Tal como sugiere el subtítulo de este breve opúsculo, dictado hace poco más de 20 años –un suspiro en las escalas temporales del pensamiento filosófico–, Louis Althusser, autodenominado «filósofo comunista» francés, responde, o mejor dicho, contraataca en la mejor tradición de Marx, a su homólogo británico John Lewis. Lewis, colaborador de la misma revista que publicó originalmente este texto, representa una posición que Althusser se propone desmontar, atacando el tema crucial para cualquier intelectual comprometido con un partido: la vigencia de su ideología a pesar de los inevitables contratiempos en la siempre peligrosa «práctica política».
Althusser comienza con un tono casi paternalista, como si Lewis fuera un alumno travieso que ha mancillado un retrato venerado pintándole bigotes. El reproche de Althusser toma inicialmente la forma de una corrección pedagógica, donde emplea un riguroso teorema para confrontar las desviaciones de un izquierdismo británico que, según la ortodoxia comunista más estricta, ha sido históricamente considerado como blando o diluido. Desde Gladstone hasta el laborismo contemporáneo, pasando por escritores que tras la Segunda Guerra Mundial se dejaron seducir por la utopía estalinista, la izquierda británica ha demostrado una incapacidad sistemática para asimilar las explicaciones casi sísmicas del comunismo continental, probablemente debido a su inveterado individualismo, que quedaría petrificado ante la visión de una gorgona sin alma ni esplendor.
Althusser critica precisamente esta posición «light» del pensamiento obrero representada por Lewis, encuadrándola en un largo episodio de infiltraciones burguesas que, a su juicio, han diluido el genuino discurso marxista-leninista. Para Althusser, una prueba fehaciente de esta corrupción es el célebre XX Congreso del PCUS, al que dedica gran parte de sus objeciones metodológicas, constituyendo así la columna vertebral de su Crítica de la práctica teórica. A pesar de las matizaciones que introduce respecto a sus obras anteriores, Althusser no rompe con su «ruptura» ni corta con su «corte». Más bien, aprovecha para prevenir futuras impurezas en la interpretación correcta del viejo maestro Marx.
La mayor parte del opúsculo está dedicada a una crítica del humanismo y la mixtificación humanista de la obra marxiana, un enfoque que, en opinión de quien escribe, no queda completamente esclarecido. Las observaciones sobre el «Hombre» o «Espíritu» y sus procesos anagógicos, aunque denuncian motivos persistentes en el pensamiento emancipatorio de autores como Sartre, Garaudy y Hyppolite, son quizás demasiado simplistas para inquietar a Hegel. Podría argumentarse que estas críticas atraviesan el tejido hegeliano sin mayores daños, pero hacen blanco directo en el idealismo de Fichte.
Además, Althusser denuncia que el «socialismo con rostro humano» defendido en la revolución checa no tiene sustento científico y refleja, en cambio, un economicismo de clase que pervive en todo discurso sobre la libertad humana. Discursos reaccionarios laten en toda gama de reformismos y revisionismos que aparentan solidaridad obrera, advierte Althusser, destacando especialmente las categorías espurias empleadas en el XX Congreso liderado por Kruschev. El «culto a la personalidad» y las «violaciones de la legalidad soviética» son, según Althusser, hechos coyunturales y meramente empíricos que no aportan nada científicamente si no se conectan con la estructura material profunda que ha guiado la historia rusa desde la II Internacional.
Althusser sugiere que esta estructura material, que configura al hombre histórico, es la que determina la relación entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, optimizándolas en función del gradiente máximo de cada período. Sin embargo, es discutible si con esta descripción se ha refutado completamente el idealismo hegeliano. Aunque Althusser propone un esquema ontológico que incluye la contradicción dialéctica de la Idea en la forma real de la lucha de clases, sugiere que el pensamiento está constreñido por los intereses exclusivos y dicotómicos de las clases sociales, lo cual es cuestionable.
Incluso en la economía de mercado actual, se admite una gran diversidad de significantes en los que se ha borrado la huella de su origen y fines originales. Althusser podría calificar estas variantes de «ideológicas», pero no termina de mostrar los fundamentos racionales de la lucha obrera. La clase obrera debe ser liberada de la explotación y desenmascarado el aparato legal, estatal, etc., privativo de la clase burguesa. Pero, ¿en favor de qué, dentro de un «proceso sin sujeto, objeto ni fin»? Cabe inferir que en beneficio de las víctimas de la explotación por su mera condición de víctimas, una condición intolerable.
Cuando Hegel y luego Marx conceptuaron la «alienación», lo hicieron primero como Entäusserung –una condición normal de la finitud histórica– y después como Entfremdung, expresiva de una escisión económico-social. Althusser rechaza ambas acepciones por su carácter idealista, rehenes de la idea de una proyección torcida de la Libertad. No quiere oír hablar ni de «negación de la negación» ni de «alienación» o «reificación» del Hombre. ¿Se refiere acaso a la dirección señalada en El Manifiesto Comunista, según la cual las condiciones de una fuerza productiva mayor reclaman un nuevo modo de producción liderado por las masas proletarias? Esta interpretación es quizás demasiado historicista para el gusto de Althusser. Su comunismo parece motivado por la injusticia pura de la explotación, libre de mayores cargas argumentativas.
Para finalizar, creo que es justo situar la Crítica de la práctica teórica en el contexto de los sucesos históricos que Althusser señala insistentemente para desmontar el estilizado comunismo de Lewis. Ni la Revolución Cultural china ni la década de Kruschev abogan en favor de una limpieza izquierdista que se oponga a la crítica derechista dentro del partido. El estudio histórico de estos movimientos revela un vicio propio de los filósofos metidos en política: su tendencia al arcaísmo intelectual. El pensamiento político de Mao comparte este atributo, que se suma al pánico por la contaminación con otras formas sociales. En este sentido, es importante evaluar la contribución de Lenin al pensamiento marxista, quien convirtió las ideas de Marx en una máquina doctrinal capaz de absorber los hechos más diversos mediante la emisión de nuevos y más automatizados brazos teóricos. Sin embargo, Althusser parece ignorar estos arreglos en su afán por revitalizar la ortodoxia marxista.
Con estas oscilaciones, nos acercamos a una afirmación que, tal vez, se sugiere sotto voce a lo largo de los axiomas de este opúsculo: lo propiamente político no es sino la mismísima práctica científica de formato marxista-leninista…