El problema de lo general en filosofía

Orígenes del asunto
septiembre 16, 2021
Guillermo de Ockham de un vitral de un templo en Surrey
Guillermo de Ockham de un vitral de un templo en Surrey

El problema de lo general fue introducido de forma explícita en la filosofía por los empiristas ingleses modernos, quienes lo entendían como resultado de un proceso de abstracción. La polémica sobre lo general en lógica, se deriva de la polémica sobre los universales, que es el modo en que durante la Edad Media denominaban a las ideas generales. El núcleo de este problema se puede expresar de la siguiente forma: ¿las palabras y en especial los términos abstractos, generales o universales hacen referencia a algo que existe fuera e independiente de nuestra mente? O, ¿fuera e independiente de la mente solo existen particulares?

El origen del problema de los universales se suele asociar a la Edad Media. Sin embargo, es posible detectarlo ya en la Grecia Antigua y subsiste en la actualidad en las obras de filósofos, analíticos, lingüistas y semiólogos esencialmente. Por su parte, la problemática acerca del nexo que se establece entre el lenguaje y la realidad extralingüística también halla sus raíces en la Grecia Antigua; donde se perfila la polémica entre naturalistas y convencionalistas.

Platón, por ejemplo, sostenía en el Crátilo  el criterio de la existencia de un patrón natural en la denominación de cada cosa. En esta obra introduce el problema de la relación de las palabras y los objetos que nombran; dígase, el problema de la adecuación o no de las denominaciones a las cosas. Arribando así a la consideración de que existe un patrón natural en la denominación de cada cosa, lo que impide que sean resultado de una convención o imposición. A partir de este naturalismo lingüístico, las denominaciones de las cosas son siempre correctas, pues responden a la esencia inmutable del objeto nombrado.

Este también era el criterio que defendían los estoicos, quienes reconocían que los nombres toman su forma de manera natural, como una réplica del objeto nombrado (Beuchot, 2005, p.33). En contraposición se hallan los convencionalistas como Aristóteles, quienes veían en un nombre un mero signo, cuya conexión con el objeto se la otorgaba el pensamiento. Así, el pensamiento puede suscitar que un mismo nombre sea portador de diferentes contenidos ¿qué es eso sino una generalización?

Al analizar las concepciones aristotélicas sobre el lenguaje, es necesario tener en cuenta un problema que desde este momento atravesará toda la filosofía del lenguaje. Este, aunque tomará distintos matices de un pensador a otro, constituye un problema de gran relevancia aun hoy. Tal problema es el de que, en primera instancia, la palabra se encuentra en relación con el concepto del objeto al que se refiere. Quiere decir, que la relación que la palabra o referente establece es, en primer lugar, con el objeto del pensamiento (o en el pensamiento). Solo después de producirse tal relación y a través del concepto, el referente alude al objeto real.

Los universales y la polémica entre nominalistas y realistas

Anteriormente se afirmó que la polémica sobre lo general se deriva del llamado problema de los universales. En este sentido, atendamos a que la entrada del período escolástico en el siglo XI implicó un reforzamiento de la enseñanza de la lógica aristotélica. Es en este período que se comienza a perfilar un nuevo problema en filosofía; uno que ya no era exclusivo del orden lógico, sino que llegaba al plano de la gnoseología. Es decir, no se refería a la sola validez de las inferencias, sino que trascendía al plano del origen, naturaleza y límites del conocimiento. El mismo se refería al fundamento y valor de la lógica y como parte de la misma se evaluaban tanto los conceptos como el resto de las estructuras que suponen el conocimiento racional.

Alrededor del referido problema, figuraron dos alternativas fundamentales. Por una parte, los que consideraba que, en efecto, los conceptos poseen realidad; en tanto la otra tendencia fue considerar que constituyen meras palabras. Esta segunda alternativa fue defendida desde Boecio hasta el nominalismo extremo de Guillermo de Ockam; que supone que los universales o términos generales pertenecen solo al plano del entendimiento, no así a la realidad objetiva.

Frente a los occamistas, que veían en los universales términos lingüísticos aplicados por generalización a las propiedades de las cosas, se encontraban los modistas, seguidores de Tomás de Aquino. Estos le conceden a los universales una existencia independiente del lenguaje. En este caso se trataba de concepciones realistas, pues afirman aquella realidad en los conceptos que los nominalistas negaban. Sin embargo, no podían evitar toparse en la realidad empírica con lo individual, lo cual constituyó una de sus limitaciones. De ahí que ambas posiciones presentasen insuficiencias, pues incluso los nominalistas eran incapaces de negar completamente el carácter objetivo de los nombres. Es decir, si es un nombre es porque necesariamente designa alguna cosa. En cierto modo la exigencia realista también se hallaba presente en las consideraciones nominalistas.

Este debate no es exclusivo de la antigüedad o de la Edad Media; sino que se percibe también en el arranque del subjetivismo con Berkeley y Hume y se mantiene hasta Kant. De lo que se trata es de si se entiende o no el mundo como una construcción mental. De ser así, la verdad se convierte en un acto psicológico en el que juzgar o pensar, toma un primer lugar respecto a aquello que es juzgado o pensado; dígase que posee una existencia derivada del acto de que sea juzgado o pensado. Dicho esto, puede negarse la existencia o realidad de los universales abstractos o, por el contrario, puede aceptarse que las ideas también poseen una realidad objetiva.

En efecto, pudieran considerarse dos opciones en este sentido. Por un lado, que las proposiciones y sus términos existen en lo que sería el mundo externo. Por otra parte, que nada existe fuera del entendimiento. De acogerse a la primera de las proposiciones, de que los términos y las relaciones que se establecen entre ellos a través del lenguaje pertenecen a mundos diferentes; cabría la pregunta ¿cómo es posible conocer tales términos? Ello supone la dificultad epistemológica de cómo es posible que las ideas contenidas en el pensamiento puedan referir las relaciones que se producen en un universo distinto e independiente del ideal. De otro modo, si se supone que todas las relaciones posibles se producen en el plano del pensamiento; también se incurre en el problema gnoseológico de cómo se produce la distinción lógica-física; aspectos estos, en los que se propone profundizar en próximos trabajos.

Bibliografía

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Asmus, V. F. (1988) Historia de la Filosofía Antigua. Editorial Pueblo y Educación.

Bennett, J. (1988). Locke, Berkeley, Hume: Temas Centrales. México: Universidad Autónoma Nacional de México.

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Beuchot, M. (2005). Historia de la Filosofía del Lenguaje. México: Edición del fondo de cultura económica.

Cohen, M. (1952). Introducción a la Lógica. México. Brevarios del Fondo de Cultura Económica.

Corredor, C. (1999). Filosofía del Lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del siglo XX. Edición Visor Dis, S. A.

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Rivano, J. (1985). Lógica elemental. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

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