Continuamos con el caso del parlamentario Schreber que, en su locura, afirmaba que era violado por Dios con el objetivo de engendrar una raza de hombres nuevos. En el artículo anterior brindé detalles históricos de la cuestión, así como el diagnóstico superficial de homosexualidad reprimida como respuesta al problema. En este artículo entraremos en detalles acerca de su particular concepción de la divinidad, así como su relación con ideas filosóficas anteriores. En todo el proceso continúa orbitando el fantasma del diagnóstico homosexual, pero nos resistimos a reducir el acervo semiótico de la locura de Schreber a una explicación tan simplista. Veamos algunos de los elementos centrales de lo que Freud denomina el “sistema teológico-psicológico” del paciente.
Hasta ahora, no habíamos aprendido nada acerca de la ontología de la divinidad en Schreber. Rápidamente, el lector notará en ella una amalgama ecléctica de sistemas filosóficos establecidos. Para Schreber, el alma humana esta contenida por los nervios del cuerpo, pero no se refiere a los nervios establecidos por la fisiología, sino a unas “finísimas hebras” contenidas en todo el cuerpo. Una explicación de tal tipo nos recuerda a la filosofía atomista de la antigüedad, en donde el alma no es más que un tipo especifico de átomo, pero material como cualquier átomo. Paralelismo o no, resulta en primer lugar curioso que nuestro paciente presente una visión materialista del alma.
Existen “nervios sensoriales” y “nervios del entendimiento”. Los segundos poseen la característica de que cada uno “…representa a toda la individualidad espiritual del ser humano.” (Freud, 1976, p. 21), lo que nos recuerda a la mónada de Leibnitz. El hombre está compuesto de cuerpo y nervio, mientras que Dios es puro e infinito nervio. Esto, por otra parte, nos puede remitir a Aristóteles o incluso a San Agustín, cuya teología tenía un matiz ontológico al concebir a Dios como lo más alejado posible de la materia. Estos nervios tienen la capacidad de transfigurarse en cualquier cosa, y cuando ello ocurre se denominan como “rayos”. En este caso se puede ver el carácter pre-cristiano del eclecticismo de Schreber, pues resulta el sol una de las representaciones más primitivas de la divinidad, así como un tema común en muchas religiones (rayo de Indra, Amaterasu, etc.).
Por otra parte, Dios se retira luego de la creación, para encargarse solamente de recibir las almas después de la muerte. Dios ha dejado el universo a merced de sus propias leyes y, sin embargo, tiene la capacidad de entrar en relación con hombres dotados de considerable genio, para así interferir en los destinos del mundo. Pues como se ha visto, el sentido de predestinación y mesianismo es un eje central en esta particular demencia que analizamos aquí.
La sustancia de Dios en sí, es también harto peculiar, pues por momentos parece poseer un cuerpo finito y cuasi material. Las almas al morir sufren un proceso de purificación y vuelven a formar parte del cuerpo divino como parte de los “vestíbulos del cielo”. El proceso contrario también ocurre, y con el nacimiento de nuevos Hombres, Dios se separa de partes de su cuerpo nervioso que formaran parte de una nueva alma. Ahora bien, la perversión del proceso estriba en el ejercicio de purificación antes citado, pues el proceso de vuelta a dios, que Schreber describe como el “goce de la bienaventuranza”, se acota aquí como un sentimiento de voluptuosidad o goce corporal. De hecho, el cuerpo como eje central de esta locura lo trataremos en el próximo artículo mediante el análisis de un texto de psicoanalista lacaniano Jean Allouch.
Otra característica de la sustancia de la divinidad es su bipartición. Para Schreber Dios se divide en dos: un Dios inferior (Ariman) y un Dios superior (Ormuz). Y cuando afirma esta división lo dice en serio. Cada parte de Dios favorece un tipo de pueblo: la inferior los pueblos “trigueños” (semitas) y la superior los pueblos “rubios” (arios). No importa aquí tanto el evidente componente racista de la división, como el hecho de que cada parte de Dios muestra un egoísmo y un instinto de autoconservación propios, que los hace enfrentarse constantemente. Incluso el propio paciente llegó a afirmar que cada parte de la divinidad lo trataba de manera distinta. No adivinará mal el lector sobre la parte que lo maltrataba, pero lo interesante aquí es que la división de Dios permite que la moralidad forme parte de la divinidad sin pertenecerle totalmente, de tal forma que en determinados momentos pueda Schreber encarar a Dios moralmente y permitirse una superioridad momentánea sobre él.
El carácter corporal de Dios lo ata a los nervios de determinados hombres en un alto grado de excitación. Tal es el caso de nuestro paciente, que no puede romper este vínculo y es, en última instancia, poseído por el instinto de autoconservación de esta particular divinidad. Sin embargo, la omnipotencia divina tiene una falla: acostumbra a tratar con hombres muertos y es incapaz de entender a los vivos. Por todo esto es que insistía en las semejanzas del caso con la “Respuesta a Job” de Jung, pues en ambos el individuo en cuestión encara a Dios en un momentánea pero efectiva superioridad moral, juzgando al juez y declarándolo subhumano. Por todo esto es que el Dios de Schreber no es tan temible como el Dios de los demás, y comienza a urdir estratagemas para liberarse de su influjo. Sucede, sin embargo, que tal estratagema entraña un fuerte simbolismo homosexual.
La posesión divina es, en este caso, una posesión del entendimiento del Hombre. Por ello, idea Schreber una curiosa forma de intento de liberación: Resulta que lo más alejado de los rayos divinos es el ano, y Schreber desarrolla una fuerte fijación entre el proceso de evacuación de las heces y el exorcismo. Refiere que le genera gran placer el proceso de retener las heces en el intestino, y asegurarse que en su camino limpien de las paredes del intestino todo rastro de “entendimiento”, pues solo así puede liberarse (aunque sea momentáneamente) del infame control externo que se ejerce sobre él.
Tenemos aquí una psicoanalítica fijación anal casi de texto. Ya en sus “Tres Ensayos” de 1905 caracteriza Freud el estadio anal del desarrollo de la libido. Considerándola como un momento de evolución necesario desde una fase oral hacia una genital (aunque el concepto se desarrollara más adelante), resaltaba también que su fijación en la adultez podía llevarnos a dos cosas: un “carácter anal” cuya sintomatología era una obsesión con el orden y el control, o a algún tipo de fantasía o experiencia homosexual. Si bien esta cuestión anal evoluciona a lo largo del psicoanálisis, queda claro que ambas cuestiones podrían aplicarse a nuestro caso. Schreber relata que constantemente es impedido de evacuar porque Dios posee a otros individuos para que, con su mera presencia, impidan el proceso. Todo lo cual lleva al paciente a realizar su exorcismo fecal en secreto, hecho sintomático con algún tipo de influjo homosexual en su demencia.
Debo decir en conclusión que, si bien todo apunta a una homosexualidad reprimida, el caso Schreber es demasiado fascinante para reducirlo a tal cosa. Recomiendo, por supuesto, que haga usted su propia lectura y arribe a sus propias conclusiones. Termino por ahora la descripción del caso. En próximos manuscritos de esta columna se analizaran las lecturas que hace del tema Jean Allouch, y veremos la riqueza hermenéutica del caso desde un punto de vista del “goce”. Después de todo, se hace evidente que el concepto de voluptuosidad recorre todo este episodio de locura e invita, como recomendaba Marcuse, a disfrutar el “polimorfismo perverso” del que Dios o la Naturaleza, dotó a nuestra polifacética sexualidad humana.
Referencia:
- Freud, S. (1976). Obras Completas (2 ed. 12). Buenos Aires: Amorrortu.