Héroe es el que puede ser traicionado impunemente
Jacques Lacan
La diferencia entre los antiguos griegos y nosotros estriba sobre todo en que ellos levantaban la cabeza para observar los astros del firmamento, mientras que nuestro tiempo nos ha enseñado a agachar la cabeza para ver TikTok en el teléfono móvil. Por eso, quizá, la antigüedad entendía que tanto el universo como la tierra y sus habitantes seguirían existiendo tal cual eran para la eternidad[1], y nosotros, en cambio, vivimos en la ansiedad del fin del mundo a cada vuelta del camino.
Desde luego que preferir un mundo muerto y rudo a esta coyuntura actual opulenta y relativamente tranquila sería de locos, pero no lo digo yo, lo dice Indiana Jones en la última de la saga. Llega un momento en que morir en mitad de una naumaquia histórica en una bahía de Siracusa a los pies del legendario Arquímedes se le hace más deseable que vivir en Nueva York en los trepidantes años sesenta. Naturalmente, el espectador norteamericano medio no podría asimilar eso, de manera que al Doctor Jones le canjean ser parte de las grandes gestas de la Historia por eso que nos venden siempre como el último refugio de la felicidad, eso que dicen que nadie te puede quitar ya que nadie, en realidad, tiene interés alguno en quitarte -y, sin embargo, tan cuestionado también desde hace unas décadas[2]-, porque así sigues trabajando en lo que te toque sin protestar: el amor romántico (amor, para más señas, crepuscular y prácticamente hecho cenizas…).
Los antiguos, no por casualidad, creían poco o nada en el amor romántico, e Indiana Jones, que es un personaje más bien hosco y promiscuo en las tres primeras películas, no es precisamente un devoto de Cupido. Pero como en esta nueva entrega ya nos han demostrado vivamente que la ominosa tecnología del Deep Fake es capaz de ofrecernos a Harrison Ford con treinta y cinco años durante más de veinte minutos, resulta claro cuál debe haber sido el trato con el actor: de acuerdo, nadie puede ser Indiana Jones más que tú -se habló de Chris Pratt, para horror de los fans del arqueólogo…-, pero a cambio usaremos tu cara todo lo que queramos después de tu muerte, so pretexto de «homenaje al gran e inolvidable interprete» o algo por el estilo.
Se cuenta la anécdota de que un estudiante del geómetra Euclides, entre el siglo IV y III a.C., al acabar este su exposición, le preguntó que para qué servía a la postre todo esto. Euclides sacó una moneda -un óbolo- de su manto, y se lo entregó al chico con estas palabras: «Toma, para que pienses que escucharme te ha servido de algo…» Cualquier profesor se siente tentado a diario de robarle la lección a Euclides, pero no cobramos tanto. Arquímedes, en cambio, además de excelente matemático, es el primer y casi único technités del mundo antiguo, tras el dios Hefesto. A diferencia de grandes científicos anteriores y posteriores, que cultivaron la contemplación (y no sé si hoy estamos en condiciones ya de no valorar, sino siquiera de entender, que Aristóteles o Aristarco de Samos se desvelaron por dar razón de la realidad a cambio de nada, si acaso de la «vida de la fama»), Arquímedes quiso y supo dar una aplicación práctica a todo lo que sacó de su mollera. Él fue todo óbolos, y tal vez por eso le comprendemos mejor. Da gusto escuchar, por cierto, a Harrison Ford y a Phoebe Waller-Bridge hablar en griego clásico, el idioma de la inteligencia.
El guion de El dial del destino es más bien malo, y las escenas de acción tediosas, que es lo peor que se puede decir de una escena de acción. Esto último no es en absoluto necesario; en En busca del arca perdida todas las escenas de acción son significativas, amenísimas, tensas y dicen algo del personaje. Aquí no, en esta no hay más que una suerte de gymkana siguiendo pistas que aburriría a una oveja[3], excepto por Fleabag. Quien lo iba a decir, pero Fleabag encaja bien con la acción. Helena -que digo yo que será con «H», como la de Troya- no es un personaje complaciente ni una scream girl. Hasta se permite una pequeña crítica al capitalismo. Harrison Ford, en cambio, se ha olvidado de su personaje, como ya ocurrió en Blade Runner 2049, y la película le abueliza por completo, como ya ocurrió a su vez con Michael Corleone en la infausta El padrino III. El público espectador ha cambiado mucho desde los años ochenta hasta hoy, y la culpa es sobre todo de la productora Disney. El primer Indiana Jones era un tipo duro amante de la soledad[4], y este que nos venden ahora sólo es un señor que da lástima y bajo el cual no puedes evitar ver a Harrison Ford metido en años, muchos años. Que sigue siendo el viejo más atractivo del mundo, de acuerdo, pero yo fui a ver una película de Indiana Jones, no una de Gloria Swanson… Héroe es, en efecto, el que puede ser traicionado impunemente, como dijo Lacan -que es lo único que he entendido de él, y a lo mejor no.
Pero ya digo, de todos modos la cinta merece la pena. ¡Se habla griego antiguo, insisto! Además de eso, se vuelve a los efectos especiales de cortinillas cutres y mapa gigante que ya eran viejos en En busca del arca perdida, y que gracias a esta son clásicos. Por último, el espectador puede disfrutar de la muerte de Antonio Banderas, ¿qué más se puede pedir? Amo a Indiana Jones, el cabroncete terco de la primera que incluso había jugueteado con una menor. Pero tengo una pregunta… ¿tan sabio era Arquímedes que pudo predecir la deriva de los continentes 2300 años antes que Alfred Wegener?, es decir… ¿el nazi del siglo XX pasa por alto lo que el siciliano sí tuvo previsto?…
Hasta siempre, Doctor Jones.
Notas
[1] Lo cual no se traducía necesariamente en optimismo e identificación con la unidad luminosa de la naturaleza, tal como lo vieron en el entorno del Idealismo Alemán, desde Goethe y Winckelmann a Schelling y Hölderlin, hasta que Arthur Schopenhauer vino a acabar con la ilusión. De hecho, esta terrible frase de la Ilíada podría ser perfectamente del propio Schopenhauer (446-7): «Pues nada hay sin duda más mísero que el hombre / De todo cuanto camina y respira sobre la tierra».
[2] Ya en época romántica, existe un caso ejemplar de matrimonio poliamoroso totalmente admirable y exitoso, sin merma alguna del amor conyugal, el formado por Wilhelm von Humboldt y su mujer Carolina von Dacherbden.
[3] Para gymkana histórica bien pensada y apasionante la de La búsqueda, protagonizada por Nicolas Cage y Diane Kruger -hablando de Helena de Troya…- en 2004.
«La diferencia entre los antiguos griegos y nosotros estriba sobre todo en que ellos levantaban la cabeza para observar los astros del firmamento, mientras que nuestro tiempo nos ha enseñado a agachar la cabeza para ver TikTok en el teléfono móvil.»
Creo que esta afirmación es «injusta», por decir algo. Comparas a unos pocos griegos cultos de su época (cuya visión del mundo es la que nos ha llegado), con un ciudadano medio (por ser condescendiente con el término) de nuestro tiempo. También en nuestro tiempo hay personas que miran a las estrellas buscando el conocimiento, tanto de forma literal como metafórica.
En cuanto a la peli, no creo que sea mucho peor que las tres primeras… y considero que es mejor que la cuarta. Mismo tipo de persecuciones en vehículos en marcha, pelea con el gigantón de turno…
Feliz 2024 y mucho ánimo con el proyecto! Que yo siga leyéndolo!
Gracias por tu comentario.
Pero creo que es al revés. Todos los ciudadanos libres eran cultos, puesto que ocio significaba precisamente eso, escuela, y tampoco exceptuaría a esclavos y mujeres, puesto que los primeros como poco sabían leer, y en tiempos de los romanos eran preceptores privados de las familias adineradas, y en cuanto a las mujeres tenían libre acceso a la cultura, aunque no a la política ni al gimnasio (en Esparta, sin embargo, sí). Sin embargo, el ciudadano medio actual lleva en su bolsillo el mundo entero -esta revista, por ejemplo, pero también google maps o wikipedia-, y sólo sabe usar ese superpoder para ver vídeos de gatitos, en el mejor de los casos…
Mucho mejor que la cuarta, sí, pero eso estaba chupado. El gigantón aquí muere rápido y sin gloria, sin comparación con el nazi que por iniciativa propia -y no siendo un mercenario…- le da la del pulpo a Indiana hasta que la hélice de un avión le hace pulpa. Lo mismo sucede con las persecuciones de coches. Todos recordamos perfectamente al arqueólogo pasando por debajo de un camión, por pura cabezonería, y de esta, que vi la semana pasada, no consigo recordar nada. Hay una gran diferencia entre épica y gymkana.