Memeología ilustrada en tiempos del selfie

junio 12, 2024
Dispositivo móvil para hacerse selfies
Photo by Steve Gale on Unsplash

«No todos venimos del mono; algunos van…»
Meme de Ricardo Castella

Tristemente, nada parece indicar que la Era del Selfie, que prácticamente acabamos de estrenar, sea la mejor preparada para afrontar el Cambio Climático. Este lleva con nosotros, en el «para sí» de la Conciencia, desde los años setenta del pasado siglo, pero ciertas corporaciones pagaron para ocultarlo. Tanto que uno se barrunta ya a estas alturas si fue para financiar y preparar a la vez la actual Era del Selfie. Porque es claro que si uno viaja hoy al Taj Mahal, no se pregunta si en una década el lugar va a estar insoportable debido a un incremento de calor, humedad y presencia de insectos (que, por cierto, primicia: están siendo diezmados a mansalva por el Antropo-obsceno). Lo que realmente se pregunta es si mi sonrisa de triunfo con el dichoso Taj Mahal al fondo va a recolectar muchos likes entre mis paisanos sedentarios. El «like» es al «selfie» lo que el payaso listo al payaso tonto, solo que, al final de la función, de repente ambos intercambian sus papeles.

Leí que cada año en EE. UU., el país presuntamente más adelantado del globo, una media de 27 personas se colocan un arma cargada en la sien para hacer la gracia en las redes. Cuando tienen que disparar el selfie, por descoordinación psicomotriz o por puros nervios, aprietan el gatillo en vez de pulsar el botón rojo del móvil. Ciertamente, malvivimos en el peor mundo posible para que la gente en general, nuestros co-terrícolas, por decirlo así, comiencen a pensar en términos del planeta en vez de hacerlo en las coordenadas co-tontícolas de los colegas de la bolera y sus mujeres, o, si se quiere, de las chicas de yoga y sus maridos. No obstante, el ser humano nunca decepciona del todo, y donde por alguna herida sangra, también por otro flanco pone un torniquete.

En este caso, el torniquete de la Era del Selfie, este micro-eón cósmico en el que hasta los ultramillonarios como Elon Musk o Mark Zuckerberg se retan a una pelea callejera para recibir likes (¿alguien imagina algo así en los Rothschild, Rockefeller, Carnegie o March de la primera mitad del siglo XX?), prestigio y dólares, es, en mi opinión, los memes. Esos memes cutres que detienen nuestra mirada un nanosegundo mientras hacemos scroll, pero que alguien muy ingenioso, con conocimiento de tratamiento de imágenes y con tiempo libre, ha elaborado en una tarde de su vida.

Hace un rato, he estado scrolleando Facebook, pero no para pinchar enlaces de artículos o suspirar ante fotos de gente que se hace selfies o se los hacen a su siguiente colación, sino para ver o leer memes. En media hora, lo juro, he hecho desaparecer ante mis ojos, como si se trataran de marcianitos del Space Invaders del año ´78, al menos 25 o 30 que eran simplemente geniales y dignos de recordar. Tal como yo lo veo, gastarse un dinero en ir a hacerse un selfie en el Taj Mahal no tiene mérito alguno y además se puede apañar con un buen Photoshop. Pero dar con el meme perfecto que se ríe de la actualidad adecuada, sea política, cultural o meramente subcultural o anecdótica, requiere del talento de un genio, y no del de un mono. Un mono, si le enseñas a emplear la cámara del móvil, se hará muchos selfies disfrazado de Cheeta, pero para que a un friki se le ocurra un meme asociando a un mono con el lector del meme hace falta haber recorrido 5000 años de cultura post-Cromañón.

Richard Dawkins alumbró el concepto de “meme” queriendo explicarse a sí mismo cómo los seres biológicos, todo química y Selección Natural, son capaces de transmitir mensajes que, sin embargo, no se encuentran en su paquete genético. Su solución fue tan burda que la gente realmente lista, que apenas sabe nada de Biología o de la Teoría Sintética de la Evolución, ha cogido esa idea y la ha convertido en todo un género: el género contemporáneo del gran humor y de la gran sátira de las costumbres. Es una pena que no se pueda convocar un concurso al mejor meme del año, con la misma periodicidad que los Óscars de Hollywood, porque la afluencia sería tan masiva —y tan poco dependiente del capital aportado previamente— que sería imposible elegir un ganador. Pero, bueno, yo creo que en el ínterin nos lo íbamos a pasar en grande, más todavía si estuviéramos cansados ya del selfie, del Antropo-obsceno e incluso del pobre Taj Mahal…

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