Tal vez las desavenencias con respecto a la no conformidad que nos brinda el sistema político entronizado y dado en llamar democrático, tenga que ver esencialmente con una noción fundamentalmente gnoseológica.
A esta conjetura responde que recurramos a Edmund Husserl, como para explicarnos y en el mismo movimiento comprendernos, y de tal manera, en términos de quien propuso la fenomenología, llevar a cabo una reducción fenomenológica que elucide nuestra vinculación con el fenómeno de lo político en su manifestación por intermedio de lo democrático y de la representación.
“Tanto nóesis como nóema son conceptos fenomenológico-trascendentales que tienen operatividad y sentido en el ámbito de la conciencia pura. En una primera aproximación a dicha estructura noético-noemática, cabría decir que si todos los actos se refieren a un objeto, todos los objetos son constituidos por algún acto. Cualquier cosa que aparezca, aparece ante mi conciencia. Esta cosa, en cuanto significativa desde el punto de vista gnoseológico, depende de mi acto intencional, por lo cual un objeto, en su sentido noemático, es constituido por mi acto noético: la unidad e identidad de la cosa en cuanto fenómeno es tal en virtud del acto en cuestión[1].
Vayamos directamente al fundador de la fenomenología y sus palabras: “el noema es nada más que la universalización de la idea de significado a todo el ámbito de los actos”[2].
Bajo este correlato del acto psíquico de pensar y el contenido intencional (nóesis y nóema) advenido se debe ejercer una posición para un conocimiento de lo dado. No dejan de ser categorías para seguir haciendo pensable el pensar y comprensible lo que muchas veces sólo se entiende desde una perspectiva unívoca.
Es decir la riqueza de accionar bajo la propuesta husserliana, más allá de la propuesta en sí, es que es una posibilidad más que alumbra la humanidad mediante una de sus exponentes para observar el fenómeno de lo humano.
La representación como instancia o variable ineludible para pensar o conformar con noción de realidad, verdad o generalidad lo común, lo colectivo, lo popular, lo mayoritario, en términos del andamiaje gnoseológico de Husserl, es el nóema. Ningún sistema político puede ir más allá de la lógica de la representación. No puede pensarse, ni ejecutarse la política sin abordar esta noción fundante que necesariamente será condicionante y fundamental.
Ahora bien la democracia, como una de las tantas formas en las que la política puede organizar el correlato inevitable del circuito ciudadano, sujeto, individualidad con sus representaciones, lo colectivo y múltiple, es asimilada, tomada, recibida, decodificada, comprendida, bajo los actos psíquicos de cada quién y por tanto es del orden de lo noético. Bajo la realidad o lo fenoménico de la política en su desandar de lo privado y lo público, mediante la representación como canal o sesgo de posibilidad, la dimensión de lo democrático, no sólo que pertenece a otro orden, sino que es posible, dable en relación al ejercicio de cada uno de los que se vinculan con lo político y experimentan esta relación con varias formas, interpretaciones, proyecciones o sensaciones de la democracia. Por esta misma razón, esta se convierte en términos derridianos en un espectro de lo político.
“El espectro, como su nombre lo indica, es la frecuencia de cierta invisibilidad. Pero la visibilidad de lo invisible…El espectro también es, entre otras cosas, aquello que uno imagina, aquello que uno cree ver y que proyecta: en una pantalla imaginaria, allí donde no hay nada que ver. Ni siquiera la pantalla, a veces; y una pantalla siempre tiene, en el fondo, en el fondo que ella es, una estructura de aparición desapareciente”[3].
La democracia, al regresar del circuito (fenomenológico) del que es correlatada, regresa, tras la reducción fenomenológica, en calidad de espectro, fantasmagóricamente.
A esto obedece que cuando somos convocados a votar, en virtud del valor por antonomasia que propone y asegura la democracia, lo hacemos por hombres y mujeres con entidad de fantasmas. No podemos precisar cómo llegaron hasta allí, es decir determinar la existencia ni origen de cómo un candidato se convierte en tal (que valores puso en juego, que carrera desarrolló, qué hizo o dejó de hacer para) como sucede con los fantasmas que son por definición apariciones.
En el interregno de lo real y de lo fantástico, que es ni más ni menos que las imágenes libres en las que podrían reinar los fantasmas, la opción más prudente es realizar una reducción fenomenológica, que en definitiva podría derivarnos a una reducción democrática. La misma no sería, ni mucho menos, el acotarla o depreciarla (como erróneamente se podría concebir) sino tomar de sí, sus aspectos más cruciales y determinantes.
Tal vez podamos acercarnos más a una experiencia que nos aleje del susto, temor y pavor que cada vez más de seguido se nos presenta y representa como fenómeno en sus espectros y fantasmas, que azuzan y dificultan nuestra posibilidad de ser humanos, más allá de la natural predisposición a sobrevivir a la que nos quieren reducir, en nombre de la política, de la democracia y de la representación, los fantasmas en sus modos, cepas o versiones más absolutistas y temerarias.
Notas
[1] Paredes Martín, M. C. “La función del nóema en la constitución intencional del objeto”. Universidad de Salamanca. p. 341.
[2] Husserl. Ideen za eh-ter reinen Phiinomenologie und phñnomenologischen Philosophie, Drittes Buch. Hua V. The Hague, 1971, § 16, p. 89.
[3] Derrida, J. “Espectros de Marx”. p. 117.