A modo de introducción
La filosofía ha dedicado especial atención al estudio del lenguaje ya que constituye una mediación necesaria en todo tipo de actividad específicamente humana, ya sea cognoscitiva o práctica. Es decir, los límites del lenguaje supondrán, necesariamente, los límites de la posibilidad del conocimiento humano. Partiendo de esos supuestos surgió la Filosofía del Lenguaje, que se dedica, entre otros aspectos, al análisis lógico de las formas lingüísticas, así como al entendimiento mismo y al pensamiento.
Como parte de la llamada Filosofía del Lenguaje, se encuentra el problema que versa sobre la generalidad del lenguaje, los conceptos y las ideas; dígase el problema de lo general. Este es el referido a las palabras en tanto constituyen términos generales contrapuestos a los objetos singulares que conforman toda la realidad circundante. Mediante esta problemática se intenta comprobar si las palabras conforman algún tipo de realidad, qué realidad podría ser esa y dónde se podría hallar. Es decir, si se halla en los objetos individuales o externamente a ellos. De manera que gira en torno al criterio de verdad y valor objetivo que pueden o no poseer los conceptos.
Aproximación al criterio de la generalidad del lenguaje
Efectivamente, problemáticas referidas al lenguaje han recorrido toda la historia de la filosofía. Un criterio recurrente ha sido el del lenguaje como código, cuya función es la de comunicar la diversidad de estados del ser humano. Ello en virtud de que la conciencia humana se forma a través de la interacción mente-mundo; lo que conlleva a establecer dos relaciones esenciales: por un lado, la inminente relación que se establece entre el pensamiento y la realidad y, por otro, la relación pensamiento-lenguaje. De las cuales se deriva una tercera relación, la del lenguaje y la realidad; lo cual, además, implica la interrogante de si el lenguaje constituye un reflejo de la mente y los pensamientos y más aún, si constituye reflejo de la realidad.
La noción del lenguaje como código, es relevante como parte de la filosofía cartesiana. El iniciador de la tradición racionalista en la modernidad, René Descartes, en realidad no dedicó gran parte de su obra al estudio del lenguaje. Sin embargo, a él se le debe el centrar el lenguaje en el ámbito idealista de la mente, lo que explica a través de la existencia de las ideas innatas. Por su parte, Thomas Hobbes expresa en el Leviatán: “Porque la Razón, en este sentido, no es otra cosa que un calcular, es decir, un sumar y restar las consecuencias de los nombres universales que hemos convenido para marcar y significar nuestros pensamientos” (citado por Ramírez, 2013, p. 247). Así, el mayor desafío de los partidarios de esta tendencia es dilucidar en qué consiste el mecanismo en virtud del cual se produce la codificación externa; o lo que es lo mismo, en virtud de qué, una palabra puede significar ideas contenidas en las mentes de individuos diferentes.
Locke, por ejemplo, sostuvo que dicha asociación de un signo a una idea se debía a una imposición completamente arbitraria; aunque no especificó el modo en que esa imposición podía llegar a ser un evento compartido por diferentes sujetos hablantes. Hume avanzó un poco más en el asunto, pues refirió que esa asociación era posible siempre y cuando los sujetos hablantes implicados guardaran tanto intereses comunes, como un patrón regular de comportamiento: “Dos hombres que empujan los remos de un bote lo hacen por un arreglo o convención, aunque nunca se hayan dado ninguna promesa el uno al otro (…) De modo semejante se establecen gradualmente las lenguas por medio de convenciones humanas” (citado por Ramírez, 2013, p. 248).
Se percibe así la generalización como una asociación que responde a una convención social que pasa de generación a generación. Donde lo que el significante guarda en común con su significado es la idea abstracta de la realidad objetiva. Así entendida, en la operación de generalizar, al significar y comunicar determinado pensamiento, no basta que el emisor del mensaje decodifique la realidad mediante las formas del lenguaje; es necesario también que el receptor reconozca los códigos lingüísticos y comunicativos del otro agente.
Wilhem von Humboldt, por su parte, lejos de aceptar la doctrina cartesiana del lenguaje como código, concibió al lenguaje como el ente forjador de los pensamientos. Esta idea la sustentaba con el criterio de que la lengua de un pueblo exterioriza sus modos de sentir, sus costumbres y la manera en que conciben la realidad que les rodea. De manera tal que un colectivo de personas desarrolla un pensamiento común a partir del empleo de su lengua (Ramírez, 2013, p.250). Esta concepción humboldtiana inspiró a Ferdinand de Saussure y su relativismo lingüístico (Saussure, 1965, p.81). Sus consideraciones, pues, contribuyeron al despeje de la doctrina acorde a la que una lengua incorpora al sujeto hablante todo un sistema conceptual propio. Ello conduce a que la experiencia de determinada colectividad se organice de un modo característico; que es, además, el que determina la visión de la realidad circundante de ese colectivo.
Se muestra de esa forma la incompatibilidad de las concepciones que se han venido abordando: la del lenguaje como vehículo del pensamiento y la del lenguaje como código.
No obstante, ambas posiciones dejan ver que el universo cognitivo del ser humano, a diferencia del resto de los animales, no solo se compone de las impresiones inmediatas recibidas del exterior; sino también de conceptos abstractos a través de los cuales es capaz de asimilar su experiencia y práctica social. En virtud de ello cobran tanta importancia las operaciones de abstracción y generalización para la actividad específicamente humana. Las mismas son las que le permiten salirse de los límites de la experiencia sensorial inmediata y aprehender los objetos y fenómenos de la realidad circundante de un modo profundo y coherente. En consecuencia, el ser humano no solo es capaz de ser afectado por el mundo objetual y percibirlo. Además, puede reflexionar sobre él apoyando su razonamiento no sobre la base de la experiencia sensible inmediata, sino valiéndose de los conceptos generales.
Referencias
Bennett, J. (1988). Locke, Berkeley, Hume: Temas Centrales. México: Universidad Autónoma Nacional de México.
Beuchot, M. (2005). Historia de la Filosofía del Lenguaje. México: Edición del fondo de cultura económica.
Corredor, C. (1999). Filosofía del Lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del siglo XX. Edición Visor Dis, S. A.
Figueroa, M. (1987). La Lingüística Europea Anterior al siglo XIX. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Kristeva, J. (1988). El lenguaje, ese desconocido. Editorial fundamentos.
Losada, M. (2014). Entre la mente y el lenguaje, el árbol de carne. La Habana: Editorial U.H.
Ramírez, G y Alonso, M. (2011, 2013). Filosofía de la Ciencia. Selección de Lecturas. Vol I y II. La Habana. Editorial Félix Varela.
Saussure, F. (1965). ¿Qué es la lingüística? Buenos Aires. Editorial Losada.