De la soledad en el hombre

mayo 24, 2020
soledad hombre filosofia

Foto por Matthew Henry

La soledad (…) necesita rostros. Sin rostros no hay soledad

José Clemente

La soledad es un problema filosófico humano. Es un problema filosófico por su doble condición: por lo que significa en sí para el hombre, y porque para representarse éste la soledad tuvo que estar acompañado antes. El acompañamiento y la soledad son contrarios pero van unidos en una relación dialéctica. Sin uno, no hay lo otro, y viceversa.

La soledad tiene dos posiciones, una objetiva y otra subjetiva. Estar solo y sentirse solo son dos situaciones bien distintas. Son dos estados humanos diferentes. Desde el personaje bíblico Adán, la espera por veinte años de Penélope, pasando por los disciplinados monjes y eremitas ascetas de los siglos III y VI en busca de la paz interior o hesyquia, hasta la “vida solitaria” de Petrarca, se ha experimentado la soledad, pero de tipo objetivo, por la alta riqueza espiritual que muestran. En las sociedades contemporáneas la soledad se muestra de forma subjetiva, pues aunque las personas estén acompañadas, se sienten solas. Un ejemplo de esto aparece en el magistral ensayo del mexicano Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Aquellos estaban solos, sin embargo no estaban “solos”; estos, tienen compañía (tanto real como virtual) y siempre se sienten solos.

En ocasiones la soledad convierte a los hombres en inmorales. Esta situación no es consciente; es condicionada. En este estado, el hombre termina posesionándose frente a lo moral de forma equivocada. Pasa, primero, por cuestionar la realidad circundante, y después, por arremeter contra las personas cercanas: contra el Otro. Por último, termina por increparse a sí mismo. Cuando esto ocurre se da cuenta que está solo. Pero, en esa lucha constante por rebatir la soledad el hombre perturba su moral, y cambia instintivamente su conducta, ya que se encuentra ante la pérdida gradual de los valores y se fomenta el individualismo (subjetividad individual) que acaba por afectar la idea del bien o lo que es correcto, para después calar en la actitud y la verdad.

¿Y qué es la soledad? La soledad es un estado humano con respecto a la sociedad en la que aparecen dos dimensiones principales: una, es el aislamiento social o el agotamiento de las relaciones humanas—imprescindibles para el hombre como ser social—, que generalmente es impuesto por el estado de cosas existentes (ruptura familiar, envejecimiento, actitudes antisociales, sistema penitenciario, enfermedades contagiosas o tóxicas, etc.); y dos, el aislamiento voluntario del individuo en la búsqueda de la privacidad que en períodos prolongados de tiempo tiende a realizar un efecto de alienación del mundo, o sea, el ser se extraña de la realidad humana.

El hombre que pisa el terreno de la soledad empieza por creerse el centro del mundo. Después aparece la queja o el hiperbolizar las situaciones y las circunstancias. La toma de decisiones y lo fortuito en estas, obliga a perseguir ideas y actos absolutos sin pensar en los demás. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer tenía razón cuando afirmaba, “Hállase, en efecto, bajo la influencia de una inclinación que, análoga al instinto de los insectos, lo obliga, a despecho de la razón, a perseguir en absoluto sus fines y descuidar todo lo demás”.

La soledad es como el hambre, ya que ambas son sentimientos internos que se sacian mediante lo externo. Impelan a los hombres a los desbordamientos más grandes. Nada más cierto que la locución latina panem et circenses, para designar la necesidad humana imperiosa de comida y entretenimiento; solo que esto último no es más que una forma de establecer relaciones las personas, pues, el circo en la antigüedad al final era una rutina de “encontrarse” los individuos.

Como la soledad resulta en lo desconocido, el hombre le teme y siempre busca compañía de los que ama, así la soledad viene a resaltar al amor, mientras que la compañía conlleva al desenfreno.

Incluso, la soledad en compañía de otro ser solitario, deja al momento de ser soledad.

Pero la soledad guarda funciones no necesariamente negativas, por ejemplo se ha comentado siempre del agónico y productivo aislamiento que se imponen los poetas para la producción de versos. También está el caso específico del retiro espiritual que hacen los monjes o los filósofos en la búsqueda, los primeros de la iluminación, y los segundos de su Yo interior.

Al final la soledad física nunca es la soledad espiritual, pues los seres humanos guardan bajo llave en el cofre de la memoria los recuerdos de los queridos, estén o no estén; y el pensamiento termina desdoblándose en la Idea del bien de la que hablara José Martí,

“¡Luego no está solo el que está solo! ¡Luego las almas honradas se entienden sin hablarse, y se aprietan para resistir, y vencerán al cabo!”.[1]

En tiempos actuales de confinamiento y aislamiento globales, debido a la pandemia COVID-19, el hombre experimenta la soledad como nunca antes en la historia de la humanidad, y se cuestiona la existencia y su modo de vivir. La soledad impuesta lleva a preguntarse por el estado de cosas actuales, ¿acaso la Tierra necesitaba un poco de soledad?

Notas

[1] Martí, J. “Carta a Heraclio Martin de la Guardia”, Nueva York, 1885. Epistolario, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, t. 1, p. 297.

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