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La formación de la opinión pública siempre es tema de debate. Las teorías abarcan desde rebaños desorientados, estereotipos, agujas hipodérmicas y la difundida espiral del silencio. Pero ¿qué significa hoy, en un mundo donde unos 3.500 millones de personas usan redes sociales?
Jean-Jacques Rousseau fue el primero en utilizar el término opinión pública, por ejemplo, en Carta a d´Alembert o en El contrato social. De manera un poco difusa, propone la figura del censor, un tribunal que no censura, sino que “fortalece a la opinión pública como guardiana de la moralidad”. El censor, explica Rousseau, “conserva los modales y la moral, evitando la corrupción de las opiniones y conservando su rectitud con medidas inteligentes”.
En 1922, el periodista Walter Lippmann escribió su libro La opinión pública, donde plantea temas que mantienen su vigencia un siglo después. Para el autor, “los estereotipos favorecen la eficacia de la opinión pública, porque se extienden rápidamente en las conversaciones y transmiten asociaciones negativas y, a veces, positivas”.
Lippmann fue más allá al calificar a la opinión pública como un “rebaño desconcertado” que se guía por quienes expresan los comentarios más altisonantes. Otra vez, parece adelantarse a la era de las redes cuando la radio estaba en pañales y la televisión ni siquiera existía.
En esa época, los medios predominantes eran los periódicos. Entonces, en 1927, Harold Lasswell lanzó su teoría de la aguja hipodérmica, o bala mágica, para asegurar que estos eran capaces de crear opinión pública casi sin intermediarios. En otras palabras, la gente podía ser manipulada con facilidad.
En los años 30, llegaron las encuestas, una manera estadística de averiguar lo que piensa la gente. Para el escritor Charles D. Warner, “la opinión pública (solo) consiste en las reacciones de la gente (…) en una situación de entrevista”.
Este enfoque fue muy criticado por el sociólogo Pierre Bourdieu. En 1972, durante una conferencia luego publicada por Les temps modernes afirmó que “la función más importante (de las encuestas de opinión) consiste en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria de opiniones individuales”.
La politóloga Elisabeth Noelle-Neumann marcó otro hito en los años 70, en pleno auge de la televisión, con su libro La espiral del silencio. Ella pone el foco en “la capacidad de percibir el crecimiento o debilitamiento de las opiniones públicas” y, sobre todo, en “el temor al aislamiento que hace que la mayoría tienda a someterse a la opinión ajena”.
Noelle-Neumann también parece hablar del poder de las redes, en tiempos en que internet tampoco existía. Porque, y en esto coinciden muchos expertos como la francesa Monique Canto-Sperber (autora de Salvar la libertad de expresión), mucha gente adopta opiniones ajenas para no quedar al margen o, incluso, no ser víctima de la llamada “cultura de la cancelación”.
Uno de quienes analizan la antigua y peligrosa, tendencia de silenciar al Otro es el profesor de filosofía política en la Universidad Católica Argentina (UCA), Mauro J. Saiz. “La enorme visibilidad que la dinámica de las redes puede darle a una idea, mediante un hashtag o un influencer, permite ocupar el escenario tradicional de la opinión pública y relegar a todo lo que se le oponga”.
Gracias a redes muchas veces agresivas, como Twitter, da la sensación de que unas relativamente pocas personas pueden llegar a convencer a la mayoría de que, en efecto, su opinión es la que predomina. Este fenómeno lo conocen bien las celebridades “canceladas”, desde J.K. Rowling a Woody Allen.
La autora de Harry Potter fue acusada de transfóbica luego de escribir un solo tuit y al director de Manhattan le pasaron una antigua factura por abuso, tema que ya había sido resuelto por la justicia, luego de estallar el movimiento #MeToo.
Para Saiz, “es bastante difícil medir de manera confiable en qué medida esas opiniones imperialistas, en el sentido de que llenan el espacio público sin dejar lugar a opiniones alternativas, en efecto, corresponden o no, a mayorías o minorías”.
Saiz también analiza el papel de estos nuevos “creadores de opiniones”. “Llegan a ocupar esa posición solo porque tienen miles, incluso, millones de seguidores. Entonces, podría considerarse que sus opiniones son representativas de todos ellos. Pero no hay mucha razón para pensar que el público es tan maleable como para adherir de manera lineal a todo lo que exprese un influencer”, argumenta.
Si en algo coinciden Laswell y Noelle-Neumann es que los medios tenían gran poder a la hora de generar el “clima de opinión” que guiaba las posiciones predominantes. Sin embargo, esto también está cambiando.
“En cualquier análisis sobre el poder de los medios en países democráticos se habla ahora de una marginalización de la influencia del periodismo en el ecosistema digital”, explica Fernando J. Ruiz, presidente de Foro de Periodismo Argentino (Fopea) y profesor de la Universidad Austral, en Buenos Aires.
Dice que “el surgimiento de las redes, en especial Facebook y Twitter, y la democratización del smartphone convirtieron a cada uno de nosotros en un medio de comunicación masivo, al menos, en potencia”.
En este contexto, los medios tradicionales tuvieron que adaptarse. “No son irrelevantes, de ninguna manera, porque mantienen una gran cuota de poder, pero, hay que admitirlo, perdieron influencia”, dice Ruiz, quien en un artículo publicado por la revista Noticias hizo un llamamiento a la moderación por parte de los periodistas.
Para él, la “grieta” entre “periodistas militantes” e “independientes” marca a la profesión en la Argentina. “En este momento, la ética de la moderación no es una opción que se promueva desde los medios”, agrega y sostiene que estas nuevas reglas de juego son un incentivo para posiciones autoritarias, “para quienes de alguna forma tienen una actitud incivil, basada en el juego brusco”.
Ruiz informa que, en la Argentina, aún un 60% de la gente considera importante al periodismo, pero que solo un 20% confía en él. Una pérdida de confianza que viene en aumento, sobre todo, desde 2008, cuando el gobierno kirchnerista inició su embestida sobre los medios que considera “hegemónicos”.
¿Los periodistas están imitando a los tuiteros para poder competir en la creación de opiniones? “No, solo aceptan las nuevas reglas de juego. Es como si en el fútbol comienzan a aceptar todo tipo de faltas, entonces los jugadores empiezan a dar patadas, porque está permitido”, opina Ruiz.
Los entrevistados coinciden en que la horda tuitera que se descarga contra una opinión que consideran “incorrecta” se basa en argumentos simples, primarios, que no admiten matices. Un fenómeno similar al que describió Lippmann con los estereotipos.
Entonces, la espiral del silencio, de Noelle-Neumann parece revalorizarse. Aunque, ahora, la minoría no sea amenazada con el aislamiento sino con la también temida “cancelación”.