Fragmento del artículo Autodefensas: entre la negociación de la muerte y la gestión de la vida publicado en nuestra revista académica Dialektika: Revista de Investigación Filosófica Y Teoría Social en https://doi.org/10.51528/dk.vol3.id57
Por Alfredo Villar de Enseña por México, Ciudad de México, México
Introducción
Un pasaje de El Zarco presenta la siguiente situación: una familia, compuesta por tres mujeres, preocupada por el peligro que les representa la cercanía de un grupo de bandoleros asentados en las proximidades de Cuernavaca. La inquietud de la madre es que una de sus hijas, Manuela, por ser muy guapa, está en riesgo de ser robada, por lo que le presiona para casarse con el herrero local. Pero la hija responde “si el mismo dueño de la hacienda […] que es un señorón, no puede nada contra los plateados ¿qué había de poder el herrero, que es un pobre artesano?” (Altamirano, 2009, 15). Posicionarnos desde estos puntos donde aparece la desesperanza es nuestro punto de partida para reflexionar sobre la contingencia donde no queda alternativa más que levantarse en armas, apostando la vida en ello.
Entonces ¿qué entendemos por vida? Y ¿de dónde partimos para definirla? Giorgi y Rodríguez (2007) comentan que “No hay una descripción exhaustiva o final de la vida porque la totalidad de la vida, en tanto flujo de devenir y cambio, no está dada desde afuera o de antemano por una unidad de medida” (p. 23). Es decir, la vida sería esta facultad de los seres para convertirse en algo diferente de lo que son. Tales diferenciaciones han de pasar por el lenguaje, codificándose en tanto forma comprensible al interior de un sistema significante y en este punto, colocándose en riesgo al quedar accesible para la mirada calificadora: si el resultado de dirimir tal o cual forma de vida termina por categorizarle dentro de lo criminal, lo anormal, lo contranatural, lo impío, lo feo, lo erróneo, entonces esta diferencia puede ser blanco de la fuerza bruta, al amparo de la razón hegemónica. Lo que está en liza, paralelo a detentar el establecimiento de realidades, es articular la experiencia cotidiana -con sus pasiones, afectos, deseos, sensaciones, expectativas, historias- de manera comprensible para el grupo hablante inmediato, posibilitando así el tránsito a la acción. ¿Cómo se gestan estas articulaciones?
La vida de algo o de alguien es una acotación, un corte, pero no es la vida, sino solamente el caso concreto que tomamos para mostrar un ejemplar de lo viviente. En tanto pura inmanencia, la vida es inaprehensible por el lenguaje, deja siempre un residuo salvaje que se cuela por las rendijas de los aparatos gramaticales, semióticos o contextuales que le apliquemos.
Noción de vida: virtualidad y error
Para Deleuze (2007) la vida es un campo de pura inmanencia, a-subjetivo, independiente de objetos concretos pero expresada a través de un sujeto que refiere a objetos: “La inmanencia absoluta es inmanente a ella misma: no es inmanente a algo ni de algo; no depende de un objeto ni pertenece a un sujeto” (p. 36), es un flujo continuo a través de sujetos, subjetividades y formas de seres, aprehensible en la relación trascendental entre una “conciencia”, o una subjetividad con facultades discursivas y una instancia objeto en tanto espécimen de vida. La vida de algo o de alguien es una acotación, un corte, pero no es la vida, sino solamente el caso concreto que tomamos para mostrar un ejemplar de lo viviente. En tanto pura inmanencia, la vida es inaprehensible por el lenguaje, deja siempre un residuo salvaje que se cuela por las rendijas de los aparatos gramaticales, semióticos o contextuales que le apliquemos. En este sentido “una vida sólo contiene entidades virtuales. […] Lo que se denomina virtual no es algo que carece de realidad sino que, siguiendo el plan que le da su propia realidad, se compromete en un proceso de actualización” (p. 40), a través de acontecimientos determinados empíricamente por la materialidad singular en el curso particular de su devenir. Es esta virtualidad lo que dota de una cualidad dinámica a la vida: potencia de ser algo diferente, de arribar a un estado de cosas distinto. No es un atributo del sujeto, sino un plano de virtualidad: más que referirse a lo que actualmente “es”, la vida refiere al conjunto de variaciones posibles, diferencias proliferantes, desvíos potenciales que puede tomar el ser en el curso de su devenir.
Foucault, por su parte, comentando la labor de Canguilhem, menciona que este permitió dilucidar una paradoja en la historia de las ciencias de la vida: se constituyeron explicando los mecanismos fisicoquímicos que rigen el cuerpo pero, a la par, se desarrollaron en la medida en que plantearon el papel de la enfermedad como indicador tanto de problemas a resolver (inherentes a la vida sin originarse en otro ámbito de la realidad) como de reducciones a evitar (enfatizar la adaptación, reproducción, conservación, regulación, etc.). Esta dimensión total de la excepción para comprender el objeto de estudio, tan característica en el pensamiento contemporáneo, tiene por lo menos un par de consecuencias relevantes:
- Epistemológicamente, la característica de formar conceptos para el viviente humano consiste en ser un tipo de vida capaz de conocer la vida misma, lo cual le dota de un carácter inusual entre los organismos vivos: puede formar un “modo de vivir en relativa movilidad” (Foucault, 2007, p. 55), informándose de y formando al medio en que existe. Asimismo, las formulaciones conceptuales acopladas en el ambiente son susceptibles de ser informadas por los habitantes, con lo que el estatuto de lo verdadero, desde esta perspectiva, no es un signo incrustado desde el principio de los tiempos en la naturaleza, pacientemente esperando a ser develado por los procedimientos correctos, sino un arreglo contingente resultado de “procesos de eliminación y selección de enunciados, teorías y objetos en función de cierta norma que no puede identificarse con una estructura teórica o con un paradigma actual, porque la verdad científica de hoy sólo es un episodio, a lo sumo provisorio” (Foucault, 2007, p. 51).
- Moralmente, da un papel protagónico a la noción de error dentro de los problemas acerca de la vida: ésta sería aquello capaz de errar, pues “Si la historia de la ciencia es discontinua; es decir, si sólo puede analizársela como una serie de «correcciones», como una nueva distribución que nunca expone definitivamente el momento culminante de la verdad, es porque el «error» todavía constituye no el olvido o la postergación de una realización prometida, sino una dimensión propia de la vida de los hombres, indispensable para la temporalidad de la especie”(Foucault, 2007, p. 56).
La consecuencia epistemológica, como posibilidad de formar conceptos y ordenarlos en saberes, adquiere el cariz de ser en potencia el brazo armado de la moral. El mismo Foucault tiene guiños en este sentido desde sus obras iniciales, cuando indica que “La locura no tiene tanto que ver con la verdad y con el mundo, como con el hombre y con la verdad de sí mismo, que él sabe percibir” (Foucault, 2016, p. 47), refiriéndose a la representación lírica de los locos, que abarcaba un amplio abanico de faltas y defectos en el orden de lo moral: adúlteros, maliterpretadores de escrituras, avaros, borrachos, iracundos, en fin, todo aquél que opta por hacer el mal, a sabiendas de las implicaciones que tiene su conducta. Esta hipótesis impregnaría la intimidad humana cuando se colase en el terreno de la sexualidad durante la época moderna, la cual “a partir del clasicismo, establece una opción diferente: el amor de la razón y el de la sinrazón. La homosexualidad pertenece al segundo. Y así, poco a poco, ocupa un lugar entre las estratificaciones de la locura” (Foucault, 2016, p. 142). La homosexualidad codificada como separarse voluntariamente del buen camino encarna la concepción anfibológica donde el “error” justifica la rapacidad al adjudicar al sujeto responsabilidad sobre sus propias condiciones desfavorables.
Así, aquello que no se repite ni se ajusta a una norma homogénea de representación queda arrojado dentro del campo de las diferencias inhumanas, organizando a partir de un poder diferenciador que cualifica la vida, decidiendo cuáles merecen ser vividas y qué muertes no valen la pena contarse. Esto tiene efectos delicados cuando los discursos de verdad configuran ciertos cuerpos (o grupos de cuerpos) como residuales, desechables, sobrantes o marginales (desempleados, migrantes, enfermos mentales, campesinos, gays, mujeres, infantes, etc,), pues los deja a merced de ser eliminados sin ritualidad ni amparo jurídico, en una zona difusa donde se experimenta la capacidad de los dispositivos para cortar con el flujo de vida, o para reducir los estados virtuales de tales cuerpos a una abyecta extracción de fuerzas.
Ver más en: Villar , A. (2021). Autodefensas: entre la negociación de la muerte y la gestión de la vida. Dialektika: Revista De Investigación Filosófica Y Teoría Social, 3(8), 1-21. https://doi.org/10.51528/dk.vol3.id57