¿Cuántas ocasiones hemos escuchado “no robarás a nadie”? algo que no se discutiría, y en lo cual la mayoría de los seres humanos están de acuerdo. También la afirmación “el ser humano tiene libertad” es algo común, entendible y poco discutido, y por lo general poco analizado.
Para el poeta y revolucionario cubano José Martí (1853-1895) la libertad fue su leitmotiv, tanto es así que por el altísimo valor humano ofrendó su vida. El valor que le otorgó a la libertad tiene una profundidad tal en su vida que a la temprana edad de diecisiete años, marcado por la dura experiencia del presidio, escribía, “nunca como entonces supe cuánto el alma es libre en las más amargas horas de la esclavitud. Nunca como entonces, que gozaba en sufrir. Sufrir es más que gozar: es verdaderamente vivir”.
En otro momento dijo, “la libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”. O sea, para Martí el ser libre es, ante todo, un “derecho” de los seres humanos.
El imperativo “eres libre”, se nos presenta a todos como cosa dada. Está ahí, ante nosotros, como algo independiente de nuestro ser, algo que consiste en sí, exactamente como podría presentársenos un objeto del mundo. Tal vez con más firmeza que las cosas simples. Como un “ente”; es un ente. Por supuesto no es un ente concreto, pues la idea “eres libre” no es una cosa que está en el mundo, quiero decir ahí en el mundo; además, conserva su valor por encima del tiempo y del espacio. Es trascendente. Entonces, es un ente ideal, a la manera de las matemáticas. Pero la gran diferencia es que la proposición “eres libre” no está ahí como fórmula matemática. Las matemáticas dicen simplemente lo que es. La proposición “eres libre” exige: dice lo que debe ser. Se presenta ante nuestro ser como una llamada, como un constante martilleo en la conciencia. Este imperativo es “categórico”. Esto significa que no tiene sentido preguntar qué es la libertad o por qué la libertad es así. O como diría Martí, “somos libres, porque no podemos ser esclavos”.
De lo anterior se desprenden tres aspectos. Primero, una cosa, algo real que es valioso positiva o negativamente; por ejemplo, bueno o malo. Esa cosa real es el “ser libre” o la libertad. La cosa real, en este caso la acción de “ser libre”, está caracterizada por una cualidad que la hace precisamente valiosa. Y esta propiedad—segundo punto—se llama “valor”. Pero, en tercer lugar, hay que contar con nuestras relaciones y reacciones, nuestra intuición de los valores, nuestra voluntad que apetece o repele algo. En esencia, serían tres aspectos: el portador (sujeto) del valor, el valor mismo y la actitud humana.
Como se mencionó anteriormente, uno de los valores más trascendentales del ser humano es la libertad. No se cuestiona su trascendencia. Pero a la vez, el valor “libertad” es existencial. Es existencial, primero, porque el ser humano elige en su vida, y segundo, porque el ser humano se hace en la libertad. Esto es porque la libertad además de valor, es acción humana. Por esto para Martí la libertad es la idea que trasciende, pero también es la existencia humana, es la acción de llevar a cabo la idea.
El filósofo alemán Bochensky plantea que existen tres grandes grupos de valores: los morales, los estéticos y los religiosos. Tienen en común que todos inducen, de una forma o de otra, un deber-ser. Los valores morales se caracterizan por su imperativo de acción; o sea, contienen un deber-ser pero también y necesariamente un deber-hacer. Los valores estéticos expresan un deber-ser, pero no un deber-hacer. Cuando se contempla algo bello, se ve tan perfecto y hermoso que así “debe ser”. Los valores religiosos son de otra índole. Poco estudiados. Escapan de los valores morales y estéticos. El deber ser se fundamenta en la fe. Así el “robar”, desde el punto de vista moral, es un crimen, una mala acción; ahora desde el punto de vista religioso, es algo completamente distinto: es un pecado.
En sentido general, los tres grandes grupos de valores llevan consigo un llamamiento a nuestra/la conciencia. La libertad es atravesada por los tres grupos de valores, donde los dos primeros, morales y estéticos, ofrecen al ser libre la posibilidad de ser, en tanto posibilidad; mientras que los valores religiosos liberan en muchas ocasiones al ser humano de sus lamentos vivenciales.
Martí entendía la libertad como un valor moral desde el punto de vista de la conciencia, su deber ser, y la responsabilidad con el deber hacer. A nivel estético le daba prioridad al individuo creado y libre, al artista, al escritor, a los cuales ponía en el plano de “genios”. Y los valores religiosos, a los cuales respetaba sin ser un “religioso” ferviente, los comprendía como el libre credo individual, la libre concurrencia de la fe.
Por su parte, el filósofo cubano José Ramón Fabelo clasifica la historia de los valores en cuatro grandes grupos; siendo estos, el naturalista, el objetivista, el subjetivista y el sociologista. En esencia, los cuatro grupos de valores plantean el dualismo establecido desde la modernidad: moral-naturaleza, individuo-sociedad, el mundo del ser y el mundo del deber. Al final, haciéndole una crítica a esta fragmentación, expone su criterio señalando que los valores tienen tres dimensiones fundamentales: objetiva, subjetiva e instituida; y que son producto, en última instancia, de la relación dialéctica sujeto-objeto, en lo que Fabelo llama “sistema multifuncional de valores”. De lo que se entiende que no puede haber libertad del ser sin libertad del deber-ser. Ambos se realizan. Para juntos formar la libertad del deber-hacer.
De lo anterior sucede que el centro del debate aquí lo ocupa la cuestión de la variedad y cambio de las valoraciones en tiempo y espacio diferentes. Los valores cambian por las valoraciones. De lo que se entiende que el valor “libertad” también es cambiante, o mejor dicho, su valoración cambia. Si damos por sentado que los valores están fundados en la relación entre los seres humanos y las cosas, aparece una pregunta ¿el valor libertad es variable? Esto lleva dos respuestas: sí y no. Sí, porque el hombre mismo es variable, “en sí” y “para sí”, o sea, con respecto a sí mismo y a las cosas, y la libertad cambia de acuerdo a las circunstancias. Y no, porque el valor libertad es constitutivo de suyo, es fundamental, constante y esencial. Mientras las particularidades varían, lo esencial permanece.
El valor de la libertad es propiedad fundamental de la voluntad. “La voluntad es la ley del hombre:—sentencia Martí—la conciencia es la penalidad que completa esta ley”, relación armónica que plantea el más universal de los cubanos, pues si la voluntad es necesaria para la libertad, igual lo es la conciencia de ser libre, la responsabilidad.
Por último, el valor de la libertad siempre remite a la libertad propia, como a la libertad de los demás. Esto quiere decir que el valor de la libertad en la esencialidad humana del hombre es un supuesto fundamental de “lo humano”, antes que del individuo. Al respecto Martí, sentenciará “la libertad no es placer propio: es deber de extenderla a los demás: el esclavo desdora al dueño: da vergüenza ser dueño de otro”. Es la máxima martiana de darle valor a la libertad a partir de cuánta libertad se le asegure el otro. En Martí el valor de la libertad es directamente proporcional a la emancipación del pobre.
El valor de la libertad en Martí siempre estuvo presente en su idea y en su acción. Valoró tanto a la libertad que derramó su valiosa sangre por tal empresa: la Independencia de Cuba. A sabiendas de que tal vez el arranque aciago de ese 19 de Mayo sería lo último que haría en la vida, pero acaso la libertad tenía más valor para él que la vida misma.