De entrada no parece una buena idea ir por el mundo proclamando la inutilidad de las humanidades, como ya hiciera a su manera Simon Leys (que en su juventud vivió en una especie de escuela de saberes inútiles radicada en China), porque la gente no está para sutilezas y no han leído a Aristóteles, de forma que lo más probable es que obtengas el resultado contrario al apetecido, confirmando sin querer el sesgo que hace que nuestra cultura actual entienda que las humanidades son como mucho un complemento, un ornato, como la pluma de la pamela de la marquesa que acude a la inauguración de un museo.
Nuccio Ordine dicen que era experto en el Renacimento, y por tanto conocería en profundidad El cortesano de Baldassare Castiglione, de 1528, donde precisamente se venía a estrenar esa imagen según la cual no basta con ser un buen guerrero, también hay que saber componer bellos poemas a las damas y gozar de una educación refinada. El problema es que no todos podemos ser cortesanos, por motivos de pura extracción social, y no sé si Ordine se percataba de que a alguien que ha estudiado una FP de Electromecánica no es de recibo recomendarle que lea a Ariosto en su tiempo libre o que aprenda equitación en una cara escuela de caballos. Si además le apostillas que debe hacer ese esfuerzo cultural y crematístico por nada, ya que las humanidades y la instrucción son inútiles per se y esa es su gracia, nuestro joven técnico no sabrá si salir corriendo -pero no cabalgando- o tirarte un relé biestable a la cara. Quizá por eso Ordine escribió un libro, uno poco conocido, sobre la obra de Gabriel García Márquez y especialmente sobre los 20 retratos que un pintor italiano hizo de él.
García Márquez, en efecto, es ese tipo de autor paradigmático de la segunda mitad del s. XX que ha cosechado un éxito tremendo, realmente sideral, a base de bordear la estrecha línea que separa, si es que todavía se puede separar (Harold Bloom, por ejemplo, pensaba que sí, pero mucho antes Mijaíl Bajtín, que también era experto en artes del Renacimiento, ponía las cosas mucho más difíciles…), la alta cultura de la cultura popular. Todos hemos leído a Gabo, yo por lo menos casi todo, más o menos a los veinte años -también los absurdos ensayos de Vargas Llosa sobre él-, y hemos recibido un estremecimiento estético genuino, con el que sin embargo no sabríamos muy bien qué hacer. Porque si viajas, por ejemplo, a Barranquilla en busca de Macondo, no vas a encontrar Macondo por ninguna parte, o si Remedios la bella echa a volar arrastrada por las sábanas que se encontraba tendiendo, efectivamente la cultura hegemónica, es decir la cultura científica, te va a decir que esas fantasías tan sólo sirven para entretener a la gente con bonitas supersticiones.
Sin embargo, la producción de García Márquez es de gran calidad, y nadie debería perdérsela, aunque Gabo no sea Faulkner (él exotiza, reubica y descafeína a Faulkner, excepto en El otoño del patriarca, que es más rubeniano, pero con ello prendió nada menos que la mecha del Boom), ni Ordine haya sido Castiglione o Bajtín. De hecho, si escuchas las entrevistas a García Márquez, observas que fuera de sus libros el hombre apenas tiene nada que decir, pese a sus marcados devaneos políticos izquierdistas. Y tampoco Nuccio Ordine, lamentablemente fallecido la semana pasada, tiene que se diga una extensa obra escrita repleta de tesis nuevas y originales por analizar, aunque su trabajo como divulgador, editor y profesor sea del todo encomiable.
Mi impresión es, pues, que las Humanidades en general siguen extraviadas sin un defensor vivo que esté realmente a la altura de su misión. Tal vez Martha Nussbaum sea esa persona, pero la conozco poco por ahora. El Quadrivium vence ampliamente al Trivium, ante todo y sobre todo porque el Quadrivium ha hecho trampa convirtiéndose en Tecno-quadrivium, y con eso no se puede competir.
Leo que Nuccio Ordine exhortaba a sus estudiantes a ser “traficantes de belleza”, y desde luego que es una hermosa idea a la que se debería prestar atención, pero lo que no veo es como convencer a continuación a los mismos chicos de que El amor en los tiempos del cólera es más bello que un Bugatti Chiron y de que contiene más sorpresas que un acelerador de partículas. O, como decía Roland Barthes en un ensayo acerca de la tragedia antigua… (Traducción de Roberto Hernández Montoya, Nota de Le Monde, viernes 4 de abril de 1986):
Las masas corrompidas por una falsa cultura pueden sentir en el destino que las abruma el peso del drama; se complacen en el despliegue del drama, e impulsan este sentimiento hasta poner drama en cada uno de los pequeños incidentes de la vida. Aman en el drama la ocasión de desbordar un egoísmo que permite apiadarse indefinidamente de las más pequeñas particularidades de su propia infelicidad, de bordar de patetismo la existencia de una injusticia superior, lo que aparta muy oportunamente toda responsabilidad.
Mi hija se llama Amaranta Úrsula.
Precioso.