La preocupación en torno a los problemas particulares de cada pueblo, y el aún más reciente ascenso de las derechas en países como Bolivia, Ecuador, Colombia y Brasil, ha conducido a que -como Marx planteara- la comunidad filosófica habite en la búsqueda permanente de las condiciones y tareas claves para el paso a una sociedad de nuevo tipo. Del vínculo entre dichas circunstancias y los modelos de pensamientos anteriores, pudiera moldearse para la obtención de dicha sociedad, una filosofía autóctona latinoamericana.
Con vistas a lograr este empeño y sin perder de vista las dinámicas que demanda, ha surgido una discusión emparentada a la hegemonía en la producción de conocimiento. En un extremo de la balanza, se encuentra una tendencia no tan joven ni longeva que en los últimos tiempos viene ganando en adeptos, y resulta en el gesto de la decolonialidad del saber. En el otro extremo, y haciendo frente a esa tendencia, se presenta un posicionamiento que continúa legitimando la supremacía de Europa en las cuestiones de producción de saber respecto al resto del mundo.
La decolonialidad está inscrita en un debate acerca de una cuestión de identidad y cultura de la sociedad latinoamericana, a lo que se suma la búsqueda de una filosofía propia de esta región. Dicho debate, tiene su base en el desarrollo de lógicas que marchen en contra de la apropiación y asimilación de los patrones de poder, materiales y subjetivos impuestos por los llamados centros hegemónicos del mundo. Desde esta perspectiva, se señala a Europa, como aquella unidad desde la cual se justifica el capitalismo como modelo civilizatorio; de modo que toda la dinámica capitalista aparece como un fenómeno europeo y no planetario, pero que se hace extensivo a todo el mundo desde distintas posiciones de poder.
En este sentido, salta a la vista lo que pudiera considerarse una deficiencia de la teoría descolonial. Llevando sus planteos hasta las últimas consecuencias, este patrón de lo colonial, no puede ni debe quedarse estancado en los límites geográficos europeos, su verdadera intencionalidad es la de atender entonces a un proceso de mundialización; es aquí donde la decolonialidad le hace frente a su establecimiento como: “la única racionalidad válida y como emblema de la modernidad”. [1]
Sobre la justificación de mostrarse como una alternativa, la decolonialidad, se presenta en la figura de un posicionamiento epistemológico con una metodología aparentemente legitimada, que incluso presume de manifestarse como una escuela de pensamiento y como un sistema perfectamente acabado. El problema estriba en que la decolonialidad, en una de sus interpretaciones se concibe como un problema que atañe a la dominación, como una cuestión emancipatoria y no de construcción de conocimiento en su sentido más amplio. Surge entonces la interrogante acerca de cómo un fenómeno político es llevado al contexto epistemológico, y que consecuencias trae este movimiento.
Siguiendo esta línea, el movimiento descolonial se ve sustentado en una revisión y aplicación de los postulados fundamentales del marxismo como teoría critica del capitalismo y la modernidad, lo cual le da otra connotación al asunto. No se trata solo del movimiento hacia una revolución social, sino de la toma de decisiones posteriores a dicho acontecimiento. Es entonces cuando se hace necesario pensar en una estética, una ética, una teoría del lenguaje (por solo citar unos ejemplos) que estén en consonancia con las nuevas condiciones de cada país y que por ende enfrente desde la originalidad las diversas contrariedades de la contemporaneidad.
Partir de un posicionamiento que niegue los valores legados por la cultura europea, conduce inevitablemente a un estancamiento en la tarea de construir una filosofía latinoamericana; lo mismo ocurre con el ensalzamiento del eurocentrismo como solución válida. El reto permanece en tomar lo más aceptado de cada tendencia, hasta lograr la complementación correspondiente que de paso a un pensamiento sólido. Al respecto, el filósofo mexicano Leopoldo Zea, refiere en su texto América como conciencia: “esta tarea de tipo universal (…) no deberá limitarse a los problemas propiamente americanos sino a los de esta circunstancia más amplia, la llamada humanidad”. [2]
De modo que Latinoamérica no solo necesita de una filosofía válida para sus condiciones espacios-temporales acopiadas en huelgas, movimientos sociales, golpes de estado, gobiernos derechistas y demás. Necesita de asentamientos teóricos no restringibles y de carácter estrictamente universal cuya cualidad fundamental sea la validez permanente.
Notas
[1] Quijano, Aníbal: Colonialidad del Poder y Clasificación Social, en Journal of World-systems research, VI, 2, Summer/Fall 2000, 342-386, ISSN: 1076-156x, 2000.
[2] Zea, Leopoldo: América como conciencia, Editorial Cuadernos Americanos, Pág.12.