Estar-de-otra-manera

Primera Entrega de «Mujer-Saber-Feminismo»
enero 7, 2023

Foto: Yamel Santana & Lídice González

El mundo al revés

Cuando se habla en pleno siglo XXI acerca del derecho de las mujeres al conocimiento, parece una cuestión que se torna rutina y tal pareciera que carece de originalidad escribir sobre lo ya alcanzado. No obstante, es bueno recordar y repasar las estrategias trazadas, los discursos imperantes y las claudicaciones forzosas de épocas pasadas que impedían el acceso de la mitad de la población mundial al saber y, por tanto, a estar de otra manera en el mundo, cuando hasta buena parte del siglo decimonónico el sistema educativo era diseñado en función de los varones.

Una de las grandes revoluciones (silenciosa y pacífica) vinculadas con las mujeres a fines del siglo XIX y a lo largo del XX, fue la incorporación de estas a la red educativa en los niveles superiores. Aunque estamos de acuerdo con la tesis que desde la Sociología explica la violencia simbólica que ejercen determinadas acciones pedagógicas como dispositivo de control (Bourdieu, 2001; 20), es indudable que el acceso a la cultura escrita representó para la mitad de la población mundial un avance sustancial en la construcción de un camino fundador para una vida de mayor justicia e igualdad.

¿De qué manera se manifiesta el avance de un saber paulatino, sistemático y persistente a lo largo de la historia en las grietas de la exclusión a la que fueron consignadas las mujeres? ¿Qué mecanismos sociales hicieron posible que con el surgimiento de las universidades la representación femenina fuera nula en esos espacios y cómo hicieron para ocuparlos y afianzarse en ellos?

La primera noticia de utilización del argumento filosófico para defender la vida de los hijos, parte de una leyenda del mundo antiguo contada en una tragedia de Eurípides, dramaturgo del siglo V a.C. Eolo, hijo de Zeus, tuvo de la hija del centauro Quirón, una hija muy destacada por su belleza: Melanipa. Esta fue seducida por Poseidón y de esa unión nacieron gemelos. Melanipa por miedo a su padre, depositó a los niños en un establo y allí fueron amamantados por una vaca. Los niños fueron descubiertos y llevados al abuelo, el rey Eolo. Este los consideró unos monstruos y fueron condenados a morir quemados. La madre se entera y decide defenderlos a través de la argumentación filosófica, influenciada por el pensamiento de Anaxágoras. Explicó y demostró que los niños no eran nacidos de toro y vaca, confiesa la verdad argumentativa. Los niños son perdonados y el rey como castigo, ciega a Melanipa. Sus hijos y el padre de ellos la salvan y termina recuperando la visión.

Mujeres filósofas en la historia…de Ingeborg Gleichauf; Kàtia Pago Cabanes (Trad.)

El antepasado de los filósofos es el centauro Quirón, cuyo cuerpo es mitad hombre y mitad caballo.  La filosofía es potencia animal en simbiosis con una cabeza humana elevada y meditativa. Cuando la imagen del centauro se feminiza en la de Melanipa, estamos ante la tragedia. La historia de las mujeres creadoras está marcada por este mito reflejado en las múltiples dificultades con la que se tienen que enfrentar (Vasallo, 2008;12). Los sofistas, en el siglo V a.C. plantearon la idea de la igualdad ante la ley, algunos de ellos por esta razón, tuvieron posiciones antiesclavistas y feministas. Eurípides apoyó este enfoque y por ese motivo fue acusado de haberse pasado al bando de las mujeres por Aristófanes. Filósofas como Aspasia, las hetairas, poetisas como Safo, combatientes como Juana de Arco, echaron por tierra las ideas de inferioridad de la mujer con respecto al hombre.

Durante la Edad Media los monasterios constituyeron verdaderos centros de civilización, tuvieron una doble tarea: conservar y crear cultura. A partir del siglo XI ellos se cierran sobre sí mismos, influidos por las reformas del Papa Gregorio VII para evitar el peligro de mundanización de los monjes. De esa manera la enseñanza fue limitada a sus propias comunidades y se circunscribió al estudio de materias de índole religiosa esencialmente. Durante el período señalado en el contexto europeo, las mujeres tuvieron que someterse a estas decisiones de enclaustramiento para acceder al conocimiento y al mismo tiempo se ven obligadas a salir al encuentro de muchas ideas relacionadas con la infravaloración de su inteligencia mediante la ridiculización de ese saber, la censura a sus palabras y la argumentación sobre la falta de talento femenino. Sin embargo, no hay que olvidar que el convento constituyó una zona de relativa independencia. La experiencia del convento en ellas, es vista por algunas autoras actualmente como una resistencia no marginal, como sí lo fueron la locura y la prostitución, del mismo modo que en el tiempo de la esclavitud las esclavas procuraban abortar para no parir hijos sin libertad o perpetraban infanticidio.

El cristianismo reforzó el sistema de relaciones género/parentesco inherente a las sociedades patriarcales e importó a los fundamentos de su dominio simbólico e institucional las posiciones padre/madre, esposo/esposa, hijo/hija; es de suponer que las relaciones en los monasterios femeninos también se establecieron con esos preceptos jerárquicos establecidos de antemano, cuando muchas veces tomar el hábito se traducía como una necesidad y estrategia social de las familias medievales. Sin embargo, el monasterio no constituyó un modelo institucional homogéneo y sencillo. La vida en estas comunidades conventuales complejas y pletóricas de ambivalencias, contrapunteos, propuestas que conformaron verdaderas alternativas de vida, sobre todo porque el espacio también lo aprovecharon muchas eclesiásticas para asimilar y producir saberes (Muñoz, 1997; 80). Al principio estos fueron mixtos, a partir del siglo XII es que aparecen los monasterios femeninos.

Algunas mujeres pudieron experimentar el viaje como otro acto de independencia, aunque muchas veces se exponían al peligro de agresiones. En esos desplazamientos se dedicaban a la predicación; en un momento determinado llega la medida de la reclusión en los conventos. Una de las que representa esta variante de viajera como resistencia y búsqueda de la libertad fue Egeria (Rivera, 1995;43) quien en el siglo IV viajó a Sinaí, al sepulcro de Job, a Mesopotamia, a Constantinopla, a Egipto, para conocer de historia del cristianismo, de esta manera verifica por sí misma lo que leyó, trata de nunca regresar, de no volver, de desestructurar su vida a través del desplazamiento.

Las diversas formas de conducirse señaladas anteriormente trascienden el papel que les fue asignado, sus actitudes las convierten en verdaderas sabias y eruditas. A continuación, se mencionan algunos ejemplos que demuestran la falsedad de supuestas evidencias acerca de la disminución de la capacidad y el valor femeninos. Eloísa de Paracleto, nacida en Francia en 1102 y fallecida en 1164, es un ejemplo de utilización de la filosofía para sostener determinados e intensos argumentos en las cartas que escribía a Pedro Abelardo. Conocía el griego, el latín y el hebreo. Tenía 16 años cuando conoce a Abelardo. Se sabe que este último fue su preceptor y tenía casi 40 años; era teólogo y enseñaba además Lógica. Se enamoraron, ella queda embarazada y por ese motivo Abelardo la lleva para casa de su hermana en Bretaña. Tuvo un niño al que llamaron Astrolabio.

Primera representación de Eloísa, junto a Abelardo , ilustración de una edición del siglo XIV del Roman de la Rose

El tío y tutor de Eloísa, Fulbert —canónigo de la catedral de París— descubre el romance cuando Abelardo va a contarle lo sucedido, éste último promete casarse con ella con una condición, mantener el casamiento en secreto para no afectar su reputación. Ella no estuvo de acuerdo con el matrimonio porque sabía de la importancia del trabajo que su amante desempeñaba; prefería mantenerse alejada y verlo esporádicamente, pero él la convence de regresar. Se casan a escondidas y Abelardo la envía con las monjas de la abadía de Argenteuil para que tomara los hábitos. El tío de Eloísa prepara una venganza, unos sirvientes lo castran. Ese hecho provoca que Abelardo se encierre en un convento como monje en la abadía de San Denys y dispuso que Eloísa hiciera lo mismo en el que ya se encontraba. Abelardo muere en el convento de Cluny en 1142 y Eloísa le sobrevive, pide que la sepulten junto al cretino de Abelardo 22 años después (Rodríguez, 1994).

Hildegarda de Bingen (1098-1179) llegó a convertirse en abadesa de la orden benedictina y en una verdadera filósofa. Mantuvo correspondencia con papas, reyes, reinas, obispos, arzobispos, abades y abadesas. Abandonó el monasterio mixto en que vivía para fundar uno exclusivamente femenino, desarrolla una estética diferente en el vestuario y cambió la forma de conducirse de las monjas: adornos, velos, coreografías, música creada por ella misma (Caso,2006; 48). Introduce también medidas de higiene en su convento. Sus escritos revelan un profundo conocimiento de teología, filosofía, medicina y ciencias naturales. Aportó a la cultura occidental mediante sus composiciones musicales. Pero su obra fue silenciada al imponerse la idea paulina del silencio femenino en lo referente al canto. En la Edad Media solo los monjes tenían permiso para cantar en los templos de sus monasterios.

En el seno del catolicismo el veto se extendió hasta principios del siglo XX. Un ejemplo de ello es que, en 1874, el compositor romántico italiano de ópera Giuseppe Verdi, quiso estrenar en Milán la Misa de Réquiem, pero tuvo grandes trabas por parte de la jerarquía eclesiástica, la cual no permitió a las mujeres cantar en el templo. Sus voces fueron sustituidas por niños y castrados. Hildegarda fue la gran precursora de las beguinas.

Resulta interesante leer acerca de la creación de ese movimiento de mujeres que organizó espacios –sin romper vínculos con el «exterior» de diversas formas– y estableció conexiones o redes para ayudar a los desamparados, a otras mujeres, niños, enfermos, acompañar en los nacimientos y en los procesos de las muertes. Como podemos constatar, no solo existieron en estas acciones motivaciones religiosas, lo social está presente. Eran religiosas sin alcanzar el estatus de monjas, no se implicaron con la jerarquía de la iglesia.

Dicho movimiento de beguinas fundó ciudades dentro de estos espacios urbanos europeos para de esta manera facilitar la labor que hacían, establecieron sus casas cerca de iglesias y hospitales. El número de beguinas en algunas ciudades llegó a ser enorme. En Bélgica se conservan algunos de estos establecimientos. Tuvieron vidas nómadas, marginales, contestatarias, actuaron de múltiples maneras, no solo supieron de la necesidad de cambiar el mundo, llegaron a saber qué había que cambiar (Collin, 2006; 215).

Es sorprendente descubrir cómo crearon un pensamiento dentro del pensamiento predominante de la época al instaurar una comunicación directa con Dios. Promovieron sus ideas, pues enseñaron a leer y a escribir a otras mujeres, en un tiempo donde el saber era de exclusividad masculina. Conocían de plantas y sus cualidades curativas. Esa tendencia femenina mencionada, se intensificó en el transcurso del siglo XII. Tal parece que surgió en Lieja (Bélgica) y sus acciones se extendieron por otras ciudades belgas como Flandes, por países tales como Francia, Italia, Alemania, España, Holanda. En la actualidad han sido declaradas madres de las lenguas europeas, pues se negaron a escribir en latín ya que este solo lo entendían los clérigos y el resto de la gente culta. Es importante aclarar que aunque hablar y escribir en latín en los siglos medievales es algo incomprensible en estos tiempos, cuando se tenía un idioma propio, esto tiene su lógica o su explicación. La causa reside en que si un filósofo medieval deseaba hacer un texto sobre Dios, ninguna lengua europea podía proveerlo de suficientes palabras y oraciones, era difícil expresar así los pensamientos, algo equivalente a la limitación que tendría que un indio escriba en navajo o un vasco lo haga en su lengua local, es decir, solo los grandes idiomas pueden ser utilizados para propósitos más altos de comunicación de pensamiento y el desarrollo de los mismos en Europa Occidental tomó forma después de terminada la Edad Media. El francés, el italiano y el español extendieron su vocabulario del latín clásico, lo que sirvió para expresar ideas intelectuales, artísticas y científicas.

Las beguinas atendieron sobre todo la cuestión de la espiritualidad, a sus casas se les denomina beguinatos. Constituyó un movimiento espontáneo que no contó con una fundadora o líder oficial. Son las grandes olvidadas de la historia, algunas cobraron con sus vidas tal atrevimiento de pensar, como es el caso de Margarita Porete, quien fue quemada por la Inquisición en 1310.

Durante la Edad Media muchas de las dolencias aparecían como resultado del hambre y la pobreza. Había una medicina pagada para los reyes y otro tipo que se practicaba en las puertas de las iglesias: «[…] Resignaos, sufrid, morid» (Michelet, 2006; 70). Las enfermedades de la piel a gran escala en el siglo XIII, el flagelo de la lepra y otros achaques menores en todas partes incitó a la gente —aunque no dejara de ir a la iglesia— a visitar a las brujas en las sabanas, en el bosque.

Paracelso – Obras

Paracelso[1], el famoso doctor del Renacimiento testimonia que sus conocimientos procedían no tanto de la medicina antigua de árabes y judíos, como de la medicina popular, de las mujeres de los pastores y los verdugos. El primer libro escrito por este médico acerca de las enfermedades de las mujeres se inspiró en las experiencias de ellas mismas, de aquellas a quienes las propias mujeres pedían ayuda que eran las denominadas brujas, las cuales también hacían de comadronas. Usaban para su trabajo una gran familia de plantas, a veces peligrosas. Para su correcta utilización, era necesario precisar las dosis y esto fue la gran tarea y el genio de las peculiares curanderas. Otro aporte importante que hicieron lo constituyó el conocimiento acerca de las funciones digestivas al afirmar «no hay nada impuro y nada inmundo» (Michelet, 2006; 76). Esta fue una de las razones por la cual se les llamó sucias, impúdicas, inmorales. A partir de 1300 comienza a ser juzgado este tipo de medicina como un maleficio, los remedios elaborados por ellas fueron tildados de venenosos, la luz que iluminó este período que se extendió por unos cuantos siglos se produjo fundamentalmente en las hogueras.

Es la chilena Julieta Kirkwood quien recuerda como «las palabras fármaco = fórmula = bruja; bruja = esa primera síntesis de mujer y naturaleza que fue la medicina y en el fondo la actitud de ciencia, investigar = curiosidad, administración, mantener, cultivar, elaborar (cestos, mimbres, tiestos, telas) y aún maternidad…” (Kirkwood, 1986; 18). Marcela Lagarde expresa que,

«la bruja es la mujer con poder que hace el bien o el mal […] aunque su brujería sirva para hacer el bien, el sólo hecho de aceptar que tiene poderes particulares sobre los otros, hace que su valoración sea negativa: la bruja es la mujer poderosa que hace el mal […] La brujería es la encarnación del mal en abstracto, pero síntesis y abigarramiento de la posible concreta maldad femenina, encarnada en el erotismo, en la sabiduría y en la alianza de mujeres, aplicadas a desarrollar nuevos conocimientos y a movilizar poderes para modificar el mundo» (Lagarde, 2003;732).

La comedia o tragicomedia de Calixto y Melibea no se llamó La Celestina por la voluntad de su autor Fernando de Rojas, sino porque la vieja hechicera constituye uno de los seres más atractivos de la literatura, su obra tiene como trasfondo histórico la persecución a la brujería que se extendió en Europa durante la segunda mitad del siglo XV (Mérida, 2008;164). La renovación religiosa que resultó la reforma protestante tampoco significó un debilitamiento de la autoridad patriarcal, sino todo lo contrario. No obstante, ya en el siglo XVII aparecen algunas sectas que dejan entrever una participación de las mujeres al permitirles actuar como predicadoras, este fue el caso de los cuáqueros.

El mito de las amazonas constituye una metáfora de independencia femenina mencionado por varias personas, Hernán Cortés, entre ellas; dice el conquistador español:

«Se afirma mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón alguno y que en ciertos tiempos van de tierra firme hombres, con los cuales han acceso y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan y si hombres los echan de su compañía y que esta isla está diez jornadas de esta provincia y que muchos de ellos han ido allá y la han visto. Dícenme asimismo que es muy rica de perlas y oro».

Hay autores que les conceden existencia real a las amazonas.

Hrostvitha de Gandersheim fue una adelantada de su tiempo, nacida en Sajonia, Alemania en el siglo X. Su condición de canonesa[2] le permitía no hacer voto de pobreza y ello le otorgaba cierta movilidad. Aunque no se conocen detalles de su vida, todo indica que tuvo una posición social acomodada, pues en la abadía de esa ciudad se admitía solo a la aristocracia. Conocía las obras de Horacio, Ovidio, Terencio, Virgilio y otros pensadores. Fue poeta, historiadora y la primera mujer que se convirtió en autora de teatro en Europa. Ella escribió algunos dramas y sobre todo comedias. En un ambiente donde apenas las sonrisas de las mujeres eran apreciadas, la dramaturga provocaba una risa transgresora, desatenta a la disposición jerárquica, excéntrica en sus escritos; la «bufonería» era un estilo que practicaba; escribía con ironía y así desafiaba el orden establecido. Muchas veces tuvo que utilizar otra manera de resistir: la ambigüedad en la palabra. Apenas decía lo que realmente quería decir y al mismo tiempo no quería decir casi nada de lo que realmente decía, como la apelación al pudor, por ejemplo, para que sus textos no fueran destruidos.

En su práctica religiosa fue seguidora de la orden de San Benito[3]. A través de su escritura se puede constatar la conciencia que alcanzó acerca de la identidad femenina. Después de su muerte fue trivializada, la tildaron de ser «el adorno» de la orden a la que pertenecía, el «ruiseñor del claustro». Pero esto es solo una interpretación errada de la significación de alguien que propuso la cuestión de la solidaridad como cuestión vital, quien fue capaz de defender en sus obras a las mujeres del hecho de la violación sexual, ridiculizando a los agresores, de alguien que tuvo un sentido de la libertad personal. Todo lo contrario a esa pálida ubicación, se consideraba a sí misma como «la voz fuerte de Gandersheim». Este clamor lo podemos comparar con «yo, la voz que clama en el desierto» de San Juan Bautista. Sabía del toque divino que posee toda creatividad humana y ello la hacía concientizar su propio talento.

Cristhine de Pizan tiene el mérito de ser la primera mujer escritora que vivió de su pluma. Su padre fue filósofo y consejero del monarca francés Carlos V. En la corte conoció a los clásicos, tuvo influencia de Boccacio. En 1380 –a la edad de 15 años– fue casada con un intelectual, Etienne du Castel que era el notario y secretario del rey. Tuvo tres hijos y a los diez años de matrimonio falleció el esposo por una epidemia, después de eso comenzó una etapa de serias dificultades al tener que enfrentarse como viuda a la vida, tuvo que mantener a sus hijos, su madre y una sobrina. Es el período de maduración de su pensamiento como escritora y en este proceso adquiere conciencia de la subordinación de las mujeres. Para 1430 era una mujer famosa. Su ansia de conocimientos y la literatura que crea la salvan, se pasaba gran parte del tiempo libre en la biblioteca real que se convirtió en su «habitación propia». Publicó en 1405 su obra La Ciudad de las Damas donde fundamenta la necesidad de la educación de las mujeres, reivindica el valor intelectual de ellas y critica el argumento acerca de que a estas les gusta que las violen.

Christine de Pizan (Venecia, 1364 – Monasterio de Poissy, hacia 1430)

La Querella de las mujeres constituyó un agudo debate sobre las condiciones intelectuales del sexo femenino que a lo largo de tres siglos envolvió a numerosos ensayistas en algunos países europeos. Este importante movimiento intelectual se inició en 1401 cuando un funcionario de la ciudad de Lille le hizo llegar a Cristhine El libro de la Rosa, texto escrito en el siglo XIII, pero que alcanzó éxito a fines del XIV entre los intelectuales franceses. El debate iniciado acerca del mismo constituyó la primera polémica literaria en Francia (Rivera, 1995; 179-207). Fue un poema de amor cuya segunda parte resultaba ser profundamente misógina al acusar a las mujeres de seres astutos y traidores. Cristhine le contesta al jefe de la comunidad y se origina una especie de querella que renace varias veces en siglos posteriores (Caso, 2006; 85).

La significación de ese importante movimiento intelectual fue su función reivindicativa y de polémica en el cual estuvieron involucrados tanto hombres como mujeres. Al impugnar   los conceptos planteados, la escritora italo-francesa le imprimió una perspectiva feminista.

Fue el desarrollo urbano que tuvo lugar durante los siglos XI y XII lo que provocó el desplazamiento del foco cultural a las ciudades y el desarrollo de colegios laicos, de otro tipo, de los que hasta ese tiempo existían. Además, los maestros se fueron convirtiendo en profesionales de la instrucción. Las escuelas superiores aparecen en el período del XI al XII y se abrieron a enseñanzas de tipo enciclopédicas. Los maestros y estudiantes de estas escuelas se convirtieron en universitas (agrupación, corporación) en defensa de sus derechos e intereses, el término apareció por primera vez en París para designar a la comunidad de maestros y estudiantes (Marín, 2009; 94-95). Cuando comenzó el siglo XIII ya existían tres universidades: París, Bolonia y Oxford. A lo largo de todo el siglo se crearon muchas más. Las universidades se estructuraron en diversas facultades, la de teología, arte, derecho y medicina. Al frente de cada facultad se colocaba a un decano, que era el profesor de más edad o la persona más antigua. La máxima autoridad de este tipo de institución era el rector, con amplios poderes y con un mandato breve, generalmente por un período de un año. Esta institución fue apoyada por los papas, quienes consideraban que una formación intelectual eficiente era un apoyo en contra de los movimientos heréticos.

En el siglo XVII francés, algunas mujeres abrieron sus salones, allí se hablaba de amor, de filosofía, de literatura. Los intereses intelectuales de estas damas despertaron el desprecio de personas que las acusaron de manieristas, artificiosas, antinaturales, masculinizadas, destructoras de familias, las llamaron «preciosas» reprochándoles de esta manera que solo otorgaban valor a lo que no lo tenía, incluso a ellas mismas (Calvo, 2004; 104-115). No se quedaron en el nivel de los lamentos y quejas, pedían la aprobación del divorcio, se manifestaron a favor de la infidelidad cuando los matrimonios eran infelices y el derecho de las mujeres al cultivo intelectual. El nivel intelectual de los salones se elevó por el grado de refinamiento de las costumbres sociales que «las preciosas» impusieron y porque pulieron la lengua empleada en los salones que regentaban y al que asistían figuras destacadas de la época. Se convirtieron después en el chivo expiatorio por ser una amenaza al sistema jerárquico imperante por defender el derecho a la autonomía (Godoy, 2007; 116).

En Inglaterra se les denominaba bluestocking, surgieron en este país a mediados del siglo XVIII. ¿Quiénes fueron? Un grupo de mujeres de la alta sociedad y, por tanto, cultas y privilegiadas en el plano económico, que comenzaron a aburrirse en las reuniones, sus esposos se apartaban para hablar de diferentes temas y ellas quedaban relegadas, al margen. Ese aburrimiento hizo que comenzaran a organizar sus propias tertulias. Hay dos versiones acerca del nombre, una referida a una sociedad similar surgida en el siglo XVI en Francia, cuando las medias azules de lana eran la última moda en ropa de diario. La otra versión parece ser la más generalizada —y la más interesante— atribuida a Elizabeth Vesey, una de las fundadoras del grupo, quien invitó al biólogo Benjamin Stilligfleet a una de las actividades. En aquel tiempo, la gente de la alta sociedad se vestía para las fiestas con medias de seda negra. El biólogo, al ser invitado, responde que no disponía de un atuendo adecuado, Vesey le responde, «It does not matter, come in your blue stocking!». Así fue que pudieron contar con la presencia del botánico que también era poeta, se hizo habitual su presencia y comenzaron a llamarle con el sobrenombre de bluestocking que literalmente quiere decir «medias azules».

Gracias a la actividad de las preciosas, La Querella de las mujeres deja de ser un coto de moralistas y teólogos y pasa a ser un tema de opinión pública que trae reacciones misóginas como la obra de Molière Las Mujeres sabias una comedia estrenada en 1672, bajo el reinado de Luís XIV, el rey Sol y el manual burlesco La Culta latiniparla (1624) de Francisco de Quevedo. Es de destacar que la misma Simone de Beauvoir distingue a las mujeres que delegan por razones de comodidad al poder instituido y las que renuncian a esa delegación que son menos, las cuales enarbolan la bandera de la igualdad, sabiendo que son sujetos de derecho, lo que desean es subvertir el androcentrismo imperante. Pero esa minoría, como dijera el poeta Juan Ramón Jiménez, es inmensa.

Virginia Woolf (Londres, 25 de enero de 1882-Lewes, Sussex, 28 de marzo de 1941)

En 1841 Josefa Massanés y Gertrudis Gómez de Avellaneda publicaron en España sus respectivas obras poéticas. Cuando esto sucedió, un periódico satírico denominado El Jorobado se hizo eco del acontecimiento de manera despectiva con una caricatura cuyo título era El Mundo al revés, se trataba de una mujer sentada en una mesa la cual decía: «con este soneto doy fin a mi tomo de poesías», mientras al marido lo colocaron sentado detrás ¡bordando! (Calvo, 2004; 109). Es decir, que en aquella época una mujer que pensara, era sencillamente un ser extraño, eso no era nada normal. La imagen de La habitación propia perteneciente a la escritora inglesa Virginia Wolf, la cual refleja la necesidad de las mujeres de independencia y de una posibilidad para poder desarrollarse como seres humanos que piensan y crean, tiene sus antecedentes a fines del siglo XIX cuando aparece lo que se conoce como la New Woman. Bajo esta denominación se encuentra un grupo heterogéneo de mujeres que irrumpió con fuerza en el escenario social y literario de fines del siglo decimonónico que rechazaba los presupuestos morales y sexuales sobre los que se erigía la sociedad.

Las «nuevas» mujeres defendieron la libertad de poder seguir sus inclinaciones personales, artísticas y laborales, la igualdad intelectual respecto a los varones y el derecho a recibir igual educación que ellos. Se vestían con pantalones, fumaban en público, hacían trabajos tradicionalmente destinados a hombres. La inglesa Sarah Grand fue una de las responsables de este término, su novela The Heavenly twins (1893) reflejó esta tendencia por lo cual tuvo un éxito extraordinario, en solo un año vendió 36000 ejemplares. Una gran cruzada se destacó contra esa imagen femenina a través de la prensa, de esta manera se daba respuesta a las voces que pedían el estricto cumplimiento del papel tradicional de la mujer: el hogar y la familia (Caporale; 2003; 147-156).

Queda demostrado cómo un grupo significativo de mujeres asumieron la tarea del pensamiento y abrieron la puerta a la esperanza para encontrar en la reflexión y el sosiego la claridad que nuestra época aún necesita.

Notas

[1] Paracelso (Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim) (1493- 1541) Nació en Suiza, médico controvertido, su fama le reportó una amplia clientela y bastantes discípulos. (Volver)

[2] A diferencia de las monjas, las canonesas en ese tiempo hacían votos de castidad y de obediencia, pero no de pobreza. (Volver)

[3] El monaquismo entró en Occidente a fines del siglo IV, pero el mejoramiento organizacional de los monasterios se produjo por el fundador de la orden benedictina:  San Benito (480-543). En el año 529 fundó el Monasterio de Montecasino, al norte de Nápoles. Cerca de ese lugar se erigió un convento de benedictinas, fundado y dirigido por Santa Escolástica († 542), que era la hermana gemela de San Benito. Los benedictinos dieron un ejemplo de estabilidad y de trabajo, sobre todo conservaron las artes y las ciencias al conservar los documentos que explican los acontecimientos de la época, crearon una tradición de aprendizaje y sensibilidad estética. Después la vida monástica entra en decadencia (VI al XI) al ser regida por reyes y señores que los tenían bajo su dependencia (Ramírez, 1947; 280-281). Esta costumbre tiene sus raíces en la vida anacoreta o solitaria. (Volver)

Referencias

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