Las instituciones totales y su condición supresora de la identidad personal

Un acercamiento desde la sociología de Goffman
mayo 7, 2021
Wendy Pérez Bereijo
Foto por Wendy Pérez Bereijo

 

«Junto a la ventana de papel, los locos procuran devorarse el rostro (…) con o sin rostro, siempre están al borde de develar un nombre o evaporarse. Su crimen es no ser habituales ni sagrados y el terror que producen es en realidad el sobresalto al descubrir que esas partes devoradas renacen en nosotros. Si meditamos que hay locos en torno no es posible dormir en paz…» (Méndez, 2013, p.46)

El análisis dramatúrgico de la interacción social

Erving Goffman (1922-1982) es uno de los autores más destacados de la Escuela de Chicago. Solemos identificar su teoría sociológica por su particular visión de la sociedad bajo un matiz dramatúrgico. Dicho ésto desde la mayor simplicidad: pensaba que existía una analogía entre las metáforas teatrales (su fragmentación en actos, la precisión exacta del actor para el buen funcionamiento de la obra, el uso de disfraces y máscaras, las nociones de éxito o fracaso en función de la credibilidad frente al público…) y las distintas acciones e interacciones ordinarias de los individuos en la sociedad.

El interés fundamental del análisis de Goffman se encuentra en las micro situaciones y las relaciones cara a cara.

El interés fundamental del análisis de Goffman se encuentra en las micro situaciones y las relaciones cara a cara. La complejidad dinámica de estas relaciones se reflejará a mayor escala en el conjunto social. En un artículo póstumo: El orden de la interacción (1983), Goffman entiende la interacción social como, «aquella que se da exclusivamente en las situaciones sociales, es decir en las que dos o más individuos se hallan en presencia de sus respuestas físicas respectivas» (Goffman, 1983. p 2).    Esta interacción polar, solo es posible en el marco de tensión de la relación, en la que observar y el estado consciente de ser observado (control recíproco entre los participantes) se tornan premisas necesarias y condicionantes de la interacción. A su vez, se inserta un tercer actor en la relación, que sería el entorno o escenario en el que se desarrolla la trama. Cada sujeto antes de la interacción con otro u otros, cuenta con un libreto, una serie de informaciones de su personaje (cómo desea representarse), arquetipos de los posibles personajes que puede interpretar el otro y preformas conductuales de acuerdo al entorno en el que se encuentren inmersos.

A pesar de toda esta información preliminar y de la proyección consciente que el sujeto realiza, existe un amplio margen que escapa al ordenamiento que podríamos encontrar en un escenario teatral y en este estado de incertidumbre, se construyen parlamentos adyacentes que solo serán interpretados de ser necesario. Según Goffman los actores sociales actuan por inferencia, que es la que les permite reducir en gran medida el rango de posibilidad de acción del otro. Por ejemplo: cuando tomamos un autobús, suponemos que el conductor está licenciado en la conducción del mismo, no pensamos que no tiene la más pálida idea de como sostener un volante. Es este acto de fe, el que nos permite reducir el razonamiento excesivo y actuar con un margen de premisas relativamente constantes (Goffman , 2001, p. 15). La inferencia nos permite catalogar en cajones los posibles personajes y darles un trato según su estatus.  Modificaremos nuestra conducta de acuerdo a múltiples valores. Existen un conjunto de situaciones que parecen espontáneas, cuando en relidad estan prefijadas por un complejo ordenamiento social. Este orden es ofrecido al sujeto y con él interactúa, pero no solo como un mero receptor, al introducirse en la interacción también adopta la postura de moderador de la acción de los otros.

En medio de este escenario todos somos actores y constantemente estamos emitiendo información para conseguir un trato determinado según el rol social que desempeñamos. Los actores estarán categorizados en dos grupos: los actores sinceros, los que identificarán la realidad con el personaje que interpretan; y los actores cínicos, que serán conscientes de estar actuando un papel carente de basamento real. Pero en ambos casos la actuación está presente. La coherencia es un factor esperado durante la actuación, no concebimos dentro de nuestros modelos que un actor que interpreta el papel de un abogado, tome una escoba y en las tardes salga a barrer las calles. Estos márgenes de acción estereotipada (roles) colocan un punto de inflexión frente a la alteridad. Las interpretaciones que se alejan demasiado de lo preestablecido, distorsionan la información que nuestros mecanismos tipificadores deben procesar. Por lo tanto introducen inestabilidad en la realidad social compartida. Una sociedad en la que cada cual actúe pretendiendo ser lo que en realidad no es, desarticula la seguridad ontológica necesaria para la convivencia social. De este modo, existirá un imperativo social para con sus integrantes, entre –ser y parecer-. Un funcionario públio no ocupará su plaza, solo por poder desempeñar el trabajo, debe parecer un funcionario. Para Goffman este binomio no supone ninguna contradicción. La apariencia es constitutiva del ser.

«Las máscaras son expresiones fijas y ecos admirables de sentimientos, a un tiempo fieles, discretas y superlativas. Los seres vivientes, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede reprochar a las cutículas que no sean corazones (…) de ninguna manera diría que las sustancias existen para posibilitar las apariencias, ni los rostros para posibilitar las máscaras, ni las pasiones para posibilitar la poesía y la virtud. En la naturaleza nada existe para posibilitar otra cosa; todas estas fases y productos están implicados por igual en el ciclo de la existencia» (Goffman, 2001, p.9)

Las instituciones totales

Para nuestro autor, las instituciones serán esos establecimientos sociales compuestos, ya sea por habitaciones, edificaciones, industrias; en las que se desarrollarán con periodicidad acciones específicas. Algunas con un nivel más amplio de accesibilidad y otras con restricciones más estrechas de acceso. En el caso de los hoteles y los museos, se encontrarán integrados por una población estable ínfima (trabajadores) en relación a la cantidad variable (huéspedes y visitantes) que de igual modo accede a ellos. Otras serían las que se encarguen de brindar espacios para el desarrollo de relaciones de menor importancia las cuales el sujeto deberá desarrollar en su tiempo libre (bares, casinos, pistas de baile…). Al margen de las instituciones comunes se insertan otro grupo de instituciones a las que podríamos conceptualizar bajo el término de instituciones totales.

«Toda institución absorbe parte del tiempo y del interés de sus miembros y les proporciona en cierto modo un mundo propio; tiene, en síntesis, tendencias absorbentes (…) encontramos algunas que presentan esta característica en un grado mucho mayor que las que se hallan próximas a ellas en la serie, de tal modo que se hace evidente la discontinuidad. La tendencia absorbente o totalizadora está simbolizada por los obstáculos que se oponen a la interacción social con el exterior y al éxodo de los miembros, y que suelen adquirir forma material: puertas cerradas, altos muros, alambre de púa, acantilados, ríos, bosques o pantanos (…) establecimientos, a los que llamaré instituciones totales» (Goffman, 2004, p.18).

En su libro Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales (1961), Goffman realiza una subdivisión de este tipo de instituciones en cinco grupos fundamentales. En un primer apartado encontramos las encargadas de cuidar personas que por sí solas no son capaces de desarrollarse automáticamente y no resultan agresivas para la sociedad: los geriátricos, los hogares para ciegos, orfanatos y centros de atención a indigentes. En un segundo término, están las encargadas de cuidar a personas que no lo pueden hacer de forma autónoma, pero que involuntariamente representan una amenaza para la comunidad; hospitales psiquiátricos, leprosarios, hospitales de atención a enfermedades infecciosas. Un tercer espacio estará constituido por las instituciones encargadas de proteger a la comunidad de personas que voluntariamente accionan de forma peligrosa; pertenecen a este apéndice, las cárceles, los presidios modelos, los campos de trabajo forzado y de concentración. En un penúltimo grupo se concentran las encargadas de tributar al mejoramiento de una actividad de carácter laboral: los internados escolares, cuarteles, colonias, mansiones que internan al servicio, etc. Por último, hay un tipo de establecimientos concebidos como espacios de aislamiento intencional, en él se ubican las abadías, conventos y monasterios.

Un ordenamiento que caracteriza las sociedades occidentales modernas, es la tendencia común de los individuos a trabajar, jugar y dormir en lugares diversos, con estructuras diferentes, bajo el control de autoridades alternas, y sin un modelo estandarizado rígido. En el caso de las instituciones totales el dinamismo de estas actividades varía radicalmente. Se rompen las barreras espaciales. Todas las actividades son ejecutadas en el mismo lugar y bajo la supervisión de una misma autoridad. Por otro lado, las actividades exigen la presencia de un gran número de participantes que se relacionen horizontalmente. Estas actividades cotidianas están previstas con anterioridad y ordenadas de un modo tal que se sucedan unas a otras. Su dinamismo está legitimado en un conjunto de normas verticales ejecutadas por funcionarios. El ejercicio de estas normas tiene un carácter coactivo y de ser necesario, punitivo. Se definen y se justifican en este tipo de racionalidad para alcanzar objetivos y proyecciones superiores.

Un punto de incompatibilidad entre un modelo de relación, con el que proponen las instituciones totales, es el familiar. Es muy difícil mantener lazos de convivencia con los familiares y participar al mismo tiempo de una institución total, o por lo menos, poder hacerlo con normalidad. Debido a su carácter absorbente los internados suelen distanciar a las personas de esta dimensión estructural, porque en su interior existe la pretención de modificarlas o neutralizarlas.

La disolución de la identidad personal

Otro rasgo característico fundamental de este modelo es su relación con la autoridad, que ejecuta sobre la mediación del poder. En otros espacios de la vida cotidiana los individuos en su relación con la autoridad median interacciones desde la supervisión y la inspección periódica, como en la diada: empleado-empleador. En el caso de nuestro modelo, la interacción es desde la vigilancia. El grupo que funge como vigilante, es el funcionariado; que no se encuentra permanentemente en el establecimiento, por lo general se desempeñan por jornadas de 8 horas y desarrollan otras actividades en el exterior de la institución. Al otro lado encontramos a los vigilados, los internos, que permanecen de forma permanente en la edificación y tienen un contacto limitado con el exterior (Goffman, 2004, pp. 20 – 21).

Cuando un interno llega a una institución total, no es una carta en blanco sobre la cual se pueda construir un nuevo personaje. Antes del ingreso, ya existía una construcción de sí mismo. Si pensamos en una cárcel o en un hospital psiquiátrico, la finalidad específica de la institución es restituir o aislar construcciones fallidas de este yo. Al cruzar el umbral, el interno pierde un conjunto de certezas sobre sí y los mecanismos habituales de relación que le proporcionaban seguridad desaparecen.

«La barrera que las instituciones totales levantan entre el interno y el exterior marcan la primera mutilación del yo» (Goffman, 2004,  p.27).

«El ingreso ya rompe automáticamente con la programación del rol, puesto que la separación entre el interno y el ancho mundo «dura todo el día», y puede continuar durante años. Por lo tanto se verifica el despojo del rol. En muchas instituciones totales, se prohíbe al principio el privilegio de recibir visitas o de hacerlas fuera del establecimiento, asegurándose así un profundo corte que aísla los roles del pasado» (Goffman, 2004,  p.29).

Destacar que, cuando el ingreso es voluntario la institución continúa de una forma superlativa un proceso de deconstrucción que el sujeto ya ha iniciado. En este grado superior donde el personal funcionario ejecutará algo así como un ritual de iniciación. La persona es sometida en el “rito” a la reducción de la propia identidad. Se le toman fotografías, se les asigna una numeración, sustraen sus objetos personales, cortan sus cabellos, los bañan, etc. Durante el proceso de ingreso el interno es sometido a una especie de programación, en la que se le aplican manoseos que cumplen una función formativa. Al cruzar esta puerta el individuo queda objetualizado por el aparato administrativa y es despojado gradualmente de todo rasgo anterior de autoidentificación. (Goffman, 2004,  p.29). En esta etapa de despojo y nueva formación, el interno suele establecer conductas de resistencia, que son suprimidas y penalizadas, mediante el castigo, el aislamiento. La violencia se convierte en uno de los mecanismos legítimos de la formación, todo ello, sustentado en el ideal de mejoramiento.

Vale decir en este punto, que en el regimen o sistema que describe Goffman (y que él no lleva más allá) se va a poder siempre hablar de la fisura. Pensar que este momento de la denigración y la sumisión es implacable conllevaría, analogamente, a someternos a la crítica (hecha a Foucault en varias ocasiones) de un tipo de poder (la disciplina) que docifica de forma tajante y que por demás, anula los espacios de protesta. Dotar a estos «rituales de iniciación» de una total efectividad, simplifaca la realidad carcelaria y a la de otras instituciones totales; en donde se suceden las fugas (por internos con años de reclusión), en donde el funcionariado llega a asumir valores de sus «vigilados», en donde ciertos reclusos llegan a poseer una autoridad material reconocida por la propia institución, etc. Al final, dentro de la institución total, con las características que hemos expuesto a lo largo de este trabajo, también debe hablarse de una dramaturgización de su vorágine (entre los internos, entre estos y el funcionariado-y viceversa-, entre estos últimos y sus superiores, etc.), que en ningún caso puede ser reducido a una acción unilateral de la institución sobre el recien ingresado.

Por último, resaltar que para que una institución total pueda mutilar con sus práticas la identidad personal de un ser humano se debe apoyar en una construción ideológica que justifique la deformación antropológica del interno. Esta condición fundamental puede ser aplicada a un grupo de individuos, por un tiempo determinado, según varíen los intereses del saber instituido. Un ejemplo de esto lo encontramos en el discurso psiquiátrico sobre la locura. En su devenir la imagen del loco ha ido cambiando y con ésta los mecanismos de su control. Lo mismo sucede con la figura del delincuente. En la idelogía de la defensa social podemos identificar categorías como, el estado de peligrosidad, que es sustentado sobre un estado natural delictivo que atraviesa la voluntad del transgresor del orden penal.

Bibliografía

Goffman. E, (1983) Interaction order, American Sociological Review, vol. 48, Washigton D.C.

Goffman. E, (2001) La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu editores, Buenos Aires.

Goffman. E, (2004) Internados, ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Amorrortu editores, Buenos Aires-Madrid.

Méndez Roberto, (2013) Epístola para una sombra, Ritual de los locos, Editorial Letras Cubanas, La Habana.

Ritzer. G, (1993)Teoría Sociológica Contemporanea, McGRAW-HILL/Interamerica de España, S.A. Madrid 1993.

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