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Salmos: poéticos vestigios de politeísmo en la religión judía

abril 6, 2021

 

Los estudios antropológicos nos demuestran que los sofisticados sistemas de creencias religiosas con los cuales interactuamos en el mundo contemporáneo comenzaron siendo cultos locales, de naturaleza animista, enfocados en cohesionar sociedades tribales en torno a una autoridad. La fusión de clanes mediante la conquista violenta o las uniones matrimoniales entre miembros de las castas gobernantes traía aparejado un fenómeno de sincretismo de deidades y de ritos que se formalizaba en el surgimiento de panteones politeístas. Así se fueron conformando familias de dioses regidas por un numen con poderes y atributos superiores, como las divinidades olímpicas presididas por Zeus, los orishas de la religión yoruba tutelados por Olofi o la legión de dioses cananeos subordinados al dios El, que luego se convertiría en el Elohim-Yahvé del Antiguo Testamento.

La unidad de las tribus hebreas fue bastante endeble y efímera. Aunque en el imaginario colectivo se ha acendrado la época de la monarquía poderosa e indivisible asentada en la Jerusalén de los reyes David y Salomón, la investigación histórica y los descubrimientos arqueológicos nos muestran un panorama muy distinto. El norte de Palestina fue ocupado por las tribus israelitas que adoraban a Elohim; la región sureña estuvo habitada por la tribu de Judá que practicaba el culto a Yahvé, deidad relacionada con el caos y las tormentas.* Para forjar una identidad cultural homogénea que reforzara los sentimientos de apego a una patria común y de sumisión a un monarca teocrático, los sacerdotes optaron por transformar el politeísmo de las civilizaciones cananeas en una especie de henoteísmo** depurado de elementos extranjeros, que promulgaba la supremacía del dios hebreo sobre todas las demás fuerzas espirituales del mundo. El monoteísmo llegaría después.

El reino de Israel resulta exterminado en el año 722 a. C. por la embestida del ejército imperial asirio. El destino de los rehenes de aquellas diez tribus norteñas se pierde en la niebla del olvido. En la región sur, la monarquía judía se aferra obstinadamente a una precaria independencia, pero en el año 586 a. C. no puede contener la arremetida de los caldeos liderados por Nabucodonosor II, a quien se le atribuye la construcción de los míticos Jardines Colgantes de Babilonia. Los miembros de la clase alta derrotada comienzan a ser deportados, y se proponen desde el exilio salvaguardar la identidad étnica. El monoteísmo fue la respuesta de los sacerdotes hebreos a la debacle ideológica y cultural que significó la desaparición de su reino: el estado judío había sido borrado del mapa, pero aún se podía dibujar con palabras litúrgicas un proyecto de nación.

Y para lograrlo, nada mejor que unificar a todos los fieles promoviendo el culto a un solo dios. La leyenda oral hubo de convertirse en texto. Se procede a fusionar las escrituras sagradas de los israelitas que alaban a Elohim con los documentos judíos que enaltecen a Yahvé. Se corrigen las deficiencias detectadas en la narración. Se pulen las incongruencias incompatibles con la nueva intención teológica. Expurgan el politeísmo cananeo. Maquillan poéticamente el henoteísmo. Y nace al mundo el monoteísmo de las religiones abrahámicas tal y como lo conocemos en la actualidad. Pero… toda obra humana es imperfecta… aunque los hombres invoquen el poder sobrenatural de un dios para hallar la inspiración. En el presente artículo se analizarán algunos ejemplos de expresiones líricas de la literatura hebrea para descubrir esas trazas de politeísmo escondidas en el texto bíblico.

En su muy didáctica Guía Asimov para la Biblia, el afamado novelista de ciencia ficción señala lo siguiente:

El libro de los Salmos consiste en 150 poemas piadosos, compuestos para ser cantados. El nombre hebreo del libro es «Tehillim», «alabanzas», porque muchos de ellos alaban a Dios. «Salmo» viene de una palabra griega que significa «pulsar teclas», clara indicación de los instrumentos musicales que acompañan al cántico. Psalterion es la palabra griega que designa a un instrumento de cuerda, y la serie de salmos se llama «Salterio». Al rey David se le atribuye tradicionalmente la autoría de los salmos, de modo que el libro se denomina a veces «Los salmos de David».***

Los salmos se nutren del estilo litúrgico de las civilizaciones sumeria, asiria y babilónica. Estos breves cánticos nos revelan formas literarias muy diversas como el himno de alabanza, la oda de gratitud y la poesía suplicante. El período de composición de todos ellos abarca aproximadamente ocho siglos, por lo que el análisis textual permite distinguir claramente las diferencias estilísticas entre las tradiciones yahvista y elohísta.

Los autores bíblicos creían que las religiones paganas eran controladas por seres sobrenaturales opuestos al plan divino de Yahvé. Y para fundamentar teológicamente sus creencias, sin renunciar a la presunción de la supremacía del numen hebreo, escribieron ciertos versículos:

Salmos 86:8 «Ninguno hay como tú entre los dioses, oh Señor, ni obras que igualen tus obras.»

Salmos 96:4 «Porque grande es Jehová y digno de suprema alabanza; temible es sobre todos los dioses.»

Salmos 97:9 «Porque tú, Jehová, eres el Altísimo sobre toda la tierra; eres muy exaltado sobre todos los dioses.»

Salmos 136:2 «Alabad al Dios de los dioses, porque para siempre es su misericordia.»

Gracias a la herencia literaria con acento elohísta, en el Salmo 82 se conserva una de las evidencias más claras del politeísmo cuando se describe una hipotética asamblea de deidades presididas por su dios nacional:

Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga. ¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y favoreceréis a los malvados? Defended al pobre y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al pobre y al necesitado; libradlo de manos de los malvados. No saben ni entienden; andan en tinieblas. Tiemblan todos los cimientos de la tierra. Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo. Pero como hombres moriréis, y caeréis como cualquiera de los príncipes. Levántate, oh Dios; juzga la tierra, porque tú heredarás todas las naciones.

La palabra traducida al castellano como dioses es elohim (אֱלֹהִים), lo cual resultaría contradictorio teniendo en cuenta que se trata del mismo sustantivo que se refiere a Dios en su variante de plural mayestático (la terminación im es indicativa de plural en la lengua hebrea). El término polisémico elohim se utiliza también en otros versículos para nombrar a los jueces de las tribus o para resaltar el rango social de un líder, como se aprecia en Éxodo 7:1 «Y Jehová dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta.» Este valor semántico del vocablo elohim nos remite directamente a la estrategia de legitimación que apuntalaba el ejercicio del poder político en los estados teocráticos del Medio Oriente: el rey personificaba la autoridad del dios tutelar en el mundo terrenal. Pero si los dioses mencionados en el Salmo 82 fueran personas investidas de poder, la frase «como hombres moriréis, y caeréis como cualquiera de los príncipes» perdería completamente su sentido lógico, pues no es necesario recordarle a un humano que algún día fallecerá como el resto de los mortales.

Cualquier lector suspicaz sabrá detectar en la Biblia de nuestros tiempos los numerosos vestigios de politeísmo impregnados en la religión judía primitiva que los sacerdotes exiliados en Babilonia no consiguieron borrar. Tan solo basta con analizar lo que se lee empleando como herramienta el pensamiento crítico.

Notas

*del Olmo Lete, Gregorio. 2018. «Yahweh. Dios de la tempestad. Dios de la historia.» Astarté. Estudios del Oriente Próximo y el Mediterráneo 127-132.

**A diferencia del monoteísmo, que asume la creencia en único dios, el henoteísmo se basa en la presunción de que el mundo terrenal interactúa con una pluralidad de dioses, pero solo uno de ellos es suficientemente digno de adoración. Desde la perspectiva del henoteísmo primitivo, cada comunidad de fieles se identifica con su propio dios, cuyo ámbito de influencia mágica estaría delimitado por el espacio geográfico habitado por los creyentes

***Asimov, Isaac. 1994. Guía de la Biblia: Antiguo Testamento. Barcelona: Plaza y Janés. Para la citación de versículos bíblicos se ha utilizado la traducción de Reina-Valera revisada en 2009, ISBN:978-1-59297-645-4.

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