El 3 de mayo de 2023, aproximadamente a las 8:40 de la mañana, un estudiante de 13 años abrió fuego en la escuela Vladislav Ribnikar de Vračar, Belgrado, matando a ocho compañeros y a un guardia de seguridad. Como vimos más tarde, eso fue sólo el principio. Al cabo de casi 48 horas, se produjo otro tiroteo. Uros Blazic, de 21 años, tomó un fusil de asalto y disparó a varias personas cerca de Mladenovac, a casi 50 Km de la capital Serbia.
Más allá de las particularidades de ambos casos, una pregunta parece dominar hoy el espacio público en Serbia: ¿Por qué se ha desatado semejante ola de violencia en un país donde apenas ocurren crímenes de esta naturaleza?
En consonancia con lo anterior, en el último mes, han ocurrido tres de las manifestaciones más numerosas en la historia reciente del país. En ellas los manifestantes han coreado consignas pidiendo al presidente serbio Aleksandar Vučić su dimisión. También han exigido la renuncia de dos ministros del gobierno y la revocación de las licencias de emisión de dos cadenas de televisión que, según ellos, promueven la violencia y glorifican a figuras del crimen organizado.
Aunque Serbia sigue ocupando el tercer lugar, por detrás de Estados Unidos y Yemen, en posesión de armas, con unas 39 armas de fuego por cada 100 habitantes, los actos de esta naturaleza son atípicos en el país.
El último tiroteo masivo a gran escala se produjo hace diez años en Velika Ivanča, una localidad de 1.500 habitantes a 60 km de Belgrado. En aquella ocasión Ljubiša Bogdanović ultimó a 14 personas y luego se disparó en el patio trasero de su casa. El veterano de guerra poseía un permiso de armas desde 1981 y en 2012 fue desempleado de la fábrica de procesamiento de madera en la que trabajaba. Bogdanović fue descrito como un «tipo tranquilo» y en su familia había antecedentes de problemas mentales.
En términos generales, los recientes hechos no difieren de los registrados en otros países. Si bien hay una diferencia esencial en la tasa, por ejemplo, si comparamos con EE. UU., estos nuevos casos plantean preguntas sobre otros aspectos, normalmente desatendidos cuando se habla de tiroteos masivos.
Se podría argumentar que la causa de estos sucesos es simplemente psicológica; otros podrían presentar pruebas relativas a problemas familiares concretos. No obstante, la cuestión es más compleja, si se quiere, holística.
La pérdida de humanidad expresada en actos de esta índole aparece como resultado de la muerte social de los perpetradores. Esto último implica no sólo una alteración psicológica, sino además una fractura ontológica en el tejido social.
¿Qué dicen los estudios sobre los tiroteos masivos?
Lamentablemente, las investigaciones sobre el tema no son conclusivas. No existe una fórmula para saber quién, cómo y dónde se producirá un suceso de este tipo. Por ello, las herramientas y los datos recogidos en países donde se producen masacres con mayor frecuencia sugieren que el mejor enfoque para abordar el problema es hacerlo de forma orgánica y sistemática. Fundamentalmente porque a la hora de evaluar las causas de estos tiroteos masivos entran en juego múltiples factores: los antecedentes familiares, el perfil psicológico del autor, la situación socioeconómica, el entorno político-ideológico y aspectos legislativos.
En este caso específico, el presidente serbio Aleksandar Vučić declaró el «desarme» total de Serbia. «Debemos tener cambios sistémicos para garantizar la seguridad de todos los niños, de todos», dijo a la prensa. «Sé que esto no será popular: habrá resistencia de los grupos de presión».
En esa misma línea, el Ministerio del Interior adelantó que se llevarán a cabo controles exhaustivos «para determinar si los propietarios guardan las armas de acuerdo con la normativa vigente, separadas de la munición y bajo llave en armarios y cajas fuertes adecuados». Además, el gobierno aprobó una moratoria de dos años en la concesión de permisos de armas, e implementó una amnistía de un mes para que ciudadanos entregaran las armas ilegales que tuvieran. En los primeros tres días, los serbios entregaron casi 6.000 armas no registradas, 300.000 cartuchos de munición y cerca de 470 artefactos explosivos, según informó el Ministerio del Interior serbio en Instagram.
Ahora bien, el mismo presidente Vučić también se aventuró a sugerir que lo sucedido podía ser causa de los videojuegos, la falta de responsabilidad de los padres y el perfil psicológico del atacante.
En el caso de los videojuegos, las estadísticas globales disponibles contradicen rápidamente lo sugerido por el mandatario. En su investigación sobre tiroteos masivos en Estados Unidos, Patrick Markey afirma que más del 70% de los estudiantes de secundaria juegan a videojuegos violentos. Aun así, solo el 20% de los tiradores escolares han declarado haberlos jugado. Los datos recogidos por The Violence Project confirman lo anterior. Al tomar los casos de 1992 a 2022, se descubrió que 26 de los 136 autores de tiroteos masivos jugaban a videojuegos violentos. Es decir, algo menos del 20%.
Vale destacar que los recientes casos en Serbia expresan un entorno complejo donde a lo mental se le suma lo social y lo político. A ello se añade la posibilidad de adquirir las armas y las situaciones específicas de los sujetos implicados. Los tiradores no alcanzan la determinación de matar en un instante, ni las condiciones aparecen de la noche a la mañana.
Según un estudio publicado por el Centro de Referencia de Europa Sudoriental y Oriental para el Control de Armas Pequeñas y Ligeras (SEESAC), en el periodo 2015-2019, un total de 125 personas fueron asesinadas con armas de fuego en Serbia. La misma investigación menciona que el aumento de la demanda de armas de fuego en el país se da predominantemente entre hombres jóvenes y de mediana edad. Además, la posesión de armas se relaciona con la «cultura y la tradición», mientras que la caza y la defensa se declaran los principales motivos para obtener licencias.
Además, también es válido evaluar los vínculos entre los tiroteos masivos y la violencia familiar. En el artículo publicado en Injury Epidemiology, Lisa Geller utiliza datos del Gun Violence Archive de Estados Unidos entre 2014 y 2019. Según la autora, «en más de dos tercios (68,2%) de los tiroteos masivos analizados», el autor mató a familiares o parejas íntimas, «o el tirador tenía antecedentes de violencia doméstica.»
¿Es diferente en Serbia? El informe sobre violencia doméstica publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2022 reveló un patrón similar. Entre 2018 -2020, se denunciaron en el país un total de 85.498 sucesos relacionados con la violencia doméstica. Del total, 58.926 (59,7%) fueron violencia psicológica, 35.780 (36,2%) violencia física, 3.361 económica y 676 eventos relacionados con violencia sexual. La mayoría de las víctimas son mujeres (en torno al 70%), siendo las esposas (18.375), esposas en unión libre (9.523) y las madres (8.900) las principales víctimas de estos hechos, como han advertido numerosas organizaciones. Consecuentemente, la mayoría de los agresores son hombres (82% de los casos).
Luego, ¿fue casualidad que la mayoría de las víctimas del primer tiroteo en una escuela fueran niñas? Teniendo en cuenta que el autor del tiroteo preparó el ataque con un mes de antelación, no fue casualidad y se corresponde con los índices de criminalidad contra las mujeres en Serbia. Es más, uno podría ser más incisivo acá y preguntarse ¿por qué las alarmas no saltan cuando se asesina o violenta una mujer? Según el Autonomni ženski centar solo este año ya han ocurrido cinco feminicidios con armas de fuego. Y en total, desde el inicio del año, 15 mujeres y dos niñas menores de edad (de 16 y 2 años) han sido asesinadas.
Muerte social y pérdida de la humanidad
Es por eso que la noción de violencia sistémica es tan importante para entender la emergencia de actos violentos en contextos aparentemente inocuos. Es cierto que por un lado es un concepto elusivo y muy amplio. Pero por el otro constituye el preámbulo para luego ir a análisis más pormenorizados. La violencia sistémica se expresa en un patrón generalizado de agresión y está sostenido «por creencias individuales disfuncionales, prejuicios, estereotipos, tradiciones culturales y estructuras socio-económicas, entre otros factores psicosociales.»
Los tiroteos masivos, como expresión de lo anterior, son espectáculos públicos de violencia, concebidos como actos finales escenificados por personas que se sienten socialmente alienadas de sus familias y comunidades. Con lo cual, no solo ocurren en un contexto de violencia sistémica sino también debido a lo que algunos científicos denominan muerte social.
Para Jana Králová, la muerte social está vinculada a «una pérdida de identidad y conexión social, así como a pérdidas asociadas a la desintegración del cuerpo». Aunque la definición es amplia, se utiliza desde hace tiempo para explicar fenómenos asociados a las migraciones, genocidios, tiranías y dictaduras, las demencias, las relaciones institucionales y cualquier situación social en la que el sujeto se desvincula de la sociedad antes de su muerte efectiva.
El proceso de desvinculación de lo social puede ocurrir de muchas maneras, mediante el discurso, a través de acciones concretas, limitaciones o restricciones a nuestra agencia. Alternativamente, también puede ocurrir a través de acciones afirmativas que refuerzan nuestra estupidez y alienación.
Tomando todo lo anterior como referencia, es necesario reconsiderar otros aspectos a la hora de pensar en los tiroteos masivos en Serbia.
La guerra en Ucrania ha provocado un aumento de la propaganda belicista. En diversos sectores se glorifica la guerra y se exhibe la violencia como signo de masculinidad. Además, la situación económica y una inflación en niveles astronómicos son factores que disparan la tensión social y la violencia entre grupos sociales. La desigualdad persiste, la violencia escolar se ha agravado y cada vez es mayor la percepción de que algunos medios de comunicación fomentan el maltrato. La iglesia, por su parte, no logra salirse del guion sobre el ataque a las «valores tradicionales» para con una voz clara y firme criticar la violencia sistemática y el maltrato contra mujeres y minorías.
Esas, son sólo algunas de las señales que han sido ignoradas o minimizadas por los responsables de las políticas públicas.
Por todo lo anterior, vale la pena decirlo claramente; es increíblemente irresponsable culpar a la «influencia cancerígena de Internet, los videojuegos y los llamados valores occidentales» -como expresó el ministro de Educación Branko Ružić. Pero justamente su expresión es parte del problema.
Como se ha sugerido, los casos de violencia social identificados y mencionados aquí deben tratarse con responsabilidad. Sin embargo, existe un patrón creciente y alarmante. Viendo el fenómeno de los tiroteos masivos en un marco más amplio, descubrimos que los hechos ocurridos hace algunas semanas, son solo la manifestación visible de otra «influencia cancerígena» -utilizando las palabras del exministro. Aquellos son también expresión de la violencia social generalizada, permitida, reproducida y premiada a lo largo de los años por las instituciones del Estado, la Iglesia y los medios de comunicación.
Tener la resolución de acabar con la vida de una persona indica que el Otro ha desaparecido como persona y que se ha renunciado a la humanidad. La humanidad se expresa en nuestra relación con los Otros, y la violencia aparece cuando esta relación se fractura.
El dolor de muchos por estos días es indescriptible. Ahora incluso se multiplica tras el último ataque y ante la inminencia de que otros lobos solitarios decidan salir con un arma en la mano. Que ese dolor se transforme en cambios concretos, depende en gran medida de que la ciudadanía logre trascender los particularismos en una crítica cabal a la violencia sistémica imperante.