El cerebro en la cubeta de Hilary Putnam

La hipótesis de Putnam es muy sencilla. Invita a suponer que somos en realidad cerebros en cubetas conectados a una computadora por algún científico
mayo 1, 2021
El cerebro en la cubeta de Hilary Putnam

 

Un contrargumento marxista y psicoanalítico acerca del “cerebro en la cubeta” de Hilary Putnam

Edgar Morin, en su célebre texto “El conocimiento del conocimiento”, expande el concepto de sujeto y subjetividad, de tal forma que ser sujeto es: “1) situarse en el centro del propio mundo para computar a este mundo y computarse a sí mismo; 2) realizar una distinción ontológica entre Sí y no-Sí; 3) realizar la auto-afirmación y la auto-trascendentalización de Sí” (Morin, 1986, p. 53). De tal forma que, ser sujeto, trasciende la noción filosófica clásica e incluye tanto el pensamiento humano como a la más sencilla vida celular. Como ya se menciona en una reflexión anterior, una de las principales limitaciones de una búsqueda de vida extraterrestre consiste en que podríamos toparnos con ella, mas seríamos incapaces de clasificarla al no caber en nuestros estándares de lo que clasificamos como vivo o inteligente.

Sobre esta base se impone la pregunta. ¿Dónde asentar el centro de sujeto, del ente pensante? La respuesta más lógica sería el cerebro. Y esa respuesta satisfizo, y satisface, a toda la reflexión filosófica de corte cartesiano que impera en muchos sectores de la epistemología contemporánea. Pero siguiendo a Morin, se hace evidente que tal centralización del pensamiento se vuelve defectuosa al analizar nuevas formas de pensamiento e inteligencia.

Una bacteria se autorregula, interactúa con su medio de manera inteligente, y si bien no “cogita” con respecto a su medio, sin dudas si posee formas fácilmente verificables de “cómputo”, de relaciones inteligentes con su medio. La diferencia entre cogito y cómputo, desarrollada por la Teoría de la Complejidad, permite dar cuenta que puede ser posible una vida inteligente sin la necesidad de un sistema nervioso central. Queda claro, por supuesto, que no se puede comparar el grado de inteligencia de una bacteria con la del ser humano, lo que importa aquí es reconocer que ya existía interacción inteligente con el mundo antes de la existencia del cerebro.

La pregunta sería entonces que, si bien poseemos un cerebro (sin lugar a dudas condición sine qua non del pensamiento humano), ¿Significa por ello que ha abandonado la especia humana otras herramientas de conocimiento? Examinemos brevemente el célebre experimento del cerebro en la cubeta de Hilary Putnam.

De experimento escéptico a síntoma principal de una visión defectuosa de lo vivo

La hipótesis de Putnam es muy sencilla. Invita a suponer que somos en realidad cerebros en cubetas conectados a una computadora por algún científico. La computadora nos suministra experiencias que permiten simular exactamente la vida, de tal forma que, no nos damos cuenta de que vivimos en una simulación, situación semejante a la concebida por las hermanas Wachowski en la trilogía de La Matrix.

Ahora bien, existen varias refutaciones de esta hipótesis en el campo de la epistemología. Jonathan Dancy, por ejemplo, considera imposible avanzar hacia conocimientos más complejos si el sujeto no es capaz, mínimamente, de saberse un cerebro en la cubeta. Es epistemológicamente inconcebible en la medida en que, de ser cierto, deberían existir argumentos lógicos para llegar a esa conclusión; y de ser falso, estos argumentos no pueden existir. Clasifica a este experimento como escepticismo fuerte, en la medida en que socava los fundamentos de la epistemología, pues de ser cierto y de no existir argumentos para probarlo, sugeriría que la realidad es inaccesible lógica y epistemológicamente.

Por supuesto, yo éticamente podría responder que, si tal realidad es cierta, pero inaccesible, poco me importa que lo sea. Y con esta respuesta epicúrea me concentraría en hacer el bien o el mal (en dependencia de mi disposición natural y educación) sin importarme mucho mi existencia acuosa de cerebro conectado a una máquina. Pero el argumento es otro, a saber, de consistir el experimento en una simulación de vida, ¿por qué debería circunscribirse solamente a un cerebro flotante?

Marx y la robinsonada filosófica

Una de las quimeras más falsas relacionadas al ascenso del capitalismo liberal ilustrado en la Europa del siglo XVIII, es la posibilidad real de un Robinson Crusoe. Todos conocemos la genial creación de Daniel Defoe publicada en 1719, que nos relata la historia de un náufrago que sobrevive sólo en una isla desierta. El optimismo ilustrado consideraba como una genialidad de su época que un hombre estuviera lo suficientemente preparado para sobrevivir en tales condiciones, sobre la base del desarrollo del conocimiento alcanzado por la humanidad. Tenemos pues, por una parte, la confianza en el sistema educativo ilustrado; y, por otra, un materialismo vulgar que circunscribía (y desgraciadamente aún lo hace) el pensamiento al cerebro.

Carlos Marx reflexionó profundamente sobre el tema. En el primer tomo de El capital, e incluso antes, critica la falacia de la “robinsonada filosófica”, esto es, que el hombre europeo esta creado por un material de tal calibre que le permite sobrevivir en tales condiciones. Ante ello levanta dos objeciones:

  1. Robinson Crusoe no está solo: se condensan en él miles de años de conocimiento humano que ha recibido como sujeto de una educación culta y popular. De tal forma que debe su conocimiento de los astros a (digamos) Egipto y Babilonia, y los mínimos indispensables de preparación y cocción de alimentos a las edades antediluvianas del conocimiento prehistórico. Con ello, Marx combatía diversos prejuicios del capitalismo liberal que no interesan acá.
  2. Mucho más importante, y si consideramos las concepciones gnoseológicas del materialismo vulgar de su época, o sea, de que el cerebro es el asiento del pensamiento; podemos llegar a la conclusión que, si bien el cerebro es condición necesaria, no es condición suficiente para el pensamiento. Si Robinson Crusoe hubiera sido criado, digamos, por una manada de lobos, pudiera, sin dudas, alimentarse mejor que nuestro Robinsón ilustrado, pero sería incapaz de medir el paso del tiempo por los astros, ni de intentar construir una balsa para huir de su infortunada condición insular.

O sea, nuestro personaje sobrevive no por el hecho de ser un hombre de su época, sino por el hecho de tener una educación adecuada en marinería y supervivencia básica. Distinguimos aquí tres condiciones para el pensamiento humano, cada una necesaria, pero no suficiente: 1. la existencia de un cerebro 2. Un medio para relacionarse con el mundo y 3. Una retroalimentación por parte del mundo. A continuación, conduzco al lector a la importancia del segundo.

Iliénkov y el experimento de Meshcheryakov

Evald Iliénkov, filósofo y portento pedagogo soviético, rescató el valor filosófico del defectólogo Alexander Meshcheryakov y sus experimentos con niños sordociego-mudos. Como resulta lógico, en estos casos faltarían los elementos dos y tres, pero existe el primero, de tal forma que, siguiendo la línea fisiologista de que el cerebro es el asiento del pensamiento, estos niños deberían tener formas normales de conocimiento, lo que no ocurre.

Sin entrar aquí en detalles, con los trabajos de Meshcheryakov e Ilienkov se hizo posible una educación normal de estos niños, hasta el punto en que eran capaces de escribir cartas y reflexionar sobre la realidad que les rodeaba. Pues aquí estriba el meollo de la cuestión, ¿Cuál es el médium para interactuar con la realidad en este caso? Considerando que a través del tacto se logró una educación efectiva con estos individuos. ¿No será acaso la piel un asiento de pensamiento tan legítimo como el cerebro?

Entonces, para considerar coherente el plan malévolo del científico que nos coloca en la cubeta, ya no basta con un cerebro, sino que debe incluir las manos y los pies, de tal forma que nuestra cubeta se hace cada vez más estrecha e inconsistente.

Psicoanálisis y placer de órgano

Pero ¿terminan nuestras posibilidades de pensar aquí? Sigmund Freud, en su Introducción al narcicismo explora la vida anímica de los hipocondriacos. Efectivamente, cuando nos duele, o pensamos que nos duele cualquier órgano del cuerpo, retiramos toda la libido del mundo y la concentramos en el órgano en cuestión. Para ello cita a un humorista decimonónico, que describe a un poeta con dolor de muelas: “En la estrecha cavidad de su muela se recluye su alma toda” (Freud, 1976, p. 79) O sea, toda poesía, toda inclinación hacia el mundo exterior, cesa en el momento del dolor, y a partir de aquí todo pensamiento estará mediado por el dolor de muelas.

Alfred Adler, un seguidor de Freud, se acerca al problema de otra forma. En su Estudio sobre la inferioridad de los órganos y su compensación psicológica, analiza la vida anímica de personas con malformaciones externas e internas de diversa naturaleza. El individuo puede, por una parte, lamentarse de su discapacidad y frenar su desarrollo espiritual o, por otra parte, complementar su discapacidad compensándola con una intensa concentración de atención y energía anímica en el órgano en cuestión, de tal forma que lo que debería ser una discapacidad se convierte en un medio para un desarrollo espiritual vigoroso. De cualquiera de las dos formas, su inferioridad de órgano es fundamental en su relación gnoseológica con el mundo.

El verdadero asiento del pensamiento es el hombre en sus relaciones con el mundo, no existe tal cosa como una esencia humana ajena al mundo, pues la esencia del hombre no es más que sus relaciones materiales e ideales con el mundo.

Reflexiones finales sobre la integralidad material de la cubeta

Para concluir, queda claro que el pensamiento es más que cerebro, que es su condición suficiente, pero no necesaria. Hagamos un inventario de que añadir a la cubeta para que sea creíble como hipótesis. En primer lugar, ya contenía a un cerebro que flotaba alegremente en ella. En segundo lugar, hay que añadir (mínimamente) a la piel de las extremidades del cuerpo, haciendo un poco estrecha a la cubeta. Y, en tercer lugar, debemos añadir a todos los órganos externos e internos del cuerpo. Observando que, ¡Vaya sorpresa! La cubeta se ha roto, pues contenía un cuerpo humano exactamente igual al que buscaba emular virtualmente. El verdadero asiento del pensamiento es el hombre en sus relaciones con el mundo, no existe tal cosa como una esencia humana ajena al mundo, pues la esencia del hombre no es más que sus relaciones materiales e ideales con el mundo.

Por tanto, cuando el Perseverance, y aquellos que lo dirigen a distancia, vuelvan a encontrar una extraña roca verde o un misterioso arcoíris a la distancia, tendrán que volver a la filosofía para redefinir el concepto de vida: pues puede existir pensamiento en la más humilde bacteria y, de ser inteligente a los estándares terrícolas, su pensamiento no estará circunscrito, de ninguna forma, a los meros límites del cerebro.

Referencias

  • Freud, S. (1976). Obras Completas (2 ed. Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu.
  • Morin, E. (1986). El conocimiento del conocimiento. Madrid: Cátedra.

20 Comments

  1. Me parece muy interesante esta teoría q no conocía y me suscita la pregunta suficiente ¿suponiendo q la hipótesis del experimento en la cubeta sea cierto lo q concebimos como dios o dioses no serian mas q los seres q controlan nuestra simulación?

  2. Podrían ser concebidos como tal, pero de manera indirecta. O sea, su mérito como dioses no puede ser que sean percibidos como los controladores del experimento, ya que eso implicaría que el cerebro fuera autoconciente de que es un cerebro en la cubeta.

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