Angel José Olaz Capitán, Universidad de Murcia
Siempre me han fascinado las películas de espías en las que intrépidos policías son capaces de mimetizarse en un oscuro y acechante entorno, pasando desapercibidos a ojos de los demás, observando detenidamente los comportamientos de esa organización clandestina y participando de las actividades de sus componentes. Lo hacen así hasta dar sentido a lo que está sucediendo y, en consecuencia, intervenir en el curso de los acontecimientos. Es lo que en la jerga policial se llama introducir un «topo».
Todos nosotros observamos y participamos de nuestro entorno como parte de un ejercicio adaptativo propio de nuestra especie (Darwin, 1859) y los sociólogos quizás todavía más, en ese intento por acercarse a una comprensión de la realidad social, actuando como «polis» –entiéndase esta admirativa y afectuosa denominación– observando y, en su caso, participando del colectivo que se está estudiando.
Hablar de observación participante obliga a reparar en dos conceptos: observar y participar. Observar es algo más que mirar, es profundizar en por qué las personas se comportan y se desenvuelven de una determinada manera.
Observar guarda relación con intentar comprender motivaciones, comportamientos y reacciones de un colectivo, interpretar el espacio en el que este se produce y el tiempo en el que se desarrolla. La observación se convierte, por tanto, en una pieza clave para desentrañar los significados que, a menudo, se revelan como ocultos para el investigador en su intento en captar y comprender la realidad.(Berger y Luckmann, 1968).
Participar significa tomar parte en algo, actuar y comunicarse. No obstante, el grado de participación del observador en el contexto investigado no siempre es el mismo, dependiendo del grado de implicación que este se encuentre realizando. Eso irá en función de las dificultades en el acceso a las personas y/o el lugar donde se localiza la actividad o por las propias características del proyecto, que pueden favorecer o desaconsejar una mayor o menor visibilidad del investigador.
Origen etnológico y antropológico
Echando la vista atrás, la observación participante fue en su origen una técnica de investigación cualitativa, que nace en el contexto de estudios etnológicos y antropológicos donde destaca el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski, quien realizó el primer estudio documentado de esta técnica en Los argonautas del Pacífico Occidental. Más tarde, le siguen los trabajos de Nels Anderson, F.Thrasher y Paul Cressey, que conceden especial atención a la idea del «trabajo de campo», hasta llegar a S.I.Taylor y R. Bogdan en fechas algo más recientes (1984).
En España deben mencionarse las figuras de Josefina Carabias (1908-1980), Luisa Carnés (1905-1964) y Magda Donato (1898-1966). Esta última realizó experiencias de observación participante camuflada de «viuda hambrienta», «modista enardecida» en comedores sociales y «presidiaria» en una cárcel de mujeres con el propósito de retratar la realidad a través de la simulación. Algo más tarde, Óscar Guasch (1996) desarrolla de un modo crítico el papel y desarrollo de la observación, en el contexto de las ciencias sociales y plantea a través de varios casos la dinámica por la que puede discurrir la técnica.
Siempre con un método científico
De un modo o de otro, cualquier trabajo de campo, esto es, alejado de una mesa de despacho con flexo y humo –tal y como se ambientan las comisarías de las películas– pasa por la elección de un método científico: si quisiéramos analizar a un colectivo de difícil acceso, como es el de las personas que consumen sustancias estupefacientes (cocaína, heroína…), las causas de su consumo (personales, culturales, sociales…), su día a día (itinerancia, cantidad, frecuencia…) y hasta las posibles vinculaciones relacionadas con comportamientos delictivos (contra la propiedad, económicos, maltrato…) no tendría mucho sentido acercarme sin más al lugar donde se «trapichea» y pasar un cuestionario para su cumplimentación. Sin embargo, y en esto intervienen las técnicas de investigación cualitativas, observar el lugar, a las personas que en él actúan, introducirse en el escenario y hasta hacerse pasar por uno de tantos consumidores, permitirá recoger de primera mano datos relacionados con sus motivaciones y comportamientos, contribuyendo a identificar patrones predictivos.
Sea como fuere, la observación participante se convierte en una técnica gracias a la cual el observador (investigador) aplica un protocolo (científico) por el que es capaz de (a través de su participación en un entorno y/o en un colectivo) obtener registros de la realidad, analizarlos, interpretarlos y ver de qué modo pueden reducirse y hasta eliminarse.
Por todo esto la observación participante se convierte en una técnica de investigación cualitativa en la que tantos sociólogos como criminólogos y otros tantos profesionales como los trabajadores sociales pueden verse beneficiados de su alto potencial indagatorio en la siempre compleja y fascinante interpretación de la realidad social. Quizás por todo ello se explica que a los sociólogos les guste actuar como «polis».
Angel José Olaz Capitán, Profesor Titular de Sociología_Métodos y Tecnicas de Investigación Social, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.