Fredric Jameson y la posmodernidad

septiembre 25, 2024

En lo que toca al ya extinto asunto de la posmodernidad (entre todos le mataron y él solito se murió), creo de veras que nuestro querido Jameson acertó en todo, pero en su imagen especular, es decir, al revés. Porque, para empezar, el «capitalismo tardío» de Ernest Mendel y otros es ya tan orondo, está ya tan bien cebado, que las tremendas novedades tecnológicas del siglo XXI no han hecho más que revigorizarlo extraordinariamente, como esa gente que se somete a lo que llaman «cambio físico», y no parece que nada ni nadie sea capaz de plantarle cara.

Lo decía la viñeta de El Roto del 26 de junio del presente, en el diario El País, donde un hombre preguntaba a otro en una oficina: «El dinero lo gobierna todo, ¿y quién lo ha elegido?»; a lo que el otro contestaba, mirando displicentemente por una ventana, «¡todos!».

Lo más curioso del ya clásico análisis de Jameson sobre la posmodernidad es que lo que él nos mostraba con tan poderoso aguijón de negatividad a nosotros hasta nos gustaba, o al menos a mí. Todos criticamos la banalidad de la cultura actual, eso por descontado, pero se debe reconocer que la solemnidad que la precedió en muchos casos fue como poco asfixiante.

¿Qué la posmodernidad es estética más que ética? Pues ya era hora. Así, la arquitectura barroca y popular de Robert Venturi, aprendida en Las Vegas, es más humana que Le Corbusier queriendo hacer «tabula rasa» del pasado antropológico entero. Kant le acoja en su Gloria (Kant es sin duda el Dios de la autoconsciencia humana, pero es una autoconsciencia tan sólo habitada por el Imperativo).

Toda propuesta de resetear desde cero el mobiliario del mundo y las costumbres y normativas que lo rigen tendrá siempre en su contra el recuerdo del pasado que nos atraviesa y la belleza misma del mundo, que no se va a dejar reemplazar fácilmente por un modelo manufacturado por la razón humana. Para que algo se amolde a una horma, se le deben propinar no pocos golpes, y eso es lo que han hecho hasta hoy todas las revoluciones abruptas.

La posmodernidad no era eso, sino más bien lo opuesto: la posmodernidad pretendía construir sobre lo ya construido, apostando por lo lleno, lo diverso, lo mestizo y lo plural. El marxismo de Jameson, sin embargo, evoca más el Lawrence de Arabia de Peter O’Toole, cuando decía aquello de que le gustaba el desierto porque «está limpio,» es decir, vacío…

El propio Le Corbusier, al final de su vida, diseñó las «máquinas de habitar» más acogedoras y confortables de su carrera, porque ya no eran ni esquemáticas ni ortogonales; eran coloridas, tropicales y posmodernas. Sus construcciones anteriores, de «estilo internacional», como el propio Imperativo kantiano, sin embargo, fueron todas abandonadas por sus distinguidos inquilinos, una por una, y hoy representan fantásticas ruins porn.

Lo mismo, creo, le ocurrió a nuestro apreciado Jameson, que no vio que tal vez haya que aguzar más el oído cuando algo empieza que cuando termina.


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