La Autonomía de los No-Vivos: La Instrumentalización del Arte y la Descentralización de la Belleza

julio 24, 2020
Instrumentalización Arte Belleza
La Autonomía de los No-Vivos: La Instrumentalización del Arte y la Descentralización de la Belleza

 

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El elemento más inmediato para generar nuestro discurso-estimulador es el cuerpo. El discurso positivista no solo implica una actitud proactiva, sino también la explotación de nuestra belleza en cuanto que la gran mayoría de estas representaciones se sustentan en aquello que nos pondrá en el foco como protagonistas: la autofoto, el selfie.

Hay multitud de herramientas que perfeccionan esta técnica de auto-representación para publicar lo mejor de nosotros mismos. Hemos aprendido a recrear las convenciones de posado que habíamos heredado culturalmente de las estrellas y modelos, y desechamos toda mala foto que nos aleje del ideal. Somos nuestros propios jefes de prensa, e incluso en aquellos discursos de aceptación como el body positive, hay un proceso de pose y selección en cuanto a los ángulos de visión para componer el mejor mosaico fragmentario (Véase Figura 1). Se trata tanto de explotar aquello que es convencionalmente bello por el pensamiento dominante, como de conseguir la validación de otros estándares para hacerlos entrar dentro de los cánones de lo bello y de este modo integrarlo en la categoría productiva del sexness. Todos somos diseñadores en el más profundo sentido estético y nos servimos de la fotografía y las herramientas de diseño y SEO para amplificar el impacto de nuestra producción, que es a la vez nuestra propia representación. Hay una rentabilidad del sujeto a tiempo completo «reduciendo la magia de nuestra personalidad en la magia averiada de su carácter de mercancía»[1].


Figura 1
Figura 1

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Se ha producido una descentralización de la belleza, y esta no queda limitada a la localización física del sujeto o a la convención de grandes estrellas y espectáculos restringidos a una élite. No son ya aquel selecto grupo de actores hollywoodienses, el vecino o la vecina de al lado, o la pintura avalada por la Academia y los expertos. Hay una pugna masiva donde el único aval necesario es el gusto popular cuyo juicio queda reducido simbólica y cuantitativamente a un like.

Esta aprobación de las masas, que en muchos casos validan las creaciones y las capacidades o singularidades del sujeto, suelen ir ligadas al exhibicionismo y al morbo: que banalizan la propia obra para focalizarse en el cuerpo del emisor. Al igual que en los programas televisivos como X Factor perteneciente al formato y a la franquicia de Got Talent creada por Simon Cowell, lo importante no es la habilidad en sí (que en este caso sería demostrar un talento) sino la trágica y emocional historia que está contenida detrás de las experiencias de cada participante y confesada a través de lo que llamamos telerrealidad o reality.

El contenido se instrumentaliza como continente para originar el relato de una experiencia como proyección del Yo, y la obra de arte o el acto artístico, se convierten aquí en una pieza de atrezo que nos colorea provocando un desplazamiento del significado en cuanto que prescindimos del entorno al que pertenece. Se altera, por tanto, la contemplación que ha quedado relegada a un segundo plano. Hay aquí un deseo de alimentar nuestro biopic con el valor real, con el fetiche del original legitimado por los precios del mercado. Se van perdiendo así los significados de las obras de arte y la actividad artística en pro del narcisismo promocional donde solo se conserva la autoridad de rareza única y de fetiche mercantil; que, en un intento desesperado por huir de la vulgaridad de millones de imágenes idénticas, abrazan la autoridad cultual o aurática del arte para dotar de autenticidad el relato. Estas obras de arte expuestas en segundo plano o citadas en el pie de foto no necesitan ningún tipo de reflexión o argumentación que las soporte. Simplemente deben llamar a la “inspiración” o bien evocar un aspecto espiritual o intelectual del público interactivo que las consume.


Notas

[1] WALTER BENJAMIN, Discursos interrumpidos (Buenos Aires, Ed. Taurus, 1989), p. 39.

 


Serie Completa:

La autonomía de los no-vivos – Capítulo Uno: La imagen como representación productiva en la cultura digital

La autonomía de los no-vivos – Capítulo Dos: La Conquista de la Representación


 

 

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