Intentaré decir esto en pocas líneas, no porque no existan manifiestos considerablemente más largos, sino porque las revistas digitales actuales se chivan al posible y tan anhelado lector de los minutos que va a emplear en consumir el texto, bien sea para atraerlo o, bien, como supongo, para no disuadirlo (hoy, el formato es el mensaje).
Estamos, de verdad lo creo, en gestación de un nuevo paradigma, y ese estado de buena esperanza debiera congratularnos, porque justamente necesitábamos ver las cosas de otra manera con tal de no volvernos locos, derrotistas o suicidas. Me parece ver, pero igual me ciega la ilusión, que tal paradigma tiene cierta unidad y jerarquía, esa que exigía Kuhn a los paradigmas, pero esta vez encabezada por la Biología y no por la Física o la Economía Política.
Es cierto que la Física, específicamente la Física de las Dinámicas del Caos (el Caos matematizado actualmente es impredictibilidad, no arbitrariedad, y luego es una suerte de Alfabeto del Universo pero sin Cábala judía), es la que más sorpresas y estupefacción procura, pero precisamente porque se sacude la Mecánica de encima y comienza a apreciar las cosas como en la vieja e irisada Biología. Durante demasiado tiempo hemos vivido de la Mecánica de Newton, Einstein y Planck, y les estamos enormemente agradecidos, pero ahora sabemos que han empequeñecido —involuntariamente, claro— nuestra visión de la realidad, tornándola geométrica, rígida e inerte (hasta el Tiempo falleció entre sus ecuaciones).
El Mecanicismo es, o ha sido: Conductismo en Psicología, Funcionalismo en Sociología, Darwinismo en Biología, Estructuralismo en Antropología o Crítica Literaria, Neurocientificismo en la investigación de la mente robótica (porque la nuestra no, seguro, la nuestra se caracteriza por esa “intranquilidad perpetua” de la que hablaba Hobbes), Epistemología positivista, Teoría de Juegos, Tecnociencia implementando a la ciencia básica, Matemática formalista y Nueva Arquitectura. Ha sido, sin duda, una gran explosión pre-cámbrica de la reglamentación del saber conforme a patrones predecibles y a priori, pero basta ya, por favor, ahora estamos por fin a otra cosa…
Porque resulta que todo lo que las ciencias naturales consideraban decimales despreciables, infracciones ontológicas, desvíos de la norma y Problema del Tercer Cuerpo de repente pesan más, y revelan más, que la ortodoxia mecanicista. Vamos sospechando que hay más manifestación de la naturaleza en una turbulencia caótica (un grifo, el clima, el latir del corazón, yo añadiría el cruce genético…) que en la Ley de Inercia o en la curvatura del Espacio/Tiempo, y lo más sugestivo es que ese mismo fenómeno se puede detectar también en otras áreas del saber contemporáneo. La Pragmática, en Lingüística, hace ya décadas que acoge en su seno todas aquellas formas de comunicación que no son ni lógicas ni gramaticales, pero que expresan de facto la riqueza y performatividad del lenguaje. La Hipótesis Gaia, en Cosmología, se acerca mucho más a comprender los fenómenos de la vida en forma organicista, como hiciera Aristóteles, que en la forma del célebre Reloj de la Física Moderna. En Matemáticas, se acepta ya con naturalidad la presencia de “objetos matemáticos”, como los fractales o la Botella de Klein, que ni son reales ni dejan de serlo, sino que están a medio camino entre la teoría y la práctica. En Economía, muchos son los que nos han llamado la atención (Polanyi, Sen…) de que antes del Capitalismo la economía no era estructurante, sino estructurada, o no era fundante, sino fundada, y por tanto que es perfectamente posible recuperar un modo de racionalidad en que la variedad de los estilos de vida decidan la economía correspondiente para hacerlos viables, y no al contrario (lo mismo, por cierto, se podría decir de las llamadas Nuevas Tecnologías, o de la Digitalización en general, que nada impide, excepto las ambiciones de las grandes corporaciones, que de Sujeto pasen a ser Objeto, para nuestro bien y el de nuestros hijos). La Biología, donde ya hace bastantes años que Maturana/Varela o Margulis hablan en términos de sistemas teleológicos… La Teoría Estética, a la que parece interesar más ahora la recepción que la emisión de la obra de arte, más allá de la sagrada autonomía del artista maldito… O la Filosofía, que gracias a la obra de Heidegger dejó de representarse en la figura de duras dicotomías y comenzó a vislumbrar que el Ser es también la Nada, que el Objeto es también el Sujeto, que la Verdad es plural y no exclusivista, y que la ciencia no se desliga nunca de la “actitud natural”… (Por no hablar de la actual filosofía francesa, la Ontología Orientada a Objetos, a los que encuentra “intraducibles”, “irrepresentables” y, finalmente, “raros” —Harman).
Nunca pensé que abogaría por la filosofía de Julio Cortázar en Rayuela, pero con humildad tengo que hacerlo aquí. Capítulo 73, el otro posible inicio, el inicio/macho, de la no-novela: Incurables, perfectamente incurables, elegimos por turna el Gran Tornillo, nos inclinamos sobre él, entramos en él, volvemos a inventarlo cada día, a cada mancha de vino en el mantel, a cada beso del moho en las madrugadas de la Cour de Rohan, inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección, quizá las palabras envuelvan esto como la servilleta el pan y dentro esté la fragancia, la harina esponjándose, el sí sin el no, o el no sin el sí, el día sin Manes, sin Ormuz o Arimán, de una vez por todas y en paz y basta. (Cortázar, sin embargo, no hacía más que promover sus propias dualidades, una vez rechazadas las de la tradición: estos dos inicios, del “lado de acá” —Argentina— y del “lado de allá” —París—, la percepción según la Gran Costumbre y la percepción del “otro lado”, Cronopios y Famas, etc.).
La propia Postmodernidad, tal como fue teorizada en el último cuarto del siglo pasado, diluía y solapaba ya las distinciones modernas, de tal manera que los límites entre naturaleza y cultura, tradición e innovación, ciencia y arte o “diferencia y repetición” se borraban en aras de una creatividad sin marco constrictivo previo. Un ágape que ya no reúne a los distintos, porque todo conspira con todo —Anaxágoras— y el ser humano no es un imperio dentro de un imperio —Spinoza—. Tengo, por consiguiente, la sensación de que las célebres “turbulencias” de la Física del Caos están abriéndose paso en todos los terrenos, buscando sus propios y fascinantes “atractores extraños”, y de que la vida del cosmos ya no es el cansado efecto de una causa cuya pretensión no fue más que la de desplegarse sin sentido, como en la fatídica Teoría del Big-Bang, sino que es nómada, como decía aquel, puesto que va hacia adelante sin pausa y a cada paso inventa o dispone sus propias condiciones de posibilidad. Eso que los especialistas denominan “dinámicas no-lineales”, es lo mismo que ha zarandeado, desde siempre, mediante la “intranquilidad de Hobbes”, la existencia de cada uno, humano, bacteria o programa informático, como el Juego de la Vida de Conway.
La Educación ya no sería conocer datos, sino saber dónde encontrarlos. La Política ya no consistiría en la intermediación irremediable entre los intereses de las élites y la población trabajadora, sino en un proceso incierto e inestable, pero abierto. No se impondría ningún canon estético definitivo, así como ningún método científico sería declarado como el único válido.
Por eso creo que es todo merecedor de una alegría no irracional, como la de aquel que pisa la Tierra Prometida sabiendo que no obstante tiene sus propios peligros, porque en este nuevo paradigma, si es que yo no me dejo llevar por el entusiasmo, elegir ya no es sacrificar, sino crear, y el tiempo ya no transcurre matando los instantes pasados, sino utilizándolos como materia prima para construir los instantes futuros.