En Cómo hacer una tesis Umberto Eco nos plantea la necesidad, en toda investigación, de “engavetar” lo realizado, pues ello nos proporciona la posibilidad de re-enfocarla desde nuevas “miras”. Y esto vale no sólo para investigaciones personales, sino también para macro-investigaciones, como las desplegadas por generaciones de hombres.
Cuando la filosofía occidental se percata de encontrarse en un callejón sin salida (un largo callejón que le ha tomado más de dos centurias andar), opta por “engavetar” lo hecho, pero al estar tan “apegada” a sí misma, entonces decide “desandar” hasta la bifurcación anterior, y reemprender un nuevo camino lo suficientemente “abierto” como para mantener la esperanza de hallar por fin esa “verdad” que, recuerda, alguien le dijo que había que buscar a ultranza. Comienza a desandar, y observando que el mismo camino parece uno distinto, replantea el telos de su indagación, cuestionándose ahora los fundamentos iniciales (los que recuerda, y la memoria le hace trampas), o se replantea el modo mismo de andar (nota que ello es muy importante para llegar más lejos, pues “se hace camino al andar”), y cuando no se deja arrastrar por estas nuevas “tentaciones”, y efectivamente sigue hasta el final el otro camino de la bifurcación, constata el hecho asombroso de que como a Roma, todos los caminos conducen al mismo callejón sin salida. Así la filosofía occidental, generación tras generación, funda modos epistemológicos o modos fenomenológicos de andar (o desandar), se pone al servicio de la ciencia, se mira en el espejo del lenguaje, se disuelve en lo social o intenta suicidarse en los post (negarse desde sí misma); incluso llega a practicar los “silencios sistemáticos” que le llegan desde el Oriente, aliviando pero nunca sanando su ego desesperado y frustrado.
La filosofía occidental es como el ratón en el laberinto, y los hombres que la realizan no saben salir de un entramado diseñado por ellos mismos. Nunca el instinto (pues nunca se han valido de él, y la ¿capacidad? de juicio es la que ha creado el laberinto) les ha servido para guiarlos hasta la verdad-alimento, por lo que normalmente se representan (¿imaginan?) esta verdad, y echados a morir (entre resignados y orgullosos), se alimentan de “espectros” hasta el fin.
Es una historia (que aun no ha concluido, y no se sabe si concluirá jamás) trágica, pero en su tragicidad radica su valor. El hombre es un Prometeo por siempre encadenado, que soñó o alucinó que le había robado el fuego-logos a los dioses, y mientras espera por Hércules, continúa tejiendo su historia (de fracasos que son logros), con la esperanza de que su ser encadenado sea un sueño o una alucinación a su vez.