Acerca de este filme se dice que los actores del momento mataban por tener un papel dentro de la obra. Y lo cierto es que viéndolo desde la perspectiva del hoy es algo que confunde, puesto que la película nunca se ha visto premiada con un Óscar, a pesar de las numerosas nominaciones que obtuvo. Parece que a esta película siempre le ha acompañado un aura de reticencia. Y más que por la posible sinopsis, que no resulta muy impactante por la cantidad de películas bélicas que ya han hablado de la Segunda Guerra Mundial, es por una cuestión de ritmos y espacios. El motivo por el que el guion sedujo a tantos actores fue porque se anticipaba una obra que trascendía el simple contenido bélico y con su forma hacía «algo más».
Este «algo más» es la cuestión que nos atañe en esta reseña. Indudablemente nos referimos a transmitir una lección filosófica. Pero la pregunta aquí es si la película tiene una temática filosófica o es que hace filosofía. Dicha pregunta se abre en la medida en que -como comentábamos- el formato con el que se desarrolla la trama, el juego con lo simbólico, la dinámica de la acción, el tempo de la película, plantean la posibilidad de que el cine sea una nueva forma de aprender filosofía. Películas de temática filosófica ha habido muchas con anterioridad, pero es exactamente en este tipo de películas cuando no hay que recurrir a la filosofía que ya está sobre el papel, porque al utilizar de forma inteligente la propia estructura del cine queda patente que no hay que limitarse a lo convencional a la hora de hacer filosofía.
La distinción ontológica que señalo en ese sentido sería principalmente la de hacer filosofía mediante una película, y hacer una película que trate de filosofía. Tampoco pretendo decir que La delgada línea roja haya supuesto un punto de inflexión, puesto que las películas de Chaplin son un grandísimo ejemplo de hacer filosofía mediante el cine. Pero sí que es cierto que este filme también contribuye, esta vez con técnicas más avanzadas, a que vuelva a reivindicarse dicha posibilidad de filosofar con las cámaras.
Anclados en lo que parece un asentamiento de nativos, mostrándose compasivos y humanos ante un poblado que les teme por su condición de soldados invasores. Los motivos que hicieran a estos dos hombres unirse a una guerra desde el primer momento parecen estar en entredicho, en tanto que su inclinación instintiva está en ser uno más en ese poblado. Se nos presenta así a un protagonista dividido entre dos mundos, perteneciente a uno y tentado por otro.
En lo que respecta al contenido de la película, también es conveniente señalar un conflicto ontológico como trama principal. Además, no es algo que se vaya advirtiendo a medida que transcurre la película, sino que desde el primer momento ya tenemos a dos personajes principales presentando un conflicto. Anclados en lo que parece un asentamiento de nativos, mostrándose compasivos y humanos ante un poblado que les teme por su condición de soldados invasores. Los motivos que hicieran a estos dos hombres unirse a una guerra desde el primer momento parecen estar en entredicho, en tanto que su inclinación instintiva está en ser uno más en ese poblado. Se nos presenta así a un protagonista dividido entre dos mundos, perteneciente a uno y tentado por otro. Por un tipo de mundo identificado de forma vaga e idealista como un paraíso donde no hay crueldad ni violencia. Esa sensación sobre el mundo irá instalándose en la mente de más personajes a medida que su participación en la guerra y con ello su afanamiento en la violencia se hace más explícito.
En la película hay varias escenas en las que se incide en el tacto. Una mano estirándose, tratando de tocar algo. Sin duda es uno de los elementos simbólicos más importantes, y para mí vendría a significar un instinto de supervivencia, la tendencia a anclarse en el mundo y seguir afianzándose constantemente en él como seres existentes. Por ello, creo que la película quiere incidir con este elemento en el flujo inconsciente que asoma en medio de una situación de peligro constante o mejor dicho, de muerte inminente. La inminencia de la muerte tiene un papel clave porque hace que ese flash fugaz que evoca el tacto exponga nuestra relación con las distancias. El pobre sujeto dirigiéndose hacia la muerte en tanto que es para la muerte[1], y cuya consecución de ese estado es inminente por la situación de su mundo, extiende su mano por la angustia, porque quiere negar la inminencia, quiere seguir recordando que está aquí y que aquí se quiere mantener. Es la lejanía respecto al mundo lo que da miedo, y lo que incita a acercarse de nuevo, a no despegarse del heideggeriano «estar-en»[2]. Y más concretamente, el tacto como tal busca el reconocimiento como ser humano, ya que la sucesión de eventos cruentos aleja a uno de esa auto-noción.
Hemos visto que una de las técnicas clave en la película es la de la identificación por el punto de vista. Allí donde ocurre la acción, allí se dirige nuestra vista. En este sentido, la película se convierte en una experiencia inmersiva, y por ello se puede decir que hace filosofía, porque no nos deja estar aislados de los acontecimientos, estamos de algún modo siempre inmersos en ellos. La técnica en este caso no nos hace espectadores de un escenario bélico, sino que busca hacernos copartícipes de la guerra. Precisamente este puede ser uno de los motivos que susciten críticas al formato de la película, por su lentitud en las escenas, pero ese sacrificio en el dinamismo se gana en una mayor intimidad con el guion.
Pero no solamente son las técnicas de cámara, los silencios juegan un papel clave. En muchos análisis se atiende a los mensajes que dan las voces en off, pero particularmente pienso que éstas no trascienden tanto en la filosofía que la película genera. Más que nada porque la falta general de diálogos nos obliga a que hablemos nosotros. Cuando predomina el silencio hay un cambio en el foco de la atención, y ese foco se dirige adonde se está transmitiendo algo en ese momento, es decir, las expresiones faciales, la desolación del paisaje, el constante río de sangre y balazos. Lo que se nos cuenta sale del llanto de los heridos, de las caras dubitativas de los soldados. Somos nosotros los que aportamos los significados en vez de esperar que se nos den mediante la narración. Ciertamente la excesiva acción en pos de los diálogos hace que, bajo mi perspectiva, los personajes y sus personalidades sean en cierta medida irrelevantes, ya que en ningún momento exhiben algo característico de su ser. Sin embargo, ¿no se puede extraer de ahí un mensaje? Un mensaje al que recurren en muchos momentos algunas voces en off, a saber, que somos un alma, varias facciones de un mismo rostro, etc.
Las ideas éticas que un personaje o bien un espectador del filme puedan tener, se ven amenazadas por la inmersión en la situación bélica que propone la película. Lo moral puede consistir en múltiples vendajes hasta que uno no se encara con lo real.
A propósito de esto último, después de explicar cómo funciona la película en relación con una posible enseñanza filosófica, tenemos que responder qué enseña exactamente. Para mí lo fundamental está en que la película muestra las consecuencias de la guerra, no a nivel social, sino a nivel individual, desde una perspectiva psicológica. Realmente lo que vemos son personajes afligidos por la situación, superados y abatidos por una violencia que les queda grande. Y por qué les queda grande sería para mí la tesis filosófica clave en el filme, y es que la moralidad queda atascada en lo individual, en la concreción. Las ideas éticas que un personaje o bien un espectador del filme puedan tener, se ven amenazadas por la inmersión en la situación bélica que propone la película. Lo moral puede consistir en múltiples vendajes hasta que uno no se encara con lo real. De algún modo me recuerda al sentido de la moralidad en Hume, el cual hablaba de emotivismo, dejando toda la responsabilidad a las emociones como criterio de lo ético. Aquí es lo que ocurre, el enfrentamiento con lo real, con el enemigo que no es tan enemigo, nos pone en nuestro sitio y nos obliga a reconocer lo bueno o lo malo en base al estímulo directo de la propia situación. Dentro del pelotón, como dijimos, había excepciones como el general Walsh, que no tiene reparos en hacer lo que hace, pero la mayoría muestra esa debilidad, ese instinto de querer recular, porque en cierto modo la conclusión filosófica es que lo moral se reconoce cuando nos reconocemos nosotros mismos en nuestra animalidad de seres asustados. En este sentido sí hallo un elemento de innovación en la película, en tanto que nos fuerza a reconocer a nosotros los espectadores, de manera paralela a los personajes, lo mismo que ellos, por ello afirmo que la película nos enseña filosofía porque fuerza nuestra empatía al no dejar que nos abstraigamos y perdamos el subjetivismo.
«Todo es mentira», dice como conclusión uno de los personajes en su monólogo interior. Efectivamente eso muestra el desengaño con la guerra. ¿Qué motivos llevan a esos soldados a unirse al ejército estadounidense? ¿Defender la patria, convertirse en héroes, luchar por una causa noble? No importa, porque sean cuales sean esos motivos se han perdido en el momento en que se ha apuntado a otro ser humano. Ellos sólo se quedaron con la teoría, con una teoría que no encajaba con la realidad para la mayoría de esos soldados susceptibles. Apuntar y disparar suena bien cuando uno sólo se atiene al concepto abstracto de enemigo, un concepto que no tiene rostro. En el momento en que se encuentran cara a cara con otros rostros no hay forma de ver cómo emplearse en la matanza, es digno de alabanza o de honor. Es el problema de todas las ideologías, de todas las motivaciones que buscan impulsar a grandes masas de personas, que hablan de ideales que no hallan concreción, y por ello suelen triunfar, porque son lo más simple que existe. Y por eso, luego llegan las descreencias, porque la realidad a todos nos corrige, porque nunca la superamos y siempre nos recuerda que lo que tiene ésta de suyo es la complejidad. Una complejidad no intrínseca, sino en relación con nuestra simpleza, de que seguimos siendo unos animales un poco más listos que los otros, que nos damos el lujo de usar toda la amalgama de categorías para dividirnos entre nosotros (razas, etnias, religiones, géneros), pero cuando es la hora de efectuar la acción, la ansiedad más orgánica recorre nuestro cuerpo y hace que nos tiemble la mano. Los soldados en la película se dejan invadir por el desdén hacia todo lo que concierne a la guerra, porque han reconocido lo patético de su papel. Sus ideales no han subsistido cuando la circunstancia individual les ha hecho frente. Se han preguntado, al igual que nosotros al ver el filme, con qué criterio han establecido que ellos eran los buenos y los japoneses los malos. «Nos quieren muertos», prosigue, identificándose tanto a sí mismo como a los rivales, como unos títeres que están jugando con la vida y la muerte por ensalzar una ridícula máxima política.
No obstante, en ningún caso esto supone algo así como que la naturaleza humana es pacífica y que el derramar sangre es algo anti-natural con nuestra esencia. En absoluto, y el propio Witt se da cuenta al final cuando vuelve a pasar por el asentamiento nativo. Allí ve que no todo es idílico, que los problemas surgen allí donde haya grupos de humanos y que la violencia siempre está latente como parte de nuestra naturaleza de la misma manera que el pacifismo. La llave que regula nuestras múltiples caras es, de nuevo, lo individual, la integridad como sujetos, ya seamos nosotros mismos o nuestros seres cercanos. El temor y la violencia son dos figuras hechas con el mismo sustrato, las motivaciones o la ausencia de éstas hacen que salga una u otra.
Notas
[1] Este concepto designa el carácter mortal que es intrínseco a nuestra existencia, y cuyo conocimiento de tal spoiler vital condiciona nuestro propio ser.
[2] El concepto del «estar-en» es clave en la filosofía de Martin Heidegger y lo que expresa es el sentido de ubicación existencial que nos dota de una naturaleza arrojada en el mundo, que deriva en nuestro propio reconocimiento como sujetos vulnerables y por tanto predispone nuestra acción.
Que no haya ganado un Oscar es uno de los grandes méritos de este film y de su extraordinario director. Lo más elemental que se aprende viendo esta película es que el genero llamado «Bélico» es dramático pero su justificación tiene que ver con una siempre «obligada» crítica que debería hacerse a lo que la guerra es. A todo el sufrimiento que significa. Lamentablemente ésta condición la cumplen muy pocas. Las personas subliman en estos filmes conceptos como «heroísmo» «patrioterismo» y otro tipo de fenómenos (no sé bien cómo llamarlos) ridículos e ideales…quizá peor aún. Rescatando al soldado Ryan es el ejemplo perfecto. Ganó muchas estatuillas y lo único que uno puede ver, además de buenos efectos especiales, es el recalcitrante sionismo del director que en este film en particular hasta se atreve a demoizar a un soldado raso alemán como un epítome del lo que se entiende por nazismo.