«El hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le pasa y trata de vivir su vida como si la contara».
Jean Paul Sartre, La Náusea
La literatura y la filosofía
Muchas veces nos podemos preguntar ¿Qué es la filosofía? Y si esta, la filosofía, se puede descubrir tanto en una taza de café, como en un profundo libro de lógica o metafísica. Antes de aventurarnos en profundos debates y laberintos espirituales, podemos afirmar, que de una forma u otra; la filosofía, siempre está presente en nuestra vida; así como mismo tenemos nuestras ilusiones y aspiraciones mundanas. Al igual que La invención de la Soledad de Paul Auster, el narrador, descubre en la conducta humana más rutinaria de su padre una cosmovisión y una espiritualidad mucho más profunda y filosófica:
«Sin embargo, yo creo que esa ira estaba siempre en su interior. Como el interior de la casa que a pesar de su orden se estaba viniendo abajo, el hombre parecía sereno, con una calma casi sobrehumana, y aun así era presa de una turbulenta e incontenible furia. Toda su vida luchó por evitar una confrontación con aquella fuerza, asumiendo una especie de conducta automática que le permitía pasar junto a ella sin rozarla. La seguridad de las rutinas fijas, inamovibles, lo liberaban de la necesidad de enfrentarse a sí mismo a la hora de tomar decisiones; (…) En cuanto se sentía obligado a revelar una parte de sí mismo, salía del escollo contando una mentira. Al final, las mentiras le salían de forma automática y mentía por mentir. Su principio era decir lo menos posible; de ese modo, si la gente descubría la verdad sobre él, no podrían usarla en su contra más tarde. Sus engaños eran una forma de comprar protección». (Auster, 1997, p. 12;22)
Esta «capacidad», por decirlo de alguna forma, de poder descubrir, ese segundo plano, lo esencial en nuestra vida y de los objetos de la naturaleza es típico de un procedimiento filosófico, un estado de asombro y observación que comparten científicos, artistas y filósofos. Con la pupila vigilante y ese talento de percibir más allá, siempre un poco más de lo evidente, conecta a las obras literarias de García Márquez con el pensamiento filosófico. El testimonio esencial de las cosas siempre busca distintos modos de exteriorizarse. Tanto el científico, como el filósofo y el escritor apasionado descubrirán el mundo con asombro, algo que el sentido común muchas veces olvida por costumbre o ceguera; así, de este modo, en las líneas de «Gabo» el lector podrá descubrir la filosofía, y esa capacidad intuitiva de revelar las verdades universales de la existencia.
Verdades universales en un escritor con pluma filosófica
Escribir siempre conlleva cierto acto de reflexión. En el caso de García Márquez, por momentos, la profundidad roza con el sarcasmo de la vida, ese azar existencial que siempre está presente en nosotros, pero lo ignoramos bajo una racionalidad establecida socialmente.
En el relato El Pesimista escrito para el año 1950 en El Heraldo, columna La jirafa, nos podemos encontrar nociones de cómo el absurdo filosófico y el azar pueden, de forma inesperada, impactar en nuestras vidas; casi de modo jocoso se demuestra que las cosas que consideramos más seguras y estables pueden venirse abajo con el simple acto fortuito de un estornudo colectivo:
«Gerineldo duerme porque ya está conforme con su mundo. Porque ya sabe todo lo que puede sucederle después de haber sometido a todos los objetos que le rodean a un minucioso inventario de posibilidades. Su apartamento, más que eso, es una teoría de suerte y azar. Gerineldo conoce mejor que nadie el coeficiente de dilatación de sus ventanas y tiene marcado, con una línea roja en el termómetro, el punto en que saltarán los cristales, rotos en astillas de muerte. Sabe que los arquitectos y los ingenieros lo tienen todo previsto, menos lo que no ha sucedido nunca. En el mismo edificio viven setenta y dos personas que actúan y se mueven a su antojo. Pero Gerineldo ha dicho, con esa voz de ataúd que se le rompe por dentro:
−Cuando las setenta y dos personas que viven en este edificio estornuden de un solo golpe, la construcción se derrumbará: ¡Los arquitectos lo tienen en cuenta todo, menos el coeficiente de estornudamiento total!» (Márquez, 2012, p. 75).
En estas líneas, se olfatea cierto coqueteo con la filosofía del absurdo, tal vez con el existencialismo francés de la época de posguerra, donde una de las tesis filosóficas que se manejó, fue el importante papel que tiene el azar en nuestra vida y los hechos; que por improbables que parezcan, siempre pueden ser posibles, incluso cuando nuestro sentido de racionalidad cotidiana le es incapaz de imaginar.
La exquisita literatura, y el periodismo narrativo de García Márquez nos recuerda esa pasión que muchos literatos y científicos sociales sienten cuando observan la vida humana con los ojos de un extraño, un observador asombrado de como las ilusiones humanas y las conductas sociales pasan de lo más absurdo hasta lo inverosímil.
Al igual que Chéjov, en La muerte de un funcionario, un estornudo, una mirada, o un encuentro inesperado puede cambiar la vida. En este caso, García Márquez revela esa verdad existencial latente en nuestra vida, la verdad de que aún con todo lo planeada y supuestamente «controlada» que pueda estar nuestra vida, siempre, nos asecha esa sombra de incertidumbre de los hechos fortuitos, las acciones que escapan a nuestra racionalidad cotidiana, desde un amor inesperado hasta un derrumbe imprevisto.
El lector curioso podrá descubrir en los artículos de García Márquez, ese tono entre lo sarcástico y lo filosófico, como si la vida enseñara a través de los hechos más improbables que la realidad humana es muchas veces más rica y profunda que nuestras propias ideologías.
En la pluma de este escritor y periodista se puede descubrir esa sensibilidad que hurga en la vida cotidiana, y por momentos en sus líneas se percibe ese olfato de asombro y misterio; esa sensación de que podemos descubrir grandes cosas con solo caminar por nuestras calles cotidianas; como si por un momento, si pudiéramos observar con atención, la vida nos llenaría de sorpresas con solo doblar la esquina de nuestro barrio.
La exquisita literatura, y el periodismo narrativo de García Márquez nos recuerda esa pasión que muchos literatos y científicos sociales sienten cuando observan la vida humana con los ojos de un extraño, un observador asombrado de como las ilusiones humanas y las conductas sociales pasan de lo más absurdo hasta lo inverosímil.
La existencia siempre supera nuestra imaginación y nuestras ideologías
Es natural, en las sociedades humanas, intentar reducir la espiritualidad de los sujetos a unos cuantos valores aceptados. Así, desde la moral, hasta las prometeicas promesas de progreso social, todas estas ilusiones apenas tocan la superficie y la riqueza de la vida que sucede frente a nuestros ojos. En pocas palabras, podemos afirmar que «la vida supera ampliamente nuestros esquemas mentales»; la pintura de un mundo establecido social e individual muchas veces queda opacada por la experiencia de existir, de aquellos hechos que no encajan en nuestra racionalidad cotidiana.
En el relato No era una vaca cualquiera de García Márquez de la columna La Jirafa de 1951, se nos presenta una interesante idea filosófica; un hecho fortuito, propio de la existencia, que pone en pausa el mundo establecido de antemano de un pueblo.
Una vaca, fuera de lugar, crea una acción imprevista, y con ello se establece una reacción en cadena que afecta cada una de las vidas singulares de la comunidad. Un elemento fuera de lugar en el pueblo (la vaca) muestra esa distinción que hay entre el mundo cotidiano humano y la existencia; entre la racionalidad social y lo ajeno que es el mundo frente a nuestras aspiraciones y conductas sociales.
Y allí estaba la vaca, seria, filosófica, inmóvil, como la simbólica estatua de un ministro plenipotenciario (Márquez, 2012, p. 115).
La vaca, en este relato, tiene toda la carga de lo real, y las conductas humanas, desde las más singulares hasta las colectivas son meras repuestas sintomáticas que hacen frente a la contingencia de los hechos; vale decir, en el relato, cada sujeto social reacciona en consecuencia con su sistema de valores ideológicos y subjetivos.
«Las muchachas, en coro, cantaron “La vaca lechera”. Y a las cinco de la tarde la vaca era el personaje más importante de la ciudad, el que habría podido subirse a una tribuna, a dar bramidos demagógicos, en la seguridad de que habría conquistado los votos necesarios para ingresar al parlamento» (Márquez, 2012, p. 116).
Una vez que se presenta el hecho contingente, toda la historia del relato es un intento por parte de la subjetividad social del pueblo de apropiarse de la dichosa «vaca filosófica», cada cual desde su perspectiva incorpora la vaca en su relato ideológico, y con ello el hecho fortuito pasa a convertirse en parte del imaginario social.
En una breve conclusión podemos llegar a otra idea filosófica. Vivir, en cierto modo, es soñar la realidad y nuestras experiencias, desde las más sublimes hasta las más grotescas están sujetas a ese hecho inexplicable que es la existencia, que nos llena de momentos y acciones fortuitas; y de cual nos queda solo soñar e imaginar nuestra propia experiencia a través del relato, la historia que construimos para nosotros mismos de lo que es la vida, y los momentos que hemos tenido que enfrentar en ella.
Bibliografía
Auster, P. (1997). La invención de la soledad. Barcelona: Editorial Anagrama.
Cuentos de grandes escritores rusos. (2009). La Habana: Editorial Arte y Literatura.
Márquez, G. G. (2012). Gabo periodista. Colombia: Editorial Maremágnum.
Sartre. (2012). La Náusea. México, D.F.: Editorial Tomo.