Por Jesús Rey Rocha, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC) y Emilio Muñoz Ruiz, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)
Imagen: La vicepresidenta electa de los EE.UU. Kamala Harris en un acto electoral en Iowa.
Shutterstock / Michael F. Hiatt
La democracia y la ciencia afrontan paralelismos en las amenazas que les acechan y en la salvaguardia de su legitimidad
¿Por qué seguir comparándolas?
Una vez más, ciencia y democracia se encuentran. Lo hacen en el discurso de la vicepresidenta electa de Estados Unidos, Kamala Harris. Y también en algunos de los retos y desafíos que comparten, de las amenazas de similar naturaleza a las que se ven sometidas.
Harris, en su primer discurso tras ser elegida, recordó unas palabras del recientemente fallecido congresista y defensor de los derechos civiles en Estados Unidos John Robert Lewis: ‘Democracy is not a state. It is an act’.
La democracia no es un estado: no es una situación, condición, o modo de ser que existe en determinado momento; no es definitiva, sino que está sujeta a una condición de transitoriedad. La democracia es un acto: es una acción, el ejercicio de la posibilidad de hacer y el resultado de ese hacer; es un proceso de construcción.
Consecuentemente, como la propia Harris señaló al explicar el significado de las palabras de Lewis, “la democracia no está garantizada”. La democracia debe ganarse y mantenerse, defenderse, día a día.
En su alocución, Harris señaló (e implícitamente agradeció) al pueblo estadounidense por haber votado por la esperanza, la unidad, la decencia, la verdad… y por la ciencia.
No es la primera vez que recurrimos al paralelismo entre ciencia y democracia. Ambas, constructos e instituciones sociales que han contribuido al bien común. Ambas, derechos recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y cuya promoción y defensa es una obligación de los Estados. Ambas, estrechamente ligadas en su ser y en su devenir.
Mientras la humanidad se enfrenta a una emergencia sanitaria de colosales dimensiones, y el planeta se ve sometido a episodios climáticos y ambientales cuyas dimensiones no son desdeñables –aun quedando ensombrecidas por la pandemia- tanto la democracia como la ciencia comparten la circunstancia de la lucha por su legitimación.
Amenazas para la democracia y la ciencia
La democracia resiste los embates a los que la están sometiendo los autoritarismos y absolutismos, la autocracia y el iliberalismo, los populismos, y el neo y ultra liberalismo; la globalización y el paradójico incremento de los nacionalismos y menoscabo del multilateralismo en las relaciones internacionales y de las alianzas, tratados e instituciones globales; las herramientas de manipulación, propaganda, desinformación e infodemia, reforzadas por el alcance de las redes sociales, su estructura y sus algoritmos.
Resiste gracias a su fortaleza intrínseca y la de las instituciones y defensores que luchan por mantenerla y consolidarla, en una pugna por evitar que las consecuencias de estas acometidas acaben minando su legitimidad y convirtiéndola en una nave a la deriva, fácil objetivo para quienes pretenden atacarla con o sin patente de corso.
Consecuencias como la desigualdad y la pobreza; la polarización social; el extremismo identitario en sus múltiples y diversas facetas -desprecio al otro, racismo, nacionalismo étnico, xenofobia, supremacismo, fundamentalismo religioso- y su correlato violento que en su extremo se manifiesta terrorista; el economicismo, el unilateralismo…
Hemos asistido y asistimos a claros y explícitos ejemplos de estos embates a lo largo de las diferentes etapas del proceso electoral en Estados Unidos, cuya democracia está doblemente en juego –no solo se juega el despacho oval-. Y no es el único caso.
Simultáneamente, la ciencia parece estar encontrando una legitimación que la pandemia contribuye a fortalecer, a pesar de determinadas fuerzas políticas y sociales que luchan por desprestigiarla.
Fuerzas que ya hemos presentado como hostiles a la democracia, y a las que se unen los negacionismos (pandémico, climático, etc.); el antiintelectualismo y anticientifismo; la manipulación de los datos científicos, la desinformación, los bulos y mentiras; también el mercantilismo de la ciencia y su eventual banalización ligada a la excesiva exposición mediática y al cortoplacismo en las expectativas de obtención de resultados.
Como la democracia, el conocimiento científico tampoco es un estado, no es estático. Y aunque la gente necesita y reclama certezas absolutas, las verdades que se derivan de la investigación científica no son inmutables. La ciencia y el conocimiento científico tampoco están garantizados. Necesitan por lo tanto ser cultivados, cuidados, promocionados y defendidos.
Así pues, cabe seguir reclamando los valores de la democracia y de la ciencia, y su capacidad para contribuir al bienestar del planeta y sus habitantes. Las circunstancias actuales están incrementando coyuntural y desmesuradamente su visibilidad y exposición mediática. La democracia, por acontecimientos como las elecciones en Estados Unidos, de repercusión mundial, o en España los repetidos procesos electorales a los que nos hemos visto sometidos en los últimos años; ambas, por la pandemia y sus consecuencias sanitarias, económicas, sociales y políticas.
Y paralelamente se están viendo cuestionadas y amenazadas por los mismos o similares enemigos, que lo mismo cuestionan la legitimidad de los resultados electorales y de los gobiernos elegidos democráticamente -sin más pruebas y herramientas que las propias del dogmatismo y los populismos demagógicos- que se enfrentan y cuestionan las evidencias científicas, proponiendo medidas políticas sin fundamento que contraponen las evidencias científicas con el dogmatismo y la fe, sugiriendo remedios a la enfermedad producida por el coronavirus con tan poderosa evidencia y respaldo científico y médico como la desinfección de los órganos internos mediante la ingestión de lejía, o permitir la libre circulación del virus en aras de una mal interpretada –en ocasiones en complicidad con espurios intereses económicos- inmunidad grupal.
En esta situación –en la que es necesario contrapesar cuidadosamente los aspectos, sanitarios y económicos, que permitan mantener la vida de la gente, con el respeto de los derechos y libertades de los ciudadanos, en un ejercicio de equilibrio democrático, económico y científico– la fuerza de la ciencia descansa en la generación de un conocimiento procedente de la objetividad, el antidogmatismo y los datos y evidencias fidedignos y contrastados. Conocimiento orientado a la utilidad social, universal y equitativa, de sus resultados.
Conocimiento, frente a los discursos demagógicos, las teorías conspiranoicas infundadas y sin pruebas, y los negacionismos exentos de evidencias; frente a previsiones económicas y acciones políticas basadas muchas veces en opiniones de presuntos expertos, y en datos y modelos predictivos poco transparentes; y frente a decisiones basadas en la explotación de las emociones, dependientes de intereses espurios, ajenas a los más elementales dictados de la razón.
Un equilibrio orientado por valores fundamentales de responsabilidad, compromiso, cooperación, altruismo, empatía y justicia social.
Propuesta para la reflexión
Como nos recuerda Jason Stanley, hay maneras más sencillas de vivir que la democracia, ya que apostar por ella “requiere cierto grado de empatía, comprensión y generosidad. Nos exige mucho”.
Pero en la defensa de la democracia, como en la reivindicación de la ciencia, es fundamental e irrenunciable el papel de la sociedad civil. De una ciudadanía informada y reflexiva (la información no sirve de nada sin reflexión y análisis crítico), concienciada y participativa (la primera pierde su verdadera utilidad sin la segunda), reivindicativa y pacífica (ídem). Es precisa la participación de la ciudadanía en la gobernanza mundial, para luchar contra las amenazas expuestas, presionando, reivindicando y construyendo desde abajo.
Jesús Rey Rocha, Investigador Científico en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IFS-CSIC), Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC) y Emilio Muñoz Ruiz, Profesor de Investigación. Instituto de Filosofía del CSIC; Unidad de Investigación en Cultura Científica del CIEMAT, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS – CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.