Imaginarios y Muros

julio 18, 2020
Medina Fez el-Bali
Medina de Fez el-Bali

 

Foto: Cortesía de la Autora

A mi muralla china

En el imaginario colectivo un muro simboliza la división. El Muro de Berlín, la Línea de la paz en Belfast, La franja de Gaza, la Gran Muralla China, los Muros de Constantinopla, la Valla del Sahara Occidental, incluso cierto muro de 3ra y 70; todos han creado, catalizado y provocado una necesidad imperiosa de abatir, derribar y atravesar, no solo ese espacio físico que en la mayoría de los casos se alza imperioso, si no esa dimensión simbólica que representa un “no puedes pasar”. Como todo elemento que se recrea en la sabiduría popular, su significado trasciende en la cotidianidad. Los muros se levantan no solo como estructura física sino como relación con el otro.

En estos tiempos de pandemia, esos muros se han reforzado. Confinamiento, distancias y aislamientos, redimensionan y elevan esa sensación y necesidad de poner fronteras. La separación y la delimitación se ha vuelto casi un leitmotiv fuera de control. No sabemos bien cómo manejarnos ante las ingentes y necesarias estructuras sociales que van emergiendo.

Un muro no tiene que ser una barrera, aprehenderlo como un estado de resistencia y fortaleza es nuestra herramienta para no temerle. Hay muros que sanan. Tomemos como ejemplo los que protegen las medinas, ese espacio que ocupan los inicios fundacionales de una ciudad musulmana. Su objetivo es rodear un territorio que puede ser un barrio, o una entera ciudad, generalmente con la presencia de varias puertas para entrar y salir, custodiando los secretos más íntimos de una cultura que se abre y redimensiona, pero no se desprende de sus raíces.

Visualizar los muros de la Medina de Fez el-Bali en Marruecos, puede ser un ejercicio interesante para desestructurar la idea de muro como opresión. Ellos atesoran la medina más grande del mundo, patrimonio de la Unesco desde 1981 conservando un espacio que delimita más de 300 barrios, 9000 callejones y medio millón de habitantes. Un universo de colores, olores, elementos arquitectónicos delimitados, no para ser infranqueables, sino para mantenerse en constante diálogo con el exterior, pero sin perder el sentido de su existencia.

Nada protege al transeúnte contra la desorientación, calles estrechas, casas amontonadas, infinidad de comercios, mezquitas -se dice que es la zona peatonal más grande del planeta. Se puede saber por cuál puerta entrar, pero nunca por cual salir. A veces de tanto caminar se choca con el muro perimetral, y se siente el alivio, de sentirse orientado y hasta abrazado por la calidez de un montón de piedras.

Si logramos ver la funcionalidad, atravesar un muro no significa siempre derribarlo. En este caso implica entrar en un universo paralelo perfectamente en sintonía con una ciudad en desarrollo, que se yergue contemporánea, pero no transgrede ese pedazo de su pasado que sigue intacto, latente, amurallado. Y esa puede ser una clave de lectura para sortear los muros imaginarios que se nos van presentando.

No todo lo que nos detiene es necesariamente divisorio, siempre hay una versión muy funcional que protege nuestra esencia, cual medina custodio de religión, historia, arquitectura y tradiciones. Desde omnia negatio est determinatio de Spinoza, hasta la relación contemporánea de los muros de la Medina de Fez, los límites como concepto no son barrera, sino determinación y protección de las esencias personales.

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