Antonio Castro Balbuena, Universidad de Almería
El brujo albino Geralt de Rivia es un cazador de monstruos que se gana la vida librando a la sociedad de las terroríficas criaturas que la amenazan. A cambio, recibe una bolsa de oro y el desprecio generalizado de los humanos, que lo temen y marginan a partes iguales.
Este terror no se debe solo a sus mortíferas habilidades de combate, sino a su fama de asesino y carnicero, obtenida tras un altercado en el poblado de Blaviken. Allí debió decidir entre ignorar los actos que pudieran sucederse o cometer lo que él consideró un “mal menor”: asesinar a los guardaespaldas de la princesa Renfri en mitad del mercado. Los habitantes del lugar lo odiaron por ello.
Entonces ¿puede un héroe cometer una acción reprobable sin dejar su heroísmo atrás?
El héroe como arquetipo
Para responder a estas preguntas, el primer paso es solventar un interrogante inicial: ¿qué es el héroe?
El héroe es un personaje-modelo, una estructura que todos intuimos, aunque quizá no seamos capaces de definir. Para ello, entre otros menesteres, recurrimos a la narratología, la ciencia del relato donde manejamos el término arquetipo, procedente de la psicología e inspirado en el colectivo inconsciente de C. G. Jung.
Con el arquetipo nos referimos a un esquema inicial conocido por una sociedad y que sirve para describir una idea. En este caso, la idea que quiere definirse es un personaje concreto, su comportamiento y su definición. Además del héroe, los arquetipos de Jung incluyen, entre otros, al “sabio”, el “amante”, el “bufón” o el “explorador”.
Pero ¿dónde nacen ese comportamiento y esa definición? Su origen es el mito, el relato clásico dedicado a narrar la vida de los antiguos héroes y dioses de Grecia, Roma y otras sociedades antiguas. Podríamos decir que el arquetipo es una “receta” cuyos ingredientes surgen a partir de las narraciones que los humanos nos hemos contado desde siempre.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando las sociedades cambian y, por tanto, también cambian sus historias? Al declarar Nietzsche la muerte de Dios en el siglo XIX, se rompió el vínculo divino entre el héroe y la divinidad. El héroe tradicional –símbolo de valentía, infalibilidad y perfección– fue relegado al mito y las leyendas, mientras que en el romance –semilla de la literatura actual– quedó el héroe humano.
Este héroe humano se fortaleció en la literatura del Romanticismo, marcada por la exaltación de las emociones y su foco en el individuo. En este caldo de cultivo nace el héroe crepuscular.
El héroe crepuscular como arquetipo
Entender el arquetipo del héroe en fantasía épica (género literario donde habitan, además de Geralt de Rivia, héroes como Frodo Bolsón, Daenerys Targaryen o Kvothe) requiere atender su misión principal: salvar el mundo.
Para ello, el héroe –que en la tradición suele ser masculino– evoluciona a partir de lo que, en 1949, Joseph Campbell llamó monomito: un proceso de superación de obstáculos en el que el héroe avanza hacia su objetivo final. En este camino, el héroe actúa según la moral del Bien y en contra del Mal. Ejemplo de ello son obras clásicas como El señor de los anillos (J. R. R. Tolkien, 1954).
En su definición sobre el mito del héroe, el francés Philippe Sellier dividió los rasgos heroicos según sus características se inclinasen hacia la luz diurna (el Bien) o la oscuridad de la noche (el Mal). Pero, tras los cambios sufridos durante los últimos siglos, ¿existe aún ese maniqueísmo en el héroe?
Entre la noche y el día, como su nombre indica, habita el héroe crepuscular. En este caso, ya no se espera del héroe que sea en exclusiva un personaje masculino, tampoco que tenga un aspecto físico concreto.
Además, su descripción física y psicológica se construye con elementos diurnos o nocturnos. Estos no se oponen entre sí, como ocurría en la teoría de Sellier o en el resto de la tradición heroica, sino que dan forma a un arquetipo único lleno de aristas. Porque un personaje que lleva a cabo su venganza (que es vengativo) puede producir un bien o un mal según el punto de vista de quien juzgue ese acto. Así, lo que para el personaje es un acto benigno puede ser, a ojos de los demás, la mayor atrocidad cometida.
¿Esta dicotomía supone la supresión del heroísmo? En realidad, mediante esta progresión podemos considerar el heroísmo como un conjunto de rasgos y decisiones, ya sean del Bien o del Mal. El héroe deja de seguir un camino recto para converger en una sucesión de encrucijadas que definen su moralidad más allá de su capacidad para realizar hazañas.
El arquetipo del héroe crepuscular se diferencia del héroe tradicional en dos características. La primera es la posibilidad de equivocarse, de enfrentar las consecuencias de sus errores y hacerse cargo de que sus acciones no siempre lo conducirán al triunfo que esperaba. La segunda es la empatía: por un lado, despierta este efecto en el lector con sus acciones y, por otro, esta facultad le da la capacidad de comprender y hacer suyos los sentimientos de cuantos lo rodean, humanos como él.
En virtud de esta humanidad, el héroe crepuscular se ve obligado a tomar una serie de decisiones, temeroso de que lo conduzcan hacia la villanía de la Noche, pero siempre con la vista puesta en la perfección del Día que aspira a alcanzar. Aunque sea precisamente su condición de humano la que lo aleje de ella.
Ni perfecto ni villano
El héroe crepuscular se muestra como un personaje cuya habilidad para realizar hazañas lo convierte en un héroe humano capaz de equivocarse, empatizar con los demás y, aun así, cometer acciones reprobables en determinados puntos de su vida ficcional. Para ello, se basará en una moral propia, lejos de oposiciones maniqueas. Sus argumentos dependerán del contexto, de sus ideas y de su naturaleza. El devenir de la narración dictará si ha tomado la decisión correcta o no.
Sea como sea, deberá responsabilizarse de sus decisiones. Pues, aunque aspire a la perfección y tema caer en la oscuridad, seguirá una trayectoria propia. Ni perfecto ni villano: un personaje entre la noche y el día. Un héroe crepuscular.
Antonio Castro Balbuena, Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Almería
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.