La victoria de lo simbólico
Marshall Berman, en su célebre Todo lo sólido se desvanece en el aire (1998), recordaba el proyecto del canal del Mar Blanco (Belomor) que Stalin inició en 1931, usando abundante mano de obra de los campos de trabajo. La insistencia en la necesidad de inaugurarlo rápidamente en el marco de un sistema productivo que funcionaba mediante objetivos, coacción e incentivos de significación patriótica para los encargados, se tradujo en tal premura, que el canal se hizo mal y su utilidad quedó muy lejos de la proyectada. Su uso se redujo prácticamente al tránsito de ferries turísticos, puesto que no es transitable para barcos de mayor envergadura.
Con una propaganda dirigida por el mismísimo Máximo Gorki, quien movilizó a más de 100 escritores para componer un libro colectivo sobre la obra, la necesidad sobrevenida desde el orden simbólico y de las apariencias superó a la utilidad y el desarrollo del trabajo adecuado basado en la paciencia y el buen hacer de los técnicos.
Mark Fisher recogió tal hecho en su obra Realismo capitalista (2009) para ilustrar que las transformaciones del mundo del trabajo durante el gobierno laborista inglés de los años noventa, verdadera fuerza implantadora de lo que Michel Foucault llamó la gubernamentalidad neoliberal, podían tener mucho de estalinismo. En primer lugar, por esa “marketinización” del trabajo, donde la importancia de las relaciones públicas, las buenas estadísticas en base a la multiplicación de las puntuaciones, la publicidad de “resultados” y las prisas por las fotos en la prensa dificultan el desarrollo adecuado de cualquier empresa. En segundo lugar, porque la “burocratización” exhaustiva en el sistema de producción de nuestro tiempo nos convierte a todos o en el Josef K de Kafka, con un presente hiperactivo de cara a un futuro indefinido y postergado, o en el Eichmann de Hannah Arendt, con toda responsabilidad disuelta, puesto que siempre hay un superior al que culpar.
Difícil subirse en el ascensor social en el mundo de la evaluación exhaustiva, del comentario favorable entre uno y cinco, de la necesidad del like o del emoji sonriente pulsado por el consumidor, a no ser que uno se convierta en un avezado “auditor de sí mismo”.
Sin profundizar en las condiciones del trabajo en la era posfordista, pues hay mucha literatura al respecto, lo que aquí nos preguntamos es cómo afecta a nuestros jóvenes la extensión, que se cierne desde hace ya tiempo, de esa imposición de lo simbólico sobre el trabajo real a través de la marketinización y burocratización de las comunidades educativas. Todo ello en un contexto en el que nuestros alumnos se convierten en uno de los grupos de población que consume más ansiolíticos y sufren, así lo constatamos a diario quienes estamos en las aulas, una epidemia depresiva sin precedentes.
¿Contribuirán los nuevos virajes de las leyes educativas a paliarla o más bien posibilitarán la normalización de la patología tal y como se ha normalizado la pobreza? ¿Estamos ante una extensión al ámbito educativo y de la juventud de las ansiedades, inseguridades y del dopaje ya propio de la vida adulta?
La libido burocrática
El factor determinante que hace posible los mecanismos apuntados es la cibernetización de las relaciones sociales, incluidas las de ocio y las laborales. Hay que recordar que entre los efectos fundamentales de las nuevas formas de trabajo se encuentra la disolución de fronteras entre aquellas.. Como ha estudiado Remedios Zafra, nuestras vidas se convierten en vidas-trabajo donde la productividad, que se alimenta de entusiasmo y dedicación emocional a la empresa, llama a la puerta hasta cuando dormimos bajo la forma de notificación en nuestra pantalla de noche. Por su parte, Gilles Deleuze ya adelantó que las condiciones de trabajo del llamado capitalismo tardío no eliminan el control al suprimir las características propias de la sociedad disciplinaria y del trabajo fijo y previsible, sino que lo dispersan, lo multiplican y lo ejercen bajo formas más sutiles e indirectas.
En ese contexto, los recién aprobados Real Decreto 217/2022 y Real Decreto 243/2022, que ordenan las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria y de Bachillerato en España respectivamente, eliminan las notas numéricas en favor de calificaciones tipo “insuficiente” o “notable”, con un afán de enterrar ya el esclerótico modelo educativo tradicional. Pero la evaluación por competencias se traducirá en la sustitución de algunas de las notas que se ponían durante el curso en base a trabajos o exámenes, por un marasmo de calificaciones mucho más ambiguo, amplio y disperso que además el profesorado tendrá el deber de justificar porcentualmente, una a una, por vía burocrática.
Por su parte, los hombres grises de las delegaciones educativas —a los que les pone mandar sin saber, algo posible gracias a que son incapaces de tomar decisiones— están liberados de toda responsabilidad y actúan como sombra amenazante de su trabajo. Suponemos que comparten club de pádel con los mismos que deciden qué novelas deben de leer obligatoriamente nuestros alumnos para que detesten la literatura de por vida, con quienes piensan que ya no hace falta saber lo que es un logaritmo sino descubrir el lado afectivo de las matemáticas o quienes consideran que la filosofía debe de desaparecer, pues no sirve para crear seres astutos.
Sin tiempo para leer, reflexionar o actualizarse, los profesionales de la enseñanza basarán buena parte de su vida-trabajo en rellenar formularios e informes que nadie lee (ese juez que nunca aparece de Kafka), en los que deben de indicar exhaustivamente su temporalización (día a día, hora a hora) de los contenidos, su plasmación en actividades evaluables de estándares de aprendizaje medidos cuantitativamente, sus herramientas y criterios de evaluación, sus recursos para justificar aprobados y suspensos. Así que con una reglamentación de la enseñanza que invade de jerga psicopedagógica la cabeza de un profesorado permanentemente evaluado y en auto-evaluación, difícilmente estos no se pueden convertir en otra cosa que los trabajadores forzados del canal del Mar Blanco: habrá que aparentar que se han cumplido los objetivos, pues lo que importa es la foto de los jerifaltes y la estadística de resultados, no el trabajo bien hecho sobre unas obras que deberían de perdurar en el tiempo. Si el objetivo es que nadie suspenda, la avalancha burocrática que conllevará justificarlo moverá a ello. Es cuestión de salud mental y de ética profesional, pues atender correctamente al papeleo conlleva descuidar la calidad de las clases y la atención real a las necesidades del alumnado.
Para estos las cosas no son distintas. Las notas finales, fruto de algunos trabajos y exámenes, hace ya tiempo que son sustituidas por entradas en Excel indescifrables colmadas de porcentajes destinados a crear la ilusión de que se está midiendo con exactitud cada uno de sus logros. Expresados estos, ahora en términos de “saberes básicos” y competencias específicas, los profesores deberán de medir no solo la adquisición de conocimientos (distribuidos en “píldoras” informativas), sino cómo se expresan lingüísticamente, su disposición para el emprendimiento, su capacidad crítica, si están suficientemente motivados, su civismo y forma de relacionarse entre compañeros de clase, su creatividad y “conciencia” artística, si saben aprender a aprender, etc. Todo ello para saber si están capacitados para seguir digiriendo “objetivos” el curso siguiente. De tal modo, el examen final se sustituye por el control permanente y la evaluación continua, mecanismos no dirigidos a crear individuos flexibles, sino seres “flexibilizados” y competentes para las nuevas demandas del mercado de trabajo. El resultado, lo venimos observando, también es la extensión del trilerismo, pues importa el aprobado, no el conocimiento.
La desaparición del relato
Si la esquizofrenia es el reverso de la sociedad disciplinaria basada en el trabajo organizado, el espacio cerrado y el tiempo delimitado, la bipolaridad parece serlo del trabajo flexibilizado en el espacio diáfano y el tiempo difuso, pues puede que tenga su origen en el excesivo gasto emocional, la incertidumbre y la inseguridad que generan la multiplicación de las exigencias, la falta de sentido y el no saber a qué atenerse.
Es posible que la inundación de tareas y actividades del tiempo de descanso y juego de los niños de primaria tenga mucho que ver con tal falta de separación entre la esfera de trabajo y el resto de la vida, igual que el hecho de que muchas de ellas sean auto-evaluadas por los propios niños o familias. A ello acompaña la dependencia de la pantalla en una sociedad posléxica, en la que el procesamiento de imágenes sustituye a la lectura pausada, lo que contribuye a un estado de salud mental que Fisher ya vislumbró a finales de la década del 2000 entre sus alumnos en un colegio de formación profesional británico: la hedonia depresiva, es decir, la incapacidad para hacer algo que no conlleve placer instantáneo, lo cual se traduce en un enroque en el presente.
Para entender tal estado depresivo es de utilidad recordar la distinción epicúrea entre placeres efímeros y placeres estables. Los primeros son cinéticos y recibidos a través del cuerpo. Estos estaban bien para el sabio griego, pero su problema es que son pasajeros, su abuso o deseo genera dolor y distraen o alejan de los verdaderos placeres, que son aquellos que llamó catastemáticos, es decir, placeres del alma que podemos identificar con la paz interior o la satisfacción personal. Quizás podríamos añadirle un goce intelectual del que nuestros alumnos están siendo sistemáticamente privados con la complicidad de las nuevas tecnologías: leer con atención o atender a una película directamente les duele, como duelen los silencios o los espacios vacíos en los que uno pueda sentirse aburrido e indisponible.
…con un futuro cancelado y sin conocimiento histórico, nuestros alumnos estarán más dispuestos a caer presos de los nacionalismos identitarios o los populismos de cualquier ralea, que siempre ofrecen explicaciones sencillas y emotivas ante problemas complejos.
Si la posmodernidad trajo la muerte de los grandes relatos, las condiciones actuales de vida parecen imposibilitar el hacernos un relato auto-biográfico coherente, pues en tiempos líquidos de fugacidad y ausencia de relaciones comprometidas y estables, la narrativa sobre uno mismo parece reducirse en el mejor de los casos al haiku. Si alguien dijo que no hay novela que supere a la biografía de cada uno, lo difícil hoy día es cambiar de párrafo sin tener que modificar toda la trama. En cualquier caso, para construirnos nuestro propio relato, fuente de sentido para la vida propia, es condición necesaria la memoria y el saber sobre las historias familiares y colectivas. En el último caso, las nuevas reglamentaciones de la enseñanza hablan de sustituir la Historia por una historia no cronológica, es decir, una asignatura de Historia sin historia en la que no se narran hechos y se piensa sobre los procesos y coyunturas históricas, algo que solo es posible estableciendo inferencias causales, sino que partiendo de unos ejes temáticos decididos previamente por otra vez esos hombres grises que escriben el currículum oficial, se usará el pasado como fuente de ejemplos inconexos y faltos de un relato general que les dote de sentido. De tal modo, con un futuro cancelado y sin conocimiento histórico, nuestros alumnos estarán más dispuestos a caer presos de los nacionalismos identitarios o los populismos de cualquier ralea, que siempre ofrecen explicaciones sencillas y emotivas ante problemas complejos.
Habrá quien argumente que se trata de evitar la enseñanza memorística, cuando el problema de la ausencia de aprendizaje comprensivo no está en que haya asignaturas con contenidos tales que necesitan tiempo, reflexión y estudio constante, pues sus causas trascienden el ámbito educativo. Entre ellas, en unas ratios de alumnado por aula y una saturación de tareas que hacen imposible de facto el despliegue de los recursos del profesorado y la pausa necesaria para implementar cualquier currículum que venga. Es ahí donde hay un problema mayúsculo ante el que, en ese sí, los gobernantes se ponen de perfil.
Referencias bibliográficas
Deleuze, G. “Post-scriptum sobre las sociedades de control”, en Polis: Revista Latinoamericana nº13, 2006.
Fisher, M. Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Caja Negra, Buenos Aires, 2009.
Foucault, M. Nacimiento de la Biopolítica. Curso del College de France 1978-1979. Akal, Madrid, 2009.
Zafra, R. El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Anagrama, Barcelona, 2017.
Zafra, R. Frágiles. Cartas sobre la fragilidad y la esperanza en la nueva cultura. Anagrama, Barcelona, 2021.