Los años últimos han sido especialmente intensos para el mundo. No solo la circunstancias impuestas por el Covid-19, que han obligado que la realidad prescinda de muchísimos de los performances sociales hasta hoy conocidos, y ha marcado la necesidad del retraimiento de físico. La quiebra de relaciones políticas, carencias económicas, desestructuración laboral, etc. No obstante, existen otras cuestiones que se insertan dentro del imaginario inmediato del ser que vive en Cuba –y que pudiera ser perfectamente generalizable. Hablamos aquí de una necesidad de reconectar con los sentidos.
Sentido no será directamente la relación entre la sensibilidad estética, lo que es afectado a través del tacto o el gusto. Léase sentido desde una perspectiva ontológica, desde un posicionamiento marxista, desde la necesidad existencial.El problema de la pérdida de sentido es, desde el nacimiento de la filosofía, un tema recurrente. A saber, el qué y el cómo de la posibilidad de la relación de una entidad con el mismo acto de existir; o bien, de un sujeto, con su obra. Desde este tronco común, la pregunta de esta índole, ha tomado su camino en diferentes ramas del conocimiento humano. Las propuestas a lo largo del tiempo para redescubrir las corrientes del sentido no han mermado en su empresa, sino que han usado diferentes idiomas, y métodos para ofrecer algún resultado. Sin embargo, por momentos, la vida cotidiana puede desenmascarar ciertas claves para el desentrañamiento de dicha cuestión.
Al mismo tiempo, figuras revolucionarias de la filosofía que han dialogado en torno a este tema han debido revolucionar sus discursos y formas, para obtener un resultado diferente cada vez al que ya les llegaba trazado. Este es el caso de dos de las figuras arquetípicas de la filosofía de hoy: Karl Marx y Martin Heidegger. A todas estas, se impone la necesidad de explicitar el porqué de esta colindancia teórica entre la filosofía del joven Karl Marx que escribe sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y el joven Martin Heidegger de Ser y tiempo.
Entre ambos, cada cual por su lado, cada uno en su época, logran condensar el pensamiento que les antecede, y colocar al individuo en una dimensión diferente, sea esta su existencia fáctica. Heidegger no es un materialista, ni Marx un existencialista, sin embargo, ambos buscaron una forma de concretar al hombre, explicar su existencia, desde lo más mundano, desde lo realmente habido para ese individuo. Marx, en el trabajo en tanto actividad vital consciente como objeto significativo dentro de la organización de la sociedad; Heidegger, desde la facticidad de las cosas que el individuo tiene a la mano para explicarse el mundo: su muerte, un martillo, el ente más cercano.
Esta investigación persigue hurgar en el pensamiento del joven Marx de los Manuscritos con el Heidegger de Ser y tiempo con el objetivo de desentrañar los contactos que persisten entre estos filósofos, aparentemente distantes, sobre el problema de la pérdida de sentido. Para ello también tomará la referencia de otros filósofos que se han atrevido a recorrer este camino, como Jean-Paul Sartre, Georgy Lukács y Rahel Jaeggi y con ello, arrojar luz sobre la cuestión del sentido en tanto relación ontológica indispensable en el plexo de la vida del individuo.
De la historia
Ya a la altura del año 1844, el joven Karl Marx había esbozado en contadas ocasiones la radicalidad de sus proyecciones teóricas, y al unísono, políticas. Sin embargo, lo que resalta son los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Texto este que, a pesar de su excepcional contenido, no fue publicado hasta 1932, casi un siglo después de su inacabado término.
Este elemento es de esencial importancia, sin embargo, téngase en cuenta que el debate sobre la relevancia del texto es extremadamente escabroso, por ejemplo, Lezek Kolakowski asevera: «(…) sería bastante erróneo suponer que los Manuscritos de París contienen todo lo esencial de El Capital: son más bien el primer borrador del libro que Marx estuvo escribiendo toda su vida, y cuya versión final es El Capital» (Kolakowski, 1970: 137). No obstante, Herbert Marcuse gira completamente su percepción filosófica en el momento que los revisa por primera vez, en el año de su publicación. (Marcuse, 2016: 30.), motivos estos para no perder de vista la importancia de este texto.
Por otra parte, en palabras de Erich Fromm :
Es de la mayor importancia para la comprensión de Marx advertir cómo el concepto de la enajenación era y siguió siendo el punto central del pensamiento del joven Marx, que escribió los Manuscritos económico filosóficos, y del viejo Marx que escribió El capital (Fromm, 1970: 62).
Ahora bien, lo que hace que el enfoque del joven Karl Marx, durante su estancia en París, resignifique el concepto, es en primer lugar su objeto y desde luego, la forma en que este se relaciona con el mundo. Así, el obrero, no va a constituir un objeto azaroso. No es una casualidad que se encontrase con tan peculiar cuestión de análisis. Todo lo contrario, pues la intención de Marx no se escapa de los límites de lo que su tiempo le impone. Esto es, una recién encaminada revolución industrial, el desplazamiento de poblaciones enteras, que subsistían de la tierra, hacia las ciudades con factorías. El objeto de este joven Marx es un tipo de hombre que ya no tiene el mismo contacto, sensible -si se quiere- con el trabajo como procesualidad. De hecho, en los Manuscritos Marx define, de manera tácita y muy sintéticamente el cómo de quien ocupa esta función: « (…) mientras más se desgasta el obrero, más poderoso se hace el mundo objetivo alienado, que él crea en frente a sí, más pobre se hace a sí mismo –su mundo interior-, menos le pertenece como suyo» (Marx, 1965: 72). Con esto, se nota una evidente necesidad en Marx de retomar la idea de actividad en Hegel, y resignificarla. Pues a diferencia de Hegel (Mészárov, 2005), donde la actividad toma el papel de explicar el devenir del hombre, pero desde su aspecto ideal, en Marx esta toma el paso de representar la actividad productiva, la praxis.
A través de un estudio de la clase obrera y su actividad esencial Marx vertebra sus primeros y cruciales enjuiciamientos sobre la pérdida del sentido que presenta el ser humano que él describe en el correlato con las relaciones que establece con el mundo, el trabajo y su producto. Esta mentada pérdida de sentido es descrita a través del concepto que maneja Marx de enajenación o alienación, es decir:
El valor creciente del mundo de las cosas determina la directa proporción de la devaluación del mundo de los hombres (Marx, 1965: 71).
Se asume que, en el trabajo, el hombre se expresa como ser humano, a diferencia del animal, que aunque tiene la capacidad de crear, no contiene dentro de sí la posibilidad de reflexión, imaginación y sentido; o lo que es lo mismo, el trabajo no solo es el agotamiento físico de los músculos y las neuronas, sino que impone una cosa otra: la objetivación. Es en esta actividad donde el sujeto crea –metafóricamente- el mundo con el que se relaciona, pero no lo hace de la nada, sino que se dispone a transformarlo, muta de la piedra al diamante, como del árbol al libro.
Lo que preocupa ante tal cuestión es la capacidad de apropiación del obrero frente al objeto que crea. El obrero no es capaz de apropiarse del objeto sino a través un comodín universal que lo reemplaza, el dinero. Dinero que reúne todas –desde luego que de manera ficticia/fetiche- las cualidades de la cosa, y al mismo tiempo, la proyección desiderativa del ser humano. Sin embargo, siempre insuficiente. Esto es, en definitiva, la bestialización del trabajo, o en palabras de Marx: «El obrero pone su vida en el objeto; pero ahora su vida no le pertenece a él, sino al objeto; de ahí que, mientras mayor es su actividad, mayor es la falta de objetos del obrero. Cualquiera que sea el producto de su trabajo, él no lo es» (1965: 72)
Frente a esto, en los Manuscritos se describen cuatro fases o etapas del proceso de alienación del obrero con su trabajo (Marx, 1965: 75-80):
- La alienación del obrero con respecto al producto de su trabajo
- La alienación del obrero con respecto al trabajo o acto de la producción
- La enajenación del obrero con respecto al ser esencial humano
- La enajenación del obrero respecto a sí mismo o enajenamiento del hombre del hombre
Esta es la condición en la que, de plano, se encuentra el obrero (sujeto de su investigación de Marx) frente al momento del trabajo. Ahora bien, si se sigue esta lógica, es posible percibir la dimensión de totalidad que le imprime Marx al fenómeno de la alienación. Es decir, el problema no es que el obrero es incapaz de acceder al objeto que es producto de su desgaste, de su tiempo, y de sus manos, sino que ni siquiera es capaz de acceder al trabajo para producir los medios necesarios para su desarrollo, ni se percibe a sí mismo como ser humano dada la mecanización del proceso de trabajo, y a la vez, se percibe a sí mismo extraño en su espacio íntimo. Si, de igual forma, se coloca de cabezas este mismo esquema es posible acceder a la significación de este, lo que demuestra la visión de proceso total que tiene Marx frente a la enajenación. Como diría Lukács, comentando sobre el trabajo de los Manuscritos:
(…) las categorías no son piedras de una construcción sistemáticamente jerárquica, sino ‘formas del ser, determinaciones de existencia’, elementos constructivos de complejos relativamente totales, móviles, cuyas interrelaciones dan cada vez complejos más englobantes, tanto extensiva como intensivamente (2007: 82).
Queda descrita esta aberración epistemológica, el sujeto incapaz de objetivarse, de realizar su conexión con el mundo, de expresarse en su acción. Una vez trastocados los sentidos: «(…)la producción no produce simplemente al hombre como mercancía, la mercancía-hombre, el hombre en el rol de mercancía; lo produce en esta calidad como un ser espiritual y físicamente deshumanizado» (Marx, 1965: 89).
Marx trabaja aquí un aspecto, pues, de una carga ontológica importante, esto es: que el hombre, como entidad, como ser social, establece una relación de intercambio muy particular con su mundo, con la naturaleza, con la totalidad, y esta es la producción. Por lo tanto, la ontologización de esta temática recae en la relación perdida del ser humano, que como aclara Marx, por momentos es obrero, pero también es otras tantas cosas y no carece de vida íntima. Una relación cohibida desde el punto en que la exteriorización de esta humanidad, a través del trabajo, queda trunca en el proceso de apropiación de esta.
Artículo publicado originalmente en Fleitas Hernández, N. (2022). En búsqueda de nuevos sentidos: Apuntes para una ontología desde lo cotidiano. Retorno a Karl Marx y Martin Heidegger. Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social, 4(11), 27-40. https://doi.org/10.51528/dk.vol4.id84