Una mente fragmentada en el amor: Romance, TOC y Punch-Drunk Love

diciembre 12, 2024
Fotograma de la película Punch-Drunk Love
Punch-Drunk Love, 2002

Punch-Drunk Love no es precisamente una historia de amor, sino la historia de alguien enamorado. A primera vista, la diferencia parece superficial, sino arbitraria, pero, en el melodrama de Paul Thomas Anderson, la distancia entre los que aman y la forma en que lo hacen es intensa e inescapable, el conflicto central en la trama y la razón de ser del film, acaso una barrera irreconciliable entre una historia y otra. Pensemos en cualquier historia de amor. Es la historia de dos, de su vida vivida frente al otro, de los encuentros y desencuentros, del inicio y el fin de lo que sienten y cómo lo sienten, un conjunto de viñetas narradas con cuidado y empatía, con el apego y el anhelo como emociones que las atan.

Nada de eso sucede en Punch-Drunk Love, que dedica poco tiempo a la historia de amor entre Barry y Lena, dos desadaptados que encuentran una suerte de consuelo en el otro, pero cuyo romance queda como nota al pie. Casi no los vemos juntos, y cuando lo hacemos, poco o nada sucede, no hay tensión ni demás fricciones entre ambos, nada que sugiera conflicto. Pocas cosas son dichas, y, de eso que se dice, poco tiene que ver con amor.

En ese sentido, y a modo de contraste con el romance de arquetipo, Punch-Drunk Love es la historia de alguien que intenta amar, pero cuyo amor se gesta dentro de la mente rota, atormentada, un amor que se funge en las manías y exabruptos, en la crisis depresiva, los ataques de ira y los cuadros clínicos de ansiedad. El amor del film es un amor raído, inclasificable, el afectado desencantado, algo cínico y muy posmo, que solo existe en la cabeza del protagonista: una pulsión violenta que lucha por salir.

Barry está punch-drunk-love, embriagado de amor, sin que eso sea necesariamente lo mejor para sí mismo. Al inicio, siendo honestos, no sabemos muy bien qué diablos le sucede. El guion de PTA, junto a su cuidadosa puesta en escena, sugiere, en ciertas insinuaciones, que a Barry le cuesta muchísimo vivir en el mundo real. Nada le es más difícil que relacionarse con los demás. Más bien, Barry vive enfrascado en ciertos rituales y en la comodidad de sus micro obsesiones: dirigir con puño de hierro su pequeño negocio de retail, aprovechar una falla de marketing para ganar miles de millas en viajes de avión, o lucir elegante con el traje azul marino que acaba de comprar, y que usará durante todo el film.

Cuando le preguntan el porqué de estas decisiones —y varias veces se lo preguntan— Barry jamás ofrece una respuesta coherente. Parece que estas fijaciones son, finalmente, dadoras de sentido en un mundo que no se siente como propio, el punto de partida ante el caos de dentro y el caos de fuera. Ambos son prominentes en el film. El caos de fuera en la tórrida relación, a veces abusiva, entre Barry y sus siete hermanas. El caos de dentro en los extremos emocionales de Barry, sus episodios de ira, llanto, felicidad efusiva, una especie de depresión maniaca, splitting y demás comportamientos fácilmente diagnosticables. ¿Cómo se vive el amor así? ¿Qué se llega a sentir en tales circunstancias? ¿Acaso es suficiente?

Puedo decir que empatizo con Barry. No tengo siete hermanas ni sufro de episodios de ira, pero sé lo que significa intentar amar con la cabeza hecha un caos. Vivir con trastorno obsesivo compulsivo (TOC), y un TOC con enfoque en las relaciones, sobre todo las amorosas, transforme tu relación con el deseo amoroso. El TOC, como lo que sea que le sucede a Barry, no puede ponerse a un lado, no hay forma de aplazarlo, o apagarlo momentáneamente. Está allí, en tu cabeza, incide violentamente, sin aviso, aparece y no se quiere ir, interviene cuando no lo esperas y, finalmente, hace que puedas sentirte otro, un permanente extraño, un tabú, lo que aumenta las chances de quedarte solo. El TOC puede abrumarte, desbordarse, y distorsionar la forma en que estás en el mundo. En ocasiones, no puedes separarlo del ímpetu de enamorarte ni de lo que el amor significa. Cada parte tiene su propio ritual y su propia reacción. Cuando conoces a alguien, obsesión repentina, o idealización; y luego, el miedo intenso, que se expande a cada acción y cada palabra, que se revive en tu cabeza una y otra vez, como una mala película con la misma escena y sin final.

Me parece una lectura justa (y la más personal) del extraño experimento que resulta Punch-Drunk Love. En este romance posmoderno, PTA, junto a su equipo técnico habitual y Adam Sandler a la cabeza, ofrecen una mirada —entre radical y autocomplaciente— del amor y sus excesos, los estragos del romance en la cabeza fragmentada y en necesidad.

No es que sea fácil adivinar lo que pasa por la cabeza de PTA durante la mayoría de escenas del film. Siguiendo la misma técnica de sus filmes anteriores (sea la fantasía postporno de Boogie Nights o la alegoría religiosa de Magnolia) PTA filma sin ataduras. Punch-Drunk Love se filma con una cámara caprichosa y movediza, con un montaje que hace sentido dentro del ritmo de la historia, pero que no puede replicarse a otros films, con una cierta sensación de caos, de permanente agobio y espontaneidad, un estilo de cine bien jazz, más musical que literario, con un guion que se adapta a la puesta en escena y no al revés.

Punch-Drunk Love se filma en un formato muy amplio, que ensancha la imagen y permite total libertad de movimiento para sus actores. Muchas escenas se filman en planos secuencias, con una cámara elíptica que gira y juega con la luz y los saturados colores de los decorados. La fotografía de Robert Elswit replica el estilo colorinche e intenso de las películas tecnicolor de los 50, de los melodramas del Hollywood dorado o los musicales de antaño, pero, a su vez, juega mucho con la luz, distorsionando las formas, dándole al film una sensación de extraña fragmentación, como si fuese un pastiche rebelde, que toma sus referencias y las manipula violentamente, jugando entre el homenaje y la parodia. El contraste entre extremos (la música sacarinosa y los colores fosforito versus los ruidos de fondo, de tipo metálico, y la distorsión de la luz) parecen emular, y con cierto éxito, la tensión permanente en la cabeza de Barry, sus desvaríos desde un polo emocional hasta el otro.

PTA filma de forma pendular, con un romance excesivamente ingenuo, demasiado bueno para ser cierto, y una serie de dolorosos obstáculos, muchos de ellos inevitables, que revelan el lado más pervertido (e insatisfactorio) de las relaciones modernas. No parece coincidencia que el principal enemigo de Barry sea un pequeño empresario como él, quien se dedica a estafar a clientes desdichados con su línea de sexo por teléfono, y quien, en una curiosa vuelta de tuerca, decide sabotear al protagonista mediante amenazas y la visita de unos cuantos matones. Tampoco sorprende que, en la primera cita, Barry tenga que abandonar el restaurante luego de haber destruido un espejo con sus propios puños. Si nos ponemos a pensar, daremos con que Anderson parece haberse acomodado en este modo de péndulo, muy abocado en los extremos y la relación entre estos, muchas veces confusa e incoherente. De hecho, una mirada a los films anteriores de PTA y sus dispositivos, Boogie Nights y el porno, Magnolia y la biblia, de por sí ofrece una metáfora bastante convincente de la relación entre lo sagrado y lo profano, llevada hasta la hipérbole en su cine.

¿Qué nos quiere decir PTA al filmar de esta manera? Ante una cuestión tan especulativa, solo me queda volver a mí mismo. El TOC en el amor, que te obliga a diseccionar cada segundo y cada gesto en el encuentro con el otro, supondría, de forma intuitiva, una visión desencantada del romance, una visión más bien clínica, excesivamente analítica y tensionada, dependiente de un exhausto ejercicio mental, y el contraste evidente entre el temor y el apego, el anhelo y la disrupción, todo en obsesión, todo, demasiado importante. Barry parece atrapado en una condición parecida. Casi todo en su vida, a pesar del caos, parece particularmente calibrado y preparado, repensado y ensayado, una y otra vez. El mundo en el que vive, manipulado por los trucos de PTA y su equipo técnico, casi nunca parece real, sino una versión distorsionada de un comercial de los 50 o una soap opera pasada de moda. Barry, entonces, vive en esa misma rigidez mental, que contrasta con sus emociones desbordadas. Por supuesto, ninguna soluciona la otra.

Pero esa lectura de Barry, así como del TOC y el amor, resulta incompleta. El TOC del amor es, finalmente, una condición apegada al deseo, auspiciada por la constante romantización y, aunque no parezca, dotada de cierta esperanza. El amor lo puede todo, dice Hollywood en los 50, y en algo tiene razón, al menos para la cabeza TOC, para la cual, el amor lo es todo, y así como todo lo irrumpe, todo lo soluciona, o al menos eso producen las maquinaciones de la mente, constantemente rendida ante los estímulos amorosos. La cabeza TOC y la cabeza de Barry parece acordar en este punto. Ambas consideran que, una vez que el amor se haga tangible, es necesario meterse de lleno en él. Por eso la puesta en escena parece sentirse tan artificial y, sin embargo, los sentimientos de Barry —así como los de su amante— se sienten tan genuinos. PTA escarba en los extremos de la ficción y la superficialidad del amor pop, para encontrar ese sentimiento real que arrastra a Barry hasta el fondo.

Es curioso ver este constante tira y afloja entre el amor y la paranoia, entre la búsqueda de control y la inestabilidad permanente del estímulo amoroso. No olvidemos que la película se narra desde el punto de vista de Barry, lo que quiere decir, en pocas palabras, que toda esa puesta en escena artificiosa e irreal es culpa suya. ¿Será la forma en que Barry piensa las relaciones interpersonales, todas mediadas por el tufillo corporativo y empalagoso de los colores saturados y el estilo retro? Ya mencionábamos que la depresión maniática, así como el TOC, supone una forma de estar en el mundo, de entenderse y entender al resto, y la película quiere llevar esta presunción al máximo posible. Barry sabe que la mayoría de vinculaciones (incluyendo las suyas propias) son totalmente performáticas y posiblemente deshonestas, pero aún así desea con pasión una conexión que le siente propia, algo que, en el fondo, diga algo bueno de sí mismo. Puede ser una cuestión de masculinidad dominante (Barry es humillado por muchas mujeres en el film y solo vuelve al control cuando una mujer pasivamente decide amarle sin condiciones), o quizás el reclamo melancólico ante el abandono del amor en la sobremodernidad, pero para Barry, queda claro que el amor es causa y solución de sus tormentos, y la historia se adapta esta presunción.

Hablo mucho de Barry, y no de Lena, porque la historia no le da mucho qué hacer o qué decir si no es en relación con el protagonista. Podríamos pensar que ese es el principal error del film de PTA, siendo este mucho más matizado y empático con su protagonista masculino que con el personaje interpretado por Emily Watson. Pero, si se le da al film el beneficio de la duda —y hay méritos suficientes para que sea así— podríamos sugerir que, en el fondo, vemos a Lena como Barry la ve, como una presencia siempre luminosa, incluso pura, como un personaje siempre caritativo e indulgente, de un corazón honesto y que ama sin tapujos, un amor que, como el de Barry, es tímido y obsesivo, pero donde el de Barry se torna violento y atemorizante, el de Lena se torna compasivo y protector. Lena encaja a la perfección en el extrañísimo mundo que PTA concibe para su protagonista, y sugiere que el amor de la mente fragmentada no tiene por qué ser unilineal, o determinado por los constantes excesos del arquetipo masculino. Lena, en ese sentido, es lo opuesto. Su mente también está más o menos rota, pero de forma diferente, más bondadosa con ella y los otros.

Me sorprende, dentro de una propuesta tan subjetiva y distante de la realidad, lo efectiva que es Punch Drunk Love para evocar distintas facetas del romance caótico y trastornado. La mayoría de etapas del romance TOC se reflejan con bastante precisión e intensidad. La emoción de la primera cita, la idealización del acto romántico y la sensación de que, por un momento, no hay nadie más y nada que hacer al respecto, y que la persona a la que ves al frente se quedará contigo para siempre. Las decisiones impulsivas en nombre del amor, esa romantización que lleva a Barry a dejar su trabajo un día y comprar un ticket a Hawái, rozando el total desquiciamiento, pero asumida con total dulzura.

Aquí no acaban las alegorías. A veces algunas son más difíciles de seguir una vez confrontadas con experiencia propia. El contraste instantáneo, pero genuino, entre hacerse débil ante la soledad y la melancolía, para tornarse invencible una vez que se sabe que alguien te ama, y que la evidencia de su amor es más concluyente que nunca, en una violenta transición que puede darse en cuestión de minutos. La melancolía y añoranza por lo que recién está sucediendo, o todavía no sucede, sobre todo cuando el temor a perder lo que se ama es tan intenso, tan real, basado en cierta presunción paranoica, pero también en la aceptación de que uno es inestable y su amor posiblemente también.

Por eso tiene sentido, además, que el cierre de la película sea tan abrupto e inesperado, que todo se resuelva de forma más fácil de lo que debería. Como un cuento de hadas concebido en el psiquiátrico, el film parece darle una oportunidad a Lena y a Barry, una subversión, pero también homenaje, a la noción de que “el amor todo lo puede”. La mente TOC lo percibe así también, y por eso elige condenarse al amor una vez más, así como Barry lo hace al final.

Muchas emociones se evocan con acierto y cuidado por Paul Thomas Anderson, Adam Sandler, Emily Watson y la música de Jon Brion, como un cuarteto inseparable, al menos, en el trabajo artesano para llevar Punch-Drunk Love a la gran pantalla. Y, dentro de todas estas emociones, queda en el fondo, la aceptación (y constante exposición) de la mente fragmentada, el reconocer los límites, las contradicciones, todo lo que puede salir mal y todo lo que puede salir bien. Vivir como Barry o vivir con TOC te da esa intensa capacidad de self awareness, de atención a ti mismo y todos tus pensamientos incoherentes, y casi no da espacio suficiente a la esperanza. Y luego aparece el amor, el amor punch-drunk.

Más que suficiente, si me lo preguntan.  

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