Miriam Arely Vázquez Vidal, Universidad Internacional de Valencia
“Pienso que una de las artes más nobles del género humano es la negociación, la capacidad de resolver los conflictos y enfrentamientos a través del diálogo”
Cuando la crudeza de la realidad nos atraviesa el alma como en el caso del atroz asesinato de Samuel Luiz, no puedo evitar pensar en miles de escenarios alternativos donde la violencia y la muerte no se impusieran.
Pregunto desde lo más básico, ¿qué hubiera pasado si hubiera perdido el móvil en la fiesta? ¿Qué hubiera pasado si él y su amiga hubieran caminado en la dirección opuesta? Elevo el tono: ¿qué hubiera pasado si en esta sociedad no se mitificara la violencia y estuvieran de moda el diálogo y la negociación? ¿Qué hubiera pasado si en lugar de construirnos en la violencia hiciéramos la paz?
No voy a hablar de la paz como ese escenario idílico donde todo es amor y armonía. La paz es una respuesta ante cualquier conflicto, es una decisión y requiere de tiempo, educación y esfuerzo. Es necesario levantar la voz para desmitificar una masculinidad opresora y violenta. Podemos aprender a hacer las paces y podemos también erradicar la violencia de nuestras sociedades. ¿Cómo? Explicaré algunos de tantos caminos.
El origen del conflicto
Primero, apoyándome en la propuesta de Paco Cascón y Ramón Alzate. Es necesario transformar la concepción común que se tiene sobre el conflicto. Normalmente se entiende como un enfrentamiento, un choque violento.Conflicto deriva del latín conflictus y significa “para atacar juntos” en una primera acepción, pero también “un desacuerdo entre dos o más personas”.
Así, el conflicto es un desacuerdo, el choque entre dos ideas o necesidades y, por lo tanto, la forma de resolverlo será a través de medios pacíficos o medios violentos. De esta manera, lo fundamental será aprender a convivir con el conflicto y hacer de este una oportunidad de crecimiento, de mejora.
Consensos empáticos
Comprender la paz entonces como una elección ante cualquier conflicto, permite entender, como nos enseña Tortosa en su artículo Guerras por la identidad: de la diferencia a la violencia, que la diferencia es la base de la unión y la paz, pues ella brinda la posibilidad de dialogar para llegar a consensos empáticos e intersubjetivos. Solo gracias a la existencia de la diferencia es posible la armonía.
Mientras que la violencia es el instrumento para dominar y oprimir. De este modo, el camino para erradicarla de nuestras sociedades pasa necesariamente por una transformación estructural y cultural del poder.
La violencia, una característica aprendida no natural
Entender la violencia como el instrumento de dominación es bastante lejana a la concepción moderna descrita por autores como Thomas Hobbes, Friedrich Hegel o Karl Marx.
Grosso modo, el primero entiende la violencia como una característica natural del ser humano, inherente a su esencia y que, por lo tanto, debe ser regulada por un ente superior.
El segundo y tercero conciben la violencia como el motor de la Historia, aunque Marx entendía la necesidad de la revolución hasta la última etapa de la historia, el comunismo.
Estas argumentaciones han impactado en la sociedad, pues normalizan la violencia en la vida cotidiana, más aún justifican respuestas simplistas a preguntas como “¿Matarías al asesino de tu padre si no tuviera ninguna consecuencia?”. Que lo que busca es confundir y relaciones a la violencia con instintos básicos de agresividad, sobrevivencia y venganza, pero como hemos aprendido de Paz Velasco, “la agresividad es parte de la naturaleza humana, pero la violencia se aprende”, y justificar impulsos humanos no es otra cosa que mitificar la violencia para usarla en cualquier momento.
Esta mitificación se conoce dentro de los estudios internacionales de paz como violencia cultural, que es, quizá, el tipo de violencia más peligroso, pues es aquella que pasa desapercibida por muchos, pero que está en todos lados, en el colegio, en los medios de comunicación, en las tradiciones, en los nacionalismos, incluso en la familia. Son todos los mitos que buscan dominar al otro, al otre, al diferente, que buscan homogeneizar un mundo plural.
¿Cómo evitar la violencia?
Entonces, cabe preguntar: ¿qué se necesita para desmitificar la violencia y construir la paz? Según Vicent Martínez Guzmán, dos principios; según José María Tortosa, dos elementos; y según John Paul Lederach, una estrategia abierta.
Vicent Martínez Guzmán, filósofo español fundador de la Cátedra UNESCO de Filosofía Para la Paz, propuso que la filosofía se comprendiera como una herramienta para construir la paz. Esta paz quedaba vinculada a la posibilidad de un diálogo intercultural, constante y permanente donde se comprende la concepción de bien común como búsqueda de convivencia activamente armónica. Su explicación se fundamenta en dos principios:
- Establecer una nueva definición de persona para entendernos como sujetos de actos de comunicación en el marco de un reconocimiento universal de los derechos de interlocución.
- Establecer el sentido de la responsabilidad solidaria manifestada en las razones que damos al comunicarnos y los compromisos que al hablar asumimos como seres humanos, para superar el sentido de la solidaridad emotiva; la caridad.
En resumen, la propuesta de Martínez Guzmán apunta a comprender las relaciones humanas desde el diálogo, la empatía y el respeto.
Reconocer el derecho a la identidad personal
Ahora, conJosé María Tortosa, la transformación de conflictos por medios pacíficos debe guiarse a través de dos alternativas, la primera es que “habrá que afirmar que reconocer el derecho a la identidad personal no es afirmar la necesidad de la homogeneidad del grupo al que se pertenece”.
Esta propuesta ataca directamente la violencia cultural pues establece que toda pertenencia a un grupo, nación, cultura, o todo aquello que consideremos que forma nuestra identidad, está condicionada por nuestra individualidad o, mejor dicho, está condicionada por cómo cada persona accede al grupo y, por lo tanto, la homogeneidad es imposible en cualquier escenario social.
Con esto se descartan las justificaciones culturales nacionales o heteronormativas que conducen a la violencia, que imponen una forma de ser y de vivir, y que todo aquello que está fuera debe entenderse como enemigo. Sin entender que el mundo no es un universo, es un pluriverso y que gracias a él, es que podemos decidir vivir en paz.
La segunda alternativa que presenta Tortosa propone entender la historia mundial como una mezcla constante que enriquece y nos hace crecer. Esta mezcla debe ser horizontal e intersubjetiva, y en el mundo global del siglo XXI no solo es irreversible, sino que además se debe apostar por ello.
La imaginación moral
John Paul Lederach, unos de los teóricos de la cultura de paz más importantes en el mundo, propone una estrategia más difícil de explicar en términos teóricos, pero más fácil de reconocer en el mundo real para transformar conflictos: la imaginación moral.
Para definirla, el autor nos lleva en su libro La imaginación moral por cuatro historias de conflictos armados sin aparente relación entre ellos, uno situado en Ghana, otro en Kenia, uno más en Colombia, y el último en Tayikistán. Las causas de la violencia, diversas, los tipos diversos y las soluciones, diversas.
¿Qué es la estrategia que muestra Lederach? Es esa creatividad y naturaleza humana de construir relaciones armónicas; es esa capacidad de admiración e indignación sobre la que descansan el amor a la sabiduría de la filosofía; es una muestra inequívoca y evidente de que la paz, o mejor dicho las paces, son la forma más común de relacionarnos.
En resumen, la paz es un proceso humano de construcción que guía las acciones, no puede definirse de forma cerrada y debe entenderse siempre como un concepto en movimiento.
Cierro mi reflexión y pregunto: ¿Qué pasaría entonces si todas y todos escogemos la paz?
Miriam Arely Vázquez Vidal, Directora Grado en Relaciones Internacionales y Máster en Política Exterior, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.