Hannah Arendt dejó escrito (creo que en Los orígenes del totalitarismo) que “nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político.” Parece una ingenuidad, pero lo podía haber firmando también Aristóteles, por ejemplo. Sin embargo, parece que pensamientos como este han dejado de ser una evidencia para muchos, precisamente para aquellos, me temo, para los que no lo había sido nunca. Y lo escalofriante es que ahora tienen el camino expedito, puesto que se dan esencialmente tres factores que han cambiado del todo las cosas y que les puede asegurar un éxito rotundo y duradero.
El primero es la victoria trágica de Trump, que ahora dispone de unos largos cuatro años y una cantidad inimaginable de dinero para dejar colarse en las instituciones y centros de poder a los personajes más atrabiliarios y romos, empezando por Elon Musk. En ese lapso, da tiempo de sobra para que la Alt-Right se meta hasta en la cocina de la Casa Blanca, y para cuando Trump desokupe del Ala Oeste todo habrá quedado atado y bien atado, como dijo aquel otro antisistema.
La segunda, y más importante, es el reinado indiscutible de las redes sociales en tanto fuente de (des)información y malos humores entre toda la población. Conozco gente de mi edad y aún mayores que hacen ventosa con el TikTok tanto o más que los adolescentes, y no se piense que las conclusiones a las que llegan son ni distintas ni menos furiosas que las de aquellos, a los que la Enseñanza obligatoria nada puede hacer para cambiarles los pañales del cerebro, por usar la expresión de un amigo (y no puede porque el profesor no sepa argumentar mejor que ellos, sino porque aunque sea más elocuente, a ellos les basta con negarlo todo: El país es lo mismo que OkDiario, ese dato está falseado, o el primo de la cuñada de mi ex- lo vio con sus propios ojos; téngase en cuenta que los adolescentes creen en espíritus, en la persistencia de los Illuminati y en la “droga caníbal”…). Todo ello reptando bajo el ominoso manto del tercer factor, que ya no es un factor sino una condición existencial: el cambio climático.
Ante la perspectiva de lo que se nos avecina -y las élites saben mejor que nosotros y desde mucho antes que nosotros eso que viene-, muchos han razonado que hora es ya de acabar con la globalización -¡el país más capitalista de la historia amenazando con aranceles planetarios!-, con la idea regulativa del progreso indefinido y con el mundo multipolar. Si van a escasear los recursos, y los desastres se van a recrudecer, lo que toca ahora es que esos recursos sean acaparados por las manos correctas y esos desastres adecuadamente “deslocalizados”, como decimos de las empresas canallas.
El hombre blanco heterosexual, patriarcal y “de derechas de toda la vida, como mi padre” ya no tiene margen para remilgos y debe recuperar lo que es suyo, porque la Historia se lo asignó en justicia. A esta pesadilla del egoísmo sin límites se le denomina con el oxímoron imposible de “Ilustración oscura” -por el imbécil de Nick Land, que es un tipo que se cree H. P. Lovecraft cuando es más bien Iker Jiménez-, y, en cambio, a esa gente peligrosa y cursi que trata de hacer las cosas bien se les moteja de “wokes”, o de “wokismo”, y al tal wokismo cada vez le salen mas haters…
La idea es, pues, no retornar a la Edad Media, que fue mucho menos terrible de lo que nos lo pintaron, sino generar otra absolutamente peor y radicalmente más oscura, ya que cuenta con medios tecnológicos de manipulación de masas incomparablemente mejores que el ejército del Rey o el arte de meter miedo del clero, unos verdaderos maestros de la televisión actual. No por casualidad, Nick Land es escritor de terror, como lo es Thomas Ligotti, que escribió el repugnante y obtuso La conspiración contra la especie humana, poniéndose en las filas de los conspiradores. Las afinidades no acaban ahí: Land cultiva la filosofía de la Ontología Orientada a Objetos, en la cual Graham Harman ha estudiado la enrarecida filosofía, si la hubiere, de Lovecraft.
De modo que esta llamada “Ilustración oscura” recibe este nombre por tres motivos (también se hacen llamar, por cierto, “neoreaccionarios”, indisimuladamente), el primero porque entienden que si evitas al idealismo alemán, al que no comprenden bien la opaca naturaleza de los objetos invita a olvidarse de la tan humana, demasiado humana, moral (como piensan, también, abonando la causa, muchos así llamados “psicólogos evolucionistas”); el segundo por hacernos creer en una versión occidental del signo del yin/yang oriental -el taijitu-, de tal manera que el mal puro que defienden contiene también una gota rebosante de bien; y el tercero no es más que evitar llamar las cosas por su nombre, ya que el nombre de esta doctrina es “nihilismo reactivo”. Es nihilismo reactivo retornar a las ventajas del racismo, refutadas desde la contestación a la obra de Arthur de Gobineau, acabar con el Estado Ilustrado para implantar zonas privadas de poder impulsadas por el feudalismo digital, derogar la Carta Fundamental de los Derechos Humanos, y en fin y principalmente, generar un archipiélago de ciudadelas de privilegiados custodiada por armamento nuclear y rodeada por un mar de pobreza y de lo que Marx llamó el “ejército de reserva del Capital”.
Lo anterior no es cosa del futuro, nos llevan entrenando en ello algún tiempo. Ya saben que tocando un silbato nos metemos todos en casa el tiempo que haga falta; saben que por una renta mínima vital estaremos encerrados tan contentos con pizzas, plataformas audiovisuales y videojuegos; saben, también, que un dispositivo móvil es como un meteorito en la vida de cada uno, porque allí donde cae desaparece todo rastro del espíritu humano en un radio de acción considerable; y saben, por último, que toda nuestra vida va a ser cada vez más centralizada y gobernada por ese aparatito al que cada día que pase necesitaremos y amaremos más.
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, tituló Rafael Sánchez Ferlosio. Yo preferí bautizarlo como Naphta vence a Settembrini. Ayer el barómetro del CIS venía a anunciar que el sueño de un futuro indefinidamente mejor agoniza en las cabezas de la ciudadanía, al menos en España. Marta Peirano suele decir que nos roban los datos no para aprender a manejar mejor las eventuales futuras crisis, sino para aprender a manejarnos mejor a nosotros durante tales crisis. La Doctrina Shock de Noemi Klein a la orden del día y circulando a tiempo real por la red. El mundo es ya, de facto, un inmenso laboratorio de la conducta humana, individual y colectiva, para ser precisos una caja de Skinner, aquel psicólogo de ratas tan simpático que escribió una presunta utopía del control absoluto titulada Más allá de la dignidad y la libertad, dos conceptos estrechamente ligados para Immanuel Kant, o sea, para la genuina Ilustración. Se proponen instaurar no una Ilustración oscura, que no tiene sentido histórico ni filosófico, se proponen en realidad lo que un humorista gráfico español denominó Endarkenment, en vez Enlightenment. Ya hubo otros “entiniebladores” antes, por así decirlo, en el siglo XIX, como lo expone Antoine Compagnon en su estupendo Los antimodernos (Baudelaire, Joseph de Maistre, el cretino de Bataille, que gusta tanto a Land…) Pero lo que yo me pregunto es: ¿todo este intrincado cepo político con que nos quieren atrapar en qué se diferencia del actual régimen de Corea del Norte, del que presuntamente nos queremos alejar porque los totalitarismos de izquierdas ya se sabe…? Como escribió también Hannah Arendt en el libro aludido:
“La fuerza que posee la propaganda totalitaria -antes de que los movimientos tengan el poder de dejar caer telones de acero para impedir que nadie pueda perturbar con la más nimia realidad la terrible tranquilidad de un mundo totalmente imaginario- descansa en su capacidad de aislar a las masas del mundo real (…) Antes de que los líderes de masas se apoderen del poder para hacer encajar la realidad en sus mentiras, su propaganda se halla caracterizada por su extremado desprecio por los hechos como tales.”