Como la película de la que voy a hablar tiene ya cuatro años tampoco importaría analizarla un tanto, pero voy a tratar de respetar a quien aún no haya tenido la suerte de verla. Se trata de un drama romántico situado históricamente antes de la época en la que solían ambientarse las películas de James Ivory, pero sin embargo esa diferencia, en algunos casos de cien años, apenas se aprecia, y uno tiene la sensación en todo el metraje de que la acción bien podría tener lugar a principios del s. XX, incluso en la misma década que Almas en pena en Inhiserin . El motivo es que el drama sucede en la costa, de modo que sólo al final tenemos contacto con el “gran mundo” circundante, y también porque la presentación del argumento es tan moderno y arriesgado que claramente el espectador siente que está viendo una película del s. XXI, algo que no podía haber sido rodado de esa manera y con ese gusto en el siglo del cine, es decir, el XX. Y no porque prácticamente todo el elenco actoral sea femenino (en cuanto aparece por primera vez un hombre se pone punto final al idilio y se restaura el negro, rígido y convencional reino de lo masculino), sino porque la fuerza visual de las imágenes y el poder del simbolismo del guion, que es una obra maestra, lo lleva hacia un vector temporal que más parece futuro que pasado. Si por mi fuese convertiría Retrato… en un clásico indiscutible de género amoroso al lado de Vacaciones en Roma o Casablanca, aunque no es hasta que conoces esta que te percatas del abismo que hay entre el tratamiento de una relación amorosa pensado por un hombre o pensado por una mujer. En Casablanca el ensueño amoroso en que consiste la trama es el típico ensueño de un varón, porque Bogart se cura de un abandono, hay un momento en que Ingrid Bergman se ofrece a volver con él y para colmo es él, y no ella, el que realiza el sacrificio final. La misma asimetría ocurre, por ejemplo, en Tener y no tener, donde Bogart en este caso tiene la inmensa suerte de toparse en su camino con la única mujer que podría amarle, ya que es la única que además de bella y alta se entrega completamente al deseo del varón de no tener ataduras y ser la compañera de gracietas perfecta sin pedir nada a cambio.
En Retrato…, en cambio, la relación entre las protagonistas es completamente simétrica, sin importar la jerarquía social, y ninguna de las dos sobrepuja en nada a la otra. Las escenas de caricias son tan eróticas como intensamente amorosas, y jamás se roza la pornografía ni se busca clavar en su silla al espectador por efecto de un trozo de piel -como si sucede en My Policeman, de temática semejante y que también hay que ver, pero mucho más tosca por comparación. Muy al contrario, lo que se ve en los momentos de contacto carnal es, insisto, amor más que excitación, un cariño que podría vencer al tiempo y que viene servido por analogía a un mitema griego al que se saca un maravilloso partido. Los demás símbolos son todos francamente geniales y perfectamente engranados en la trama, tan sólo voy a señalar uno que creo que pasa desapercibido: el momento en que empieza el romance tiene como trasfondo una cueva en la playa que tiene una abertura muy parecida a una vagina, como las entradas a las cuevas de Utrobe o de Grotte. Además, ya adentrado el metraje la feminidad se va profundizando en arcana brujería, pero no la brujería ficticia que instrumentalizaron los hombres para deshacerse de las mujeres que osaban vivir solas, rechazar el matrimonio y tal vez urdir abortos, como narró Jules Michelet en el s. XIX (La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media) o reciéntemente Silvia Federici (Calibán y la bruja), sino brujería en el sentido de ese intersticio en el que tan a menudo se refugió lo femenino fuera del alcance de los hombres.
Es poco Bertolt Brecht esta asombrosa película, aquí el distanciamiento es casi imposible pese a que vistan de época y hablen correctamente y de usted. Es una película contenida y abrasiva a la vez, pequeña e inolvidable a un tiempo. Consigue que echemos de menos ese mundo y esa vida tan atrasadas en comodidades y costumbres, pero en las que la población mundial todavía no había sido masivamente secuestrada por los dispositivos móviles y lo que no podía experimentarse en amplitud lo hacía en profundidad. Siento ser tan exagerado pero frente a este delicado pero tremendo drama romántico las películas anteriores concebidas por guionistas y directores masculinos me recuerdan el famoso diálogo de John Ford en Pasión de los fuertes:
-Mac, ¿ha estado usted enamorado alguna vez?
-No, señor. Toda mi vida he sido camarero.