Democracia y Conocimiento (Reseñas y Lecturas)

junio 17, 2020
Conocimiento y Democracia

Datos del Libro: Estany, A. y Gensollen, M. (Ed.). (2018). Democracia y Conocimiento. Aguascalientes: UAA, Universitat Autònoma de Barcelona, IMAC. ISBN 9786070652020.

Contribución original (Inglés): https://revistapublicando.org/revista/index.php/crv/article/view/2034 

Introducción

Es una verdad casi irrefutable que, el éxito de una sinfonía no radica tanto en la genialidad absoluta de sus instrumentos aislados, sino en el concierto que aúna las voces diversas en un solo propósito.

El libro que tengo en mis manos, Democracia y Conocimiento, es muestra de lo anterior. Y me atrevería a decir que lo tengo en mis manos, aunque en ellas no esté ahora, porque es el tipo de lectura que nos acompaña, incluso, después de haber culminado. Esto sucede por tres cuestiones fundamentales que me gustaría resaltar a lo largo de esta reseña: su didactismo, pertinencia, y rigurosidad teórica.

La obra en cuestión ha sido el resultado del proyecto “Innovación epistemológica: el caso de las ciencias biomédicas”, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España. Se enmarca en el grupo de investigación consolidado, financiado por la Generalitat de Catalunya, “Grupo de Estudios Humanísticos de Ciencia y Tecnología.” Y también ha sido incluido en los proyectos de investigación “Epistemología aplicada” y “Democracia y conocimiento”, financiados por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

Dicho lo anterior, me gustaría comenzar diciendo, después de una atenta y detallada lectura, que el libro ha sido cuidadosamente editado por Marc Jiménez Rolland. Consecuentemente, se evidencia una corrección rigurosa, una selección temática y autoral adecuada y heterogénea y, por último, aunque no menos importante, un diseño sobrio que se ajusta a la sencillez del objetivo planteado y posibilita la lectura atenta y meditada de un tema tan complejo.

Desde el punto de vista de la organización por capítulos, el libro consta de doce colaboraciones entre ensayos y artículos. A estos, se les suma un prólogo escrito por Luis Xavier López Farjeat, el epílogo escrito por Emilio Lledó y una introducción titulada, La legitimidad de la democracia, de los coordinadores, Anna Estany y Mario Gensollen.

Como ya su título lo indica, a lo largo de sus casi 300 páginas el motivo fundamental de esta investigación ha sido la inscripción de la democracia en la matriz del conocimiento. Ya desde el prólogo, López Farjeat nos alerta del necesario compromiso de la filosofía en un mundo que necesita cada vez más de su intervención mediadora. Y aunque referencia con especial énfasis solamente al pensamiento de corte analítico, su demanda debe ser extendida más allá de este. A juicio del prologuista, la obra se ubica como un ejemplo indiscutible “del modo en que es posible pensar y defender filosóficamente la posible legitimidad política de la democracia” (p.11).

Por su parte, la introducción nos convida a pensar la democracia más allá de la famosa definición de Abraham Lincoln: «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». El problema, pensamos junto a los autores, radica en que esta definición desentierra una serie de interrogantes que tienen que ver con su definición, su justificación, la distinción de conceptos a su interior, formas de gobierno, o sencillamente paradojas que no son expresadas en su forma más aparente.

En paralelo, y acertadamente, los autores definen los bloquees conceptuales necesarios para la futura comprensión de los capítulos. Así, en Sentidos de la democracia, por poner un ejemplo, se nos ofrecen aproximaciones desde distintas escuelas y momentos históricos, al concepto estudiado. No obstante, se llega a definir que ella es de manera general y formal un método de toma de decisiones que se caracteriza por la igualdad entre sus participantes. Lo cual, a su vez, trae consigo una serie de interrogantes que veremos desplegadas en los futuros capítulos. A este momento le siguen, Los valores de la democracia, donde se examinan los valores instrumentales e intrínsecos que nos ayudan a fundamentarla; Las razones de la democracia, donde también hemos de apreciar cierta falta de claridad en las razones que tenemos para elegirla como la forma de gobierno más optima, por tanto: “Entender los límites, las ventajas y los problemas que genera el método democrático es un asunto ineludible y de suma trascendencia” (p.20). Luego aparece Difusión y democratización del conocimiento, y finalmente Perspectivas en la relación democracia y conocimiento, donde se detalla de qué trata el libro y cómo contribuye al saber político a partir de sus distintas colaboraciones.

Si bien no de forma clara, el lector podrá encontrar que esta obra posee dos grupos de artículos. En un primer momento, capítulos dedicados al debate sobre la democracia en sí misma, o aspectos esenciales para su definición, justificación y elección. Y una segunda parte dedicada a colaboraciones sobre aspectos más específicos desde el punto de vista cognitivo y epistemológico.

 

De la Constitución del Demos a la Meritocracia China

Abre el volumen, Paul Luque con una pregunta, que, a juicio del autor, ha estado soslayada por mucho tiempo: “¿De qué manera deberían configurarse los demoi?” (p.43). Sin embargo, recientemente el problema de la constitución del demos (PCD) ha ido cobrando importancia entre los teóricos de la democracia. Entre aquellos hay dos grandes grupos de expertos que responden a esta pregunta. Por un lado, aquellos que piensan en la conveniencia de un demos global y abierto. Y, por el otro, aquellos como Sarah Song (2012), que argumentan la imposibilidad instrumental de esa idea, y que, consecuentemente, debería haber una coincidencia entre los demos y estados actuales. A partir de esta encrucijada es que el autor, primero, reconstruye el debate antes aludido; y segundo, intenta responder a los argumentos de aquella autora, ofreciendo razones destinadas a mostrar que sus argumentos no son lo suficientemente sólidos como para entender la constitución del demos.

Tomando como referencia la definición de democracia adelantada por Christiano (2015) (p. 67), Alejandro Mosquera, en Democracia y libertad negativa, comienzo su artículo analizando el peso que tiene la libertad dentro de la justificación de la democracia. Al parecer, siguiendo a Bobbio, este concepto, encuentra su legitimidad en la libertad entendida como autonomía, ya que ello permite eliminar las diferencias entre gobernantes y gobernados. No obstante, el problema, según nuestro autor, comienza con el aumento del territorio y la cantidad en el número de habitantes asociado a otros problemas que hacen de la democracia directa un método impracticable.

Ante la complejidad de la vida social y política contemporánea la “democracia que es posible actualmente es la democracia representativa.” (p. 68). “Pero ella, paradójicamente, implica cierta “renuncia” al principio de libertad como autonomía”, siguiendo a Bobbio (2001: 33). (P.68)

De esta forma se nos presenta otro problema, ¿cómo justificar la democracia representativa desde el concepto de libertad? ¿No hay acaso una contradicción aquí? A esto el autor responde, siguiendo a Rousseau, que el individuo alcanza su auténtica libertad cuando subordina sus intereses particulares a los intereses de la voluntad general.

A partir de estas aproximaciones a las ideas de Rousseau, podemos entender la libertad como la capacidad del individuo para determinar, a partir de la voluntad general, lo que es y lo que hace” (p.69). No obstante, en este nuevo momento, se corre el riesgo de que, los conceptos de voluntad general y libertad en Rousseau nos arrastren hacia una concepción democrática paternalista y monista. A este nuevo escollo Mosquera le enfrentará el argumento de Berlin sobre la libertad negativa. Así pues, “El valor de respetar la libertad negativa en una democracia representativa reside en el hecho de que permite que los individuos elijan una concepción de bien y así determinen a partir de ella lo que son y lo que hacen” (p.77). El autor culmina su exposición usando como ejemplo el debate en torno a la despenalización del aborto en México.

En cierta oposición a lo anterior está el artículo de Àngel Puyol, Fraternidad y democracia en el liberalismo contemporáneo (con especial referencia a la obra de Ronald Dworkin y Véronique Munoz-Dardé). Aquí se examina no ya la libertad o la igualdad frente a la voluntad general sino, el papel importantísimo de la fraternidad en la legitimación política de la democracia. Según Ángel Puyol, no todas las democracias poseen la condición de fraternidad, pero esta última no es posible sino es en democracia. Por tanto, debemos examinar atentamente qué es la fraternidad. Puyol realizará esta tarea tomando las ideas de Ronald Dworkin, las cuales, a su parecer, son “generalmente poco discutidas o comentadas” (p. 84). La idea fundamental es que la democracia es un sistema político superior a otros porque es el que mejor realiza el ideal político de la fraternidad.

Por fraternidad política debemos entender el ideal político en el que los ciudadanos están vinculados entre sí de un modo tal que se vean como iguales unos a unos, en derechos y deberes, incluido el derecho y el deber de ayuda mutua en caso de necesidad. Los sistemas políticos que no se basan en la igualdad de derechos y las libertades individuales (los que no son democráticos) no pueden realizar el ideal político de la fraternidad así entendida. El vínculo políticamente fraterno es fundamental para que la democracia obtenga una verdadera legitimidad política. No todas las democracias son fraternas, pero la fraternidad sólo es posible en democracia, y sólo una democracia fraterna puede lograr una verdadera legitimidad” (p. 83).

La obra de Dworkin permite que distingamos entre mera comunidad (bare community) y verdadera comunidad (true community). La fraternidad corresponde a la verdadera comunidad porque a través de ella es que se ha llegado a ser realmente fraternal en la concepción de las responsabilidades de grupo. Dichas responsabilidades, para ser consideradas como “genuinas obligaciones fraternales” (genuine fraternal obligations), deben cumplir varias condiciones. Por otra parte, la aproximación metodológica a Munoz-Dardé permite la identificación y compresión de las tres alternativas de la política fraterna de acuerdo con su legitimidad: el anarquismo fraterno, el comunitarismo fraterno, y el contractualismo fraterno.

En la misma línea de la fraternidad confluye Claudia Galindo, quien comenzará realizando un diagnóstico de la vida en el mundo contemporáneo, la falta de sentido y diversas crisis que no solo afectan la dimensión del individuo sino además la social. Desde una perspectiva más ensayística, pero sin demeritar la fuerza discursiva de sus argumentos y la imperiosa necesidad de crear cierta conciencia en el público lector, este artículo, a juicio de la autora, busca detallar algunos resultados parciales que ya había reflejado en su propia obra.

El diagnóstico de nuestro presente debe pasar por una valoración necesaria del conjunto estado-sociedad civil. Ante los nuevos problemas de sentido, las nuevas guerras mediáticas, los giros a la derecha radical en Europa y otras partes del mundo, entre otros muchos problemas, es necesario una reconceptualización del carácter homogéneo con el que entendimos la política en épocas pasadas.

De esta manera,

“Las conceptualizaciones tradicionales, en muchos casos, resultan insuficientes ante realidades inéditas. La presencia de nuevos actores y proyectos hace necesario e ineludible un nuevo diseño de la lógica del poder, que supera con mucho la dimensión de la identidad cohesionada, unitaria y homogénea” (p. 101).

En todo caso, parece necesario el rescate de la reflexión y la práctica democrática dentro de la política, como bien otros autores han notado en estas páginas.

Tomando esto como referencia, Galindo se propone explorar lo que a ella le parece clave en la tarea de la restauración democrática, la noción de ideal ciudadano y “la vuelta que ella propone a un concepto a menudo olvidado en política: la fraternidad, del cual extrae su peso específico” (p. 103). Usando a Hannah Arendt, la autora vuelve a pensar las modernas democracias, contrastando las opiniones de la ontología política arendtiana con lo que ella llama una “revitalización del ámbito público y de la ciudadanía” en el caso de la política norteamericana.

La autora examina de cerca el caso norteamericano, y nos ofrece una idea mucho más optimista del debate que se sucede actualmente en el seno de dicha sociedad: “Afortunadamente, lo que parece ocurrir en la democracia del país del Norte es una saludable versión de una sociedad civil madura, organizada, que durante mucho tiempo se había replegado a la vida individual y al predominio del consumo” (p. 110). Más allá del optimismo, debemos seguir de cerca esta hipótesis. Es bien sabido que no solo en política, sino en la vida toda, los extremos se tocan. Como contra argumento se pudiera justificar que, en primer lugar, es demasiado pronto para poder catalogar de positivo el debate acalorado que se sucede al interior de la sociedad norteamericana; y en segundo lugar, habría que entrar en un análisis más específico de las formas simplificadoras, populistas, y a veces hasta superficial que toma ese debate.

En cualquier caso, el proyecto de revitalización política al que hemos hecho referencia, tiene aún muchos retos por delante, y su guía, aunque problemática, pudiera llegar a hacerse concreta retomando el concepto de fraternidad. Esta “nos da la posibilidad de vislumbrar mecanismos de innovación política más allá de una probable simplificación electoral de la democracia” (p. 115).

Algo común en vario de los textos es la idea de que, aunque hay una coincidencia en la bibliografía de que la democracia es la mejor forma de gobierno, “está llena de imperfecciones derivadas de su misma definición” (119). De esta forma, ante la falta de confianza y los problemas aparejados a la falta de representatividad, Victoria Camps en Por una democracia ilustrada se propone el examen de la relación entre dos polos cuasi opuestos: el del conocimiento, por un lado, y el de la participación del demos por el otro.

Ante la abrupta incidencia de los populismos en la vida política contemporánea, ante la cancelación por parte de intereses partidistas de establecer un demos inteligente, ante el incremento de propuestas demagógicas, debería ser posible, a juicio de la autora, poder establecer un gobierno de todos los ciudadanos que encontrara “formas de participación que aportaran a los gobiernos la inteligencia imprescindible para discutir y obtener las mejores decisiones” (p.122).

A partir de aquí, no es extraño llegar a considerar seriamente que las democracias contemporáneas ya no mueren necesariamente a causa de conflictos violentos. Estas también pueden morir por un proceso interno, de degradación desde las instituciones y mecanismos que la posibilitan. A esta contradicción se dedican Mario Gensollen y Víctor Hugo Salazar en Democracia y soberanía.

La «paradoja antidemocrática» no es más que la posibilidad real de que cualquier democracia legítima y correctamente constituida, pueda, mediante la fuerza de la costumbre, la estulticia o egoísmo de sus representantes, la falta de mecanismo de control y vigilancia, corrupción, u otros medios, negarse a si misma y elegir a un gobierno antidemocrático. Esto, más que una hipótesis, es una realidad que debemos reconocer ha sucedido en más de una ocasión en los últimos tiempos. La formulación del problema ha sido atribuida a Karl Popper, pero ya había sido detectada por John Stuart Mill.

En este sentido, la propuesta de los autores se encamina a fomentar cualquier medio y mecanismos que nos permita defender la apuesta democrática. Coincidimos con Woldenberg: «No se trata de elementos ajenos, de apariciones impostadas, sino de fórmulas propias de un régimen de gobierno que intenta conjugar la soberanía popular y la vigilancia permanente sobre los gobernantes. (2015: 28)” (p.149).

Como resultado, se enumeran y defienden, atendiendo a las sugerencias de Ziblatt y Levitsky, algunos mecanismos para hacer frente a la paradoja antes mencionada. No obstante, antes de eso, se precisan aquellos elementos que pueden alertarnos de cuándo estamos en presencia de un potencial líder autoritario.

Según los autores, el papel “determinante” ante la debilidad democrática expresada en la paradoja popperiana, lo juega el conjunto de partidos políticos que deben instrumentar una efectiva oposición a los excesos antidemocráticos. Los partidos pueden erradicar a los extremistas en las bases de sus propias filas, pueden evitar todas las alianzas con partidos y candidatos antidemocráticos, aislar sistemáticamente, más que legitimar, a los extremistas.

Aunque formalmente puede ser una guía para tener en cuenta, se cree que la propuesta de Ziblatt y Levitsky no satisface del todo el problema planteado. Esta idea no hace más que manifestar una paradoja; si el rol “determinante” lo deben jugar los partidos políticos, entonces quien garantiza que la “responsabilidad” de “arrinconar” al posible gobierno antidemocrático sea de buena fe o quizás sea legitima. No parece muy sabio otorgarle ese rol “determinante” solamente al lado opositor, cuando se ha podido ver cómo los partidos políticos opositores también forman parte del juego político de una sociedad específica y, por tanto, también pueden, mediante sus acciones, fomentar la paradoja antidemocrática, incluso en la misma base de esta. En cualquier caso, como bien nos invita a concluir el texto, esto no es un tema acabado y necesitaría más tiempo y espacio para poder agotarlo.

Tras estas conclusiones y el resultado parcial de los diagnósticos aplicados por otros autores, pareciera que el texto nos lanza más hacia la hipótesis pesimista. Esto es, que la democracia, aunque ha probado ser efectiva, no ofrece razones concretamente epistemológicas que justifiquen su elección. En este sentido, suele denominarse ‘epistemología democrática’ al campo de investigación que se ocupa de cómo los bienes epistémicos “se manifiestan dentro de las democracias (un amplio e impreciso conjunto de formas de organización política)” (p. 155). Es esta la perspectiva que sostiene que en cuestiones de filosofía política la alternativa correcta es la democracia.

En Conocimiento y justificación en la epistemología democrática, Marc Jiménez Rolland, nos presenta sus demostraciones en favor de la democracia epistémica. Esto lo realiza basándose en dos argumentos. Por un lado, el Teorema del Jurado de Condorcet y luego, el correspondiente a Diversidad Supera Habilidad. “Aunque no es perfecta, la epistemología democrática, puede desempeñar un papel significativo en la legitimación de ciertas formas de organización colectiva que podrían denominarse ‘democráticas’.” (p. 157). Su artículo se centra, pues, en la pertinencia o no de la democracia epistemológica como campo novedoso que ofrece ciertas contradicciones pero que pudiera ayudarnos en la comprensión del proceso democrático.

En su artículo Jürgen Habermas y John Dewey ante la democracia deliberativa y el papel del conocimiento científico, Ana Cuevas nos remonta de nuevo a los clásicos del pensamiento. Esto lo realiza con el ánimo dar respuesta a los argumentos en favor de la democracia deliberativa.

Aunque los pensadores mencionados más arriba trataron de analizar y resolver algunos de los problemas en torno al concepto de democracia deliberativa, el análisis no ha sido agotado. Uno de los puntos originales de esta contribución, radica en la inversión de la lectura: ir primero a Habermas para luego visitar a Dewey. A pesar de las similitudes en sus concepciones acerca de lo que debe ser la democracia, hay también profundas diferencias. Aunque ambos autores comparten el énfasis por la deliberación y el diálogo, la principal discrepancia entre ellos es de carácter epistémico, y tiene que ver con la concepción que ambos defienden acerca “de la verdad, del conocimiento científico y de la búsqueda de consenso” (pp. 183 y 184).

Aunque el artículo nos deja cierta expectativa por más, quizás motivado por la elocuencia y amplitud de las preguntas planteadas en la introducción, nos da al menos una orientación que refuerza, eso sí, lo ya dicho por otros autores. Aquí quizás el cambio radical ha sido la confluencia con Habermas y Dewey.

“La democracia es construcción y no consenso final. Y para la construcción democrática no hay mejor solución que entrenar la inteligencia (en sentido deweyniano) en el uso de los métodos desarrollados en la ciencia, que proporcionan herramientas para poder discriminar entre información obtenida de manera adecuada, de aquella que sólo obedece a los intereses particulares.” (p. 201 y 202)

Otro de los aspectos que introduce esta obra es el tema de la democratización del saber. Una de las cuestiones que va marcando el ritmo cotidiano en nuestras sociedades occidentales es el peso y la relevancia de las TIC. Ello no es extraño desde hace ya varias décadas. Solo que ahora se viene haciendo inminente la reflexión sobre su uso, y resultados en la esfera humana. Así pues, Anna Estany aborda estas problemáticas en Retos para la democratización del saber: el papel del diseño cognitivo. El objetivo de su colaboración, en concreto, es analizar los principales retos que estas transformaciones acarrean.

En su artículo se exploran las consecuencias del desarrollo tecnológico y el acceso democrático a las nuevas tecnologías. Esto se debe lograr a través de varias vías. Por un lado, están las estructuras institucionales que facilitan el acceso al conocimiento. Además, está el rol que juega el diseño en la construcción de tecnología y en la organización social. Y por último están los modelos cognitivos. Las brechas que nos impiden hablar de un acceso más extendido y democrático de las facilidades tecnológicas pasan por soluciones interdisciplinares y colaborativas a todos los niveles. En cualquier caso, la recomendación final nos invita a seguir pensando este problema, debido a sus múltiples aristas y posibles soluciones,

 

“… el reto está en que el acceso a este entorno tecnologizado y cambiante sea lo más universal posible, un objetivo en el que inciden desde las macro instituciones y las estructuras sociales, hasta los diseños de los productos tecnológicos y de las organizaciones educativas, sanitarias, empresariales, etcétera. Los modelos cognitivos surgidos en las últimas décadas –en especial los de la ciencia cognitiva de tercera generación, que abordan la cognición como situada, corporizada, extendida y distribuida– constituyen un marco teórico para hacer factible y salvar muchos escollos para que el conocimiento llegue a todos los ciudadanos del mundo, y así poner en práctica los valores de la Ilustración: libertad, igualdad y fraternidad” (pp. 222 y 223).

 

Entender los mecanismos de negociación democrática desde modelos cognitivos enactivistas de David Casacuberta, se ocupa, como su nombre lo indica, del enactivismo y la posibilidad de poder entender la democracia desde este referente teórico.

El enactivismo es un grupo de modelos teóricos desde los que se intenta comprender la cognición. Con él, se defiende que pensar no es solamente un ejercicio que implica el procesamiento de símbolos formales, sino una agencia que inmiscuye al cuerpo. Con esta perspectiva se intenta resaltar el carácter relacional de nuestro conocimiento hacia la realidad misma que nos rodea. Esta, además, está vinculada al término de “Tercera Generación de las Ciencias Cognitivas,” presentándose como una alternativa tanto al paradigma simbólico como al conexionista.

La originalidad de la contribución de Casacuberta es que la vinculación ocurre desde “la propuesta de las metáforas de la vida cotidiana, desarrollada por los lingüistas cognitivos Lakoff y Johnson, y que Lakoff ha aplicado de forma exitosa para entender la negociación y procesos políticos entre republicanos y demócratas en los Estados Unidos” (p. 227).

Nos parece de vital envergadura poder señalar áreas tan novedosas como esta, porque a su vez, nos indica cómo nuestro punto de vista sobre una acción política correcta está fundamentado, según la investigación que comenta Casacuberta, en una serie de experiencias que se organizan “como un principio moral.” Continuando con esta idea, Lakoff argumenta que la vida política se organiza alrededor de metáforas familiares que aluden al padre o a la sociedad como una gran familia. Resalta, además, que desde el modelo enactivista, podemos ver que el conocimiento no funciona de manera lineal, sino que se da en red.

Dado lo anterior, esta contribución nos permite observar con más detenimiento un segundo fenómeno. Como resultado de las dinámicas de defender posiciones éticas desde una política de la experiencia y la metáfora, también podemos decir que la negociación política se viene organizando desde relatos.

Durante el juicio de 1961 en Jerusalén al criminal de guerra de la SS Adolf Eichmann sorprendieron sus declaraciones acerca de sus principios éticos kantianos durante sus respuestas al juez Yitzhak Raveh (Lautsen & Ugilt, 2007 y Ranasinghe, 2002). Tomando este hecho como referencia, Jordi Vallverdú comienza su ¿Nazis kantianos? El homo politicus desde la racionalidad limitada o La banalidad de la Ética, uno de los dos casos de estudio que cierran el volumen. Su propuesta se centra en la congruencia o no entre aparentes contradicciones morales; lo cual, a juicio del autor, servirá para el estudio de la coexistencia de sistemas morales en entornos complejos, tanto cognitivos como sociales. Esto, a su vez, ayudaría a entender y defender una visión crítica de las éticas deontológicas democráticas, las cuales, han conducido a sistemas represivos aludiendo la «defensa de valores supremos».

En la última colaboración del libro, ¿Podemos justificar la democracia liberal como una mejor alternativa a la epistocracia-meritocrática china?, el autor, Armando Cíntora G., se pregunta si podemos saber si la democracia liberal es el mejor sistema político contemporáneo o no. La principal motivación de esta interrogante es el deseo de encontrar una caracterización minimalista de la democracia, de modo que no se la confunda o asocie innecesariamente con otras posturas. Así pues, la inevitable pluralidad de sistemas políticos contemporáneos, así como la variedad de definiciones y problemáticas que hemos enumerado anteriormente y de las que somos testigos diariamente nos impulsan legítimamente a preguntarnos, cuál de todas las alternativas democráticas es la mejor (p. 262).

En este artículo, además de adentrarnos en la definición de lo que es democracia liberal, también se nos ofrece una definición de las democracias iliberales, y de las democracias tuteladas. En el caso de la primera se nos comentan con especial énfasis los casos de Polonia, Turquía, Hungría y recientemente Israel. Y entre el segundo grupo, “el sistema político de China es el más serio competidor contemporáneo de la democracia liberal.

Luego de centrarse en la variable específica de los derechos humanos, y su discusión en el contexto chino, se arriba a la conclusión parcial de que, en el caso chino, lo humano se supedita al derecho al desarrollo del conjunto, lo cual puede parecer contradictorio de acuerdo con los estándares occidentales. No obstante, se concluye también que al parecer no podemos justificar como racionalmente superior la jerarquización de valores de las democracias liberales (en particular sus prioridades para los derechos humanos).

Según el autor, “las prioridades de valores de la República Popular China y su sistema político son una alternativa racional, y una que incluso podría conducir, conforme aumente la prosperidad de su pueblo, a un régimen más cercano al ideal de las democracias liberales, de querer China adoptar este ideal, en lugar de su ideal actual (la meritocracia política)” (p. 277).

 

Conclusiones

De manera general, como el lector ha podido apreciar, el libro muestra una variedad y heterogeneidad indiscutida. No solo en los abordajes metodológicos, sino también en las intenciones temáticas de sus autores.

Una posible crítica, cosa por demás habitual en este tipo de empeños, es que el texto está, inevitablemente, a medio camino entre la lectura inscrita en el ámbito académico, y aquella que se hace para incentivar y motivar el hacer en la práctica ciudadana. Por momentos el tono es excesivamente académico para un público con poca o ninguna formación en filosofía política, ciencias sociales o área afines. Y en otros momentos, el tono es demasiado introductorio si se toma como referencia ciertos temas que requieren inevitablemente de especialización.

El libro va al límite de lo democrático, de lo moral y de lo político. Y yendo al límite, nos obliga a pensar inevitablemente en lo impensado, y por ello, nos obliga de nuevo a revalorar la posición del pensamiento crítico en los debates actuales sobre democracia.

Como ya se ha descrito, comentado, y analizado más arriba, una de las riquezas inmensas de la lectura es la variedad de las interrogantes que este libro intenta responder. Entre otras: ¿Se puede ser fascista y kantiano a la vez? ¿Es acaso la democracia un método de toma de decisiones infalible y absolutamente necesario en las condiciones actuales? ¿De dónde ella extrae su fuerza de argumentación, de valores intrínsecos que se auto justifican o de valores externos que debemos pensar críticamente, hay otra alternativa? ¿Qué influencia pueden tener las nuevas tecnologías en el pensamiento político contemporáneo? ¿Con qué conocimiento cuento para deliberar democráticamente? ¿Cómo adquiero ese conocimiento? Si no se llega a adquirir las razones necesarias para un cambio radical en nuestra percepción de la democracia, al menos tendremos razones suficientes para, como cierra Lledó su atinado epilogo: “El filósofo lo había explicado hace ya siglos: no más reflexiones sobre el sentido de justicia, bien, verdad… enseñadme, de una vez para siempre, a realizarlas.”

 

Referencias

Song, Sarah (2012), «The Boundary Problem in Democratic Theory: Why the Demos Should Be Bounded by the State», International Theory, 4(1): 39-68.

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