Revisando las agendas impuestas por la industria cultural

julio 10, 2024

«Toda la vida de las sociedades en las que dominan las modernas condiciones de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha alejado en una representación.»

Guy Debord (1967). La sociedad del espectáculo.

Hoy queremos reflexionar en torno al tema de la imposición de agendas culturales por parte de lo que los teóricos de la Escuela de Frankfurt denominaron «la industria cultural», refiriéndose a la producción en masa de bienes y servicios culturales que estandarizan y comercializan la cultura, imponiendo lineamientos que moldean la percepción y el comportamiento de nuestras sociedades. Como marco teórico, utilizaremos las obras de Max Horkheimer y Theodor Adorno, quienes en su Dialéctica de la Ilustración (1944) realizaron una crítica sobre cómo la cultura se ha convertido en un producto que tiende a la uniformidad del pensamiento y a la reducción permanente de la capacidad crítica de los individuos, con profundas implicaciones en la valoración ética y moral de cada sociedad.

El término «industria cultural» fue acuñado por Horkheimer y Adorno para referirse a la producción en masa de lo que hoy muchos llaman “cultura popular”. Básicamente, plantean que esta industria no solo busca ofrecer entretenimiento a cambio de dinero, sino que también cumple una clara función política e ideológica:

La industria cultural perpetúa la injusticia social en el mismo momento en que promete erradicarla. Se mofa del objetivo del individuo cuando lo incluye en el todo. Este todo se muestra como un fragmento calculado del sistema. Todo se acomoda a la estética del decorado y nada parece tener sentido sin ella (Horkheimer y Adorno, 1944).

La idea de analizar filosóficamente este asunto concreto de las «bajadas de línea» por parte de las agendas culturales se sustentará en este breve artículo mediante un recorrido histórico de hitos que demuestran cuán potente es la industria cultural para determinar ciertos modos de vida. Un primer ejemplo claro lo encontramos en la propaganda propiciada por el cine de Hollywood durante la Segunda Guerra Mundial. Sabemos que la corporación cinematográfica norteamericana jugó un papel crucial en la creación de propaganda a favor de la inversión bélica estadounidense a través de películas como Casablanca (1942), la cual es considerada un clásico del séptimo arte pero que, sin duda, promueve la idea americana de patriotismo y sacrificio. El común denominador de este tipo de películas es moldear la percepción del enemigo y la glorificación de la intervención militar. Al respecto, Walter Benjamin nos legó en su ensayo La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica (1936) un análisis acerca de cómo el cine puede ser utilizado como una herramienta de control ideológico:

La reproducción técnica del arte cambia la relación de las masas con el arte. […] La supremacía de la crítica del arte se desplaza del individuo a las masas (Benjamin, 1936).

Simultáneamente, desde el régimen nazi en Alemania, la industria cultural fue utilizada de manera estratégica para imponer su agenda expansionista, racista, antisemita y belicista. Adolf Hitler tenía un ministerio de propaganda, dirigido por Joseph Goebbels, quien controlaba todos los medios de comunicación y producciones culturales, incluyendo el cine, la radio y la prensa escrita. A través de películas como El triunfo de la voluntad (1935) y El judío eterno (1940), se promovieron ideales de supuesta superioridad racial y anti judaísmo, reforzando la ideología nazi y justificando la persecución y el genocidio. Esta instrumentalización de la cultura para fines políticos es un claro ejemplo de cómo los regímenes autoritarios pueden utilizar la industria cultural para moldear la opinión pública y consolidar su poder.

Otro claro ejemplo de imposición cultural masiva ocurrió en la década de 1980 cuando la música pop se convirtió en un vehículo para promover una cultura de consumo desenfrenado. Artistas como Madonna y Michael Jackson no solo vendían sus discos, sino que también imponían modas, actitudes y estilos de vida que incentivaban el gasto superfluo y la superficialidad. Al respecto, Adorno en su ensayo Sobre la música popular (1941), criticó cómo la música popular está diseñada para ser un producto de consumo que refuerza un tipo de vida conformista:

La música popular es el producto del proceso social que la hace posible; este proceso también determina su función en la sociedad (Adorno, 1941).

Es preciso señalar que durante la Unión Soviética, la industria cultural fue empleada como una herramienta crucial para imponer la agenda del Estado y promover la ideología comunista. Bajo el control del partido, todas las formas de arte y medios de comunicación, incluyendo el cine, la literatura y la música, fueron utilizadas para glorificar el socialismo mediante películas como Alexander Nevsky (1938) de Sergei Eisenstein y obras literarias del «realismo socialista», presentando héroes proletarios y vilipendiando a los «enemigos» del comunismo. Este tipo de manipulación cultural buscaba crear una imagen utópica del régimen soviético y consolidar el control del Partido.

Otra gran invasión cultural global estuvo representada por los Westerns, un género televisivo y cinematográfico que tuvo su gloria a mediados del siglo XX, jugando un papel crucial en la construcción de la identidad estadounidense y la demonización de los nativos americanos. Series como Gunsmoke (1955-1975) y películas como The Searchers (1956) representaban a los aborígenes como salvajes peligrosos, justificando una expansión territorial violenta. Este tipo de productos culturales promueven una visión prejuiciosa de los pueblos indígenas y valores propios de la cultura americana como el individualismo y la autosuficiencia.

Durante la Guerra Fría, la televisión fue una escuela de promoción anticomunista mediante series como I Led Three Lives (1953-1956) y películas como Invasion of the Body Snatchers (1956), que alimentaban el miedo a la Unión Soviética, presentando a los comunistas como infiltrados peligrosos. Este tipo de narrativas reforzaba la política exterior de los Estados Unidos y justificaba la persecución interna de presuntos adeptos al comunismo mediante el macartismo.

En la Segunda Guerra Mundial, la industria cultural estadounidense utilizó recursos audiovisuales para imponer agendas contra Japón, con películas como Wake Island (1942) y Back to Bataan (1945), mostrando a los japoneses como crueles y deshumanizados, fomentando el odio y el racismo. Décadas más tarde, películas como Rambo: First Blood Part II (1985) perpetuaban estereotipos negativos sobre los asiáticos, justificando el esfuerzo bélico americano.

Desde la década de 1970, las representaciones del mundo árabe en la televisión y el cine occidental han contribuido a la estigmatización del Islam. Programas como 24 (2001-2010) y películas como True Lies (1994) presentan a los musulmanes como terroristas, justificando intervenciones militares y políticas de seguridad en Medio Oriente.

En Argentina, durante la dictadura cívico-militar (1976-1983), el aparato cultural fue utilizado para imponer el régimen mediante la censura de medios de comunicación, cine y televisión, controlados para suprimir cualquier forma de disidencia y promover valores nacionalistas. A través de programas televisivos, noticieros y películas, se difundía una narrativa oficial que glorificaba al ejército y demonizaba a la oposición, ayudando a legitimar la represión y las violaciones a los derechos humanos.

La simulación ya no es esa de un territorio, de un ser referencial, de una sustancia. Es la generación por los modelos de un real sin origen ni realidad: un hiperreal (Baudrillard, Cultura y Simulacro, 1981).

Como hemos podido apreciar, la industria cultural no es simplemente un proveedor de entretenimiento, sino que es un claro agente activo en la conformación de la conciencia social y los valores normalizados. Mediante ejemplos históricos concretos, hemos visto cómo instrumentos como el cine, la música, la televisión y actualmente las redes sociales y los servicios de streaming son utilizados para imponer agendas y lineamientos que moldean la percepción, el comportamiento y la determinación de lo que es políticamente correcto, real, irreal o hiperreal. Esto no quiere decir que todas las reproducciones culturales apuntan directamente a moldear nuestra percepción hacia una ideología concreta, pero si queremos vivir pensando o pensar viviendo, es preciso activar el pensamiento crítico para detectar qué nos están queriendo comunicar, sin abandonar el disfrute por la estética en todas sus manifestaciones.

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