sería más -pero tampoco menos- que trasladar la economía desde el “mundo en que se habla” hacia el “mundo de que se habla”, o sea, que la praxis económica de nuestra especie no sea el polo constructor, sino el polo construido de la acción racional (y así lo están proponiendo muy seriamente la luminarias de nuestro tiempo; pero es una idea que también estaba, brillantemente expuesta bajo el concepto de “economía incrustada”, en La Gran Transformación de Karl Polanyi de 1944).
Me parece que recordar esto, el hecho de que la economía debería ser un factor entre tantos otros a la hora de decidir el tipo de vida que queremos no sólo es algo elemental, puesto que ha sido la práctica más generalizada en la tierra antes del ascenso del capitalismo, sino que en muy pocos años va a ser un asunto de vida o muerte en cuanto el colapso ecológico nos devuelva a una vida en condiciones de subsistencia.
Sin duda, cuando este mundo nuestro de la proliferación del deseo vuelva de nuevo a pasar necesidad, verdadera necesidad, o bien optamos por el ecofascismo (lo que yo llamo la “Fachamama”), o bien lo marxiano tendrá por fin que anteponerse a lo marxista…
Notas
[1] Célebre es la ocasión en que Marx inserta el monólogo del Timón de Atenas de Shakespeare en contra del dinero en sus Manuscritos económicos y filosóficos, pese a que Capital y dinero no sean ni mucho menos la misma cosa, por no decir que la segunda encubre la primera. Va un fragmento del bardo inmortal:
¡Oh, tú, dulce regicida
y precioso divorcio entre el hijo natural y el padre,
brillante corruptor del más puro lecho de Himeneo,
valiente Marte, galante siempre joven,
fresco, amado y delicado, cuyo resplandor
derrite la nieve sagrada en el regazo de Diana!
¡Tú, dios visible, que sueldas estrechamente
los contrarios y haces que se besen;
que hablas en todas las lenguas y con cualquier objeto!
¡Oh, piedra de toque de los corazones,
piensa que tus esclavos, los hombres, se rebelan,
y haz con tu poder que se enfrenten y se inmolen,
para que en el mundo imperen las bestias!