Tras el inequívoco fracaso cosechado por las tropas rusas en la ofensiva lanzada desde la última semana de enero, ahora les toca prepararse para hacer frente a la prevista ofensiva de primavera que Kiev, con notable apoyo de sus aliados occidentales, viene preparando desde hace meses. Tanto unos como otros parecen asumir que eso es lo que inevitablemente ocurrirá, sin dejar espacio alguno para la negociación de un mínimo cese de hostilidades.
Una de las señales concluyentes de que Rusia ha asumido que su ofensiva ha llegado al punto culminante sin haber logrado ninguno de sus objetivos, Bajmut incluido, es que, como señalan las fuentes de inteligencia británicas, ha disminuido significativamente su número de bajas en combate. O, lo que es lo mismo, Moscú ha reducido su empuje con idea de no seguir malgastando sus limitados recursos humanos, cuando sabe que muy pronto los va a necesitar para, al menos, mantener las posiciones alcanzadas hasta ahora.
En esa misma línea, existen pruebas de sobra acerca del esfuerzo realizado para construir redes de trincheras, tanto en la península de Crimea como en la zona del Donbás, con una extensión estimada en unos 800 kilómetros que, en algunos casos, se prolongan hasta el propio territorio ruso. Por último, no hay señal alguna de que esté concentrando más unidades en las cercanías del frente y tampoco se detecta una llegada masiva de nuevo material con el que poder lanzar nuevos ataques.
Cambio de actitud en el campo de batalla
En resumen, lo que vemos es un cambio de actitud obligado tanto por la resistencia ucraniana como por sus propios defectos sobre el campo de batalla, lo que ha llevado al Kremlin a convencerse de que es mejor establecer varias líneas de defensa fija y en profundidad con ánimo de resistir la embestida.
Se entiende así que abandona la opción por la maniobra, con la que se intenta conquistar terreno enemigo desbordando sus posiciones, y que opta por la potencia de fuego y el mantenimiento de posiciones fijas, como método para desbaratar la ofensiva ucraniana. Eso explica igualmente el envío al frente de carros de combate tan antiguos como los T-54 y T-55, con idea de emplearlos como simples piezas de artillería que contribuyan a reforzar las barreras destinadas a dificultar el esperado avance de las unidades acorazadas y mecanizadas de Kiev.
El futuro, en suspenso
Por su parte, Ucrania ha terminado ya el periodo de instrucción de las tripulaciones que deben emplear los carros de combate, los vehículos blindados de infantería y las piezas de artillería que le están entregando sus aliados occidentales. En este tiempo ha logrado conformar 12 nuevas brigadas operativas (nueve de ellas dotadas de material suministrado por países de la OTAN) que seguramente cobrarán un protagonismo especial como punta de lanza de una ofensiva que, previsiblemente, buscará romper el corredor terrestre que actualmente le permite a Moscú alimentar a Crimea. Una posibilidad que, unida al hecho de que el puente sobre el estrecho de Kerch sigue todavía inhabilitado, complicaría sobremanera la defensa rusa de dicha península.
Pero aun presuponiendo que ese será el esfuerzo principal de las tropas ucranianas, su actividad sobre el terreno no se queda ahí. Por una parte, queda por ver qué maniobras de distracción lleva a cabo Kiev, intentando confundir a su enemigo sobre sus verdaderas intenciones; algo que ya logró de manera extraordinaria en el otoño pasado cuando realizó una finta en Jersón que le permitió engañar completamente a Rusia mientras realmente lanzaba una exitosa ofensiva en Járkov, recuperando una considerable cantidad de territorio.
Cabe imaginar que en esta ocasión se producirán acciones similares que solo busquen engañar a los rusos y obligarles a extender sus despliegues para intentar cubrir todo el frente (algo más de 1.000 kilómetros,) para finalmente lanzar un ataque que trate de aprovechar la sorpresa táctica, una vez detectado el punto más débil de su adversario.
En esa línea se entienden acciones como la que tropas ucranianas están desarrollando en la zona de Jersón, con el establecimiento de pequeñas cabezas de puente en la orilla oriental del río Dniéper que pueden servir tanto como puntos de referencia para una ofensiva a mayor escala en una parte del frente especialmente complicada para el avance, como simplemente acciones que busquen fijar en esa zona a unidades rusas que, por tanto, no podrán ser empleadas para reforzar otras partes más expuestas del frente.
Igualmente, los ataques quirúrgicos realizados con drones, sea a la base naval de Sebastopol o a depósitos de municiones en suelo ruso incluso a centenares de kilómetros del frente, deben interpretarse como muestras de la capacidad industrial ucraniana –son artefactos propios y, por tanto, no limitados por las condiciones que le imponen sus suministradores occidentales de no atacar a Rusia en su territorio para no provocar una represalia contra dichos suministradores– y de su interés en responder directamente a los ataques rusos contra las infraestructuras ucranianas.
En este contexto, Rusia acusó este miércoles a Ucrania de perpetrar un ataque con drones contra el Kremlin. El argumento de que puede tratarse de un acto de falsa bandera –una operación llevada a cabo con la intención de culpar de ella a un adversario– de Moscú para utilizarlo como pretexto para una nueva escalada en la guerra, algo que ya está haciendo, no tiene sentido, al igual que la idea de que se trate de un intento de asesinato de Vladímir Putin, puesto que ni vive ni duerme en el Kremlin, y el artefacto no tenía carga explosiva. Se trata de un misterio más que se suma a otros como las explosiones del gasoducto Nord Stream, pero es poco probable que cambie la dinámica de la guerra.
Nada garantiza que la ofensiva ucraniana vaya a ser coronada por el éxito. Pero aun asumiendo que sería irreal suponer que logrará expulsar a los invasores de todo el territorio ucraniano, incluyendo Crimea, el futuro de la guerra queda en suspenso hasta que no se conozcan, dentro de unos meses, sus resultados.
Artículo publicado por el.Diario.es. Lea el original aquí.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).