Las cualidades humanas de Yahvé

Para despecho de los que creen ciegamente en la infalibilidad de las sagradas escrituras, un examen detallado de su contenido desdibuja la coraza de perfección con que hemos arropado a ese dios Yahvé
abril 23, 2021
cualidades humanas de Yahvé

 

Para entender el origen de la tradición religiosa judeocristiana debemos sumergirnos a conciencia y sin prejuicios en las creencias de las comunidades cananeas que poblaron la región del Levante mediterráneo en la Antigüedad. Los descubrimientos del reputado arqueólogo Finkelstein* demuestran que la región de Canaán no fue conquistada militarmente por el pueblo israelita, sino que la aparición de las tribus hebreas se debió a una transformación paulatina de la sociedad cananea desde sus propias entrañas, por lo que el judaísmo primitivo se forjó en la moldura de rituales mágicos practicados por las civilizaciones precedentes.

El panteón cananeo estaba conformado por una multitud de deidades subordinadas al poder tutelar del dios El**, creador imaginario de todas las criaturas que habitan el mundo terrenal. Su esposa era Asera, y entre sus numerosos hijos se cuentan Dagan, Yam y Baal. La palabra Yam se traduce como «mar» en hebreo e identificaba al dios del caos. El atrio de los gentiles del templo de Jerusalén estaba asociado con Yam, las aguas primigenias que vigilaban con constancia y hostilidad el mundo ordenado de lo sagrado. El adversario de Yam era Baal, quien derrota al caos para traer la lluvia y la fertilidad. Los hebreos sentían aversión hacia los templos de Baal porque la carne podrida de los sacrificios atraía enjambres de moscas, y por ello comenzaron a llamarlo Ba’al Zvuv, el señor de las moscas, que se convertiría posteriormente en «Belcebú».

Para deleite de historiadores y de antropólogos se han preservado en buen estado esculturas e imágenes que encarnan a El, tal y como lo concebían sus adoradores en el pasado. Las representaciones gráficas nos revelan un dios antropomórfico, dotado de cabeza, tronco y extremidades, con rostro barbado, como un hombre maduro curtido por la sabiduría que aporta el paso de los años. En otras figuraciones El aparece representado como un toro, a veces provisto de alas, imagen que nos remite indefectiblemente a la archiconocida narración bíblica del Becerro de Oro:

Y él los tomó de las manos de ellos y les dio forma con un buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, éstos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. (Éxodo 32:4-5)

El evolucionó a través del sincretismo religioso hasta convertirse en el Elohim reverenciado por las tribus israelitas del reino del norte, que luego llegaría a fusionarse con el Yahvé adorado en el reino judío que se había establecido en el sur. En la abundancia de nombres propios que incluyen la partícula lingüística «el» (Migu-el, Manu-el, Isra-el, El-ías, El-izabeth) sobreviven las trazas de la herencia cultural cananea.

Si El era concebido en la mitología cananea como un dios antropomórfico, no debería extrañarse el lector de la Biblia al encontrar múltiples alusiones a la supuesta anatomía humanoide del Yahvé/Elohim fabricado por la ensoñación de los sacerdotes judíos:

Y además dijo: No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me verá y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí, hay un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y sucederá que, cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después apartaré mi mano y verás mis espaldas, pero no se verá mi rostro. (Éxodo 33: 20-23)

Se pudieran citar muchos otros ejemplos de antropomorfismo en el texto bíblico, sin embargo, la frase «apartaré mi mano y verás mis espaldas, pero no se verá mi rostro» remarca de manera indubitable que en los tiempos fundacionales del judaísmo se asumía que Dios era una especie de criatura espiritual con complexión humana, lo cual contrarresta cualquier pretexto esgrimido por algún apologista que pretenda maquillar el desliz apelando a la excusa de que dichas palabras pertenecen al lenguaje metafórico o poético.

Las características humanas del dios bíblico no se limitan a la dimensión corporal, sino que afloran nítidamente en aspectos emocionales:

Y se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre en la tierra, y le pesó en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo, porque me arrepiento de haberlos hecho. (Génesis 6:6-7)

El arrepentimiento de Dios supone una incongruencia teológica insalvable porque un ser omnisciente que puede predecir el futuro no cometería el error de crear algo para luego lamentarse por la equivocación.

Los celos, una de las emociones humanas más dañinas y destructoras de relaciones interpersonales, que surgen cuando se percibe la inminente pérdida de algo que se considera como propio:

Porque no te inclinarás ante ningún otro dios, porque Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. (Éxodo 34:14)

Celos que desembocan en actos de violencia desmedida y que desmoronan la hipotética omnibenevolencia, desnudando el carácter irascible de la deidad:

Y se adhirió el pueblo a Baalpeor; y el furor de Jehová se encendió contra Israel. Y Jehová dijo a Moisés: Toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos ante Jehová a plena luz del sol, y el furor de la ira de Jehová se apartará de Israel. (Números 25:3-4)

Para despecho de los que creen ciegamente en la infalibilidad de las sagradas escrituras, un examen detallado de su contenido desdibuja la coraza de perfección con que hemos arropado a ese dios Yahvé, que fue creado por el afán imaginativo de los humanos.

 

Notas y Referencias

2009. Santa Biblia: Reina-Valera 2009 – Antiguo y Nuevo Testamento. Salt Lake City, Utah: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ISBN: 978-1-59297-645-4

*Israel Finkelstein es un celebérrimo académico y arqueólogo israelí. Su valioso libro «La Biblia desenterrada» resume los resultados de investigaciones arqueológicas que consiguen desmentir la versión bíblica sobre el origen de la identidad y la historia israelitas.

**La palabra El se traduce como «dios» y constituye la simiente lingüística de los vocablos Elohim en hebreo y Alá en árabe.

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