Walter Benjamin
Gisèle Freund (1908-2000) - Walter Benjamin, 1935

Tesis sobre filosofía de la historia de Walter Benjamin

«El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado...»
marzo 29, 2021

 

Tesis I

Sabido es que debe haber existido un autómata construido de tal suerte que era capaz de replicar a cada movimiento de un ajedrecista con una jugada contraria que le daba el triunfo en la partida. Un muñeco, trajeado a la turca y con una pipa de narguile en la boca, se sentaba a un tablero, colocado sobre una mesa espaciosa. Gracias a un sistema de espejos se creaba la ilusión de que la mesa era transparente por todos los costados. La verdad era que dentro se escondía, sentado un enano jorobado que era un maestro del ajedrez y que guiaba con unos hilos la mano del muñeco. Una réplica de este artilugio cabe imaginarse en filosofía. Tendrá que ganar siempre el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Puede desafiar sin problemas a cualquiera siempre y cuando tome a su servicio a la teología que, como hoy sabemos, es enana y fea, y no está, por lo demás, como para dejarse ver por nadie.

Tesis II

«Una de las peculiaridades más notables del temple humano», dice Lotze, «es, además del mucho egoísmo particular, la generalizada falta de envidia del presente respecto del futuro». Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de la felicidad que tenemos está profundamente teñida por el tiempo por el que ya nos ha colocado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que pudiera despertar nuestra envidia solo existe en el aire que hemos respirado, con las personas que hemos podido hablar, gracias a las mujeres que hubieran podido entregársenos. Dicho con otras palabras, en la idea de felicidad late inexorablemente la de redención. Lo mismo ocurre con la idea que la historia tiene del pasado.

El pasado lleva consigo un índice secreto que le remite a la redención. ¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de voces ya acalladas? Y las mujeres que cortejamos ¿no tienen hermanas que ellas nunca conocieron? Si esto es así, existe un misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados sobre la tierra. A nosotros, como a cada generación precedente, ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe.

Tesis III

El cronista que narra los acontecimientos sin hacer distingos entre los grandes y los pequeños da cuenta de una verdad, a saber, que para la historia nada de lo que una vez aconteció ha de darse por perdido. Claro que solo a la humanidad redimida pertenece su pasado de una manera plena. Esto quiere decir que el pasado solo se hace citable, en todos y cada uno de sus momentos, a la humanidad redimida. Cada uno de los momentos que ella ha vivido se convierte en citas del orden del día, y ese día es precisamente el del juicio final.

Tesis IV

«Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo».
Hegel, 1807.

La lucha de clases, que no puede perder de vista el historiador formado en la escuela de Marx, es una lucha por las cosas rudas y materiales sin las cuales no se dan las finas y espirituales. Ahora bien, en la lucha de clases estas últimas están presente, pero no nos las imaginemos como un botín que cae en manos del vencedor. En tal lucha están vivas como confianza, coraje, humor, astucia o firmeza, y es así como actúan retrospectivamente en la lejanía de los tiempos. Esa finura y esa espiritualidad ponen incesantemente en entredicho cada victoria que haya caído en suerte a los que dominan. El pasado, al igual que esas flores que tornan al sol su corola, tiende, en virtud de un secreto heliotropismo, a volverse hacia ese sol que está levantándose en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que aplicarse a entender este cambio que es el más discreto de todos ellos.

Tesis V

La verdadera imagen del pasado se desliza veloz. Al pasado solo puede detenérsele como una imagen que, en el instante en que se da a conocer, lanza una ráfaga de luz que nunca más se verá. «La verdad no se nos escapará», esta frase que proviene de Gottfried Keller (y que visualiza la imagen de la historia que tienen los historicistas) señala con precisión, en la imagen de la historia que se hacen los historicistas, el lugar en el que la imagen es atravesada por el materialismo histórico. Irrecuperable es, en efecto, aquella imagen del pasado que corre el riesgo de desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella. (La buena nueva que trae, anhelante, el historiador del pasado sale de una boca que en el mismo instante en que se abre, quizá habla ya el vacío).

Tesis VI

Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado, imagen que se presenta sin avisar al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro amenaza tanto a la existencia de la tradición como a quienes la reciben. Para ella y para ellos el peligro es el mismo: prestarse a ser instrumentos de la clase dominante. En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al conformismo que pretende avasallarla. El Mesías no viene como redentor; también viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer.

Tesis VII

«Pensad qué oscuro y qué helador es este valle que resuena a pena».
Brecht-La ópera de cuatro cuartos

Fustel de Coulanges recomienda al historiador que quiera revivir una época, que se quite de la cabeza todo lo que ocurrió después. Mejor no se puede describir el método con el que ha roto el materialismo histórico. Es el método de la empatía. Nace de la desidia del corazón, de la acedía, que da por perdida la posibilidad de adueñarse de la auténtica imagen histórica, esa que brilla fugazmente. Los teólogos de la Edad Media la consideraban causa profunda de la tristeza. Flaubert, que la conocía bien, escribe: «Pocos se imaginan cuánta tristeza fue necesaria para resucitar Cartago». La naturaleza de esa tristeza se hace más evidente cuando se plantea la pregunta de con quién entre en empatía el historiador historicista. La respuesta es que, innegablemente, con el vencedor. Ahora bien, quienes dominan una vez se convierten en herederos de todos los que han vencido hasta ahora. La empatía con el vencedor siempre les viene bien a quienes mandan en cada momento.

Para el materialista histórico, con lo dicho ya es bastante. Quien hasta el día de hoy haya conseguido alguna victoria, desfila con el cortejo triunfal en el que los dominadores actuales marchan sobre los que hoy yacen en tierra. Como suele ser habitual, el cortejo triunfal acompaña el botín. Se le nombra con la expresión bienes culturales. El materialista histórico tiene que considerarlos con un aire distanciado. Todos los bienes culturales que él abarca con la mirada tienen en conjunto, efectivamente, un origen que él no puede contemplar sin espanto. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay un solo documento de cultura que no sea a la vez de barbarie. Y si el documento no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico toma sus distancias en la medida de lo posible. Considera teoría suya cepillar la historia a contrapelo.

Tesis VIII

La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en el que vivimos es la regla. Debemos llegar a un concepto de historia que se corresponda con esta situación. Nuestra tarea histórica consistirá entonces en suscitar la venida del verdadero estado de excepción, mejorando así nuestra posición en la lucha contra el fascismo. El que sus adversarios se enfrenten a él en nombre del progreso, tomando éste por ley histórica, no es precisamente la menor de las formas del fascismo. No tiene nada de filosófico asombrarse de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en pleno siglo XX. Es un asombro que no nace de un conocimiento que de serlo tendría que ser éste: la idea de historia que provoca ese asombro no se sostiene.

Tesis IX

Tengo las alas prontas para alzarme,
Con gusto vuelvo atrás,
Porque de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría poca suerte.
Gerhard Scholem-Gruss vom Angelus

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus novus. Representa a un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como una catástrofe que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El huracán le impulsa irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras que el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán.

Tesis X

Los temas de meditación que la regla monástica asignaba a los monjes tenían por objeto inculcarles el desprecio del mundo y de sus pompas. Las reflexiones que estamos desarrollando aquí surgen de una preocupación análoga. En un momento en el que los políticos, en los cuales habían puestos sus esperanzas los enemigos del fascismo, andan por los duelos, agravando su derrota con la traición a la propia causa, lo que estas reflexiones pretenden es liberar a los hijos del siglo de las redes en las que les han aprisionado. El punto de partida de las mismas es que la fe ciega de tales políticos en la idea de progreso, su confianza en las «masas que les sirven de base» y, finalmente, su servil sometimiento a un aparato incontrolable, son tres aspectos de la misma realidad. Estas consideraciones quieren darnos una idea de lo caro que cuesta a nuestro habitual modo de pensar concebir una idea de historia que evite toda complicidad con aquella a la que susodichos políticos siguen aferrados.

Tesis XI

El conformismo que desde el principio encontró acomodo en la socialdemocracia, no contamina solo a su táctica política, sino también a sus ideas económicas. Fue una de las causas de su fracaso. Nada ha corrompido tanto al movimiento obrero alemán como el convencimiento de que nadaba a favor de corriente. Para los obreros alemanes el desarrollo técnico era la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaban que nadaban. Solo había que dar un paso para caer en la ilusión de que el trabajo industrial, situado en la onda del progreso técnico, representa un resultado político. Gracias a los obreros alemanes la vieja moral protestante del trabajo celebra su resurrección bajo una forma secularizada. Ya en el Programa de Gotha se advierten señales de esta confusión. Ahí se define el trabajo como «fuente de toda riqueza y de toda cultura». El propio Marx, temiéndose lo peor, objetaba que el hombre que no posea más que su fuerza de trabajo «tendrá que ser esclavo de otros hombres que se han convertido…en propietarios».

Pese a todo, la confusión sigue extendiéndose y pronto vendrá Joseph Dietzgen proclamando que «el salvador del mundo moderno se llama trabajo. En…la mejora del trabajo…consiste la riqueza que ahora podrá hacer realidad lo que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo». Esta concepción marxista vulgarizada de lo que es el trabajo no se pregunta con el sosiego necesario cómo afecta el producto del trabajo al trabajador en cuanto éste no puede disponer de ello. Reconoce únicamente los avances en el dominio del hombre sobre la naturaleza, pero no los retrocesos de la sociedad. Esta concepción prefigura los rasgos tecnocráticos que encontramos más tarde en el fascismo. Entre éstos figura un concepto de naturaleza que rompe fatalmente con el de las utopías anteriores a 1848. El trabajo, tal y como ahora se entiende, desemboca en la explotación de la naturaleza, y con suficiencia ingenua se lo opone a la explotación del proletariado. Comparadas con esta concepción positivista, las imaginaciones fantasiosas, que tanta materia sirvieron para ridiculizar a Fourier, hacen gala de un sorprendente sentido común.

Según Fourier, un trabajo social bien organizado debería tener como consecuencia que cuatro lunas iluminaran la noche de la tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que el agua del mar no supiera a sal y que las fieras salvajes se pusieran al servicio de los hombres. Todo esto ilustra un tipo de trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en condiciones de dar a luz las creaciones que dormitan, como posibles, en su seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte, a modo de complemento, el de esa naturaleza que, como Dietzgen dejó dicho, «está ahí gratis».

Tesis XII

«Necesitamos historia, pero la necesitamos de una manera distinta a como la necesita el holgazán mal criado en el jardín del saber».

Nietzsche-Sobre las ventajas y los inconvenientes de la historia

El sujeto del conocimiento histórico es, por supuesto, la clase oprimida que lucha. En Marx se presenta como la última clase esclavizada, la clase vengadora que lleva hasta el final la tarea de liberación en nombre de las generaciones perdidas. Esta conciencia, que vuelve a cobrar vigencia por breve tiempo en la Liga espartaquista, le ha resultado siempre escandalosa a la socialdemocracia. En tres decenios casi logró apagar el nombre de Blanqui cuyo timbre de bronce conmovió el siglo pasado. La socialdemocracia tuvo a bien asignar a la clase obrera el papel de redentora de las generaciones venideras. Con ello seccionaba los nervios de su mejor fuerza. La clase obrera desaprendió en esa escuela tanto el odio cuanto la voluntad de sacrificio. Uno y otra se nutren, en efecto, de la imagen de los abuelos esclavizados, no del ideal de los nietos liberados.

Tesis XIII

«Nuestra causa se hace más clara cada día
y cada día es el pueblo más sabio».
Wilhelm Dietzgen-La religión de la socialdemocracia

La teoría socialdemócrata, y todavía más en su praxis, estaba determinada por un concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino que tenía una pretensión dogmática. El progreso, tal y como se perfilaba en la cabeza de los socialdemócratas, era, en primer lugar, un progreso de la misma humanidad (y no solo de la destreza y conocimientos). En segundo lugar, un progreso inacabable (de acuerdo con la infinita perfectibilidad de la humanidad). Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente imparable (capaz de recorrer una trayectoria en línea o en espiral gracias a su propia inercia). Todos estos predicados se prestan a discusiones y cada uno de ellos se podría aplicar a la crítica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, debe ir más allá de esos predicados y buscar algo que le es común. La idea de un progreso humano en la historia es inseparable de la idea según la cual la historia procede recorriendo un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la idea de un tal proceso tiene que constituir la base de la crítica a la idea de progreso.

Tesis XIV

«La meta es el origen».
Karl Kraus-Palabras en verso

La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo repleto de ahora. Así, para Robespierre, la antigua Roma era un pasado cargado de ahora, que él arrancaba del continuum de la historia. Le Revolución francesa se entendía a sí misma como una Roma que retornaba. Citaba a la Roma antigua de la misma manera que la moda cita un traje de otros tiempos. La moda tiene buen olfato para detectar lo actual sea cual sea el recoveco del pasado en el que esa actualidad se mueva. La moda es el salto del tigre al pasado. Sólo que tiene lugar en una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto, realizado bajo el cielo despejado de la historia, pasa a ser el salto dialéctico, la revolución tal y como la entendió Marx.

Tesis XV

La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revolución introdujo el calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario cumple oficio de acelerador histórico del tiempo. En el fondo, ese día es el mismo que vuelve siempre bajo la forma de días festivos, que son días de recordación. Los calendarios no miden el tiempo como los relojes: son monumentos de una conciencia histórica de la que no queda en Europa la menor huella desde hace cien años. En la Revolución de julio se registró un incidente en el que esa conciencia todavía se hizo valer. Al caer la tarde el primer día de lucha sucedió que en unos sitios de París, al mismo tiempo
y sin previo acuerdo, se disparó contra los relojes de las torres. Un testigo ocular, que acaso deba su acierto a la rima, escribió entonces:

¡Quién lo creyera! Se dice que indignados contra la hora
estos nuevos Josué, al pie de cada torre,
disparaban contra los relojes, para detener el tiempo.

Tesis XVI

El materialista histórico no puede renunciar a la idea de un presente que no es tránsito, sino que es un presente en el que el tiempo está en equilibrio y se encuentra en suspenso. Esta idea define precisamente ese presente en el que él, en tanto en cuanto ese presente le afecta, escribe historia. El historicismo postula una imagen «eterna» del pasado; el materialismo histórico, en cambio, una experiencia con ese pasado, que es única. Deja a otros malgastarse con la ramera «érase una vez» en el burdel del historicismo, mientras él se mantiene dueño de sus fuerzas: lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la historia.

Tesis XVII

El historicismo culmina con todo derecho en la historia universal. De ella se separa quizá la historiografía materialista, en lo tocante a metodología, más que de ninguna otra. Esa historia universal no tiene ningún armazón teórico. Su método es aditivo: utiliza la masa de datos para llenar el tiempo vacío y homogéneo. La historiografía materialista, por su parte, se basa en un principio constructivo. Propio del pensar es no solo el movimiento de las ideas, sino también su suspensión. Cuando el pensamiento se detiene de repente en una constelación saturada de tensiones, provoca aquél en ésta una sacudida en virtud de la cual la constelación cristaliza en mónada.

El materialista histórico se acerca a un objeto histórico solo y únicamente cuando éste se le enfrenta como una mónada. En esa estructura él reconoce el signo de una suspensión mesiánica del acontecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido. El materialista capta esa oportunidad con el fin de hacer saltar una determinada época del curso homogéneo de la historia; una determinada vida, de una época; y una determinada obra, de entre toda la actividad laboral de una vida. La ventaja de este procedimiento consiste en que la actividad laboral de toda una vida está guardada y conservada en la obra; y toda una época, en la vida; y el decurso completo de la historia, en la época. El fruto nutritivo de lo que se puede comprender históricamente tiene en su interior, cual semilla preciosa aunque carente de sabor, al tiempo.

Tesis XVIIa [descubierta por Agamben]

Marx ha secularizado la idea de tiempo mesiánico en la sociedad sin clases. Y ha hecho bien. La desgracia comenzó cuando la socialdemocracia elevó esa idea a «ideal». La doctrina neokantiana definió el ideal como una «tarea infinita». Y esa doctrina fue la filosofía escolástica de partido socialdemócrata -De Schmidt y Stadler hasta Natorp y Vörlander-. Una vez definida la sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo se transformó en una especie de antesala en la que se podía esperar, con mayor o menor relajamiento, la entrada de la situación revolucionaria. La verdad es que no hay un solo instante que no lleve consigo su oportunidad revolucionaria. Solo exige que se la entienda como una oportunidad específica, es decir, como la oportunidad de dar una solución nueva a desafíos totalmente inéditos. Para el pensador revolucionario la oportunidad revolucionaria de cada momento tiene su banco de pruebas en la situación política existente. Pero la verificación no es menor si se efectúa valorando la capacidad de apertura de que dispone cada instante para abrir determinadas estancias del pasado hasta ahora clausuradas. La entrada en esa estancia coincide de lleno con la acción política; y es a través de esa entrada que la acción puede ser reconocida como mesiánica, por muy destructora que sea.

Tesis XVIII

«Los cinco raquíticos milenios del Homo sapiens»,dice un biólogo contemporáneo, «representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra, algo así como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Medida con esa escala, la historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último segundo de la última hora». El ahora, que como modelo del tiempo mesiánico resume en una exagerada abreviatura la historia de toda la humanidad, coincide rigurosamente con la figura que la historia de la humanidad ocupa en el universo.

Fragmento A

El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por el mero hecho de ser causa. Llega a serlo plenamente gracias a circunstancias que pueden estar separadas del hecho por milenios. El historiador que parta de este supuesto dejará de desgranar la sucesión de circunstancias como un rosario entre sus dedos. Él capta más bien la constelación en la que se encuentra su época con otra muy determinada del pasado. De esta suerte fundamenta un concepto de presente como ahora en el que se han incrustado astillas del tiempo mesiánico.

Fragmento B

Seguro que el tiempo al que los adivinos interrogaban para conocer lo que ocultaba en su seno, no lo experimentaron ellos no como homogéneo, ni como vacío. Quien tenga esto presente quizás llegue a comprender cómo se hizo la experiencia del tiempo pasado bajo la forma de recordación: precisamente así. Sabido es que los judíos les estaba prohibido escudriñar el futuro. La Torá y la oración les instruyen, por el contrario, en la recordación. Ésta desencantaba el futuro, al que sucumbían cuantos buscaban respuestas en los adivinos. Pero no por eso se convirtió el futuro para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío, porque en ese futuro cada segundo era la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías

Fragmento político-teológico1

Sólo el Mesías mismo consuma todo suceder histórico, y en el sentido precisamente de crear, redimir, consumar su relación para con lo mesiánico. Esto es, que nada histórico puede pretender referirse a lo mesiánico por sí mismo. El Reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede ser propuesto aquél como meta de ésta. Visto históricamente no es meta, sino final. Por eso el orden de lo profano no debe edificarse sobre la idea del Reino divino; por eso la teocracia no tiene ningún sentido político, sino que lo tiene únicamente religioso. (El mayor mérito de El Espíritu de la Utopía de Bloch es haber negado con toda intensidad la significación política de la teocracia.)

El orden de lo profano tiene que erigirse sobre la idea de felicidad. Su relación para con lo mesiánico es una de las enseñanzas esenciales de la filosofía de la historia. Desde ella se determina una concepción histórica mística cuyo problema expondría en una imagen. Si una flecha indicadora señala la meta hacia la cual opera la dynamis de lo profano y otra señala la dirección de la intensidad mesiánica, es cierto que la pesquisa de felicidad de la humanidad libre se afana apartándose de la dirección mesiánica. Pero igual que una fuerza es capaz de favorecer en su trayectoria otra orientada en una trayectoria opuesta, así también el orden profano de lo profano puede favorecer la llegada del Reino mesiánico. Lo profano no es desde luego una categoría del Reino, pero sí que es una categoría, y además atinadísima, de su quedo acercamiento. En la felicidad aspira a su decadencia todo lo terreno, y sólo en la felicidad le está destinado encontrarla. Mientras que la inmediata intensidad mesiánica del corazón, de cada hombre interior, pasa por la desgracia en el sentido del sufrimiento. A la restitutio in integrum de orden espiritual, que introduce a la inmortalidad, corresponde otra de orden mundano que lleva a la eternidad de una decadencia, y el ritmo de esa mundaneidad que es eternamente fugaz, que es fugaz en su totalidad, que lo es en su totalidad tanto espacial como temporal, el ritmo de la naturaleza mesiánica, es la felicidad. Porque la naturaleza es mesiánica por su eterna y total fugacidad. Aspirar a ésta, incluso en esos grados del hombre que son naturaleza, es el cometido de la política mundial cuyo método debe llamarse nihilismo.

Notas

[1] Comienza a trabajar en este texto y en el de las «Tesis» en el año 1940. Ambos se publican por vez primera en 1955.

 

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