Los caminos de la libertad: el socialismo, el anarquismo y el sindicalismo de Bertrand Russell

enero 7, 2023
libertad socialismo Bertrand Russell

Foto por Katalin Gyurasics | Budapest, Nagyvárad tér, Magyarország

 

Los caminos de la libertad es una obra escrita por el filósofo británico Bertrand Russell (1872-1970), en plena Primera Guerra Mundial. Con el título Roads to Freedom: Socialism, Anarchism and Syndicalism, fue terminado en abril de 1918, días antes de ser encarcelado el autor. La redacción del libro responde a la invitación recibida por un editor estadounidense para que Russel explicara el socialismo, el anarquismo y sindicalismo. El impulso a escribir el libro, como el mismo autor dice, es la vieja idea de concebir una nueva y mejor organización de la sociedad humana.

En la Introducción, el lógico ingles plantea: “La gran mayoría de los hombres y las mujeres pasan a través de la vida sin contemplar o criticar ni sus condiciones propias ni las de los demás”; sólo están colocados en cierto lugar de la sociedad y aceptan su posición dentro de ella sin buscar más allá de la sociedad misma. Como animales, buscan satisfacer las necesidades materiales y momentáneas, sin prever que pueden transformar sus condiciones de vida. Sólo unos pocos, “hombres superiores”, buscarán primero en el pensamiento luego en la acción, la solución para salvar la Humanidad. “Lo más extraordinario del socialismo y del anarquismo es que son grandes movimientos populares que tienen por ideal tender hacia un mundo mejor”; distinto a estos, “el sindicalismo es en su origen el resultado no de una idea, sino de una organización”. Sin embargo, las tres tienen en común que han sido elaboradas con el objetivo de llegar a las clases trabajadoras. “El socialismo y el anarquismo, bajo su forma moderna [como teorías modernas], provienen respectivamente de dos protagonistas, Marx y Bakunin”.

La Primera Parte del libro (“Histórica”) comienza con el “Capítulo I – Marx y la doctrina socialista”. Russell define el socialismo “como el derecho a la propiedad comunal de la tierra y del capital”. Plantea las múltiples formas de socialismo, y “lo que todas las formas de socialismo tienen de común es la democracia y la abolición del sistema capitalista actual”. Hace una síntesis de las ideas socialistas de Marx. Después afirma que se debe a Marx el haber sistematizado el cuerpo teórico del socialismo. Resume los aportes de Marx a la doctrina socialista: 1) La interpretación materialista de la historia; 2) La ley de la concentración del capital; y 3) La lucha de clases. Explica el papel del Estado en la transición socialista al comunismo desde la teoría, porque como mismo explica en el Prefacio que hace en 1949, en aquella época se tenía muy poca literatura de la Rusia socialista y la única información que existía en la prensa era el lema: “Todo el poder a los soviets”.

En “Bakunin y el anarquismo”, capítulo II, expone las disímiles posturas anarquistas. El anarquismo “es una teoría que se opone a todo género de autoridad impuesta”, específicamente al Estado. Para el anarquista un gobierno es libre en la medida, no en el sentido democrático de tener la mayoría, sino en lo que le “conviene a la totalidad”. Los anarquistas están en desacuerdo con el gobierno, las instituciones y las formas democráticas actuales porque una minoría domina, de una forma o de otra, a las mayorías populares. La libertad es el camino del anarquista, pero una libertad que no tenga trabas para el sujeto: es la búsqueda de “la libertad por el camino directo de la abolición de toda imposición de control de la comunidad sobre el individuo”. La principal figura del anarquismo, Bakunin, exponía que la creencia en Dios y el Estado son los dos grandes obstáculos de la libertad humana. Aunque Russell argumenta que “si queremos comprender el anarquismo debemos volvernos hacia sus discípulos, y particularmente hacia Kropotkin”.

En el tercer apartado “La rebelión sindicalista”, el filósofo inglés empieza diciendo que “el sindicalismo nació en Francia como una rebelión contra el sindicalismo político”. Sindicalisme en su origen era el nombre francés que se daba a las organizaciones de las uniones de trabajadores. Analiza el desarrollo de los partidos sindicalistas y laboristas y las asociaciones obreras en Inglaterra, Francia y Alemania en los últimos cuarenta años, aproximadamente entre 1880 y 1920. El sindicalismo representa esencialmente el punto de vista del productor frente al consumidor en lo concerniente a la reforma del trabajo, a la organización de la industria, y no solamente en la pretensión de obtener mayores salarios; “aspira a substituir la acción política por la acción industrial y se sirve de la organización de las Uniones de trabajadores para los fines para que el socialismo ortodoxo utiliza el parlamento”. Reseña Russell que un importante periódico publicaba en 1911 qué era sindicalismo y su diferencia con el socialismo, colectivismo y anarquismo,

Todo sindicalismo, colectivismo y anarquismo tiene la finalidad de abolir el actual estado económico y la posesión privada existente de la mayoría de las cosas; pero mientras que el colectivismo quiere substituir la privada por la propiedad de todos, y el anarquismo no quiere la propiedad para nadie, el sindicalismo tiene como finalidad la propiedad para los trabajadores organizados.

Como se nota, según Russell, la diferencia entre socialismo, anarquismo y sindicalismo es muy estrecha. Concluye que el socialismo colectivista es “substancialmente burgués”, y el anarquismo es “aristocrático”. Al contrario, afirma el filósofo inglés, el sindicalismo es indudablemente obrero en su origen y en su finalidad. Evidentemente tales reflexiones vienen matizadas bajo el sesgo británico de las fuertes tradiciones partidistas laboristas y sindicalistas que se desarrollaron entre los siglos XVIII y XIX.

La Segunda Parte se titula “Los problemas del porvenir”, y arranca con el Capítulo IV “El trabajo y el sueldo”. Russell abre diciendo: “Quien intente crear un nuevo y mejor orden en la sociedad tiene que luchar contra dos fuerzas contrarias: una, la de la Naturaleza; otra, la de sus semejantes”; para después afirmar que el trabajo es la ciencia que trata de vencer la oposición de la Naturaleza y la política y las organizaciones sociales son los métodos para vencer la oposición del hombre.

Para explicar ambos problemas, o sea, el problema del trabajo y el problema del sueldo retoma la teoría de Malthus, doctrina de la población, y la teoría de Kropotkin y sus libros sobre la producción.

Sobre los salarios expone que los anarquistas plantean la abolición del “sistema de salarios”, como se hace con algunos servicios populares, dígase el agua, calles, puentes, carreteras, tipos de propiedad de la tierra, salud, educación… también se podría incluir el transporte público y los trenes. Concluye Russell, “si este sistema se extendiera a todas las necesidades de la vida, todo el mundo tendría asegurada su subsistencia, siendo libre para ocupar sus días en lo que prefiriese”. Respecto a las comodidades y lujos expone la distribución equitativa entre la población. A todo esto llamó “el concepto de la compra y el pago”. El problema surge cuando el individuo satisface las necesidades materiales de existencia y lógicamente aparece la contrariedad que surge en un sistema de sociedad tal con respecto a la exigencia y obligación del trabajo. Mientras que en el socialismo, según Russell, la obligación forzada de todos los posibles al trabajo es la primera traba al desarrollo potencial de la sociedad. Después explica ampliamente la gestión de socialistas y anarquistas con respecto al trabajo y al sueldo. Pone como elementos positivos: la Libertad, de los anarquistas, y la Justicia, de los socialistas. El problema en ambos planteos sigue siendo la satisfacción de las necesidades humanas.

 El mundo que tenemos que buscar es un mundo en el cual el espíritu creador esté vivo, en el cual la vida sea una aventura llena de alegría y esperanza, basada en el impulso de construir (…) 

Bertrand Russell

En el quinto apartado, con título “El gobierno y la Ley”, comienza con la siguiente cita, “El gobierno y la ley consisten, en su esencia misma, en la restricción de la libertad, y la libertad es, por excelencia, el mejor de los bienes políticos”. Muestra la antinomia libertad vs restricción; los límites de una llevan a la consagración de la otra. A continuación, expone los argumentos de los anarquistas contra la ley y el Estado. También aborda las visiones de Marx sobre el Estado, una primera centralización de poderes, seguido de la revolución socialista y la total abolición del Estado en ese régimen. Por su parte, los sindicalistas consideran la teoría de la lucha de clases de Marx, pero critican el papel del Estado. Concluye Russell que el ideal anarquista de una comunidad en la que no hubiese algún acto prohibido por la ley, no es compatible con el mundo; pues la ley no podría eximirse del todo, y pone tres ejemplos: el robo, el crimen, y la creación de organizaciones para subvertir el orden anarquista.

Todo lo anterior refleja cómo el Estado saca poder de las leyes según el orden actual. Por lo tanto, resume el filósofo inglés, “el Estado, a pesar de lo que opinen los anarquistas, parece una institución necesaria para ciertas funciones”. Porque la libertad no es una panacea y algún grado de restricción legal parece obligado en bien de la salud nacional. Aunque, no obstante, es preciso limitar el poder del Estado: porque este no puede cobrar vida como entidad autónoma y alejada de las personas, sino que “es en el individuo en quien todo lo bueno tiene que ser realizado, y el libre desarrollo del individuo tiene que ser el fin supremo del sistema político que deba reformar el mundo”.

“Las relaciones internacionales”, se titula el capítulo VI. Bertrand Russell ubica dos finalidades (necesarias) de las relaciones internaciones: 1) evitar las guerras, y 2) impedir que las naciones fuertes tiranicen a las débiles.

Primero aborda la idea de los socialistas y anarquistas de abolir el capitalismo como principal causa de las guerras en el mundo. Después expone el papel fundamental de la prensa, tanto complementar las agresiones militares como en lograr una paz mundial. Russell no cree, como los socialistas y anarquistas, que el capitalismo sea el origen de las guerras, sino la naturaleza humana. Y expone que antes del capitalismo hubo guerras. “El hombre es por naturaleza un competidor, un ser adquisitivo y más o menos belicoso”. También aborda el problema del colonialismo y el imperialismo, el caso específico de África.

En el Capítulo VII argumenta su criterio sobre la ciencia y el arte bajo el socialismo. Donde plantea como primer término que lo que vale más en la actividad creadora espiritual no puede ser producido por ningún “sistema de remuneraciones”. Sobre la pregunta ¿será mejor el socialismo?, dice Russell, “hay tres cosas que el sistema social puede proveer o negar a la creación espiritual, y que son: primero, una preparación técnica; segundo, la libertad para seguir el impulso creador, y tercero, por lo menos la posibilidad de una apreciación final por algún público, sea grande o pequeño”. Plantea las paradojas de las tres condiciones antes mencionadas en el capitalismo, y en su opuesto las facilidades del socialismo con respecto a esto. No sin antes exponer el compromiso que conlleva ser artista o científico en un sistema socialista.

Por último, en el capítulo VIII el autor declara cómo se puede organizar el mundo. En esencia, propone vivir una vida sin miedos, sin rencores ni envidia, sostenida en la esperanza y la alegría: una vida en este espíritu –el espíritu que quiera crear más que poseer– tiene su fundamento en la felicidad, la cual no puede ser privatizada. Para este modo de vivir se apoya en los Evangelios y en sus apóstoles. Después clasifica el mal que afecta las sociedades actuales en tres: “males físicos”, “males de carácter” y “males del poder”. Y plantea que la principal forma de acabar estos males es atacando la esencia misma que los origina. Así quedaría que para los males físicos, la ciencia seria el remedio; los males del carácter, la educación y la libertad de expresión; y los males del poder, la reforma de la organización política y económica de la sociedad. Acto seguido se pregunta ¿qué sistema sería el mejor para la Libertad? A lo que responde tajantemente “no tengo duda de que el mejor sistema sería uno no muy lejano del que predica Kropotkin, pero hecho más práctico, con la añadidura de los principios esenciales del socialismo gremial”. Y expone una serie de parámetros a cumplir en el supuesto “mundo ideal”:

  • La instrucción debe ser obligatoria hasta la edad de dieciséis años, (…) después debe depender del alumno el querer seguir o no estudiando; pero, de todos modos, debe ser enteramente gratuita hasta la edad de veintiún años.
  • Por considerar que la gran mayoría no escogerá la pereza, creo se puede suponer que, con la ayuda de la ciencia y eliminando la enorme cantidad de trabajo estéril, resultado de la concurrencia nacional e internacional, la comunidad entera puede ser mantenida cómodamente por medio de cuatro horas diarias de trabajo.[1]
  • No habrá remuneración, como ahora, solamente por el trabajo necesitado o hecho, sino por la buena voluntad puesta en el trabajo. Este sistema está ya aceptado en muchos de los trabajos mejor pagados; un hombre ocupa un cierto cargo y lo retiene aun cuando ocurra que no hay mucho que hacer. El miedo de perder el empleo y el sueldo cesará de ser una pesadilla.
  • La cuestión de si hay que pagar a todos por igual o un sueldo excepcional a los que tienen una mejor preparación, puede ser dejada a la discreción de cada gremio.
  • Por mucho que se haga para hacer el trabajo agradable, se puede suponer que siempre habrá algunos empleos que serán desagradables. Sería preciso persuadir a la gente de que se encargase de estos oficios ofreciéndoles más sueldo y menos horas, en vez de impulsarlos a aceptarlos forzados por la miseria. Entonces, en la comunidad habría un fuerte motivo económico para buscar un medio de disminuir lo desagradable de estos oficios excepcionales.
  • Habría aún necesidad de dinero, o de algo análogo, en una comunidad tal como la estamos imaginando. (…) el modo más simple es el de pagar un sueldo, como ahora, y dejar ajustarse los valores relativos según la demanda. Pero si se pagase en moneda, uno podría acumularla y más tarde hacerse capitalista. Para evitar esto
  • sería mejor pagar en billetes que fueran sólo válidos por un cierto período, por ejemplo, hasta un año después del día que sean puestos en circulación. Así un hombre podría ahorrar para sus vacaciones anuales, pero no indefinidamente.
  • Las mujeres que hacen el trabajo de la casa recibirán un sueldo como si trabajasen en la industria. Esto asegura la completa independencia económica de las mujeres casadas, lo que es difícil lograr de otro modo, puesto que de las madres que tienen niños no se debe esperar que trabajen fuera de sus casas.
  • No existiría ya la competencia actual por alcanzar una beca entre los muchachos más inteligentes; no serían imbuidos en el espíritu de la competencia desde la infancia u obligados a forzar sus cerebros contra su naturaleza, resultando más tarde la indiferencia y la pérdida de la salud. La educación sería mucho más dulcificada que ahora; habría mucha más atención para adaptarla a las necesidades de los tipos distintos de los alumnos. Habría más esfuerzo por fomentar la iniciativa entre los alumnos (…). Para la gran mayoría de los niños sería más conveniente la educación al aire libre, en el campo.
  • El gobierno y la ley existirían todavía en nuestra comunidad, pero serían reducidos ambos a un mínimo. Habría todavía unos actos prohibidos, tal como el homicidio. Pero casi la totalidad de aquella parte del Código penal que trata de la propiedad habría caído fuera de uso, y muchos de los motivos que causan asesinatos ahora no tendrían ya influencia. (…) Por medio de la educación, la libertad y la abolición del capital privado, el número de crímenes puede ser reducido a un mínimo pequeñísimo…
  • Se puede decir que el gobierno consiste en dos partes: una, las decisiones tomadas por la comunidad o por sus órganos reconocidos; la otra, la ejecución de estas decisiones y la coacción de los que las resistan.

Al final termina proponiendo dos aspectos esenciales de los gobiernos populares o de la mayoría: 1) El gobierno de la mayoría puede hacerse menos opresivo por la descentralización, de modo que las decisiones de problemas que afectan primordialmente tan sólo a una sección de la comunidad sean dejadas en manos de aquella sección más que a una cámara central; y 2) Las grandes potencias que están incorporadas al gobierno de un Estado moderno vienen obligadas a decidir principalmente en asuntos frecuentes, sobre todo en las cuestiones internacionales. Si el peligro de la guerra fuese casi eliminado sería posible emplear unos métodos más complicados, pero menos autocráticos, y la legislatura podría recobrar muchas de las atribuciones que el gobierno se ha abrogado. (…) la violencia que supone la intervención del gobierno en la libertad personal puede ser gradualmente disminuida. En el primero hace un llamado a la autonomía local y regional, y en el segundo a la no violencia entre las naciones.

En resumen, Russell ve la posesión común de la tierra y del capital como un “paso necesario hacia la abolición de las maldades que el mundo sufre”. Pero el socialismo por sí mismo no va a resolver el problema, puesto que la traba del Estado seguiría latente, o sea, el Estado como dueño y señor de todo. El anarquismo tiene defectos intrínsecos que se volvería insostenible, una vez llegado al poder. El sindicalismo igual que el anterior afrontaría varios problemas con la gobernanza. Alega que su noción de mundo ideal se acerca más a la forma de socialismo gremial, “tal vez un poco más cerca del anarquismo”. Termina el gran filósofo, de manera positiva, diciendo:

El mundo que tenemos que buscar es un mundo en el cual el espíritu creador esté vivo, en el cual la vida sea una aventura llena de alegría y esperanza, basada en el impulso de construir (…). Tiene que ser un mundo en el cual el cariño pueda obrar libremente, el amor esté purgado del instinto de la dominación, la crueldad y la envidia hayan sido disipadas por la alegría y el desarrollo ilimitado de todos los instintos constructivos de vida y la llenen de delicias espirituales. Un mundo así es posible; espera solamente que los hombres quieran crearlo. Mientras tanto, el mundo en el cual nosotros vivimos tiene otras finalidades. Pero éste desaparecerá, consumido en el fuego de sus ardientes pasiones, y de sus cenizas surgirá un nuevo mundo más joven, preñado de una nueva esperanza y con la luz de la alborada bullendo en sus ojos.

Evidentemente estamos frente a un excelente discurso pacifista en medio de la Primera Guerra Mundial; frente a la desinformación –muy lógica por demás y como el mismo autor declara en el Prefacio de 1949– de la primera experiencia socialista con la Revolución rusa, gestada dos años antes del libro; y, sin duda, frente a una de las mentes más brillantes del siglo XX.

Notas

[1] Esta idea quien primero la popularizó fue el cubano-francés Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, en su libro Le droit à la paresse (El derecho a la pereza), de 1883, donde exponía la reducción de la jornada de trabajo a 4 horas, incluso 3, para que los seres humanos tuvieran más tiempo libre a dedicarse a otras actividades humanas. Nótese que las ideas de Lafargue tienen una diferencia de 30 años con respecto a las propuestas por Russell.

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