Yo pensaba, irreflexivamente, que este Eneko de las formidables viñetas del diario Público (el único diario digital que me permite leer sin pagar) era un chaval joven, muy diestro pero recién llegado, incubado al calor de El Roto como tantos otros también habilidosos del chiste amargo. Pero no, resulta que Eneko ya frisa los sesenta, y cuenta con una amplia experiencia a sus espaldas, en Venezuela tanto como aquí, el terruño de Mingote, Chumy Chúmez, Forges, Manuel Summers y tantos otros genios del monigote inteligente.
No hace ni un mes que Eneko ha sacado una recopilación, titulada Libertad y editada en Siglo Veintiuno, y debo decir que es una gozada y un ejercicio mental recomendable para todas las edades. No soy yo mucho de los sudokus, pero sí de los dibujantes de periódico. De hecho, algo tienen cuando, desde la aparición misma de la prensa allá por los albores del s. XIX, lo primero que miramos todos en el almanaque de mentiras de hoy es al ilustrador, lo mismo sea el Alex Raymond de Flash Gordon, que una entrañable tira cómica, que la implacable Mafalda o que Antonio Fraguas sacándonos retratados de Marianos, ellos, o de Conchas, ellas.
La mitad de los enigmas gráficos de Libertad son muy buenos, la otra mitad son geniales. Porque son enigmas: Eneko apenas utiliza de la palabra, y cuando lo hace es en el uso más lacónico posible en beneficio de la imagen, que es limpia, pero esperpéntica, o nítida, pero alegórica. Eneko practica el mimo gráfico, en el doble sentido de que mima su composición y de que el tema de la misma es un gesto que se explica a sí mismo. Y si de vez en cuando no se explica tan claramente pues mejor, porque el asombrado lector no tendrá más remedio que exprimirse los sesos hasta dar con la solución de la muda y pícara adivinanza, que siempre la hay puesto que aquí no hay trampa ni cartón ni se juega al viejo y sucio truco del “oiga, interprete usted lo que le venga en gana, yo me lavo las manos…”
No conozco mucho a Eneko, pero después de leer Libertad veo que lucha por la igualdad de género, que es más libertario que los que ahora se hacen llamar tales en nombre de tomar una caña o lanzar una OPA hostil, y que ni halla en los dispositivos móviles traza alguna de una emancipación posible ni encuentra en la Estatua de la Libertad de Staten Island (que, os aseguro, es mucho más pequeña de lo que parece) motivo para dar palmas al símbolo internacional de la acogida al Nuevo Mundo y al Libre Mercado. No es nada fácil esto de hacer un garabato de línea clara y con él poner en cuestión todo un estilo de vida de alcance casi global. Eneko -me acabo de percatar de que un venezolano sólo puede tener un nombre vasco si sus padres lo son, soy así de obtuso- lo consigue, pasando a formar parte de un elenco de grandes autores de la crítica política pintada comenzando por Honoré Daumier y pasando por nuestro grandísimo Ivá.
El humor, la comedia, es el memento mori del ser humano, allí donde nos recuerdan que como vamos a palmarla igual, más nos vale relativizarlo todo un poco excepto el puro gozo inmediato. Eneko quiere eso pero parece querer también sacudirse esas cadenas que decía Rousseau en El contrato social (en esta antología hay una referencia explícita al contrato social) nos acompañan desde el mismo preciso momento en que nacimos libres. Tal vez este librito de Eneko, elástico, manejable y noble también en su formato de presentación, esté cargado de ese tipo de paradojas que estimulan a las mentes más preclaras, pero también a las más sombrías. No importa: cada una de ellas podría ocupar un lugar preferente en la pared más viuda de nuestra casa, vistiendo en claroscuro, bien, pero también en lúcido. Lejos de recomendarles que lo compren, la venta de cultura no es mi negocio, sino más bien mi anatema y mi cruz. Pero quizá no estaría tan mal pasarse por una de esas tiendas de novedades editoriales y darle un repaso profundo, hasta que te echen o hasta que cierren, saludando amablemente al salir…