Mosaico de la Academia de Platón - de la Villa de T. Siminius Stephanus en Pompeya. Siglo I d.C.
Mosaico de la Academia de Platón - de la Villa de T. Siminius Stephanus en Pompeya. Siglo I d.C.

Anámnesis: La teoría platónica del conocimiento, la salud y la pedagogía

Se aprende viviendo, claro que se aprende. La anámnesis no es más que un modo de mirarse el ombligo, sea por voluntad propia o con una guía ajena
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El concepto de “reminiscencia” o “anámnesis” (o sea, “no”, an-, “olvido”, amnesia: recuerdo o rememoración, por tanto) es la clave fundamental en la teoría del conocimiento o gnoseología de Platón, quien ya en su texto Menón se pronunciaba en los siguientes términos: 


Y ocurre así que, siendo el alma inmortal, y habiendo nacido muchas veces y habiendo visto tanto lo de aquí como lo del Hades y todas las cosas, no hay nada que no tenga aprendido; con lo que no es de extrañar que también sobre la virtud y sobre las demás cosas sea capaz ella de recordar lo que desde luego ya antes sabía. Pues siendo, en efecto, la naturaleza entera homogénea, y habiéndolo aprendido todo la psyché, nada impide que quien recuerda una sola cosa (y a esto llaman aprendizaje los hombres), descubra él mismo todas las demás, si es hombre valeroso y no se cansa de investigar. Porque el investigar y el aprender, por consiguiente, no son en absoluto otra cosa que reminiscencia.


A Platón antes que nada lo que le interesa siempre es cargarse a los sofistas, dialécticamente hablando. Si conocer es recordar, entonces los jugosos honorarios que perciben esos charlatanes no tienen sentido, más aún, constituyen una estafa a las familias pudientes de Atenas.

Sin embargo, para recordar no basta con percibir sin más, todo el mundo percibe, hasta un paramecio percibe su medio, y no por ello cualquiera es capaz de remontarse a una conciencia eidética -de las ideas- claramente asumida. Hace falta, también, que, como en el Menón, el maestro “pinche” al alumno, le fuerce a recapacitar. De modo que no basta con decir que el conocimiento en el sentido más estricto posible es reminiscencia, con objeto de quitarle el negocio a los sofistas, después se debe admitir que la gente necesitará pese a todo del auxilio del filósofo, con la única diferencia, a nivel moral muy importante para Platón, de que el filósofo no cobraba nada a cambio.

Allí, en el Menón, que es un diálogo muy temprano, Platón escenificaba cómo Sócrates enseñaba a un esclavo geometría frente a la estupefacta mirada de su amo. Es imposible exagerar la trascendencia de esta metáfora pedagógica propuesta por Platón hace ya tanto tiempo. Han pasado dos milenios y medio, y sin embargo muchos profesionales del saber siguen creyendo en eso exactamente tal y como lo formuló Platón, aún sin saber nada de Platón, o como si Platón lo hubiera escrito ayer mismo.

Se agita un poco en el mundo de la pedagogía y el noventa por ciento de sus profesionales creen en la anámnesis, aunque no lo denominen así (para empezar todos los rousseaunianos, como las escuelas Waldorf, Montesori, etc.). Y, seguramente, si se agita un poco en el mundillo de las matemáticas y de la física más teórica ocurra igual: todos responderían que llega un punto en que las leyes naturales o numéricas ya no las arañas fatigosamente del laboratorio, sino que parece como que las “descubrieras”, como si procedieran de la misma eternidad -el matemático indio Ramanuyan, en Cambridge, decía que las secuencias matemáticas son “pensamientos de Dios”-, o simplemente del funcionamiento mismo del cerebro humano como arquetipo de entidad pensante absoluta. Así, por ejemplo, Noam Chomsky, que sigue vivo, defiende su gramática generativa, es decir, la visión de una estructura lingüística común a todo idioma y que es innata, que es como decir que viene “en serie” o “por defecto” en nuestro aprendizaje espontáneo.

Todas las actuales teorías cognitivas o cognitivistas, así mismo, son más platónicas que el propio Platón -puesto que, además, Platón en sus diálogos críticos y de vejez pareció olvidarse del asunto de la anámnesis, valga la paradoja-, en un intento de pensar la mente humana como una suerte de computadora que somete cualesquiera inputs de información a las reglas generales del procesamiento humano, que serían para este caso las ideas platónicas o las categorías puras de Kant[1]

La llamada “teoría de la reminiscencia” de Platón consiste, pues, en afirmar que el conocimiento en el hombre es innato, que la psyché del ser humano conoce ya la verdad antes de encarnarse en un cuerpo, y que la tarea del hombre en la vida es ir recordando todas las cosas que su mente ya conocía, las cuales, como consecuencia del proceso de posicionamiento en un aquí y ahora particulares, o sea, en un cuerpo, habrían sido olvidadas.

De esta forma, no es posible para el hombre ampliar sus conocimientos, puesto que éstos se encuentran en él desde la cuna, sino tan sólo sacarlos a la luz, recordarlos, pero con ayuda de la filosofía. Y aquí hay, claro, un poco de trampa, puesto que lo que Sócrates saca del esclavo le pertenecía al esclavo, pero a la vez no podría haber sido descubierto sin el concurso del filósofo. Que es como si el manager de los Rolling Stones les dijera que ellos no podrían vivir sin él, porque aunque es cierto que la música la han compuesto ellos, sería imposible que llevaran a cabo ese trabajo sin su diligente asistencia.

Esto, no obstante, es lo que venden muchas escuelas alternativas a los padres incautos: que van a sacar oro puro del alma de sus hijos, pero cobrando a cambio seiscientos euros al mes. La respuesta evidente es que si sabes extraer oro de las cabezas o corazones de las personas, pues empieza con la tuya propia en vez de pedir nada por hacer ese trabajo con los demás.

Por eso, personalmente pienso que es mentira, que aprender consiste en asimilar lo otro que te encuentras por el hecho de nacer y que es más bien distinto de ti, porque para conocerte a ti mismo ya tendrás tiempo y tus maestros serán la familia, los amigos, los libros y las malas pasadas, que mal que bien son gratis y juez y parte de tus andanzas. Los seres humanos no necesitamos ni ideas innatas, como quería el Platón joven, ni una tonelada de experiencia, como pensaba su discípulo Aristóteles. En realidad, el lenguaje nos lo da casi todo hecho.

Yo ya sé, con absoluta certeza, que no quiero que me practiquen una tortura medieval, tan solo con que me sea descrita, y sería absurdo tanto decir que no lo quiero porque de modo innato un instinto (por cierto, nadie ha definido “instinto” satisfactoriamente nunca) me aleja del dolor intenso, como decir que, oye, es que no sabes si te gustará o no el potro hasta que lo pruebes… El lenguaje humano -aún no conocemos otro- aporta bloques de experiencia sensorial completos sin necesidad de haberlos actualizado en nuestros propios nervios.

El lenguaje no consiste únicamente en mover glotis y lengua para comunicar deseos, dudas, exigencias, etc. El lenguaje es como los riders de Glovo, transporta paquetes de experiencia de un punto a otro del mundo. Y esto es exactamente lo que parece que se pierden los animales.

Yo nunca me he roto un brazo, pero sé muy bien lo que debe sentirse cuando notas que se te tronza un hueso; lo sé con la sola comprensión de la palabra “tronzar”. Si yo escribo aquí “rebozarse un excremento bien calentita por la barriga” ya está, ya no hace falta decir más para sentir asco. Ese asco no es ni innato ni propiamente aprendido de una sensación directa, viene con el lenguaje que todo bebé aprende y funciona de maravilla siempre que hace falta. Si una persona necesitara tener todas las sensaciones posibles para conocer una cosa, sería preciso el tiempo de tres vidas humanas tan sólo para asimilar la Gran Vía de Madrid un domingo por la mañana. El lenguaje no consiste únicamente en mover glotis y lengua para comunicar deseos, dudas, exigencias, etc. El lenguaje es como los riders de Glovo, transporta paquetes de experiencia de un punto a otro del mundo. Y esto es exactamente lo que parece que se pierden los animales.

En el mito del carro alado del Fedro Platón trataba de pintar imaginativamente cómo la psyché, que se encontraba libre en el presunto “mundo de las ideas”, es condenada a encarnarse en un cuerpo por algún tipo de falta cometida. Cuando el cuerpo muere, la psyché es juzgada –otro mito, el mito de Er al final de La república: si el veredicto es positivo, esto es, si ha conseguido purificarse, puede permanecer ya para siempre en el mundo de las ideas; si, por el contrario, no ha obtenido la purificación (catharsis), deberá encarnarse en sucesivos cuerpos hasta que la consiga.

Los estudiosos de Platón se decantan hacia la consideración de que tal explicación no es sino una alegoría que simboliza la convicción de Platón de que el conocimiento realmente valioso es innato en el hombre, y que este mundo de apariencias en que vagamos como sonámbulos no tiene nada bueno que aportarnos. La ligereza con que dicho mito es tratado, y el hecho de que sólo se plantee en uno de sus diálogos y de forma marginal, así parece confirmarlo, como he observado antes.

Otros opinan, en cambio, que el concepto tiene una función teórica en su filosofía, y que responde a la influencia de tradiciones místico-religiosas anteriores como el orfismo, el pitagorismo y la creencia oriental en la reencarnación. Las dos interpretaciones son ciertas, porque ambas convergen en el temperamento religioso de Platón.

René Descartes, siglos después, también creerá en el innatismo, pero no ya en la filosofía como terapia –por cierto, en lenguaje médico “anámnesis” es la información que el doctor obtiene de las declaraciones voluntarias del paciente. Para Descartes el autorecuerdo se lo practica uno a sí mismo de manera metódica, pero solitaria. A mí no me gustan en este aspecto ni unos ni otros, ni Platón, ni Descartes ni los pedagogos ni, en este aspecto, Chomsky. Se aprende viviendo, claro que se aprende. La anámnesis no es más que un modo de mirarse el ombligo, sea por voluntad propia o con una guía ajena. Lo que sea que haya en ti ya saldrá, lo quieras o no, preocúpate mientras de medirte y abrazar y sufrir el resto del mundo, que no es precisamente pequeño ni sencillo -sino ancho y ajeno, conforme al título de Ciro Alegría.


[1] ¿Platón como el primer momento en que la algorítmica toma conciencia de sí misma y Kant como el paso siguiente, cuando el algoritmo se sabe pensado y aplicado por el hombre? Pregunta que lanzo un poco por parecer inteligente.

3 Comments Leave a Reply

  1. Muy interesante el artículo. Quizá discrepo en que no hay intuición o definición buena de esta. Recordando el intuicionismo ético de Michael Huemer, Las intuiciones son estados mentales en que algo parece ser correcto en base a una reflexión intelectual, en lugar de en base a la
    percepción, la memoria, o la introspección, y antes de la argumentación.

  2. Lo malo de esa concepción es que te venga alguien diciendo que intuye que los judios deben perecer, por poner un caso ya sucedido en la historia, y a como combates eso antes de toda argumentación…

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