Immanuel Kant: Impronta del estoicismo en la concepción kantiana de la historia

La paz no es natural en los hombres y llegar a ella sólo es posible como una conquista de la voluntad consciente, de una exigencia de la razón práctica que impone su veto contra las guerras
marzo 4, 2024
Immanuel Kant
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La teleológica concepción kantiana de la historia parte del análisis de aquellas condiciones no empíricas que posibilite comprender racionalmente y dotarle de sentido a la historia. De esta forma pensó que entre los períodos de oscuridad y esplendor de la humanidad hay un fin determinado que la Naturaleza había trazado a través de un plan oculto. Y ese fin es la paz perpetua, en donde el progreso de la humanidad y sus instituciones políticas permiten alcanzar, aparte del despliegue de la moralidad de los hombres, la sociedad de naciones republicanas reguladas entre sí por el derecho cosmopolita en el cual los individuos transitan de un territorio a otro sin ser tratados hostilmente. Este breve esbozo  en gran medida es deudor del estoicismo, en donde elementos como la Naturaleza en tanto Providencia, el cosmopolitismo por medio de la unidad racional de todos los hombres en tanto unidad moral y la justificación del mal están presentes. Entonces ¿cómo Kant moldeó a su sistema las ideas de estos pensadores antiguos?

Primeramente hay que partir por la exposicion a grandes rasgos de la doctrina estoicista para así apreciar con mejor claridad el grado de influencia de sus ideas en Kant, empezando por la idea de cosmopolitismo. Este concepto, con reminiscencias cínicas, es una derivación del ideal del sabio en el cual el hombre al ser social por naturaleza lo que determina su pertenencia a la comunidad es su condición de ser racional, sin convenciones locales: «solo en los sabios existe la amistad, por razón de la semejanza: y que la amistad es una comunión o comunicación entre los amigos, de las cosas necesarias a la vida» (Diógenes Laercio, 1792, pp. 135-136). Aquí la amistad se resume en la cooperación entre hombres racionales, lo cual no le quita el carácter independiente del sabio sino que le da un nuevo sentido a lo que se entiende por amistad. Para que la acción individual resulte efectiva es necesario vincular la necesidad personal a los fines y aspiraciones comunes, cooperando con el prójimo. El sabio, por su sociabilidad, «está dispuesto para el afecto y la amistad (…) y en la medida de sus posibilidades, estará en armonía con la mayor parte de los seres humanos» (Boeri, M. D, 2003, p. 221).

Esa cooperación que se da entre quienes se dejan regir por los principios generales de la razón da origen la comunidad mundial de sabios, una fraternidad universal con ciudadanía común (kosmopolites), En el mundo como totalidad simplemente se hace caso omiso de las diferencias entre los hombres, meras consecuencias de lo externo. Habiendo un universo divino y una única naturaleza racional, la conducta apropiada para todos los hombres tiene que ser una: «no debemos ser ciudadanos de Estados y pueblos diferentes, separados todos por leyes particulares, sino que hemos de considerar a todos los hombres como paisanos y conciudadanos; que el modo de vida y el orden deben considerarse uno solo, como corresponde a una multitud que convive alimentada por una ley común» (Gredos, 1996, p. 150).

El sabio, en cuanto modelo de racionalidad identificado con el virtuoso, es lo que acorde a la rama de la ética se entiende como el propósito que el hombre tiene que perseguir en su búsqueda de la felicidad (eudaimonía) autónomamente: ejerciendo la virtud o areté* siguiendo los designios de la naturaleza o razón: «el fin es vivir conforme a la naturaleza, que quiere decir, vivir según la virtud; puesto que la naturaleza nos conduce a ella (…) no haciendo nada de lo que suele prohibir la Ley común, que es la recta razón a todos extendida» (Diógenes Laercio, 1792, p. 116).

La paz perpetua – Immanuel Kant

Este modo de vida que proponen los estoicos se funda en el principio que opera en la Naturaleza llamado logos, un término que se interpreta como razón universal que conduce todo lo que hay en el mundo, quintaesencia que todo lo produce y que se extiende a través de todo cuanto ocurre en la naturaleza, equiparándose con Dios.

Esta razón inmanente y omnipresente identificado con la divinidad es el principio activo que en su coexistencia con el principio pasivo o materia inerte la configura y la mueve, conformando juntos el sistema unitario del que está dotado el universo. Se manifiesta a través de todos los seres por medio del instinto de la conservación. El hombre no es una excepción pero ese instinto de conservación va acompañado de un fin (télos) consciente y con arreglo a la razón con el cual poder desarrollar su propósito de autoperfección: «a los racionales les ha sido dada la razón como principado más perfecto, a fin de que viviendo según ella, sea rectamente conforme a la naturaleza; pues la razón es la directriz y artífice de los apetitos» (Diógenes Laercio, 1792, p. 115).

Este principio racional universal, que crea todo lo que existe, mantiene y dirige todo a través de un proceso de causas y efectos con una finalidad inmanente, al ser total e incuestionablemente bueno se deduce que no puede haber ningún mal en el mundo, es oportuno preguntarse qué justifica la existencia del mal. Para los estoicos la relación entre el bien y el mal es tan dependiente que uno no puede existir sin el otro, la concordia sólo puede existir si la discordia se manifiesta. La importancia de los antagonismos para escalar a niveles mayores de perfección entre los hombres sería un aspecto que Kant no pasaría desapercibido.

Ahora, en lo que respecta a éste pensador icono de la ilustración retoma la idea estoica de la naturaleza como un todo organizado internamente según fines, y acorde a una sabiduría providencial, donde nada es dejado al azar. Se presenta en la doble faceta de destino o «causa necesaria de los efectos producidos según leyes desconocidas para nosotros», y de providencia, en tanto «finalidad del curso del mundo, como la sabiduría profunda de una causa más elevada que se guía por el fin final objetivo del género humano y que predetermina el devenir del mundo» (Kant, 1998, p. 31).

Estos aspectos no andan separados, a pesar de que uno sea mecánico y el otro un sistema de fines. El hombre, en tanto ser fenoménico no puede captar en su totalidad las leyes del mundo natural al que pertenece y es arrojado a la causalidad mecánica sin poder escapar, pero por otro lado como ser nouménico** no está separado de la finalidad teleológica. Ante la insuficiencia de la explicación mecanicista de los fenómenos en términos de funcionalidad para un determinado fin, se emplea la razón a los fenómenos de la naturaleza orgánica por medio del juicio teleológico o reflexionante. Así surge «la idea de la naturaleza entera como un sistema según la regla de los fines a cuya idea todo mecanismo de la naturaleza, según principios de la razón (al menos para ensayar ahí el fenómeno natural), debe ser subordinado. Como meramente subjetivo, es decir, como máxima, le pertenece el principio siguiente de la razón: Todo en el mundo es bueno para algo; nada en él es en vano» (Kant, 2013, pp. 201).

Con este postulado se hace posible comprender racionalmente la historia, sus acontecimientos y su impacto en la humanidad y la sociedad. Empleando como hipótesis de trabajo el plan oculto de la Naturaleza, Kant intentaba «descubrir en este absurdo decurso de las cosas humanas una intención de la Naturaleza, a partir de la cual sea posible una historia de criaturas tales que, sin conducirse con arreglo a un plan propio, sí lo hagan conforme a un determinado plan de la Naturaleza» (Kant, 1994, pp.21-22). Encontrándose con múltiples sucesos sin orden ni lógica alguna, recogidos a lo largo del tiempo, aplica el principio de la teleología para otorgarle sentido a la historia de la humanidad y unidad al conocimiento empírico, ordenándolos progresivamente hacia un fin específico.

Ese fin que la especie humana debe llegar es la paz perpetua, contando como garantía a «la gran artista de la naturaleza, en cuyo curso mecánico brilla visiblemente una finalidad: que a través del antagonismo de los hombres surja la armonía, incluso contra su voluntad» (Kant, 1998, p.31). El antagonismo, definido por Kant como insociable sociabilidad, es el motor de la historia que impulsa a los hombres por medio de la violencia al progreso. Con estos impulsos contrapuestos de afinidad y hostilidad la naturaleza quiere que por medio de la discordia entre los hombres se desarrollen las disposiciones naturales a nivel de especie (mas no a nivel de individuo), alcanzando niveles mayores de racionalidad. Las guerras propiciaron las sociedades organizadas y jerarquizadas, el perfeccionamiento o desaparición de sus instituciones, la búsqueda de mejores condiciones de vida por medio de la ciencia y las artes, así como la ampliación de los límites de la libertad y la razón por medio de revoluciones tecnológicas, políticas y sociales.

La paz no es natural en los hombres y llegar a ella sólo es posible como una conquista de la voluntad consciente, de una exigencia de la razón práctica que impone su veto contra las guerras, de un convencimiento por parte de todos los estados de los efectos destructivos de las conflagraciones.

Es así como Kant proyecta tres fases hacia la paz: instaurar una república basada en el derecho, la cual en sus relaciones con los demás Estados imperaría el derecho de gentes o derecho internacional, para así llegar como último punto a la confederación regida por el derecho cosmopolita. Para que esa sociedad civil asuma eficazmente su papel de desarrollar a sus ciudadanos en el marco de la libertad es forzoso que a nivel internacional se rijan las mismas leyes que al igual que en las repúblicas regulen las libertades de los estados. Desde estas bases, y cumpliendo los artículos preliminares y definitivos del proyecto kantiano de la paz perpetua, sería posible instaurar la confederación con una normativa de alcance global que permita el libre tránsito de todos los seres humanos.

Este progreso escalonado hacia el fin por el cual la naturaleza quiere que el hombre se encamine se realiza sólo en el ámbito jurídico, en donde la moral es el resultado de ese progreso. Para Kant «no es el perfeccionamiento moral del hombre sino el mecanismo de la naturaleza el que lleva finalmente al derecho político», contrarrestando «las inclinaciones egoístas de manera externa (mecánica) y entonces la razón puede utilizarlo y “hacer un sitio” a su propio fin: la instauración de un orden jurídico y el fomento y garantía de la paz interna y externa, las que son condiciones, por cierto, del pleno despliegue de la moralidad en los hombres» (Molina, 2015, p. 485). En efecto, para Kant el progreso histórico no implica un avance en lo moral: «Sólo cabe esperar el progreso en la dimensión exterior, en el establecimiento de relaciones jurídicas a la luz de la razón práctica pura» (Höffe, 1986, p. 228), en tanto idea regulativa. El progreso del derecho crea un escenario que facilita el ejercicio moral del hombre, eliminando los obstáculos externos y armonizando las libertades. Instaurándose la federación mundial, una especie de reformulación de la estoicista comunidad de los sabios, como cúspide del progreso jurídico se erradicarían las guerras y podría destinarse aquellos recursos, que en otro momento se dilapidaban en los conflictos, a la educación desde una visión cosmopolita y a partir de ahí desarrollar las disposiciones originarias de la humanidad.

 

Notas

* Identificada con la razón, «se trata de un estado disposicional de la razón como un todo, una razón coherente, segura e inmodificable. Se trata (…) de lo rector del alma que, como una totalidad, se encuentra dispuesto virtuosamente» (Boeri, M. D, 2003, p. 120)

** Para Kant el noúmeno es la verdadera realidad que los sentidos no pueden  percibir.

 

 

Bibliografía

  1. Biblioteca Clásica Gredos (1996). Los estoicos antiguos. Madrid: Editorial Gredos, S. A.
  2. Boeri, M. D. (2003). Los estoicos antiguos sobre la virtud y la felicidad. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.
  3. Höffe, O. (1986). Immanuel Kant. Barcelona: Editorial Herder.
  4. Kant, I. (1994). Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia. Madrid: Editorial Tecnos, S.A.
  5. ______ (1998). Sobre la paz perpetua. Madrid: Edición Tecnos, S.A.
  6. ______ (2013). Crítica del juicio. Barcelona: Editorial Austral.
  7. Laercio, D. (1792). Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Tomo II. Madrid: Imprenta Real.
  8. Molina, E. (2015) Providencia y cosmopolitismo. Elementos estoicos en la filosofía política de Kant. Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política (No. 53), 475-490.

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  1. Hola buenas, quería advertiros de que el de la foto no es Kant, es Friedrich Heinrich Jacobi.

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