El éxito es algo que llega, usualmente, cuando toca y no cuando se quiere. En el caso de Sigmund Freud, ocurrió en la tardía fecha de 1899, cuando contaba con 43 años. Lo que ocurrió en su vida antes de esta fecha se sabe mucho menos que lo conocido en su vida posterior, en especial es un período muy oscuro el que ocupan los primeros años de su vida. Según Jones (1981, p. 22), destruyó dos veces todos sus documentos personales, en el período que contiene sus recuerdos de niñez y los primeros años de médico practicante.
Sobre la base de la oscuridad de este periodo, es que se han levantado numerosas mitologías sobre su juventud. De todas estas fantasías, la más mediática es, sin dudas, la que describe el episodio de consumo de cocaína, que abarca de 1884 a 1887. El hecho de que Freud negara enfáticamente la posibilidad de una biografía suya post mortem, unido a toda la algarabía que sus teorías habían causado para 1939, propició que proliferaran infinidad de biografías apócrifas que describían la vida del padre del psicoanálisis como si de un personaje de folletín se tratase.
Atacando esto es que Ernest Jones, último sobreviviente del círculo interno freudiano, y con la anuencia de su familia, se da la tarea de escribir esa monumental obra que es Vida y obra de Sigmund Freud. Por eso me apoyo hoy en sus páginas para relatar el triste episodio de la cocaína, y contrastarlo con algunas fuentes que trabajan también el tema.
Como ya había dicho, el éxito le fue esquivo a Freud hasta principios del siglo XX. En los capítulos cuatro y cinco del primer tomo, Jones describe las peripecias de un joven judío que aspiraba a la grandeza y que, considerando sus pobres condiciones económicas, eligió la medicina como la única profesión que le permitía unir investigación con la posibilidad de un sustento digno. Pero lo cierto es que a Freud nunca le gustó la medicina: la Filosofía era más acorde a su mente imaginativa y dispersa. Justamente por ello, y fue Freud siempre un hombre profundamente autocrítico, decidió la ciencia como un intento de dar orden y rigor a su pensamiento.
Pero todo, por supuesto, a regañadientes. Aunque obtuvo excelentes notas en su carrera, muy pronto se decantó hacia la investigación fisiológica, y pasó algunos años de su juventud trabajando con el fisiólogo Brücke, que le tenía en alta estima. Sin embargo, para 1882 conoce a Martha Bernays, quien sería su futura esposa. La situación ahora exigía que, para poder casarse, debía garantizar un sustento fijo que la investigación pura no podía dar. Es por ello que comienza su experiencia práctica en hospitales, rotando en especialidades como se hace ahora, y buscando una experiencia general para poder regentar una clínica particular.
Sus deseos de grandeza, a pesar del empuje anodino de la vida material, no cesaron nunca. Y es por eso que para 1884 entra en contacto con algunas investigaciones sobre el uso indígena de las hojas de coca para obtener energía. Hacía poco se había sintetizado el alcaloide, y era posible conseguir en laboratorios especializados cantidades modestas de cocaína para experimentación.
En sus tiempos con Brücke, Freud había entablado amistad con Ernst von Fleischl-Marxow, otro ayudante de fisiología en el laboratorio. Fleischl había contraído una infección en su trabajo, que le había provocado la amputación de parte de su mano, y que le provocaba profundos y crónicos dolores. El tratamiento para este tipo de dolor era la morfina, que curaba el dolor, pero generaba una profunda adicción. Por ello Freud tuvo la peregrina idea de utilizar en él la cocaína como cura para su adicción. El efecto fue inmediato, el paciente fue sustituyendo lentamente una adicción por otra, pero alivió también parte de sus síntomas.
Ante este descubrimiento, Freud se lanza al estudio de los efectos de la cocaína. Consumiendo alrededor de una centésima de gramo al día, describe una euforia y aumento de energías, y comienza a recomendar su uso para casos de depresión. Evidentemente, se podría decir que se convierte en un adicto, pero Jones (1981, p. 99) argumenta que Freud fomentaba el uso desde la ignorancia de sus síntomas, y que para caer en adicción a la cocaína hay que tener una predisposición mental específica (cosa que desconozco, pero pongo en duda). Lo cierto es que, según se declara en el texto, el gramaje que consumía era mínimo, y no necesariamente todos los días.
Lo que sí es cierto es su confianza casi ciega en los milagros de la cocaína, y su recomendación de uso en muchas situaciones. Si bien Freud era un hombre afectuoso en sus cartas a Martha Bernays, podemos detectar en éstas algo de euforia, y quizás alguno que otro síntoma de consumo:
“¡Ay de ti, mi princesa, cuando yo llegue! Te besaré hasta ponerte toda colorada y te voy a alimentar hasta que te pongas bien gordita. Y si te muestras díscola, verás quién es más fuerte, si una gentil niñita que no come bastante o un hombrón que tiene cocaína en el cuerpo. Cuando mi última depresión tomé cocaína otra vez, y una pequeña dosis me elevó a las alturas de una manera admirable. Precisamente me estoy ocupando de reunir bibliografía para una canción de loa a esta mágica sustancia” (Jones, 1981, p. 102).
Pero la intención no era sólo curar a un amigo, pues Freud también intentó buscar vías de aplicación de la cocaína como anestésico, ya que su aplicación tópica o subcutánea tenía efectos adormecedores. Una de esas ideas fue la posibilidad de ser utilizada como anestesia ocular. Freud le comenta su idea a un colega, y lo invita a investigar a fondo. Pero es Carl Koller, otro colega, quien escuchó la idea, y se adelantó en la aplicación anestésica de la droga. De no haber centrado Freud sus esfuerzos en curar a su amigo, quizás sería ahora el padre de la anestesia ocular y no del psicoanálisis. Habría recibido, sin dudas, muchísimos vítores y cero escarnios.
Por suerte o por desgracia, no fue así. Hacia 1986 ya había evidencias irrefutables del carácter adictivo de la cocaína. Freud reconoció rápidamente su error, pero ya el daño estaba hecho: su amigo Fleischl había pasado de una adicción a otra peor. Aún así, se tuvo en cuenta el poco conocimiento que existía sobre la droga y el episodio no ensució la reputación de Freud en la academia vienesa. De hecho, el informe de su viaje a Paris le trajo muchos más problemas por esa época, pero eso es otra historia.
Como ya había comentado, el episodio de Freud y la cocaína levantó y levanta profundas pasiones en la comunidad científica. Veamos algunas de ellas.
Uno de los textos más interesantes resulta The freudian fallacy: Freud and Cocaine, un negacionista total de cualquier aporte positivo de Freud a la humanidad. Ya desde el prólogo, el doctor Raymond Greene comienza el ataque con dos aseveraciones de cuidado: que debemos a Freud su “ridícula teoría de la sexualidad infantil” y que en su experiencia no ha conocido a nadie que haya curado sus neurosis por el psicoanálisis (Thornton, 1986, p. 8).
El libró en sí es aún mejor, comienza con la afirmación de que el inconsciente no existe, pues es un producto de la mente intoxicada de Freud bajo los efectos de la cocaína. Niega la versión de Jones, y asegura que Freud retoma su adicción en 1892, de tal forma que su “neurosis creativa” que le lleva, en definitiva, al descubrimiento del psicoanálisis, es otro producto de su adicción (Thornton, 1986, p. 9).
De hecho, afirma que la caracterología general de Freud describe a un cocainómano: cambios de humor, conciencia nublada, lapsus de memoria, una relación tormentosa con sus discípulos, etc. (Thornton, 1986, p. 10). Lo cierto es que, si bien el libro comienza muy mal, no es por ello una inmensa falacia ad hominem. Existen abundantes elementos para sopesar en el texto, pero sobre él orbita el fantasma general de una idealización de la droga que comienza en la década del 60, que continua en los 80 y que este autor critica debido a una plaga por la proliferación de textos sobre el tema.
Quizás el problema de Thornton era más con su presente que con Freud, pero lo innegable es que el episodio de Freud con la cocaína podría fundamentar que parte de sus descubrimientos psicoanalíticos estuvieran ligados al consumo. Ello presenta una duda razonable, ¿pero qué decir de otros que comparten la realidad del inconsciente? Efectivamente, desde esta visión habría que condenar como drogadictos a pensadores como Jung, Klein, Lacan o Zizek que, desde diversos esquemas metodológicos, han llegado a afirmar la existencia del inconsciente.
Bastos (2001), por otra parte, nos brinda una opinión más moderada. Los Papeles sobre la cocaína de Freud se publican el 1974, lo cual justifica la inmensa alharaca que sobre el tema se levanta en la década de los 80. Pero lo que más destaca el artículo es la capacidad de Freud a aprender de sus errores, pues defiende de Freud aquello que llaman ahora “resiliencia”:
“Los artículos acerca de la cocaína y otros artículos escritos en el mismo período, representan diferentes intentos realizados por el joven Freud para abrir nuevas vías en el conocimiento del alma humana. Beneficiándose de los esfuerzos acumulados en su experiencia empírica y teórica, pero también profundamente afectado por sus derrotas (posteriormente reevaluadas por él en el análisis de sus propios sueños), él se convirtió en el fundador de una nueva disciplina: el psicoanálisis” (Bastos, 2001, p. 2).
Shaffer (1984), nos da otra visión del tema, pues comparte la opinión de que el episodio de la cocaína, para bien o para mal, lo lleva al descubrimiento del inconsciente. Incluso llega a afirmar que la descripción de los efectos de la cocaína, realizada por Freud, es la más prolija que se ha hecho jamás (Shaffer, 1984, p. 205). De hecho, una acertada descripción de Freud es el hecho de incluirlo en un conjunto de mentes geniales que tienden a la premura por seguir el dictum ilustrado de conocer: “Über Coca ilustra la ingenua tendencia de algunos energéticos investigadores, a creer que es posible curar la dependencia química de una droga simplemente sustituyéndola por otra” (Shaffer, 1984, p. 206). Evidentemente, ningún actor del descubrimiento científico está más allá de consecuencias indeseables; y en su caso, no iba a constituir la excepción.
La experiencia de la cocaína nunca fue olvidada por Freud. En sus últimos escritos insiste aún en la necesidad de una “bala mágica para la mente” (Linn, 2002, p. 1159) que pudiera sustituir el psicoanálisis. Pero ello habría cerrado la vía al inconsciente, pues un acercamiento meramente somático no sustituye la cura espiritual que el psicoanálisis realiza, en el hecho de dar voz a las exigencias mas profundas de nuestro ser.
A manera de conclusión, podemos coincidir en que el episodio de la cocaína fue un momento traumático en la vida de Freud; que trajo, como todo trauma, una enseñanza epistemológica acerca de los peligros de la experimentación. Decir que Freud descubre el inconsciente bajo los efectos de la cocaína no añade ni quita nada al valor del descubrimiento. De hecho, existe una gran tradición actual de psicodelia muy bien legitimada en la ciencia. Desviarse hacia la cocaína es una falacia ad hominem contra Freud, pues no brinda ningún argumento que invalide el inconsciente. El hecho de que otros lo constaten desde metodologías dispares apoya esta idea.
Sigmund Freud es un genio innegable, y el pigmeísmo de quienes le critican por medios tan sucios, no hace mella, ni por asomo, en su grandeza.
Referencias
Bastos, F. I. (2001). Sigmund Freud – ‘‘The Cocaine Papers’’, a personal appraisal. International Journal of Drug Policy, 12, 115-117.
Jones, E. (1981). Vida y obra de Sigmund Freud (Edición abreviada) (2da ed.).
Linn, L. (2002). Freud’s encounter with cocaine. Japa, 4.
Shaffer, H. (1984). Uber Coca: Freud’s Cocaine Discoveries. Journal of Substance Abuse Treatment, 1, 205-217.
Thornton, E. M. (1986). The freudian fallacy: Freud and Cocaine. Paladin Grafton Books.