«In the end, there are not distorted versions since they all belong to reality».
(Fragmento del Statement del artista)
En las artes visuales hay artistas y artistas: Los talentosos, los comunicadores que saben como emplazar su obra en el momento y espacio justo, los contestatarios, los social network, los conceptualistas, y así una serie de categorías existentes o inventadas; cada cual con su espacio en la caldosa del arte contemporáneo.
Hace poco descubrí una nueva definición, los «artistas medicina». Ellos ni siquiera lo saben, y puede que les ofenda esta categoría, pero tampoco pueden escapar de ella. Si curar fuera su vocación, hubiesen elegido ser doctores —creo yo. Sin embargo, han encontrado una forma muy particular de sanar todo lo que anda revuelto y desenfrenado: el equilibrio de las cosas. Así, sin presunciones, ni regodeos conceptuales. Una benzodiazepina en pincelada, escultura, grabado. Un oasis de calma en estos momentos de tanta alteración.
Ernesto Capdevila (La Habana, 1970), es uno de esos artistas que van por la vida curando con el equilibrio. Su visualidad, tan polifacética como las técnicas que trabaja, posee siempre una constante: la búsqueda de una esencia en cada cosa; el punto exacto entre lo subjetivo y lo evidente; la consciencia de que las obras una vez que se alejan de sus manos son espada y escudo, aunque jamás necesiten defenderse, aunque nunca pretendan atacar.
De su creación artística que va desde el dibujo, grabado, instalación y escultura, hay una producción muy sorprendente. Es aquella que comprende su obra escultórica a partir del 2011. Rozando casi el expresionismo tiene la habilidad de poner cada cosa en su justo equilibrio. Piezas como The monster, 2015 El tiempo no existe, 2016; Take off, 2016; o Sigue la corriente, 2019 por solo citar algunas, juegan constantemente con la idea de balance; largas extremidades en las figuras, distorsión de siluetas y la utilización de la madera como elemento fundamental, les otorgan una flexibilidad natural que juega en continuidad con la idea de infinito; como si en vez de desarticular las estructuras moldeara una realidad y fluyera con ella en completa armonía con el universo.
Es en su visualidad tan elástica donde está el poder de la sanación. Cada obra tiene su historia. Incluso para algunas exhibiciones, el pie de obra incluye algún texto redactado por el mismo artista; apuntes literarios y casi filosóficos ofrecen líneas de lecturas muy interesantes para cada pieza. Pero eso pasa a universos paralelos. El elemento que sobresale más allá de toda intensión es el equilibrio, tesoro muy apreciado en la contemporaneidad.
Capdevila no deja su cubanidad ni los orígenes populares que constantemente recurren en sus obras. La fe vuelve a su esencia; se mezcla con el recuerdo de sus días habaneros y muta para variar en equilibrio. De soslayo —aunque ni tanto— machaca un poco de política, con una visión que detesta a sobremanera los extremos (eso nunca lo ha declarado), pero no hay statement más fuerte que una visualidad así tan transparente.
No busca la perfección, y mucho menos la logra. Sé por terceros que sostener estas esculturas tan alargadas le cuesta mucho, pero el resultado desborda siempre. También me han dicho que pasa mucho tiempo encerrado en su taller y que su musa preferida se llama disciplina. Además domina muy bien el arte de terminar los proyectos. No importa cuán locos parezcan, o cuan desarmados puedan presentarse; al final no existe una versión distorsionada de las cosas desde el preciso instante en el que ellas comienzan a formar parte de la realidad.