Víctor Resco de Dios, Universitat de Lleida
El fuego ocupa cada vez más espacio en las noticias. Muchos incendios de los últimos años nos han estado ganando la partida, una vez tras otra, a lo largo y ancho del globo terráqueo.
Los incendios de ahora no son como los de antes. Se han vuelto más agresivos y están alterando profundamente el planeta, dejándonos al albor de lo que podríamos llamar el Piroceno. Un mundo donde los incendios están sustituyendo al hombre en su papel de escultor de paisajes.
A continuación explicaremos qué ha cambiado, hasta qué punto los incendios actuales están afectando a la Tierra y cómo revertir la situación. Pero antes, debemos recordar que esto no siempre fue así. Hasta hace no demasiado, habíamos sido capaces de controlar al fuego. En realidad, el fuego había sido nuestro gran aliado.
Domesticación del fuego
La domesticación del fuego supuso un acontecimiento fundamental para nuestra especie, tanto a nivel evolutivo como para el desarrollo de las sociedades modernas.
De hecho, una de las primeras tecnologías desarrolladas fue la pírica, con la conquista del fuego. Con el control del fuego llegó la gestión del paisaje, y también aprendimos a cocinar. Y con la cocción aumentó el valor nutritivo de los alimentos, mientras disminuían el tiempo de digestión y los problemas sanitarios. Cocinar alimentos permitió aumentar el tamaño de nuestro cerebro y, por tanto, nuestra capacidad para razonar.
Si avanzamos el reloj de la historia aceleradamente, nos encontramos con una revolución industrial que fue, en realidad, una revolución pírica. Aprendimos a controlar las llamas para poder obtener energía de la quema y se inventaron todo tipo de máquinas, motores, instrumentos y artilugios que nos facilitaron la existencia.
Piroceno: pérdida del control sobre el fuego
Pero durante la revolución industrial cambiamos de combustible. Los fuegos de la industria no se alimentaban de combustibles vivos, vegetales, sino de combustibles fósiles, líticos.
La combustión de paisajes fósiles alteró la atmósfera, y empezamos a calentar el clima. El abandono de los montes cambió la fisionomía de la tierra, y ahora la biomasa se está acumulando. Más calor y más combustible: más leña para los incendios.
Y los incendios de ahora se nos escapan. Ya no los podemos controlar. Llevábamos décadas manteniendo las llamas a raya. La superficie quemada en los bosques había disminuido gracias al desarrollo de nuevas estrategias en la extinción, a mejoras en la formación, y también al aumento desproporcionado en el gasto en medios de extinción. Pero eso ahora se ha truncado.
Todo apunta a que estamos frente a un punto de inflexión. Un momento en el que, quizás por primera vez desde la conquista del fuego, estamos perdiendo su control. Los incendios forestales se escapan con cada vez más frecuencia, estamos dando pasos atrás en su dominio. Ahora es el fuego quien nos está conquistando.
El dominio del fuego hizo posible el Antropoceno, la Edad del Hombre. Y la pérdida de su control nos está llevando al Piroceno, la Edad del Fuego. Una edad donde es la llama, y no la azada, la principal modeladora de nuestros paisajes.
Incendios que transforman el mundo
El poder de los nuevos incendios es descomunal. Los gigaincendios de hace tres años en el sudeste de Australia, por ejemplo, engulleron el 21 % de sus bosques, agrandaron el agujero de la capa de ozono y enfriaron el clima localmente. Esto ocurrió porque las partículas suspendidas en la columna de humo, los aerosoles, bloquearon la entrada de los rayos del Sol. Y la destrucción de la capa de ozono alteró las corrientes atmosféricas. Aunque estos efectos fueron transitorios y duraron apenas unos meses.
Cuando los aerosoles finalmente sucumbieron a la gravedad, una gran parte se depositó en el océano Antártico, favoreciendo un crecimiento desorbitado de algas. Los aerosoles contienen micronutrientes que, como el hierro o el nitrógeno, son esenciales para el fitoplancton. Así, los incendios en Australia reverdecieron el océano Antártico.
Aparte de los efectos sobre el planeta, gigaincendios como los de Australia impactan notablemente en infinitud de aspectos sociales como la salud, la economía y la educación.
Pero esto no solo ocurre en Australia. En muchas zonas del mundo, a orillas del Atlántico y del Pacífico, nos encontramos procesos parecidos. Y si bien es cierto que siempre ha habido incendios catastróficos, y fuera de control, es ahora cuando los vivimos de forma continua.
Domesticando los nuevos incendios
Todavía es posible abandonar la senda del Piroceno. El Pacto Verde Europeo y la imperativa transición energética y ecológica nos dotan de un marco para el desarrollo de políticas efectivas para frenar el Piroceno. Y las ciencias e ingenierías nos aportan sugerencias e instrucciones detalladas sobre cómo lograrlo:
- Favorecer a la ganadería extensiva. Incluyendo el fomento, apoyo y asesoramiento a los pastores en sus tradicionales quemas pascícolas. El pastoreo es un gran aliado para romper la continuidad del combustible, disminuir la intensidad del incendio y aportar una oportunidad a la extinción.
- Recrear la dinámica natural del fuego. Implica introducir el fuego técnico, a través de quemas prescritas de baja intensidad. Hablamos de quemas que no dañan, obras de ingeniería basadas en principios ecológicos.
- Desarrollar cortafuegos verdes. La periferia de los ambientes urbanos debería incluir franjas anchas, de gran extensión, desprovistas de vegetación. Pero también se pueden mantener los árboles, si se prefiere, implementando sistemas de riegos prescritos. Se trata de unos aspersores montados sobre grúas, que empapan la vegetación con aguas regeneradas y, por tanto, frenan el avance del fuego.
- Disminuir la espesura de los bosques. Implica cortar árboles y mejorar su estado de salud. Cortar árboles no es deforestar. Al revés, cortar árboles de forma sostenible, disminuyendo la cantidad de combustible, es un gran escudo para proteger los montes de un fuego deforestador.
- Fortalecer la actividad agrícola. El freno más efectivo contra los incendios lo encontramos en los cultivos. El abandono rural no es cosa del pasado, sino que sigue aumentando a tasas desenfrenadas. Esto resulta paradójico, ya que seguimos comiendo cada día. Por tanto, necesitamos al sector primario.
Estamos viendo los primeros resultados de tener campos fantasmas, deshumanizados. En el Antropoceno, durante los últimos 12 000 años, los humanos habitaron y aprovecharon el 90 % de los bosques tropicales y el 95 % de los bosques mediterráneos y templados. Pero el reciente abandono del monte y la concentración de la vida en las ciudades están alimentando las llamas del Piroceno.
Necesitamos paisajes vivos, habitados. Es la forma de evitar que el fuego siga ocupando el espacio ecológico que dejamos libres los humanos cuando nos marchamos del monte.
Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.