Argentina Campeón del Mundo. Surge una obligación a todo hincha: expresar su alegría. No es obligado para mí. Seguidor desde los ocho años, y lejos del Obelisco por nacimiento, me sumo a las celebraciones según mis medios. Le salto y casi lesiono a mi casi sexagenario padre; saldo la deuda infantil. Cumplimos la peregrinación prometida en el calor del juego y caminamos diez modestos kilómetros en una Habana poco indiferente a la camiseta albiceleste de mi paterno compañero. Por nuestro incumplimiento no queda cualquier fracaso futuro. Exclamaciones, fotos, brindis, mensajes y publicaciones triunfales en redes se suceden en un mismo día. En los posteriores, las demostraciones siguen. La identidad se vuelve culmen del proceso.
Las redes sociales son el espacio de expresión más inmediato. La foto de contacto, el mensaje más directo. Apenas la Copa es alzada, una bandera argentina con su sol modo thug life se encarga de presentarme al mundo. Vista la creatividad de los hinchas con su enseña nacional, pierdo la preocupación de ofender. El proceso escala. Un sonriente Messi rodeado de los regalos por él recibidos en una hipotética realidad cubana se convierte en mi sello distintivo. Pasado poco tiempo, recibo mensaje de mi esposa: <Quita esa foto fea que no te reconozco>. Mi respuesta es tajante: <Mi amor, ya te dije que quiero hacer feliz a Messi, la foto se queda>. Para sorpresa mía y de cualquier esposo medio, la bravata obtiene risas y un breve <Está bien> por respuesta. Mi cabeza de filósofo se da cuenta de lo universal del problema: millones están siendo felices por uno. Toca pensar en ello.
Mi cabeza de filósofo se da cuenta de lo universal del problema: millones están siendo felices por uno. Toca pensar en ello.
El Mundial, ha sido el de los números de Messi. Récords de partidos, goles, asistencias, y otras variantes futbolísticas, engrosan las cifras capaces de convertir este artículo en uno de tipo deportivo. Los números dentro de la cancha asombran. Pero uno de fuera del terreno intimida. Implican la derrota de un huevo. El lector atento al triunfo argentino ya habrá entendido.
Vuelven las redes sociales. Instagram hace honor a su nombre y captura el épico instante del alzamiento de la Copa del Mundo por el capitán del equipo ganador. Un día transcurre y los cincuenta y siete millones de Me gusta acumulados por la foto de un huevo, son desbancados por los sesenta y tres millones del astro argentino. Un récord extrafutbolístico es obtenido: el Guinness. El hecho no merece ser banalizado. Posteado para atacar el estereotipo de la celebridad, el huevo cumplía su objetivo a cabalidad. Ningún famoso, poseedora o no de mérito su fama, conseguía sobrepasarlo. El primer, y tal vez único título mundial de Messi, lo lograría. El logro, no se limitó a lo numérico, la relación conceptual era invertida. El símbolo anti-celebridad era derrotado por una celebridad en menos de veinticuatro horas. Sería una buena idea preguntarse cómo ocurrió.
Debemos remitirnos a la multitud reflejada en la millonaria cifra. Messi, en este Mundial, ha sido multitudinario. Un boxeador mexicano daría la primera prueba. En reacción a una camiseta mexicana pisada por el jugador argentino en las celebraciones por la victoria albiceleste ante el Tri, el Canelo Álvarez lanzaría violentas amenazas a través de sus redes. La respuesta colectiva fue inmediata. Desde todos los sectores, la defensa de Leo Messi fue masiva. Figuras del deporte y la prensa desestimaron el trasfondo simbólico invocado por el Canelo, y ni siquiera el orgulloso sentimiento nacional mexicano salió en su apoyo. Hasta la violencia por él encarnada obtuvo rivales en el mítico Myke Tyson y el temible Zlatan Ibrahimovic. La disculpa ofrecida por el Canelo convertiría el suceso en un efímero pasatiempo, revelador de una de las emociones colectivas despertadas por Messi: la protección.
El diez, cumple con todos los requisitos. Pequeño, de apariencia débil e introvertido, evoca con rapidez la figura del hermano menor. El boxeador multicampeón, representa todo lo contrario. Sus amenazas, reflejaban en la imaginación colectiva, una posibilidad de peligro. Pocas esperanzas habría para Messi ante una pelea con Canelo. La multitud, actuaba de manera protectora ante el imaginario enfrentamiento. Pero, además del jugador, ¿qué era protegido? Me arriesgaría a responder: su talento.
La respuesta, abre un trasfondo más grande para entender el impacto emocional de Messi en este Mundial. Un breve acercamiento a la selección argentina ofrecerá más claridad. Previo al certamen, la serie documental Rumbo a Qatar, mostraba las interioridades del seleccionado. Entre ellos, destacaba el encuentro generacional. Jugadores en los inicios de la veintena, acompañaban al ídolo de sus infancias, cercano ya a los finales de su carrera. Una premisa era común a todos: ganar por Messi. Similar intención se ha visto durante y después del torneo. Poca sorpresa debería causar la buena disposición de los compañeros de equipo. Incluso lo pragmático podría explicarlo: el éxito de uno implica el de todos. Y en el particular de Messi: el éxito del mejor del mundo garantiza el del equipo. Razonamientos válidos desde el 2010 hasta el 2018, se hacen insuficientes tras dieciséis años de intentos mundialistas por parte del capitán argentino. Qatar, rodeaba al jugador de una nueva visión. La selección, obvio espacio de apoyo, limita una visión de la imagen completa. Debemos por un momento salir de su ámbito.
Motivado por una clara animadversión, un periodista español valoraba al certamen de lavado de cara en pos de la victoria de Messi. Ignorada la maledicencia, un problema objetivo asoma: Qatar ha sido, en efecto, el Mundial de Messi. Pero el hecho, es de imposible comprensión sin una pregunta: ¿para quién lo ha sido? La tentación de la respuesta obvia debe evitarse. Messi no debe asomar. Algo más aparte de él deseaba su victoria.
El lector eufórico por la victoria argentina, de seguro ha convertido en un hábito la navegación por Youtube. Las últimas dos semanas, han transformado los algoritmos y convertido a la selección en la protagonista de los contenidos de sus seguidores. Y al fanático autentico, no debe haberle pasado inadvertido un tipo de video muy específico. Lo describimos. Recuadro de presentación, en apretado espacio, aparecen Infantino, el Emir de Qatar, cualquier símbolo de dinero y un emocionado Lionel Messi con la Copa del Mundo. El título del video no deja lugar a dudas. Algo tipo La élite ya eligió al campeón, deja las expectativas claras. El fanático verdadero lo elimina. Este texto lo necesita por breve tiempo.
El contenido de tales videos es fácil de imaginar. El triunfo argentino, no dependió de la calidad de sus futbolistas. Poco influyeron el dominio albiceleste durante ochenta minutos de juego final, la capacidad de recuperación ante el inclaudicable Mbappé, la heroica atajada del Dibu Martínez o el último cobro de penales de Montiel. Dentro de la visión conspiranoica, sólo el trasfondo de las relaciones de poder podía permitir la conquista argentina. Tres fracasados mundiales desde el 2010 no son explicados. El interés de la élite en el paso a la historia del desconocido Mario Götze con su gol de la victoria en la final Alemania-Argentina en el 2014 no es abordado. Para la conspiranoia, se trata de una concesión final de las élites económicas y políticas con Lionel Messi. Llana visión del mundo, su inversión permitirá saber quiénes deseaban un Mundial para el capitán argentino.
Poco importan las élites a este análisis. Si de hecho, deseara especular, me atrevería a pensar en una preferencia del Emir de Qatar por el mítico Messi sobre el ascendente Mbappé en el instante de la investidura del bisht. Pero habla el hincha por Argentina, necesario de sustituir por el autor objetivo. Qatar 2022, ha sido un Mundial ético. Ética no solo limitada a los valores deportivos, sino, remitida al proceso emocional colectivo hacia un individuo. La pseudo polémica provocada por el Canelo Álvarez nos acercó a una de estas emociones. El encuentro generacional dentro de la selección argentina, nos anunció la principal. Objeto de análisis de este artículo, no debe posponerse más. Tiene un imponente nombre: solidaridad.
Mantendremos el procedimiento. Para entender el proceso solidario colectivo hacia Messi, no podemos limitarnos al seleccionado argentino. En cambio, podemos auxiliarnos de otra absoluta emoción: el odio. Amplias fueron las muestras de este grave sentimiento hacia el jugador. Un lugar concentra los mejores ejemplos. Para sorpresa del lector, no es virtual. Posee un sitio en el mapa. Justo en el lado occidental, bien abajo del hemisferio sur, se encuentra el país mayor productor de odio hacia Messi: Argentina.
Poco comparable es el odio de los fanáticos de Cristiano Ronaldo hacia su eterno rival con el de los argentinos hacia su ídolo. Basta cualquier narración pre Copa América 2021 para notarlo. Iracundos reclamos de narradores por fallos en tiros al arco, acusaciones de europeo por escandalosos comentaristas, dedicatorias de insultantes videos y agresivos comentarios en redes, hacen difícil de creer la devoción actual. El extremo, llevaría al jugador a la renuncia a la selección, igual de difícil de creer tras el triunfo actual. Una narrativa sin fallos abriría su llegada a Qatar. Al hombre exitoso, lo rondaría el fracaso.
Es innecesario narrar aquí las venturas y desventuras del Mundial. Sobran las repeticiones en redes cargadas de todo tipo de detalles. En este punto, resta responder las preguntas planteadas desde el inicio. ¿Quién deseaba la victoria de Messi? El Otro. Indefinible figura siempre, la otredad, superior a cualquier detallado plan elitista, construyó la solidaridad colectiva hacia el capitán. La respuesta podía imaginarse. Difícil a la imaginación resulta el por qué. El cinismo puede entrometerse con facilidad. ¿Por qué desear la felicidad a quien tiene más? Esta interrogante podrá desarmar cualquier buen deseo. Messi no tiene más, lo tiene todo. La terrible palabra alemana schandenfreude, destinada sólo al deseo del mal del otro, podría alzarse por la victoria francesa, o ser indiferente a la argentina. ¿Qué necesitaba el Otro para desear el triunfo de Messi?
La felicidad de los futbolistas, a veces resulta irreal. Fama, riqueza y triunfos se unen en una combinación imposible de alcanzar por separado para cualquier individuo medio. La foto de cualquiera de sus muchos trofeos muestra de todo menos sufrimiento. Messi, con cuatro Champions, más Ligas españolas y sobradas hazañas deportivas, encerraba pura alegría en todas sus fotografías, excepto en la de la Copa Mundial. Presente en la Selección desde el 2006, estrella desde el 2010, las expectativas en torno a su triunfo eran lógicas. Años de fracaso, lo hicieron incomprensible, y humanizaron ante el Otro su futura felicidad. Despertaron en esa inmoldeable masa humana, la máxima de la ética: el deseo del deseo del otro. Convertido en igual a través del sufrimiento, la solidaridad fue la tabla de salvación lanzada desde la principal premisa del seguidor del deporte: la identidad.
Cuarenta y siete millones de argentinos, otros millones más en el mundo, y este cubano que le escribe, son felices por Messi, no por reflejar su mera victoria, sino por la identidad en sus fracasos. Esta otredad, no será Messi.
Cuarenta y siete millones de argentinos, otros millones más en el mundo, y este cubano que le escribe, son felices por Messi, no por reflejar su mera victoria, sino por la identidad en sus fracasos. Esta otredad, no será Messi. No alzará una Copa del Mundo, no portará la tercera estrella, no se convertirá en el mejor de la historia. Pero el miedo a la derrota, vivido día a día por ese Otro, lo convertirá, por breves instantes, en su igual.
Tal vez sorprenda al lector lo pretendido en este artículo. La victoria de Argentina, ha sido convertida en un solemne problema filosófico. Nos hemos preguntado por qué millones son felices por Messi. Una parte la hemos respondido. Ya vimos a los millones convertidos en sujetos éticos deseosos de la felicidad de otro. Resta el segundo extremo del problema. ¿Y Messi? ¿Cuál sería su deber ético? La respuesta es sencilla: ser feliz por esos millones. Asombran los desafíos que le surgen a diario.